Queridos amigos, quiero agradecerles de todo corazón su apoyo, su interés, sus bellos comentarios, su buena onda, su ESTAR.
Gracias por ser parte del sueño de esta artista!
Espero que hayan disfrutado este primer libro de la historia de Sofía y Noa tanto como yo.
Seguramente seguiremos conectados por esa línea invisible que une a todas las personas y que el arte tiene la maravillosa virtud de concretar en la profunda belleza de todos sus paisajes..
Feliz viernes de Agosto para todos y que el día traiga su afán, sus luces y sus sombras y que el viaje sea bueno, por sobre todas las cosas bueno...
Nueve Musas es una mujer luminosa que fantasea palacios de colores sobre olas que la elevan hasta las estrellas. Conoce mi destino y mi sueño. Sabe que me encuentra levitando en las líneas del cosmos por eso me regala la belleza de su lumbre. Yo sólo soy la emisaria. Ella ya es antes de nacer en las líneas de mi tinta y su suerte. Buen viaje mi hermosa dama…buen viaje….
viernes, 30 de agosto de 2013
jueves, 29 de agosto de 2013
La última carta para Noa
Gracias a todos, estimados amigos!
Gracias a vos, "Noa" por haberme inspirado el corazón...
Aún
es temprano pero apresuro mi baño. Aunque la cena en casa de Florencia es a las
8 y restan dos largas horas, quiero estar preparada con tiempo y ser puntual.
Me
visto con unos jeans y una remera mangas cortas.
La
habitación de mis padres está maravillosamente iluminada por los destellos de
la tarde. Dejo que me invada una calma inmensa que me roba un suspiro muy
hondo. Descubro entonces que estoy rebosante de entusiasmo ante el encuentro
con mi familia.
Enciendo
un cigarrillo y me siento en la punta de la cama; la imagen de mi padre se
instala en mi mente y recuerdo nuestras charlas en el jardín, su mirada
cariñosa, sus gestos tiernos y mis pulmones se llenan con un aire melancólico
que me hace sentir compungida.
Una
escena se presenta ante mí: tengo ocho años, estoy dibujando sentada en el
suelo mientras papá le da las últimas manos de pintura a su baño en suite. Esta
cantando una canción, la misma que tarareaba para que yo me durmiera cuando era
pequeña.
Su voz trasciende la ilusión y ahora lo escucho tan cerca de mí que no puedo evitar desparramar unas lágrimas-sonrío al descubrir que no son lágrimas de dolor, todo lo contrario.-
Lo verdadero siempre permanece, la distancia no existe- digo en voz alta.
Su voz trasciende la ilusión y ahora lo escucho tan cerca de mí que no puedo evitar desparramar unas lágrimas-sonrío al descubrir que no son lágrimas de dolor, todo lo contrario.-
Lo verdadero siempre permanece, la distancia no existe- digo en voz alta.
Mi
celular vibra. Es Albert avisándome que, como cada año, realizaran una misa por
el aniversario de la muerte de Nick en la catedral de Saint Mary.
Le
respondo que estoy Argentina.
—Nick…―murmuro
entre dientes y me sorprendo al escuchar mi voz flotando por el cuarto- es la
primera vez en cuatro años que susurro su nombre.
Rápidamente
me incorporo. Estoy impulsada por un instinto inconsciente. Bajo las escaleras
a toda velocidad. Tomo las llaves del auto, una campera y mi bolso.
Acelero.
Llego hasta la parroquia de San Antonio de
Padua. Bajo del automóvil y corro desesperada hasta el interior de la capilla.
Está vacía. Me detengo en la puerta. Miro hacia los costados. Estoy arrebatada
por un estruendo en mi pecho que está a punto de colapsar. No entiendo que me
sucede pero no me reprimo. Estoy cansada de escapar.
Cerca
del pulpito diviso un pequeño altar
lleno de velas blancas que flamean oraciones al aire. Me dejo llevar por mis
pasos que arremeten decididos y llego hasta el iluminado tabernáculo. Busco en
los rincones alguna vela para encender. No encuentro ninguna. Una mano me toca
el brazo. Giro la mirada. Una anciana de pelo nevado me ofrece una. Me quedo
mirando sus envejecidas pupilas durante algunos segundos. Tengo un nudo en la
garganta. La tomo con ambas manos y la acerco a un gran cirio. El pábilo explota en una nívea luz que me
envuelve el rostro. Embrujada por la llama, la sostengo durante algunos
segundos. Tengo los labios resecos y tiemblo como una hoja que acaba de caer de
su árbol. La anciana toma mi mano y me ayuda a ponerla junto a las demás.
Aprieto los parpados y suspiro muy hondo. Soy un mar de llanto.
—…siento
haberme demorado tanto, cariño—digo, en voz baja—perdóname.
El
pecho se me descontractura, como si una suave caricia hubiera encendido todos
mis sentidos, entonces la mirada azul de mi príncipe me ubica y lo veo sonreír
como solía hacerlo cuando el veneno de ese mundo impiadoso ante el cual
decidimos rendirnos todavía no se había filtrado en nuestras venas.
―perdóname…—vuelvo
a susurrar―gracias por todo, por tu amor, por tu tiempo…gracias…
Súbitamente, una bocanada de aire limpio me atraviesa. Giro el rostro; azorada, descubro que
la anciana no está.
—Mamá…-balbuceo
con la voz entrecortada.
Renovada
por un rayo de luz que me revitaliza todo el cuerpo, conduzco 40 minutos hasta
el hogar de María madre.
La
casona antigua emerge de repente ante mis ojos. El corazón se me acelera.
Desciendo con recelo. Tengo miedo pero el impulso liberador que me embriaga es
tan hondo que mi cuerpo, descaradamente autónomo, me conduce hasta el interior.
―
¿Cristina Anderson?—le pregunto a la recepcionista que me mira, primero con
desconfianza, después con una amplia sonrisa.
―
¿Eres la hija más pequeña de Cristina?...tienes que serlo, el parecido es
impresionante.
—Así
es―le afirmo, en medio de un suspiro——quisiera verla, por favor.
La
mujer se queda mirándome durante algunos segundos.
—No
es horario de visita…. —me comunica muy seria—pero…podemos hacer una excepción.
Ven conmigo.
Caminamos
por un largo pasillo de habitaciones contiguas. El aire está enrarecido por una extraña soledad que descubro no tan distinta a la mía, entonces me estremezco.
Llegamos
a una gran sala. Mi madre está sentada en una silla mirando a través de una
ventana. Su pelo ha envejecido con el tiempo.
Se
me anuda la garganta. Quiero avanzar pero me estanco. Parezco una niña muerta
de miedo.
La mujer me toma la mano y me desencadena del piso.
La mujer me toma la mano y me desencadena del piso.
—Anda…no
temas. Todo estará bien…
Su
voz comprensiva me arenga a avanzar hacia ella.
Está
de espaladas, justo frente a mí. Abro los labios. Quiero hablar pero no sé qué
decirle.
Se
percata de una presencia cercana y me enfoca con sus grandes ojos grises. Nos
miramos durante varios segundos.
—
¿Puedo ayudarla en algo, señorita?
Aprieto
los labios.
—Mamá, soy yo, Sofía—le digo, con la esperanza de
que mi voz la rescate de ese limbo cruel en el que divaga su mente.
Hace
silencio y baja la mirada. Un silencio que se vuelve eterno. Después vuelve a
perderse en el reflejo de la ventana.
Estiro
la mano y hago el intento de tocar su hombro pero me detengo.
—Vine
a decirte que lo siento mamá; que lamento estos años con toda mi alma. Sé que
es tarde pero necesitaba decírtelo…
No
responde ante mis palabras.
Agacho
la mirada y me alejo varios pasos. El nudo en mi garganta se hace más apretado.
—Tal
vez…quiera usted volver a visitarme…—la escucho decir desde su silla.
Me
detengo.
—y
contarme de sus cosas—continúa—tal vez podamos ser amigas a pesar que usted es
mucho más joven que yo.
Sonrío
y me arrodillo junto a ella.
—Claro
que sí. Me encantaría que seamos amigas.
Aprieto
su mano. Ella responde haciendo lo mismo.
—Creo
que usted me recuerda a alguien…—me dice. Sus ojos brillan.
—Mi
nombre es Sofía Dejean Anderson…
—
No había venido antes por aquí, ¿verdad, señorita Sofía?
—No.
Estuve de viaje…un largo viaje.
—Pero
ha vuelto…eso es lo importante ¿cierto?
Mis
ojos se humedecen.
Mi
madre acerca su mano y con una caricia que parece reconocerme consuela mi
sollozo.
—Tal
vez quiera contarme de su viaje—me dice y sonríe de costado.
Asiento
con el rostro.
Me
quedo casi una hora hablando con esa mujer cercana, con esa mujer lejana que no
me conoce ahora y que no me conocerá mañana. Tal vez sí sea tarde… nos separa la
memoria. Nos separa el tiempo…es verdad, pero todo es nuevo. Como si ambas
hubiéramos tenido que nacer otra vez para continuar transitando un mismo
camino.
Son
casi las nueve cuando estaciono frente a la casa de Florencia. Me excuso al
entrar revelando el motivo de mi demora. Marcelo escucha mi voz y lo veo
aparecer desde el patio luciendo una amplia sonrisa. Como siempre, no hacen
falta tantas explicaciones y solo nos fundimos en un largo abrazo.
La
cena se desarrolla en calma. La comida esta deliciosa y sin querer afloran
millones de recuerdos de nuestra
infancia que prácticamente había olvidado.
Pasada
la medianoche Ismael lleva a los niños a dormir. Aunque intenta ser cuidadoso
no puedo evitar darme cuenta que el verdadero motivo es dejarnos solos.
Estoy
algo nerviosa, no puedo evitarlo, pero
aspiro muy hondo y me propongo exorcizarme de tantos años de silencio. Quiero
que mis hermanos escuchen de mi boca
todo desde el principio. Me sorprendo al ver sus miradas sin juicio que me
siguen atentas a mi relato.
—Cuando
Nick murió sentí que todo mi mundo se
derrumbó sobre mí y no pude manejar la culpa y el remordimiento de saber que
nunca tendría la oportunidad de pedirle perdón…
—…Estabas
con Noa en tu casa cuando fui a Miami ¿verdad?―me dice Florencia, bajando la
mirada.
—Así
es―respondo, después de algunos minutos de silencio—jamás pensé que algo así
pudiera sucederme…pero sucedió y no pude hacer nada para evitarlo.
—Siempre
pensé que tú y Nick eran felices…—me interrumpe Marcelo, mientras sorbe su copa.
—Yo
también, Marce. Después me di cuenta que estuve años viviendo una
fantasía que irremediablemente debía colapsar y fue la muerte de Nick la
estocada final…ahora estoy a merced de mis reproches, tratando de asimilar un
puñado de aprendizajes que aún no soy capaz de implementar en ninguna parte.
—Pero
si estás haciéndolo Sofi—interrumpe Marcelo—estas aquí, estás de vuelta y eso
es lo que importa ¿cierto?
Se
me llenan los ojos de lágrimas, son exactamente las mismas palabras que antes
pronunciara mi madre.
—Claro
que sí—respondo y seco las lágrimas que se han desparramado por mi rostro.
Florencia
estira su mano y aprieta la mía.
—Espero
que puedan perdonarme…
Ambos
se ponen de pie y los tres nos fundimos en un abrazo.
—No
sé cómo se hace para empezar de cero—agrego, apretando los parpados con fuerza.
—Deja
que todo fluya—me dice Florencia, con una sonrisa tímida en sus labios.
Regreso
a la casa cerca del amanecer. Cruzo la pesada puerta de hierro y vidrio e inmediatamente
el aire se transforma sumergiéndome en un nuevo paisaje de colores y aromas.
Camino
lentamente. La brisa nocturna es una música que me roba hondos suspiros. Subo
las escaleras. Ingreso a la habitación alumbrada solo por los destellos de una
luna gigante que abraza el firmamento y me recuesto sobre la cama.
Cierro
los ojos. La vida ahora es ante mí un camino abierto que espera ser transitado.
Me
incorporo de un salto y llego hasta el placard. Tomo una gran caja entre mis
manos y me siento en el piso. Con lágrimas en los ojos repaso entonces todas
las cartas que he escrito para Noa durante estos años y que jamás tuve el valor
de enviar. Las aprisiono fuerte contra mi pecho y vuelvo a dejarlas intactas en
esa bitácora que guarda uno de los tesoros más preciados de mi viaje.
A
la mañana siguiente, me reúno a almorzar con Marcelo y Florencia para contarles
que he decidido regresar a Miami a poner mis asuntos en orden y a decidir sobre
todo el rumbo de mi carrera.
—He
estado pensando en el programa de médicos sin frontera…—les comento, con un
dejo de añoranza.
—
¿Te vas a ir otra vez?—me pregunta Florencia
—No
Flor, simplemente quiero ir a ver que tiene el mundo para ofrecerme…
El
avión aterriza en el Miami International Aiport dos semanas después y no bien
mis pies hacen contacto con el suelo percibo que todo a mí alrededor es
diferente. Los sonidos, los colores, los aromas, la gente…
El
alba ha pintado de anaranjados tropicales cada rincón de esa maravillosa ciudad
que tanto amo y a medida que el taxi avanza conduciéndome hasta la belleza incomparable
de Coral Gables, dejo escapar unas cuantas risas frente a las que el chofer se
queda oteándome de reojo por el espejo retrovisor.
Mi
castillo emerge bañado por millones de tonos azafranes que empiezan a
descolgarse de un sol impetuoso y me recibe expectante: sabe que sostengo entre
mis manos la llave para destrabar por fin los oscuros laberintos que levantamos
entre sus murallas; sabe que pronto dejaré de ser la doncella abandonada en las
desiertas arenas de mi soledad impensada.
Desempaco
mi valija y mientras acomodo mi ropa en los cajones decido, sorpresivamente y
sin meditarlo ni dos segundos, despejar el mueble de las pertenencias de Nick.
Me
agencio de algunas cajas y uno a uno archivo los recuerdos de mi Teseo que ya
no es ese Minotauro implacable que yo creé para torturarme sino el muchacho de
pelo desordenado que fue mi amor y fue mi príncipe.
Entre
lágrimas y sonrisas dejo que se escape el día entero, mientras voy
comprendiendo que en la vida es en vano intentar decodificar sus “porque”.
“La
vida no es porque, la vida es “para qué”, Sofía, esa es la verdadera pregunta
que debemos hacernos”
Las
palabras de Noa se quedan acompañándome hasta que mis ojos, vencidos por el cansancio,
deciden cerrarse y descansar…
Varios
meses después recibo la confirmación de la organización de médicos sin
fronteras ofreciéndome un lugar en la delegación de Senegal y aunque estoy al
tanto de los miles de desafíos que seguramente han de presentarse ante mí, me
sorprendo al descubrir que no tengo miedo.
Esa
noche vuelvo a recostarme sobre la gramilla del jardín de cara al maravilloso
firmamento de City Beautiful. La Corona Borealis de Dionisio me alumbra el
rostro como si fuera un faro explotando luces hacia un lejano horizonte en
blanco que me espera. Aun no se de que manera voy a escribir los pasajes de
todas esas hojas níveas pero estoy intentándolo, esta vez estoy intentándolo.
Tal vez de eso se trate la vida-pienso, simplemente de renacer
Aspiro
mi cigarrillo con fuerza y me sorprende el chirrido de mi celular que vibra
sobre el césped. Lo agarro fuerte entre mis manos. El corazón me late
desbocado. Miro la pantalla. Es Noa. Abro el mensaje: “recuerda que estoy
cerca…”
Aprieto
el aparato contra mi pecho. Las manos me tiemblan. Cierro los ojos y freno el
impulso de querer deshacerme del móvil como lo he hecho durante los últimos
cuatro años: Ya no me siento cautiva en la fría arena de Naxos, ahora camino-aunque con pasos
lentos-pero camino hacia una puerta abierta que aún no vislumbro del todo pero
sé que está, yo sé que está.
…”siempre…”
escribo, con los ojos húmedos de una profunda y sincera gratitud.
Suspiro
muy hondo. Tal vez no signifique nada. Tal vez sí sea tarde… solo el tiempo lo
dirá…
(Enviar)
Fotografía: Peter Lindbergh
Cartas para Noa se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
viernes, 23 de agosto de 2013
Cartas para Noa ( 16 )
Abro
los ojos lentamente. Mis párpados son dos cepos que no le permiten a la luz
hacer contacto con mis pupilas agrietadas.
-Soy
una doncella muerta que levita sobre la filosa quietud del alba que me recibe
con sus destellos de colores ocres- Ha dejado de llover y el aire de la fresca
alborada penetra en mi silencio como una guadaña de hoja oxidada que sin reparo
rasga mi piel ahogada en pena.
La
casa retumba murmullos que reptan por cada uno de sus rincones. Lamentos,
sollozos…palabras lastimadas que no consuelan.
Mi
tristeza es un eclipse. Soy una dama de Shalott que navega a la deriva…
Albert
entra en mi habitación ahogada en penumbras. La falta de descanso me tiene
abombada, casi sin poder hilar una frase que resulte coherente. Me consulta si
necesito algo. Le respondo que no, sacudiendo el rostro. Abajo, en la sala, el
cuerpo de Nick descansa en su lecho color caoba.
Fue
necesario que subiera a refugiarme en uno de los pasadizos de mi torre; Jeff, a
merced del dolor, aventó sobre mí una punzante perorata de reclamos. Estoy desvalida entre las cuatro paredes de mi
habitación gigante.
Mi
celular está en silencio pero puedo ver, cuando se enciende la luz de su
pantalla, que no cesan de llegar mensajes y llamadas que se pierden. Quisiera
tener fuerza para incorporarme y escuchar alguna voz familiar que del otro lado
me haga sentir que no está mi barca a punto de zozobrar, pero mi cabeza es un
cambalache de emociones y pensamientos indefinidos de los cuales no logro liberarme.
¿Cómo
es que no lo sabías, Sofía? ¿Cómo es que no estabas al tanto que tu esposo, mi
hijo, estaba sufriendo de esa manera? ¿A dónde estabas cuando mi Nick restaba
días de su vida?
Las
palabras de Jeff son veneno.
¿A
dónde estabas, Sofía?…
Ahora
es Victoria la que irrumpe mi santuario de embestidas implacables.
—Sofía…cariño…tu
hermana está al teléfono. Por favor, habla con ella.
Me
aferro a la frialdad del aparato como si fuera un salvavidas en medio del mar
muerto y quiero hablar pero exploto en lágrimas que se resbalan por sus líneas obtusas.
―Sofi…cuanto
lo siento, no sabes cuánto lo siento…
Su
voz se queda haciendo eco en mis tímpanos. Abro los labios. El corazón se me
acelera y se comprime en una aguda puntada.
Intento
salir al cruce del aluvión de vocablos que quieren explotar de mi boca pero no
puedo y le aviento un sinfín de demandas sin sentido que no calman el ardor de
mi herida….tu profecía y la de mamá está cumplida…
Finalizo
mi prédica asfixiada en lágrimas; estrellando el teléfono contra la pared.
Me
levanto enfurecida y camino alterada de lado a lado para después caerme de
rodillas sobre las gélidas baldosas del piso.
—
¿¡Porque lo hiciste!? …maldito cobarde… ¡cobarde!―vocifero, enfurecida.
Vuelve
a ser Albert, el apacible Albert Dawson, el que me escolta sosteniéndome del
brazo horas después, cuando la caravana de autos arriba a las instalaciones de
Pinewood Cementery.
La
frondosa arboleda nos resguarda del sol que
acaba de vencer el manto grisáceo de las nubes y ahora reina incauto. El sermón
del párroco se extiende por más de una hora. Sesenta minutos en los cuales no
aparto la mirada del rostro silencioso de mi príncipe y no puedo evitar pensar
en nuestros días de jóvenes anhelos cuando aún no habíamos sido devorados por
esa brea contraria al amor que todo lo corroe.
De
repente, una mano cálida me aprieta el hombro con fuerza. Giro la mirada. Mis
ojos empañados descubren el rostro de Marcelo junto a Greta y a Ricardo, entonces me estrello entre sus brazos.
Inevitablemente,
sus presencias son un oasis en medio del
devastador desierto.
Aferrada
a su tenaz asistencia me estremezco con cada sorbo de tierra que se lleva una
parte de mi vida, así sin más, como si se tratara de una hoja que ha decidido
perderse en las líneas del viento.
Llegamos
a la casa junto a varios parientes y amigos de Nick que deciden prolongar la
despedida. Yo sólo quiero encerrarme en mi habitación y dejar que los días se
diluyan en el tiempo. Lo hago. Marcelo y
mis tíos se ocupan de ser los
anfitriones de la sala fúnebre.
Cerca
de las 9 de la noche el mutismo de la casa es prácticamente total. Solo se
escuchan algunos pasos ajetreados yendo y viniendo de la cocina a la sala.
No
sé cuánto tiempo transcurre desde que decidí apoltronarme en mi alcoba hasta
que Marcelo interrumpe mi ensoñación, sentándose a mi lado.
—Te
traje algo de comer Sofi…
—No
tengo hambre—balbuceo, con los labios apretados.
—Tienes
que comer, linda y lo sabés.
—Sí,
lo sé, pero ahora no puedo probar un bocado…
—
¿Si la dejo sobre la mesa de noche me prometes que intentarás comer?
Asiento
con el rostro, mientras se me resbala una lágrima.
—Gracias
por venir, Marce—le digo y aprieto su mano.
—No
me agradezcas.
—No
sé cómo voy a hacer para seguir adelante…me siento tan culpable, tan sola…tan…
—Vos
no tenés la culpa de nada de lo que pasó—me interrumpe—Nick estaba enfermo y se
encargó de ocultarlo durante años…
—Yo
debí sospecharlo.
—Sé
que en este momento es difícil y que querés hacerte responsable…
—No
sé cómo voy a hacer para perdonarme…para perdonarlo…
—
Solo con el tiempo, Sofi—me dice y aprieta mi mano.
Cierro
los párpados con fuerza. No estoy segura que Marcelo tenga la razón.
-El
tiempo es sólo una maldita anestesia. Pienso y aparto su mano de la mía para
volver a esconder mi rostro en la soledad de la almohada.
—Quisiera
saber cómo ayudarte…
—No
puedes. Nadie puede—murmuro, con la voz entrecortada.
—Ven
conmigo a Brasil. Te hará bien estar lejos de todo esto por un tiempo—me dice, recurriendo
a un tono que suena esperanzador.
Me
incorporo y me acurruco entre sus brazos.
—No
puedo irme, Marcelo. No puedo…
Él
responde a mi abrazo y también deja escapar algunas lágrimas.
—
¿Hasta cuándo, Sofía?
No
respondo. No tengo la respuesta.
—No
voy a dejarte sola en esta casa—agrega y seca sus lágrimas imperiosamente.
—Te
pido por favor que lo hagas. Necesito encontrarle respuestas a lo que pasó…
—Hay
cosas que simplemente no la tienen, Sofí. Son lo que son, y nada más. Todo
sucede por una razón…
—Entonces
debo encontrar esa razón—respondo, con firmeza.
Varios
días después mis tíos lograrán entender mi pedido a regañadientes y se
marcharán a Hawái, con la promesa de regresar- la cuál cumplirán sin
excepciones, una vez al mes- y un avión conducirá a Marcelo lejos de la frialdad
de mi Atalaya, sin saber ninguno de los dos, que habrían de pasar cuatro
interminables años antes de volver a encontrarnos.
Lentamente
me desplazo entre los largos laberintos concéntricos de mi morada. Parece que
floto como un fantasma desahuciado que intenta hacerse invisible a la mirada de
ese testigo implacable que, agazapado entre las sombras, me recrimina constantemente
y a cada hora cada uno de mis actos. --Sucede
que aún no he podido encontrar un minuto de sosiego para tratar de rescatarme
de semejante silicio-
Al
cabo de un mes, las llamadas de Noa dejaron de aullar imperiosas en mi teléfono
celular. Supuse que por fin había comprendido que debía abandonarme también en
la fría arena de Naxos; al fin y al cabo, yo no era más que esa desesperada
doncella dejada en este páramo marítimo en dónde no habría Dionisio que viniera
a tejer en el firmamento ninguna Corona Borealis. No para a mí.
Estoy
sola…—Pienso, mientras sorbo la última copa de la segunda botella de vino.
Los
espectros de mi vida maltrecha me asolan aún más cuando pierdo la cordura tras
los efectos del alcohol pero no los resisto; al contrario, los dejo arremeter
contra mí para recordarme que dejé morir a mi padre en soledad, a Nick en el
silencio, a mi madre en vida…
Repentinamente,
caigo en la cuenta que el timbre suena incesantemente
y sin ninguna intención de dejar de hacerlo hasta que interrumpa su chirrido
con mi intervención. Me incorporo a duras penas. Estoy mareada, descompuesta. Abatida.
Encaro
hacia las escaleras para esconderme una vez más en mi desprolija habitación
pero entonces el pecho se me comprime en un estruendo y la imagen de Noa
coloniza todos mis sentidos. Sacudo en rostro. Tal vez por mi estado o por mis
ganas inconscientes de darme un respiro es que freno mis pasos y prácticamente
corro hasta la puerta.
El
impulso es certero. Noa está en el descanso, con el rostro visiblemente
demacrado y miles de lágrimas desparramadas por sus mejillas.
No
puedo evitar quebrarme en millones de pedazos frente a su presencia y caigo de
rodillas al piso, entonces sus brazos me detienen y me aprisionan, rescatándome
del vacío. Durante algunos segundos intento zafarme de su contención pero me
desplomo rendida y finalmente me entrego a su dulce consuelo.
Abro
los ojos. Estoy acostada en mi cama, usando ropa limpia y con mi piel oliendo a
miel. El ventanal está abierto de par de par. La brisa fresca del ocaso penetra
benevolente cabalgando por las partículas del aire, entonces respiro muy hondo
y dejo que mis pulmones se deleiten con su reparadora caricia.
Agudizo
la mirada. Noa está a mi lado.
—Preparé
una ensalada… ¿me acompañas?
No
tengo deseos de comer pero todo en mi interior me grita que debo alimentarme.
—Solo
un poco—balbuceo, no muy convencida.
Noa
sonríe, dulcemente.
—Vuelvo
en cinco minutos.
Se
marcha. La habitación se queda sin su luz. Aprieto los párpados con fuerza. El
corazón se me desboca estremecido. Recién cuando logro escuchar sus pasos
acercándose, logro recuperar el ritmo de mi respiración, ahora agitada.
Aparece
con una gran bandeja portando dos platos con vegetales y dos vasos gigantes con
jugo de piña. Logro ingerir algunos bocados. Después alejo el plato de mí y
vuelvo a recostarme. Me siento exhausta. Noa aleja la bandeja y también se
recuesta. Cerca, pero procurando que su
piel no roce la mía. Me percato del detalle y suspiro profundamente. Necesito que
así sea.
Nos
quedamos mucho tiempo así. En silencio. Su respiración es una pausa, entonces me
atrevo a cerrar los ojos y duermo toda la noche.
Despierto
con el tenue sol del alba. Me pongo una bata y bajo las escaleras. Llego hasta
la cocina. Al verme, Noa me sirve una
taza del café que humea en la cafetera. Se la recibo. Me pregunta si quiero
comer algunas galletas. Asiento con el rostro-descansar me ha abierto el
apetito-Después me toma la mano muy despacio y me conduce hasta el jardín. Nos
ubicamos en los sillones de la galería. El cielo está azulado y destella una
belleza oceánica que me roba un suspiro. A media mañana, ya más recuperada, sé
que es imposible seguir postergando las palabras.
—Gracias—murmuro,
apretando los labios.
Baja
la mirada y suspira muy hondo.
—Gracias
a ti por dejarme acompañarte…
Tomo
algunos sorbos de café. Está hirviendo y me quema la garganta.
—No
puedo, Noa—hablo por fin, endureciendo mis labios.
—Lo
sé—me responde, después de algunos minutos.
—Quisiera…que
las cosas fueran de otra manera… pero no lo son—agrego, con los ojos húmedos y
la voz entrecortada—Necesito estar sola y pensar…
—Estas
haciéndote daño—afirma, mientras se pone de pie y se aleja algunos pasos—Y la
impotencia que siento es…un monstruo que me está matando…
—Estoy
haciendo lo que puedo—interrumpo, con seriedad
—
¿Realmente crees eso?
Me
pongo de pie y me alejo hacia el interior con pasos acelerados. Giro sobre mis
talones. Estoy desconsolada.
—
¡¿Acaso crees que no estoy intentándolo?!— Le grito, arrebatada por mis nervios.
—No—me
responde, con certeza—Estas encerrada, torturándote…
—
¡¿Y qué quieres que haga?! ¿¡Qué juguemos al cuento de hadas y me fugue contigo!?
¿¡Qué me olvide de la noche a la mañana que acabo de enterrar a mi esposo
muerto de sobredosis!? ¿¡Qué borre de mi mente esa imagen tuya y mía
traicionando a Nick mientras él se asesinaba en una puta habitación de hotel!?
¡¿Eso quieres que haga Noa?! ¡¿Eso me pides!?
—
¡Estoy pidiéndote que dejes de castigarte por algo que no ocasionaste! Nick
eligió su camino al igual que tú elegiste el tuyo… él prefirió hacerse daño, tú
elegiste el amor…
—No
me hables de amor ¡No lo hagas!
—Tú
y yo nos amamos… ¿acaso te vas a atrever a negarlo?
En
dos zancos estoy frente a una etiqueta de cigarrillos semi vacía que descansa
sobre la barra. Me tiemblan los labios pero logro encender uno.
Aspiro
con fuerza. Estoy en silencio. No quiero responder.
—Lo
que sentimos no es amor...—sentencio al fin y al hacerlo me duele el pecho.
—No
hables de lo que yo siento…—Responde. Camina hasta el sofá y se desploma.
—Perdóname—le
digo y exploto en llanto— ¡No puedo! iSi
realmente me amas, déjame sola!...Necesito encontrar la manera de olvidar, de
seguir adelante..
—No
me pidas eso, por favor…
Aprieto
los párpados.
—No
tienes que olvidar—continúa—Uno debe curarse las heridas para poder seguir
adelante y sólo el amor tiene ese poder Sofía…
—Por
ahora no puedo hacer otra cosa—concluyo, sin poder vencer las lágrimas.
Nos
quedamos algunos minutos en silencio.
—Mi
vuelo sale mañana a las cinco de la tarde. Vuelvo a Londres—agrega, y se pone
de pie—Sé que no vendrás pero voy a buscarte entre la gente.
—No
voy a ir, Noa—le respondo, ahora de espaldas, abstraída en la nada.
—Lo
sé—contesta, con dolor en su voz
Suspiro
muy hondo, mientras por el reflejo del vidrio contemplo su silueta alejarse de
mí. Quiero salir corriendo y aferrarme a sus brazos pero aprieto los dientes y
freno mis impulsos.
—Siempre
voy a cerca de ti. No lo olvides, siempre…hasta que vuelvas...
Sus
palabras se quedan levitando en el aire mientras el ruido seco de la puerta
retumba en mis tímpanos. Entonces, la casa cruje a mí alrededor y se vuelve un
acorazado. Una bestia gigante que me verá deambular como un alma en pena,
perdida en la inútil cruzada de entender por qué…
Fotografía: Peter Lindbergh
Cartas para Noa se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
lunes, 12 de agosto de 2013
Nueve musas es una dama que me deleita con sus silencios ancestrales.
De a ratos me abandona en abismales paisajes, entonces lloro
su ausencia y rezo por su retorno como si fuera una novia blanca que sin querer
me ha olvidado…
Aquellos que me conocen saben que soy una niña de corazón
gigante que sueña poesía; aquellos que no me conocen sabrán, sin duda alguna,
que vivo deliciosamente cautiva en el corazón de mis musas y en la filosa
intensidad de sus miradas que son de otro mundo.
Gracias, infinitas gracias por tanto “caos” my fairy Lady, y
que sea tu viaje, un buen viaje, como siempre…
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viernes, 9 de agosto de 2013
Estimados amigos, hola a todos! Les pido disculpas por la demora en subir los últimos capítulos de "Cartas para Noa". El lunes 12 de Agosto la revista Nueve Musas tiene que estar on line...y se me ha complicado un poco el tiempo. PROMETIDO para la semana que viene los momentos finales, completo y sin pausas!! Gracias a todos, los abrazo con el corazón y que sea un bello viernes de Agosto para todos.
lunes, 5 de agosto de 2013
Cartas para Noa ( 15 )
El humo de mi cigarrillo se contornea salvaje entre los
destellos que a contra luz proyectan mi
cuerpo despojado de todo, mientras envuelta en un profundo estado de ensoñación
contemplo los ojos cerrados de Noa soñando esos universos nuevos que me
convida, cada vez que se funde conmigo en un abrazo que no tiene límites.
Recorro la línea de su cuerpo con la yema de mis dedos y
durante algunos minutos me atrevo a soñar una vida a su lado. Me atrevo a
despedazar ese “mito ideal” en el cual quise convertir mi existencia, me
desarraigo de la endemoniada frase “estar a la altura de las circunstancias”
que me ha perseguido por tanto tiempo y sostengo en mi mente una pregunta que a simple
vista está revestida de las más pura sencillez pero que en el fondo significa
nada más y nada menos que girar 360 grados en dirección contraria a los vientos
que soplan en mi vida: ¿y por qué no? …¿por qué no, Sofía?—pienso y se me
explota el pecho en una bocanada de aire fresco.
Estrello el cigarrillo en un cenicero sobre la mesa de
noche y me acurruco en la tibieza de su relajada anatomía. Ya he llorado lo
suficiente entre sus brazos; ahora siento que levito sobre las nubes negras que
chillan furiosas y amenazantes desde hace tres días sobre el cielo de Miami.
Suspiro profundo, quisiera diluir la pesada angustia que me
devasta sin darme tregua. Quisiera creer que “volver” será suficiente para borrar
el destiempo. Quisiera dejar de temer esa imagen de mamá frente a
mí…olvidándome y ésta vez para siempre.
Acomodo mi garganta. Las palabras que antes me dijera Noa
en su intento por contenerme vuelven a mi mente: Sanar, siempre es el mejor de
todos los caminos.
―…Sanar, ayúdame a sanar, mi cielo—murmuro muy despacio,
apretando los párpados.
―solo si me dejas…—responde, acercando mi mano hasta los
latidos de su pecho.
―Claro que te dejo—respondo y sonrío satisfecha― ¿Cómo es
Avalon…?
—Mágico…
―Mágico…—repito y suspiro muy hondo―Necesito magia en mi
vida.
—Tú eres mágica—me dice con certeza—cada vez que sonríes y
sueñas con esos jardines encantados que te empecinas en dejar ir cuando es lo
más bello de tu alma…
Sonrío otra vez, deleitada por sus palabras.
―Cuando regresemos de Argentina hablaré con Nick. Te lo
prometo—le digo y me aferro a su espalda con más fuerza.
—No prometas, solo habla con él…
―Le diré que nunca esperé que algo así me pasara. Le diré
que desperté de repente y que el vacío de mi vida era demasiado pesado para
seguir sosteniéndolo. Le diré gracias, por todo, por su amor, por su tiempo,
por todas las cosas que hemos compartido, las buenas y las malas y le pediré
que pueda perdonarme…
―A la larga lo entenderá, lo sé—me asegura y yo aspiro su
certeza tratando de convencerme que así será.
―Debo irme—le anuncio de repente, mientras me
incorporo―tengo que ocuparme de localizar a Nick; seguramente está tapado de
trabajo y ha olvidado cargar el móvil…no sería la primera vez. ¿Vienes conmigo?
—Ocúpate de tu viaje y de hablar con Nick. Cenamos esta
noche. ¿Te parece?
―claro que si…también debo llamar a Florencia para saber si
llegó sin problemas…
— ¿ves? No tendrás tiempo para mí…―me dice con ironía
regalándome una tierna sonrisa.
—Siempre tendré tiempo para ti―le digo y beso sus labios
con dulzura.
Me visto sin prisa, mientras la tarde transmuta lentamente sus
grises sin sol.
El aroma a lluvia se
contornea como una novia blanca por las calles del Down Town, a medida que las
luces de mi auto rasgan el velo transparente que forman las gotas resbalándose
al unísono.
¿Por qué no, Sofía? La pregunta sigue dando vueltas en mi
mente y es tan deliciosamente sugestivo escucharla deambular en mi cabeza
sembrando posibilidades, que me resulta
inevitable concederle la autoridad para llevarse el denso herrumbre de mis estructuras.
Llego a la mansión más tarde de lo previsto-me he tomado el
tiempo para manejar en calma y detenerme en el puente de la avenida Causeway a
contemplar la bahía-
Cierro el portón automático de la cochera. Manoteo el móvil
y confirmo que el avión de Florencia haya aterrizado sin inconvenientes. Finalizo la llamada-no sin antes tener que
escuchar una perorata de “recordatorios” tan típica en Florencia.
Ingreso. La casa está vacía y sin un ápice de sonido. Me
estremezco; aunque estoy más que acostumbrada a la quietud de mi castillo, ésta
vez levita sobre la líneas del aire- casi estancado- un gélido silencio que
parece venir de otro mundo.
Enciendo las luces. Millones de formas difusas se dispersan
alborotadas al hacer contacto con las chispas destellantes.
Marco el número de Nick por décima vez: Usted se ha
comunicado con el móvil de Nick Moore, después del tono deje su mensaje- ¡¿a
dónde te has metido Nick?!—vocifero y estrello el móvil en el sofá.
Me dispongo a tomar una copa de vino cuando me sobresalta
el timbre.
Por una fracción de segundo siento a mis piernas
endurecidas sobre el cemento del piso.
Debo obligarme prácticamente a mover mi anatomía, entonces
frunzo el ceño sin comprender que sucede.
Abro la puerta.
— ¡Albert! ¿Qué haces aquí? ¿Está Nick contigo?...voy a
matarlo, hace días que intento comunicarme con él… ¿olvidó cargar el móvil otra
vez? Tú eres su mejor amigo y su socio…vamos… ¡deberías ayudarme a quitarle esa
maldita costumbre!
—Necesito hablar contigo—me dice Albert, con sus facciones
endurecidas.
Me deja sin palabras su rígida expresión; Albert Dawson es
el hombre más apacible que he conocido en mi vida.
— ¡Claro que sí! Pasa…
Él avanza primero.
Tiene las manos escondidas dentro de los bolsillos de su saco y camina pausadamente;
como si no quisiera seguir avanzando.
Mientras persigo la lánguida huella de sus movimientos,
intento dilucidar que puede tenerlo en semejante estado. Tal vez el negocio de
Nueva York no resultó como esperaban. O alguna mala maniobra los ha puesto en
riego…sacudo el rostro. Nick no hace “malas maniobras”.
— ¡¿Qué sucede Albert!?—vocifero, sin poder contener ya la
incertidumbre.
—Siéntate, Sofi.
Giro sobre mis talones y obedezco su pedido,
involuntariamente.
— ¿Nick está problemas? ¿Regresó contigo?—lo interrogo, con
urgencia.
— Nick murió, Sofía.
El estallido de un trueno explota sobre el firmamento de
Coral Gables y me ensordece durante varios segundos. Detrás del sonido me
pareció escuchar que Albert decía: Nick murió, Sofía.
Aprieto los labios.
—Lo siento, no sé cómo decirlo de otra manera….
— ¿De qué hablas Albert? ¿Decir qué?
—Sofi...Sé que es difícil…
— ¿¡De que estás hablando Albert!?
El fragor de la estampida deja de taladrar por fin en mis
tímpanos, entonces la frase retumba con diáfana claridad en toda mi mente…Nick
murió. Sofía.
Me llevo ambas manos a la boca.
Me acabo de congelar. Acabo de quedar inerte. Sin aire y
sin latidos.
Sacudo el rostro y respiro hondo.
— ¿Nick está contigo o tomará el próximo vuelo? Debo hablar
con él lo antes posible. Tenemos que viajar a Argentina cuanto antes, mis
hermanos internarán a mi madre en una institución…le diagnosticaron Alzheimer…
—Sofi…
— ¡Qué Albert! ¡Qué sucede!
—Nick murió, ésta mañana en la habitación de un hotel…
Otra vez, su frase se queda resonando en mi cabeza.
Parpadeo varias veces y me quedo silente. Con la mirada clavada
en el blanco cortinado del ventanal que se mece como un fantasma.
—…Sufrió una sobredosis de heroína y alcohol.
Me incorporo furiosa y exploto en una sarcástica carcajada.
— ¿Sobredosis de heroína? ¿Nick? ¡Lo conoces de toda la
vida Albert, eso es imposible!
—Nick era adicto a la heroína desde hace 5 años Sofí. Me
pidió que lo acompañara a Nueva York, a una clínica de rehabilitación…quería
dejarlo, por ti…por ustedes…no quería seguir mintiéndote…
—Albert...de que hablas por dios…
—Lo siento, debí decírtelo pero le jure que jamás lo
haría…cuando me pidió que lo acompañara tuve la esperanza que ésta vez lograría
dejarlo por eso accedí…lo llevé hasta ese lugar, se lo veía tan decidido…pero
no se qué sucedió, se fue…lo llamé mil veces, lo rastreé por todo Nueva York…cuando
lo encontraron solo tenía la tarjeta de la clínica en un bolsillo, ellos me
avisaron… la gente del hotel lo encontró sin vida.
Miro hacia los costados. Las sombras de mi laberinto se
reúnen unas con otras ensamblando una muralla. Desde lejos, la rojiza mirada de
mi futuro carcelero no deja escapar ninguno de mis movimientos. Me sigue con su
ojo febril y me aguarda, agazapado en la negrura de las tinieblas.
Sin darle muerte a la bestia, sin llevar a cabo su proeza,
mi príncipe…mi Teseo…se fugó mientras yo dormía sobre la tibia arena de Naxos…me
abandonó cuando tenía entre mis manos la posibilidad de liberarnos…mientras yo
me perdía en otros brazos, mientras yo amaba más a otra persona…
— Estás diciéndome que mi esposo era adicto a las drogas y
yo no lo sabía…
—Lo siento…no sabes cuánto lo siento. Le hice una promesa y
no podía romperla, Nick Jamás hubiera soportado que tú o su padre se enteraran
de esto…
—Y ahora está muerto Albert…
Mi cuerpo se desvanece y me quedo de rodillas en el piso. En
mi interior transcurre el apocalipsis. El fin de los tiempos. Un Armagedón que
mezcla el más punzante dolor con la ira y el desconsuelo.
Siento que hay millones de lágrimas esperando ahogarme, millones
de silencios esperando despedazarme. Ahora solo puedo callar. Ahora no puedo
pensar en nada. Ahora soy una piedra inmovilizada de espanto; una hoja que ha
quedado congelada en un espacio de tiempo en el que todo se ha detenido y en
dónde solo yo continuó respirando a duras penas.
—Le pedí a la policía que me dejara hablar contigo, no
quería que te enteraras por teléfono—continúa
Albert; y yo solo observo sus labios
moverse, secos y temblorosos—Debes viajar a Nueva York ésta noche a reconocer…el
cuerpo. Ya me ocupé de todo. Sólo tenemos que irnos…
Intento moverme pero
no lo consigo. Albert llega hasta mi lado y me ayuda a incorporarme. Yo me
desvanezco otra vez. No tengo autonomía sobre mis músculos. Él me sujeta con
fuerza aprisionándome en un abrazo al cual no tengo reflejos para responder.
— ¿Tienes lo necesario en tu cartera? ¿Te busco algo más?
No respondo.
Se aleja hasta mi bolso y lo aprieta entre sus dedos.
— ¿Tú ID está aquí adentro Sofi?
Asiento con el rostro. Creo que entendí lo que acaba de
preguntarme.
—Te buscaré un abrigo….
Lo veo alejarse por las escaleras a pasos agigantados.
Quiero obligarme a reaccionar de alguna manera pero solo me
quedo allí. En la misma baldosa en la que Albert me puso de pie.
Aprieto los parpados. La figura de Nick muriendo en esa
solitaria habitación de hotel me golpea el pecho y me sacude sin piedad.
¿Será que en realidad fui yo la que se fugó dejándolo
dormido en la soledad de esa isla?
Albert regresa apresurado y me conduce, tomándome del brazo,
hasta la puerta.
A medida que avanzamos hasta el auto, cada uno de mis pasos
agrietan el suelo de nuestro palacete que nunca fue más que puro plástico.
Tres horas más tarde el avión aterriza en el aeropuerto de
Nueva York. Durante el vuelo Albert realizó algunas llamadas y al descender nos
aguarda un auto de la policía junto a Victoria, la esposa de Albert.
La mujer me toma de las manos y me besa la mejilla, sin
poder esconder sus lágrimas.
—Lo siento tanto, Sofía…me dice, con una expresión de dolor
en las líneas de su cara.
Un oficial de la policía se acerca también y después de dar
la condolencias de rigor me pide que lo acompañe. Sin despegarse un segundo de
mi lado, Albert ingresa conmigo al interior del vehículo.
— ¿Prefieres descansar un poco antes Sofi? Puedo hablar con
ellos…
Sacudo el rostro-ninguna palabra quiere salir de mi boca-
La madrugada de Nueva York exhibe sus oscuras criaturas
ante mis ojos desorbitados en un punto fijo hacia la nada.
El edificio de la morgue policial se manifiesta como un
Hades de ennegrecida túnica y nos devora impetuosamente mientras avanzamos
entre sus entrañas.
Los blancos pasillos de lívidos azulejos grisáceos me
sofocan y debo aspirar muy hondo. El aire enrarecido de formol me raspa la
garganta entonces reacciono durante intervalos que expiran en pocos segundos.
Llegamos a una sala. Su pesada puerta de aluminio parece
los cerrojos del tártaro. El oficial de policía cruza algunas palabras con
Albert.
— ¿Prefieres que ingrese yo solo Sofía?
Giro el rostro y enfoco sus rasgos demacrados. Abro los
labios.
—Quiero verlo, Albert.
La silueta de un cuerpo debajo de una sábana blanca reina
silencioso bajo la luz de una lámpara lúgubre. Albert se aferra a mi brazo con
fuerza, presiento que ahora es él quien está a punto de perder la soberanía de
sus músculos. Aprieto los dientes y lo sostengo, a duras penas.
El hombre de uniforme se acerca y con un gesto nos consulta
si es el momento.
Ninguno de los dos responde.
El hombre entonces, respetuoso y comprensivo, hace un paso
hacia atrás soltando la tela blanquecina.
Algunos minutos después, sin decirnos nada, ambos fijamos
nuestra mirada hacia el oficial que responde inmediatamente. Se acerca y con un
solo movimiento descorre el velo que oculta el rostro de Nick.
Es Albert quien habla confirmando su identidad.
—Es él, oficial—lo escucho decir, entonces agudizo la
mirada y la dejo clavada en su semblante sin vida. Y me quedo contemplando su
pelo desordenado y el azul de sus ojos, ahora apagado, resplandece otra vez en
mi memoria, como esas velas flotantes que decoraban el agua de la piscina esa
noche cuando lo vi por primera vez y me enamoré de su silencio.
Es él…oficial. La frase es un verdugo. Un demonio fatal que
me apuñala y hace explotar un puñado de lágrimas que son ácido y me queman
desde adentro.
—Yo me ocuparé de todo, Sofi. No quiero que te preocupes
por nada. —Me dice Albert, mientras sostiene mi mano.
— ¿Jeff lo sabe?—balbuceo en voz baja.
—Sí. Esta viajando desde Río de Janeiro.
Un hombre canoso de camisa blanca y corbata descolorida se
acerca hasta nosotros.
—Señor Dawson… ¿podría hablar con usted por favor?
Albert se incorpora. Mira a Victoria que ahora sí nos
acompaña entre las cuatro paredes de una desolada oficinita y se aleja con él.
Victoria sostiene mi mano. De vez en cuando la aprieta muy
fuerte entonces vuelvo en sí y dejo de deambular por valles sin norte.
Mi teléfono móvil suena desde la cartera.
—Ha estado sonando…no sabía si atender…—me dice Victoria,
apesadumbrada.
Abro el bolso. Tomo el teléfono entre mis manos
temblorosas. Miro la pantalla. Es Noa.
Aprieto los párpados, casi con furia, a continuación corto la llamada…
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