viernes, 30 de agosto de 2013

Queridos amigos, quiero agradecerles de todo corazón su apoyo, su interés, sus bellos comentarios, su buena onda, su ESTAR.
Gracias por ser parte del sueño de esta artista!
Espero que hayan disfrutado este primer libro de la historia de Sofía y Noa tanto como yo.
Seguramente seguiremos conectados por esa línea invisible que une a todas las personas y que el arte tiene la maravillosa virtud de concretar en la profunda belleza de todos sus paisajes..
Feliz viernes de Agosto para todos y que el día traiga su afán, sus luces y sus sombras y que el viaje sea bueno, por sobre todas las cosas bueno...



jueves, 29 de agosto de 2013

La última carta para Noa


Gracias a todos, estimados amigos!
Gracias a vos, "Noa" por haberme inspirado el corazón...



Aún es temprano pero apresuro mi baño. Aunque la cena en casa de Florencia es a las 8 y restan dos largas horas, quiero estar preparada con tiempo y ser puntual.
Me visto con unos jeans y una remera mangas cortas.
La habitación de mis padres está maravillosamente iluminada por los destellos de la tarde. Dejo que me invada una calma inmensa que me roba un suspiro muy hondo. Descubro entonces que estoy rebosante de entusiasmo ante el encuentro con mi familia.
Enciendo un cigarrillo y me siento en la punta de la cama; la imagen de mi padre se instala en mi mente y recuerdo nuestras charlas en el jardín, su mirada cariñosa, sus gestos tiernos y mis pulmones se llenan con un aire melancólico que me hace sentir compungida.
Una escena se presenta ante mí: tengo ocho años, estoy dibujando sentada en el suelo mientras papá le da las últimas manos de pintura a su baño en suite. Esta cantando una canción, la misma que tarareaba para que yo me durmiera cuando era pequeña. 
Su voz trasciende la ilusión y ahora lo escucho tan cerca de mí que no puedo evitar desparramar unas lágrimas-sonrío al descubrir que no son lágrimas de dolor, todo lo contrario.-
Lo verdadero siempre permanece,  la distancia no existe- digo en voz alta.
Mi celular vibra. Es Albert avisándome que, como cada año, realizaran una misa por el aniversario de la muerte de Nick en la catedral de Saint Mary.
Le respondo que estoy Argentina.
—Nick…―murmuro entre dientes y me sorprendo al escuchar mi voz flotando por el cuarto- es la primera vez en cuatro años que susurro su nombre.
Rápidamente me incorporo. Estoy impulsada por un instinto inconsciente. Bajo las escaleras a toda velocidad. Tomo las llaves del auto, una campera y mi bolso.
Acelero.
Llego hasta la parroquia de San Antonio de Padua. Bajo del automóvil y corro desesperada hasta el interior de la capilla. Está vacía. Me detengo en la puerta. Miro hacia los costados. Estoy arrebatada por un estruendo en mi pecho que está a punto de colapsar. No entiendo que me sucede pero no me reprimo. Estoy cansada de escapar.
Cerca del  pulpito diviso un pequeño altar lleno de velas blancas que flamean oraciones al aire. Me dejo llevar por mis pasos que arremeten decididos y llego hasta el iluminado tabernáculo. Busco en los rincones alguna vela para encender. No encuentro ninguna. Una mano me toca el brazo. Giro la mirada. Una anciana de pelo nevado me ofrece una. Me quedo mirando sus envejecidas pupilas durante algunos segundos. Tengo un nudo en la garganta. La tomo con ambas manos y la acerco a un gran cirio. El  pábilo explota en una nívea luz que me envuelve el rostro. Embrujada por la llama, la sostengo durante algunos segundos. Tengo los labios resecos y tiemblo como una hoja que acaba de caer de su árbol. La anciana toma mi mano y me ayuda a ponerla junto a las demás. Aprieto los parpados y suspiro muy hondo. Soy un mar de llanto.
—…siento haberme demorado tanto, cariño—digo, en voz baja—perdóname.
El pecho se me descontractura, como si una suave caricia hubiera encendido todos mis sentidos, entonces la mirada azul de mi príncipe me ubica y lo veo sonreír como solía hacerlo cuando el veneno de ese mundo impiadoso ante el cual decidimos rendirnos todavía no se había filtrado en nuestras venas.
―perdóname…—vuelvo a susurrar―gracias por todo, por tu amor, por tu tiempo…gracias…
Súbitamente, una bocanada de aire limpio me atraviesa. Giro el rostro; azorada, descubro que la anciana no está.
—Mamá…-balbuceo con la voz entrecortada.
Renovada por un rayo de luz que me revitaliza todo el cuerpo, conduzco 40 minutos hasta el hogar de María madre.
La casona antigua emerge de repente ante mis ojos. El corazón se me acelera. Desciendo con recelo. Tengo miedo pero el impulso liberador que me embriaga es tan hondo que mi cuerpo, descaradamente autónomo, me conduce hasta el interior.
― ¿Cristina Anderson?—le pregunto a la recepcionista que me mira, primero con desconfianza, después con una amplia sonrisa.
― ¿Eres la hija más pequeña de Cristina?...tienes que serlo, el parecido es impresionante.
—Así es―le afirmo, en medio de un suspiro——quisiera verla, por favor.
La mujer se queda mirándome durante algunos segundos.
—No es horario de visita…. —me comunica muy seria—pero…podemos hacer una excepción. Ven conmigo.
Caminamos por un largo pasillo de habitaciones contiguas. El aire está  enrarecido por una extraña soledad que descubro no tan distinta a la mía, entonces me estremezco.
Llegamos a una gran sala. Mi madre está sentada en una silla mirando a través de una ventana. Su pelo ha envejecido con el tiempo.
Se me anuda la garganta. Quiero avanzar pero me estanco. Parezco una niña muerta de miedo. 
La mujer me toma la mano y me desencadena del piso.
—Anda…no temas. Todo estará bien…
Su voz comprensiva me arenga a avanzar hacia ella.
Está de espaladas, justo frente a mí. Abro los labios. Quiero hablar pero no sé qué decirle.
Se percata de una presencia cercana y me enfoca con sus grandes ojos grises. Nos miramos durante varios segundos.
— ¿Puedo ayudarla en algo, señorita?
Aprieto los labios.
—Mamá,  soy yo, Sofía—le digo, con la esperanza de que mi voz la rescate de ese limbo cruel en el que divaga su mente.
Hace silencio y baja la mirada. Un silencio que se vuelve eterno. Después vuelve a perderse en el reflejo de la ventana.
Estiro la mano y hago el intento de tocar su hombro pero me detengo.
—Vine a decirte que lo siento mamá; que lamento estos años con toda mi alma. Sé que es tarde pero necesitaba decírtelo…
No responde ante mis palabras.
Agacho la mirada y me alejo varios pasos. El nudo en mi garganta se hace más apretado.
—Tal vez…quiera usted volver a visitarme…—la escucho decir desde su silla.
Me detengo.
—y contarme de sus cosas—continúa—tal vez podamos ser amigas a pesar que usted es mucho más joven que yo.
Sonrío y me arrodillo junto a ella.
—Claro que sí. Me encantaría que seamos amigas.
Aprieto su mano. Ella responde haciendo lo mismo.
—Creo que usted me recuerda a alguien…—me dice. Sus ojos brillan.
—Mi nombre es Sofía  Dejean Anderson…
— No había venido antes por aquí,  ¿verdad, señorita Sofía?
—No. Estuve de viaje…un largo viaje.
—Pero ha vuelto…eso es lo importante ¿cierto?
Mis ojos se humedecen.
Mi madre acerca su mano y con una caricia que parece reconocerme consuela mi sollozo.
—Tal vez quiera contarme de su viaje—me dice y sonríe de costado.
Asiento con el rostro.
Me quedo casi una hora hablando con esa mujer cercana, con esa mujer lejana que no me conoce ahora y que no me conocerá mañana. Tal vez sí sea tarde… nos separa la memoria. Nos separa el tiempo…es verdad, pero todo es nuevo. Como si ambas hubiéramos tenido que nacer otra vez para continuar transitando un mismo camino.
Son casi las nueve cuando estaciono frente a la casa de Florencia. Me excuso al entrar revelando el motivo de mi demora. Marcelo escucha mi voz y lo veo aparecer desde el patio luciendo una amplia sonrisa. Como siempre, no hacen falta tantas explicaciones y solo nos fundimos en un largo abrazo.
La cena se desarrolla en calma. La comida esta deliciosa y sin querer afloran millones de recuerdos  de nuestra infancia que prácticamente había olvidado.
Pasada la medianoche Ismael lleva a los niños a dormir. Aunque intenta ser cuidadoso no puedo evitar darme cuenta que el verdadero motivo es dejarnos solos.
Estoy algo nerviosa, no puedo evitarlo,  pero aspiro muy hondo y me propongo exorcizarme de tantos años de silencio. Quiero que mis hermanos escuchen  de mi boca todo desde el principio. Me sorprendo al ver sus miradas sin juicio que me siguen atentas a mi relato.
—Cuando Nick murió sentí que todo  mi mundo se derrumbó sobre mí y no pude manejar la culpa y el remordimiento de saber que nunca tendría la oportunidad de pedirle perdón…
—…Estabas con Noa en tu casa cuando fui a Miami ¿verdad?―me dice Florencia, bajando la mirada.
—Así es―respondo, después de algunos minutos de silencio—jamás pensé que algo así pudiera sucederme…pero sucedió y no pude hacer nada para evitarlo.
—Siempre pensé que tú y Nick eran felices…—me interrumpe Marcelo, mientras sorbe su copa.
—Yo también, Marce. Después me di cuenta que estuve años viviendo una fantasía que irremediablemente debía colapsar y fue la muerte de Nick la estocada final…ahora estoy a merced de mis reproches, tratando de asimilar un puñado de aprendizajes que aún no soy capaz de implementar en ninguna parte.
—Pero si estás haciéndolo Sofi—interrumpe Marcelo—estas aquí, estás de vuelta y eso es lo que importa ¿cierto?
Se me llenan los ojos de lágrimas, son exactamente las mismas palabras que antes pronunciara mi madre.
—Claro que sí—respondo y seco las lágrimas que se han desparramado por mi rostro.
Florencia estira su mano y aprieta la mía.
—Espero que puedan perdonarme…
Ambos se ponen de pie y los tres nos fundimos en un abrazo.
—No sé cómo se hace para empezar de cero—agrego, apretando los parpados con fuerza.
—Deja que todo fluya—me dice Florencia, con una sonrisa tímida en sus labios.

Regreso a la casa cerca del amanecer. Cruzo la pesada puerta de hierro y vidrio e inmediatamente el aire se transforma sumergiéndome en un nuevo paisaje de colores y aromas.
Camino lentamente. La brisa nocturna es una música que me roba hondos suspiros. Subo las escaleras. Ingreso a la habitación alumbrada solo por los destellos de una luna gigante que abraza el firmamento y me recuesto  sobre la cama.
Cierro los ojos. La vida ahora es ante mí un camino abierto que espera ser transitado.
Me incorporo de un salto y llego hasta el placard. Tomo una gran caja entre mis manos y me siento en el piso. Con lágrimas en los ojos repaso entonces todas las cartas que he escrito para Noa durante estos años y que jamás tuve el valor de enviar. Las aprisiono fuerte contra mi pecho y vuelvo a dejarlas intactas en esa bitácora que guarda uno de los tesoros más preciados de mi viaje.
A la mañana siguiente, me reúno a almorzar con Marcelo y Florencia para contarles que he decidido regresar a Miami a poner mis asuntos en orden y a decidir sobre todo el rumbo de mi carrera.
—He estado pensando en el programa de médicos sin frontera…—les comento, con un dejo de añoranza.
— ¿Te vas a ir otra vez?—me pregunta Florencia
—No Flor, simplemente quiero ir a ver que tiene el mundo para ofrecerme…
El avión aterriza en el Miami International Aiport dos semanas después y no bien mis pies hacen contacto con el suelo percibo que todo a mí alrededor es diferente. Los sonidos, los colores, los aromas, la gente…
El alba ha pintado de anaranjados tropicales cada rincón de esa maravillosa ciudad que tanto amo y a medida que el taxi avanza conduciéndome hasta la belleza incomparable de Coral Gables, dejo escapar unas cuantas risas frente a las que el chofer se queda oteándome de reojo por el espejo retrovisor.
Mi castillo emerge bañado por millones de tonos azafranes que empiezan a descolgarse de un sol impetuoso y me recibe expectante: sabe que sostengo entre mis manos la llave para destrabar por fin los oscuros laberintos que levantamos entre sus murallas; sabe que pronto dejaré de ser la doncella abandonada en las desiertas arenas de mi soledad impensada.
Desempaco mi valija y mientras acomodo mi ropa en los cajones decido, sorpresivamente y sin meditarlo ni dos segundos, despejar el mueble de las pertenencias de Nick.
Me agencio de algunas cajas y uno a uno archivo los recuerdos de mi Teseo que ya no es ese Minotauro implacable que yo creé para torturarme sino el muchacho de pelo desordenado que fue mi amor y fue mi príncipe.
Entre lágrimas y sonrisas dejo que se escape el día entero, mientras voy comprendiendo que en la vida es en vano intentar decodificar sus “porque”.
“La vida no es porque, la vida es “para qué”, Sofía, esa es la verdadera pregunta que debemos hacernos”
Las palabras de Noa se quedan acompañándome hasta que mis ojos, vencidos por el cansancio, deciden cerrarse y descansar…
Varios meses después recibo la confirmación de la organización de médicos sin fronteras ofreciéndome un lugar en la delegación de Senegal y aunque estoy al tanto de los miles de desafíos que seguramente han de presentarse ante mí, me sorprendo al descubrir que no tengo miedo.
Esa noche vuelvo a recostarme sobre la gramilla del jardín de cara al maravilloso firmamento de City Beautiful. La Corona Borealis de Dionisio me alumbra el rostro como si fuera un faro explotando luces hacia un lejano horizonte en blanco que me espera. Aun no se de que manera voy a escribir los pasajes de todas esas hojas níveas pero estoy intentándolo, esta vez estoy intentándolo. Tal vez de eso se trate la vida-pienso, simplemente de renacer
Aspiro mi cigarrillo con fuerza y me sorprende el chirrido de mi celular que vibra sobre el césped. Lo agarro fuerte entre mis manos. El corazón me late desbocado. Miro la pantalla. Es Noa. Abro el mensaje: “recuerda que estoy cerca…”
Aprieto el aparato contra mi pecho. Las manos me tiemblan. Cierro los ojos y freno el impulso de querer deshacerme del móvil como lo he hecho durante los últimos cuatro años: Ya no me siento cautiva en la fría arena de Naxos, ahora camino-aunque con pasos lentos-pero camino hacia una puerta abierta que aún no vislumbro del todo pero sé que está, yo sé que está.
…”siempre…” escribo, con los ojos húmedos de una profunda y sincera gratitud.
Suspiro muy hondo. Tal vez no signifique nada. Tal vez sí sea tarde… solo el tiempo lo dirá…
(Enviar)

Fotografía: Peter Lindbergh


Licencia Creative Commons
Cartas para Noa se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.

viernes, 23 de agosto de 2013

Cartas para Noa ( 16 )


Abro los ojos lentamente. Mis párpados son dos cepos que no le permiten a la luz hacer contacto con mis pupilas agrietadas.
-Soy una doncella muerta que levita sobre la filosa quietud del alba que me recibe con sus destellos de colores ocres- Ha dejado de llover y el aire de la fresca alborada penetra en mi silencio como una guadaña de hoja oxidada que sin reparo rasga mi piel ahogada en pena.
La casa retumba murmullos que reptan por cada uno de sus rincones. Lamentos, sollozos…palabras lastimadas que no consuelan.
Mi tristeza es un eclipse. Soy una dama de Shalott que navega a la deriva…
Albert entra en mi habitación ahogada en penumbras. La falta de descanso me tiene abombada, casi sin poder hilar una frase que resulte coherente. Me consulta si necesito algo. Le respondo que no, sacudiendo el rostro. Abajo, en la sala, el cuerpo de Nick descansa en su lecho color caoba.
Fue necesario que subiera a refugiarme en uno de los pasadizos de mi torre; Jeff, a merced del dolor, aventó sobre mí una punzante perorata de reclamos.  Estoy desvalida entre las cuatro paredes de mi  habitación gigante.
Mi celular está en silencio pero puedo ver, cuando se enciende la luz de su pantalla, que no cesan de llegar mensajes y llamadas que se pierden. Quisiera tener fuerza para incorporarme y escuchar alguna voz familiar que del otro lado me haga sentir que no está mi barca a punto de zozobrar, pero mi cabeza es un cambalache de emociones y pensamientos indefinidos de los cuales no logro liberarme.
¿Cómo es que no lo sabías, Sofía? ¿Cómo es que no estabas al tanto que tu esposo, mi hijo, estaba sufriendo de esa manera? ¿A dónde estabas cuando mi Nick restaba días de su vida?
Las palabras de Jeff son veneno.
¿A dónde estabas, Sofía?…
Ahora es Victoria la que irrumpe mi santuario de embestidas implacables.
—Sofía…cariño…tu hermana está al teléfono. Por favor, habla con ella.
Me aferro a la frialdad del aparato como si fuera un salvavidas en medio del mar muerto y quiero hablar pero exploto en lágrimas que se resbalan por sus  líneas obtusas.
―Sofi…cuanto lo siento, no sabes cuánto lo siento…
Su voz se queda haciendo eco en mis tímpanos. Abro los labios. El corazón se me acelera y se comprime en una aguda puntada.
Intento salir al cruce del aluvión de vocablos que quieren explotar de mi boca pero no puedo y le aviento un sinfín de demandas sin sentido que no calman el ardor de mi herida….tu profecía y la de mamá está cumplida…
Finalizo mi prédica asfixiada en lágrimas; estrellando el teléfono contra la pared.
Me levanto enfurecida y camino alterada de lado a lado para después caerme de rodillas sobre las gélidas baldosas del piso.
— ¿¡Porque lo hiciste!? …maldito cobarde… ¡cobarde!―vocifero, enfurecida.
Vuelve a ser Albert, el apacible Albert Dawson, el que me escolta sosteniéndome del brazo horas después, cuando la caravana de autos arriba a las instalaciones de Pinewood Cementery.
La frondosa arboleda  nos resguarda del sol que acaba de vencer el manto grisáceo de las nubes y ahora reina incauto. El sermón del párroco se extiende por más de una hora. Sesenta minutos en los cuales no aparto la mirada del rostro silencioso de mi príncipe y no puedo evitar pensar en nuestros días de jóvenes anhelos cuando aún no habíamos sido devorados por esa brea contraria al amor que todo lo corroe.
De repente, una mano cálida me aprieta el hombro con fuerza. Giro la mirada. Mis ojos empañados descubren el rostro de Marcelo junto a Greta y a Ricardo,  entonces me estrello entre sus brazos.
Inevitablemente, sus  presencias son un oasis en medio del devastador desierto.
Aferrada a su tenaz asistencia me estremezco con cada sorbo de tierra que se lleva una parte de mi vida, así sin más, como si se tratara de una hoja que ha decidido perderse en las líneas del viento.
Llegamos a la casa junto a varios parientes y amigos de Nick que deciden prolongar la despedida. Yo sólo quiero encerrarme en mi habitación y dejar que los días se diluyan en el tiempo. Lo hago.  Marcelo y mis tíos  se ocupan de ser los anfitriones de la sala fúnebre.
Cerca de las 9 de la noche el mutismo de la casa es prácticamente total. Solo se escuchan algunos pasos ajetreados yendo y viniendo de la cocina a la sala.
No sé cuánto tiempo transcurre desde que decidí apoltronarme en mi alcoba hasta que Marcelo interrumpe mi ensoñación, sentándose a mi lado.
—Te traje algo de comer Sofi…
—No tengo hambre—balbuceo, con los labios apretados.
—Tienes que comer, linda y lo sabés.
—Sí, lo sé, pero ahora no puedo probar un bocado…
— ¿Si la dejo sobre la mesa de noche me prometes que intentarás comer?
Asiento con el rostro, mientras se me resbala una lágrima.
—Gracias por venir, Marce—le digo y aprieto su mano.
—No me agradezcas.
—No sé cómo voy a hacer para seguir adelante…me siento tan culpable, tan sola…tan…
—Vos no tenés la culpa de nada de lo que pasó—me interrumpe—Nick estaba enfermo y se encargó de ocultarlo durante años…
—Yo debí sospecharlo.
—Sé que en este momento es difícil y que querés hacerte responsable…
—No sé cómo voy a hacer para perdonarme…para perdonarlo…
— Solo con el tiempo, Sofi—me dice y aprieta mi mano.
Cierro los párpados con fuerza. No estoy segura que Marcelo tenga la razón.
-El tiempo es sólo una maldita anestesia. Pienso y aparto su mano de la mía para volver a esconder mi rostro en la soledad de la almohada.
—Quisiera saber cómo ayudarte…
—No puedes. Nadie puede—murmuro, con la voz entrecortada.
—Ven conmigo a Brasil. Te hará bien estar lejos de todo esto por un tiempo—me dice, recurriendo a un tono que suena esperanzador.
Me incorporo y me acurruco entre sus brazos.
—No puedo irme, Marcelo. No puedo…
Él responde a mi abrazo y también deja escapar algunas lágrimas.
— ¿Hasta cuándo, Sofía?
No respondo. No tengo la respuesta.
—No voy a dejarte sola en esta casa—agrega y seca sus lágrimas imperiosamente.
—Te pido por favor que lo hagas. Necesito encontrarle respuestas a lo que pasó…
—Hay cosas que simplemente no la tienen, Sofí. Son lo que son, y nada más. Todo sucede por una razón…
—Entonces debo encontrar esa razón—respondo, con firmeza.
Varios días después mis tíos lograrán entender mi pedido a regañadientes y se marcharán a Hawái, con la promesa de regresar- la cuál cumplirán sin excepciones, una vez al mes- y un avión conducirá a Marcelo lejos de la frialdad de mi Atalaya, sin saber ninguno de los dos, que habrían de pasar cuatro interminables años antes de volver a encontrarnos.

Lentamente me desplazo entre los largos laberintos concéntricos de mi morada. Parece que floto como un fantasma desahuciado que intenta hacerse invisible a la mirada de ese testigo implacable que, agazapado entre las sombras, me recrimina constantemente y a cada hora cada uno de mis actos.  --Sucede que aún no he podido encontrar un minuto de sosiego para tratar de rescatarme de semejante silicio-
Al cabo de un mes, las llamadas de Noa dejaron de aullar imperiosas en mi teléfono celular. Supuse que por fin había comprendido que debía abandonarme también en la fría arena de Naxos; al fin y al cabo, yo no era más que esa desesperada doncella dejada en este páramo marítimo en dónde no habría Dionisio que viniera a tejer en el firmamento ninguna Corona Borealis. No para a mí.
Estoy sola…—Pienso, mientras sorbo la última copa de la segunda botella de vino.
Los espectros de mi vida maltrecha me asolan aún más cuando pierdo la cordura tras los efectos del alcohol pero no los resisto; al contrario, los dejo arremeter contra mí para recordarme que dejé morir a mi padre en soledad, a Nick en el silencio, a mi madre en vida…
Repentinamente, caigo en la  cuenta que el timbre suena incesantemente y sin ninguna intención de dejar de hacerlo hasta que interrumpa su chirrido con mi intervención. Me incorporo a duras penas. Estoy mareada, descompuesta.  Abatida.
Encaro hacia las escaleras para esconderme una vez más en mi desprolija habitación pero entonces el pecho se me comprime en un estruendo y la imagen de Noa coloniza todos mis sentidos. Sacudo en rostro. Tal vez por mi estado o por mis ganas inconscientes de darme un respiro es que freno mis pasos y prácticamente corro hasta la puerta.
El impulso es certero. Noa está en el descanso, con el rostro visiblemente demacrado y miles de lágrimas desparramadas por sus mejillas.
No puedo evitar quebrarme en millones de pedazos frente a su presencia y caigo de rodillas al piso, entonces sus brazos me detienen y me aprisionan, rescatándome del vacío. Durante algunos segundos intento zafarme de su contención pero me desplomo rendida y finalmente me entrego a su dulce consuelo.
Abro los ojos. Estoy acostada en mi cama, usando ropa limpia y con mi piel oliendo a miel. El ventanal está abierto de par de par. La brisa fresca del ocaso penetra benevolente cabalgando por las partículas del aire, entonces respiro muy hondo y dejo que mis pulmones se deleiten con su reparadora caricia.
Agudizo la mirada. Noa está a mi lado.
—Preparé una ensalada… ¿me acompañas?
No tengo deseos de comer pero todo en mi interior me grita que debo alimentarme.
—Solo un poco—balbuceo, no muy convencida.
Noa sonríe, dulcemente.
—Vuelvo en cinco minutos.
Se marcha. La habitación se queda sin su luz. Aprieto los párpados con fuerza. El corazón se me desboca estremecido. Recién cuando logro escuchar sus pasos acercándose, logro recuperar el ritmo de mi respiración, ahora agitada.
Aparece con una gran bandeja portando dos platos con vegetales y dos vasos gigantes con jugo de piña. Logro ingerir algunos bocados. Después alejo el plato de mí y vuelvo a recostarme. Me siento exhausta. Noa aleja la bandeja y también se recuesta. Cerca,  pero procurando que su piel no roce la mía. Me percato del detalle y suspiro profundamente. Necesito que así sea.
Nos quedamos mucho tiempo así. En silencio. Su respiración es una pausa, entonces me atrevo a cerrar los ojos y duermo toda la noche.
Despierto con el tenue sol del alba. Me pongo una bata y bajo las escaleras. Llego hasta la cocina. Al verme,  Noa me sirve una taza del café que humea en la cafetera. Se la recibo. Me pregunta si quiero comer algunas galletas. Asiento con el rostro-descansar me ha abierto el apetito-Después me toma la mano muy despacio y me conduce hasta el jardín. Nos ubicamos en los sillones de la galería. El cielo está azulado y destella una belleza oceánica que me roba un suspiro. A media mañana, ya más recuperada, sé que es imposible seguir postergando las palabras.
—Gracias—murmuro, apretando los labios.
Baja la mirada y suspira muy hondo.
—Gracias a ti por dejarme acompañarte…
Tomo algunos sorbos de café. Está hirviendo y me quema la garganta.
—No puedo, Noa—hablo por fin, endureciendo mis labios.
—Lo sé—me responde, después de algunos minutos.
—Quisiera…que las cosas fueran de otra manera… pero no lo son—agrego, con los ojos húmedos y la voz entrecortada—Necesito estar sola y pensar…
—Estas haciéndote daño—afirma, mientras se pone de pie y se aleja algunos pasos—Y la impotencia que siento es…un monstruo que me está matando…
—Estoy haciendo lo que puedo—interrumpo, con seriedad
— ¿Realmente crees eso?
Me pongo de pie y me alejo hacia el interior con pasos acelerados. Giro sobre mis talones. Estoy desconsolada.
— ¡¿Acaso crees que no estoy intentándolo?!— Le grito, arrebatada por mis nervios.
—No—me responde, con certeza—Estas encerrada, torturándote…
— ¡¿Y qué quieres que haga?! ¿¡Qué juguemos al cuento de hadas y me fugue contigo!? ¿¡Qué me olvide de la noche a la mañana que acabo de enterrar a mi esposo muerto de sobredosis!? ¿¡Qué borre de mi mente esa imagen tuya y mía traicionando a Nick mientras él se asesinaba en una puta habitación de hotel!? ¡¿Eso quieres que haga Noa?! ¡¿Eso me pides!?
— ¡Estoy pidiéndote que dejes de castigarte por algo que no ocasionaste! Nick eligió su camino al igual que tú elegiste el tuyo… él prefirió hacerse daño, tú elegiste el amor…
—No me hables de amor ¡No lo hagas!
—Tú y yo nos amamos… ¿acaso te vas a atrever a negarlo?
En dos zancos estoy frente a una etiqueta de cigarrillos semi vacía que descansa sobre la barra. Me tiemblan los labios pero logro encender uno.
Aspiro con fuerza. Estoy en silencio. No quiero responder.
—Lo que sentimos no es amor...—sentencio al fin y al hacerlo me duele el pecho.
—No hables de lo que yo siento…—Responde. Camina hasta el sofá y se desploma.
—Perdóname—le digo y exploto en llanto— ¡No puedo!  iSi realmente me amas, déjame sola!...Necesito encontrar la manera de olvidar, de seguir adelante..
—No me pidas eso, por favor…
Aprieto los párpados.
—No tienes que olvidar—continúa—Uno debe curarse las heridas para poder seguir adelante y sólo el amor tiene ese poder Sofía…
—Por ahora no puedo hacer otra cosa—concluyo, sin poder vencer las lágrimas.
Nos quedamos algunos minutos en silencio.
—Mi vuelo sale mañana a las cinco de la tarde. Vuelvo a Londres—agrega, y se pone de pie—Sé que no vendrás pero voy a buscarte entre la gente.
—No voy a ir, Noa—le respondo, ahora de espaldas, abstraída en la nada.
—Lo sé—contesta, con dolor en su voz
Suspiro muy hondo, mientras por el reflejo del vidrio contemplo su silueta alejarse de mí. Quiero salir corriendo y aferrarme a sus brazos pero aprieto los dientes y freno mis impulsos.
—Siempre voy a cerca de ti. No lo olvides, siempre…hasta que vuelvas...
Sus palabras se quedan levitando en el aire mientras el ruido seco de la puerta retumba en mis tímpanos. Entonces, la casa cruje a mí alrededor y se vuelve un acorazado. Una bestia gigante que me verá deambular como un alma en pena, perdida en la inútil cruzada de entender por qué…

Fotografía: Peter Lindbergh



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Cartas para Noa se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.

lunes, 12 de agosto de 2013

Nueve musas es una dama que me deleita con sus silencios ancestrales.
De a ratos me abandona en abismales paisajes, entonces lloro su ausencia y rezo por su retorno como si fuera una novia blanca que sin querer me ha olvidado…
Aquellos que me conocen saben que soy una niña de corazón gigante que sueña poesía; aquellos que no me conocen sabrán, sin duda alguna, que vivo deliciosamente cautiva en el corazón de mis musas y en la filosa intensidad de sus miradas que son de otro mundo.

Gracias, infinitas gracias por tanto “caos” my fairy Lady, y que sea tu viaje, un buen viaje, como siempre…

viernes, 9 de agosto de 2013

Estimados amigos, hola a todos! Les pido disculpas por la demora en subir los últimos capítulos de "Cartas para Noa". El lunes 12 de Agosto la revista Nueve Musas tiene que estar on line...y se me ha complicado un poco el tiempo. PROMETIDO para la semana que viene los momentos finales, completo y sin pausas!! Gracias a todos, los abrazo con el corazón y que sea un bello viernes de Agosto para todos.

lunes, 5 de agosto de 2013

Cartas para Noa ( 15 )


El humo de mi cigarrillo se contornea salvaje entre los destellos que a contra luz  proyectan mi cuerpo despojado de todo, mientras envuelta en un profundo estado de ensoñación contemplo los ojos cerrados de Noa soñando esos universos nuevos que me convida, cada vez que se funde conmigo en un abrazo que no tiene límites.
Recorro la línea de su cuerpo con la yema de mis dedos y durante algunos minutos me atrevo a soñar una vida a su lado. Me atrevo a despedazar ese “mito ideal” en el cual quise convertir mi existencia, me desarraigo de la endemoniada frase “estar a la altura de las circunstancias” que me ha perseguido por tanto tiempo  y  sostengo en mi mente una pregunta que a simple vista está revestida de las más pura sencillez pero que en el fondo significa nada más y nada menos que girar 360 grados en dirección contraria a los vientos que soplan en mi vida: ¿y por qué no? …¿por qué no, Sofía?—pienso y se me explota el pecho en una bocanada de aire fresco.
Estrello el cigarrillo en un cenicero sobre la mesa de noche y me acurruco en la tibieza de su relajada anatomía. Ya he llorado lo suficiente entre sus brazos;  ahora  siento que levito sobre las nubes negras que chillan furiosas y amenazantes desde hace tres días sobre el cielo de Miami.
Suspiro profundo, quisiera diluir la pesada angustia que me devasta sin darme tregua. Quisiera creer que “volver” será suficiente para borrar el destiempo. Quisiera dejar de temer esa imagen de mamá frente a mí…olvidándome y ésta vez para siempre.
Acomodo mi garganta. Las palabras que antes me dijera Noa en su intento por contenerme vuelven a mi mente: Sanar, siempre es el mejor de todos los caminos.
―…Sanar, ayúdame a sanar, mi cielo—murmuro muy despacio, apretando los párpados.
―solo si me dejas…—responde, acercando mi mano hasta los latidos de su pecho.
―Claro que te dejo—respondo y sonrío satisfecha― ¿Cómo es Avalon…?
—Mágico…
―Mágico…—repito y suspiro muy hondo―Necesito magia en mi vida.
—Tú eres mágica—me dice con certeza—cada vez que sonríes y sueñas con esos jardines encantados que te empecinas en dejar ir cuando es lo más bello de tu alma…
Sonrío otra vez, deleitada por sus palabras.
―Cuando regresemos de Argentina hablaré con Nick. Te lo prometo—le digo y me aferro a su espalda con más fuerza.
—No prometas, solo habla con él…
―Le diré que nunca esperé que algo así me pasara. Le diré que desperté de repente y que el vacío de mi vida era demasiado pesado para seguir sosteniéndolo. Le diré gracias, por todo, por su amor, por su tiempo, por todas las cosas que hemos compartido, las buenas y las malas y le pediré que pueda perdonarme…
―A la larga lo entenderá, lo sé—me asegura y yo aspiro su certeza tratando de convencerme que así será.
―Debo irme—le anuncio de repente, mientras me incorporo―tengo que ocuparme de localizar a Nick; seguramente está tapado de trabajo y ha olvidado cargar el móvil…no sería la primera vez. ¿Vienes conmigo?
—Ocúpate de tu viaje y de hablar con Nick. Cenamos esta noche. ¿Te parece?
―claro que si…también debo llamar a Florencia para saber si llegó sin problemas…
— ¿ves? No tendrás tiempo para mí…―me dice con ironía regalándome una tierna sonrisa.
—Siempre tendré tiempo para ti―le digo y beso sus labios con dulzura.
Me visto sin prisa, mientras la tarde transmuta lentamente sus grises sin sol.
El aroma a lluvia  se contornea como una novia blanca por las calles del Down Town, a medida que las luces de mi auto rasgan el velo transparente que forman las gotas resbalándose al unísono.
¿Por qué no, Sofía? La pregunta sigue dando vueltas en mi mente y es tan deliciosamente sugestivo escucharla deambular en mi cabeza sembrando posibilidades, que me resulta  inevitable concederle la autoridad para llevarse  el denso herrumbre de mis estructuras.
Llego a la mansión más tarde de lo previsto-me he tomado el tiempo para manejar en calma y detenerme en el puente de la avenida Causeway a contemplar la bahía-
Cierro el portón automático de la cochera. Manoteo el móvil y confirmo que el avión de Florencia haya aterrizado sin inconvenientes.  Finalizo la llamada-no sin antes tener que escuchar una perorata de “recordatorios” tan típica en Florencia.
Ingreso. La casa está vacía y sin un ápice de sonido. Me estremezco; aunque estoy más que acostumbrada a la quietud de mi castillo, ésta vez levita sobre la líneas del aire- casi estancado- un gélido silencio que parece venir de otro mundo.
Enciendo las luces. Millones de formas difusas se dispersan alborotadas al hacer contacto con las chispas destellantes.
Marco el número de Nick por décima vez: Usted se ha comunicado con el móvil de Nick Moore, después del tono deje su mensaje- ¡¿a dónde te has metido Nick?!—vocifero y estrello el móvil en el sofá.
Me dispongo a tomar una copa de vino cuando me sobresalta el timbre.
Por una fracción de segundo siento a mis piernas endurecidas sobre el cemento del piso.
Debo obligarme prácticamente a mover mi anatomía, entonces frunzo el ceño sin comprender que sucede.
Abro la puerta.
— ¡Albert! ¿Qué haces aquí? ¿Está Nick contigo?...voy a matarlo, hace días que intento comunicarme con él… ¿olvidó cargar el móvil otra vez? Tú eres su mejor amigo y su socio…vamos… ¡deberías ayudarme a quitarle esa maldita costumbre!
—Necesito hablar contigo—me dice Albert, con sus facciones endurecidas.
Me deja sin palabras su rígida expresión; Albert Dawson es el hombre más apacible que he conocido en mi vida.
— ¡Claro que sí! Pasa…
 Él avanza primero. Tiene las manos escondidas dentro de los bolsillos de su saco y camina pausadamente; como si no quisiera seguir avanzando.
Mientras persigo la lánguida huella de sus movimientos, intento dilucidar que puede tenerlo en semejante estado. Tal vez el negocio de Nueva York no resultó como esperaban. O alguna mala maniobra los ha puesto en riego…sacudo el rostro. Nick no hace “malas maniobras”.
— ¡¿Qué sucede Albert!?—vocifero, sin poder contener ya la incertidumbre.
—Siéntate, Sofi.
Giro sobre mis talones y obedezco su pedido, involuntariamente.
— ¿Nick está problemas? ¿Regresó contigo?—lo interrogo, con urgencia.
— Nick murió, Sofía.
El estallido de un trueno explota sobre el firmamento de Coral Gables y me ensordece durante varios segundos. Detrás del sonido me pareció escuchar que Albert decía: Nick murió, Sofía.
Aprieto los labios.
—Lo siento, no sé cómo decirlo de otra manera….
— ¿De qué hablas Albert? ¿Decir qué?
—Sofi...Sé que es difícil…
— ¿¡De que estás hablando Albert!?
El fragor de la estampida deja de taladrar por fin en mis tímpanos, entonces la frase retumba con diáfana claridad en toda mi mente…Nick murió. Sofía.
Me llevo ambas manos a la boca.
Me acabo de congelar. Acabo de quedar inerte. Sin aire y sin latidos.
Sacudo el rostro y  respiro hondo.
— ¿Nick está contigo o tomará el próximo vuelo? Debo hablar con él lo antes posible. Tenemos que viajar a Argentina cuanto antes, mis hermanos internarán a mi madre en una institución…le diagnosticaron Alzheimer…
—Sofi…
— ¡Qué Albert! ¡Qué sucede!
—Nick murió, ésta mañana en la habitación de un hotel…
Otra vez, su frase se queda resonando en mi cabeza.
Parpadeo varias veces y me quedo silente. Con la mirada clavada en el blanco cortinado del ventanal que se mece como un fantasma.
—…Sufrió una sobredosis de heroína y alcohol.
Me incorporo furiosa y exploto en una sarcástica carcajada.
— ¿Sobredosis de heroína? ¿Nick? ¡Lo conoces de toda la vida Albert, eso es imposible!
—Nick era adicto a la heroína desde hace 5 años Sofí. Me pidió que lo acompañara a Nueva York, a una clínica de rehabilitación…quería dejarlo, por ti…por ustedes…no quería seguir mintiéndote…
—Albert...de que hablas por dios…
—Lo siento, debí decírtelo pero le jure que jamás lo haría…cuando me pidió que lo acompañara tuve la esperanza que ésta vez lograría dejarlo por eso accedí…lo llevé hasta ese lugar, se lo veía tan decidido…pero no se qué sucedió, se fue…lo llamé mil veces, lo rastreé por todo Nueva York…cuando lo encontraron solo tenía la tarjeta de la clínica en un bolsillo, ellos me avisaron… la gente del hotel lo encontró sin vida.
Miro hacia los costados. Las sombras de mi laberinto se reúnen unas con otras ensamblando una muralla. Desde lejos, la rojiza mirada de mi futuro carcelero no deja escapar ninguno de mis movimientos. Me sigue con su ojo febril y me aguarda, agazapado en la negrura de las  tinieblas.
Sin darle muerte a la bestia, sin llevar a cabo su proeza, mi príncipe…mi Teseo…se fugó mientras yo dormía sobre la tibia arena de Naxos…me abandonó cuando tenía entre mis manos la posibilidad de liberarnos…mientras yo me perdía en otros brazos, mientras yo amaba más a otra persona…
— Estás diciéndome que mi esposo era adicto a las drogas y yo no lo sabía…
—Lo siento…no sabes cuánto lo siento. Le hice una promesa y no podía romperla, Nick Jamás hubiera soportado que tú o su padre se enteraran de esto…
—Y ahora está muerto Albert…
Mi cuerpo se desvanece y me quedo de rodillas en el piso. En mi interior transcurre el apocalipsis. El fin de los tiempos. Un Armagedón que mezcla el más punzante dolor con la ira y el desconsuelo.
Siento que hay millones de lágrimas esperando ahogarme, millones de silencios esperando despedazarme. Ahora solo puedo callar. Ahora no puedo pensar en nada. Ahora soy una piedra inmovilizada de espanto; una hoja que ha quedado congelada en un espacio de tiempo en el que todo se ha detenido y en dónde solo yo continuó respirando a duras penas.
—Le pedí a la policía que me dejara hablar contigo, no quería que te enteraras  por teléfono—continúa Albert;  y yo solo observo sus labios moverse, secos y temblorosos—Debes viajar a Nueva York ésta noche a reconocer…el cuerpo. Ya me ocupé de todo. Sólo tenemos que irnos…
Intento moverme  pero no lo consigo. Albert llega hasta mi lado y me ayuda a incorporarme. Yo me desvanezco otra vez. No tengo autonomía sobre mis músculos. Él me sujeta con fuerza aprisionándome en un abrazo al cual no tengo reflejos para responder.
— ¿Tienes lo necesario en tu cartera? ¿Te busco algo  más?
No respondo.
Se aleja hasta mi bolso y lo aprieta entre sus dedos.
— ¿Tú ID está aquí adentro Sofi?
Asiento con el rostro. Creo que entendí lo que acaba de preguntarme.
—Te buscaré un abrigo….
Lo veo alejarse por las escaleras a pasos agigantados.
Quiero obligarme a reaccionar de alguna manera pero solo me quedo allí. En la misma baldosa en la que Albert me puso de pie.
Aprieto los parpados. La figura de Nick muriendo en esa solitaria habitación de hotel me golpea el pecho y me sacude sin piedad.
¿Será que en realidad fui yo la que se fugó dejándolo dormido en la soledad de esa isla?
Albert regresa apresurado y me conduce, tomándome del brazo,  hasta la puerta.
A medida que avanzamos hasta el auto, cada uno de mis pasos agrietan el suelo de nuestro palacete que nunca fue más que puro plástico.
Tres horas más tarde el avión aterriza en el aeropuerto de Nueva York. Durante el vuelo Albert realizó algunas llamadas y al descender nos aguarda un auto de la policía junto a Victoria, la esposa de Albert.
La mujer me toma de las manos y me besa la mejilla, sin poder esconder sus lágrimas.
—Lo siento tanto, Sofía…me dice, con una expresión de dolor en las líneas de su cara.
Un oficial de la policía se acerca también y después de dar la condolencias de rigor me pide que lo acompañe. Sin despegarse un segundo de mi lado, Albert ingresa conmigo al interior del vehículo.
— ¿Prefieres descansar un poco antes Sofi? Puedo hablar con ellos…
Sacudo el rostro-ninguna palabra quiere salir de mi boca-
La madrugada de Nueva York exhibe sus oscuras criaturas ante mis ojos desorbitados en un punto fijo hacia la nada.
El edificio de la morgue policial se manifiesta como un Hades de ennegrecida túnica y nos devora impetuosamente mientras avanzamos entre sus entrañas.
Los blancos pasillos de lívidos azulejos grisáceos me sofocan y debo aspirar muy hondo. El aire enrarecido de formol me raspa la garganta entonces reacciono durante intervalos que expiran en pocos segundos.
Llegamos a una sala. Su pesada puerta de aluminio parece los cerrojos del tártaro. El oficial de policía cruza algunas palabras con Albert.
— ¿Prefieres que ingrese yo solo Sofía?
Giro el rostro y enfoco sus rasgos demacrados. Abro los labios.
—Quiero verlo, Albert.
La silueta de un cuerpo debajo de una sábana blanca reina silencioso bajo la luz de una lámpara lúgubre. Albert se aferra a mi brazo con fuerza, presiento que ahora es él quien está a punto de perder la soberanía de sus músculos. Aprieto los dientes y lo sostengo, a duras penas.
El hombre de uniforme se acerca y con un gesto nos consulta si es el momento.
Ninguno de los dos responde.
El hombre entonces, respetuoso y comprensivo, hace un paso hacia atrás soltando la tela blanquecina.
Algunos minutos después, sin decirnos nada, ambos fijamos nuestra mirada hacia el oficial que responde inmediatamente. Se acerca y con un solo movimiento descorre el velo que oculta el rostro de Nick.
Es Albert quien habla confirmando su identidad.
—Es él, oficial—lo escucho decir, entonces agudizo la mirada y la dejo clavada en su semblante sin vida. Y me quedo contemplando su pelo desordenado y el azul de sus ojos, ahora apagado, resplandece otra vez en mi memoria, como esas velas flotantes que decoraban el agua de la piscina esa noche cuando lo vi por primera vez y me enamoré de su silencio.
Es él…oficial. La frase es un verdugo. Un demonio fatal que me apuñala y hace explotar un puñado de lágrimas que son ácido y me queman desde adentro.
—Yo me ocuparé de todo, Sofi. No quiero que te preocupes por nada. —Me dice Albert, mientras sostiene mi mano.
— ¿Jeff lo sabe?—balbuceo en voz baja.
—Sí. Esta viajando desde Río de Janeiro.
Un hombre canoso de camisa blanca y corbata descolorida se acerca hasta nosotros.
—Señor Dawson… ¿podría hablar con usted por favor?
Albert se incorpora. Mira a Victoria que ahora sí nos acompaña entre las cuatro paredes de una desolada oficinita y se aleja con él.
Victoria sostiene mi mano. De vez en cuando la aprieta muy fuerte entonces vuelvo en sí y dejo de deambular por valles sin norte.
Mi teléfono móvil suena desde  la cartera.
—Ha estado sonando…no sabía si atender…—me dice Victoria, apesadumbrada.
Abro el bolso. Tomo el teléfono entre mis manos temblorosas. Miro la pantalla. Es Noa.
Aprieto los párpados, casi con furia,  a continuación corto la llamada…

Fotografía: Peter Lindbergh 


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