Abro
los ojos lentamente. Mis párpados son dos cepos que no le permiten a la luz
hacer contacto con mis pupilas agrietadas.
-Soy
una doncella muerta que levita sobre la filosa quietud del alba que me recibe
con sus destellos de colores ocres- Ha dejado de llover y el aire de la fresca
alborada penetra en mi silencio como una guadaña de hoja oxidada que sin reparo
rasga mi piel ahogada en pena.
La
casa retumba murmullos que reptan por cada uno de sus rincones. Lamentos,
sollozos…palabras lastimadas que no consuelan.
Mi
tristeza es un eclipse. Soy una dama de Shalott que navega a la deriva…
Albert
entra en mi habitación ahogada en penumbras. La falta de descanso me tiene
abombada, casi sin poder hilar una frase que resulte coherente. Me consulta si
necesito algo. Le respondo que no, sacudiendo el rostro. Abajo, en la sala, el
cuerpo de Nick descansa en su lecho color caoba.
Fue
necesario que subiera a refugiarme en uno de los pasadizos de mi torre; Jeff, a
merced del dolor, aventó sobre mí una punzante perorata de reclamos. Estoy desvalida entre las cuatro paredes de mi
habitación gigante.
Mi
celular está en silencio pero puedo ver, cuando se enciende la luz de su
pantalla, que no cesan de llegar mensajes y llamadas que se pierden. Quisiera
tener fuerza para incorporarme y escuchar alguna voz familiar que del otro lado
me haga sentir que no está mi barca a punto de zozobrar, pero mi cabeza es un
cambalache de emociones y pensamientos indefinidos de los cuales no logro liberarme.
¿Cómo
es que no lo sabías, Sofía? ¿Cómo es que no estabas al tanto que tu esposo, mi
hijo, estaba sufriendo de esa manera? ¿A dónde estabas cuando mi Nick restaba
días de su vida?
Las
palabras de Jeff son veneno.
¿A
dónde estabas, Sofía?…
Ahora
es Victoria la que irrumpe mi santuario de embestidas implacables.
—Sofía…cariño…tu
hermana está al teléfono. Por favor, habla con ella.
Me
aferro a la frialdad del aparato como si fuera un salvavidas en medio del mar
muerto y quiero hablar pero exploto en lágrimas que se resbalan por sus líneas obtusas.
―Sofi…cuanto
lo siento, no sabes cuánto lo siento…
Su
voz se queda haciendo eco en mis tímpanos. Abro los labios. El corazón se me
acelera y se comprime en una aguda puntada.
Intento
salir al cruce del aluvión de vocablos que quieren explotar de mi boca pero no
puedo y le aviento un sinfín de demandas sin sentido que no calman el ardor de
mi herida….tu profecía y la de mamá está cumplida…
Finalizo
mi prédica asfixiada en lágrimas; estrellando el teléfono contra la pared.
Me
levanto enfurecida y camino alterada de lado a lado para después caerme de
rodillas sobre las gélidas baldosas del piso.
—
¿¡Porque lo hiciste!? …maldito cobarde… ¡cobarde!―vocifero, enfurecida.
Vuelve
a ser Albert, el apacible Albert Dawson, el que me escolta sosteniéndome del
brazo horas después, cuando la caravana de autos arriba a las instalaciones de
Pinewood Cementery.
La
frondosa arboleda nos resguarda del sol que
acaba de vencer el manto grisáceo de las nubes y ahora reina incauto. El sermón
del párroco se extiende por más de una hora. Sesenta minutos en los cuales no
aparto la mirada del rostro silencioso de mi príncipe y no puedo evitar pensar
en nuestros días de jóvenes anhelos cuando aún no habíamos sido devorados por
esa brea contraria al amor que todo lo corroe.
De
repente, una mano cálida me aprieta el hombro con fuerza. Giro la mirada. Mis
ojos empañados descubren el rostro de Marcelo junto a Greta y a Ricardo, entonces me estrello entre sus brazos.
Inevitablemente,
sus presencias son un oasis en medio del
devastador desierto.
Aferrada
a su tenaz asistencia me estremezco con cada sorbo de tierra que se lleva una
parte de mi vida, así sin más, como si se tratara de una hoja que ha decidido
perderse en las líneas del viento.
Llegamos
a la casa junto a varios parientes y amigos de Nick que deciden prolongar la
despedida. Yo sólo quiero encerrarme en mi habitación y dejar que los días se
diluyan en el tiempo. Lo hago. Marcelo y
mis tíos se ocupan de ser los
anfitriones de la sala fúnebre.
Cerca
de las 9 de la noche el mutismo de la casa es prácticamente total. Solo se
escuchan algunos pasos ajetreados yendo y viniendo de la cocina a la sala.
No
sé cuánto tiempo transcurre desde que decidí apoltronarme en mi alcoba hasta
que Marcelo interrumpe mi ensoñación, sentándose a mi lado.
—Te
traje algo de comer Sofi…
—No
tengo hambre—balbuceo, con los labios apretados.
—Tienes
que comer, linda y lo sabés.
—Sí,
lo sé, pero ahora no puedo probar un bocado…
—
¿Si la dejo sobre la mesa de noche me prometes que intentarás comer?
Asiento
con el rostro, mientras se me resbala una lágrima.
—Gracias
por venir, Marce—le digo y aprieto su mano.
—No
me agradezcas.
—No
sé cómo voy a hacer para seguir adelante…me siento tan culpable, tan sola…tan…
—Vos
no tenés la culpa de nada de lo que pasó—me interrumpe—Nick estaba enfermo y se
encargó de ocultarlo durante años…
—Yo
debí sospecharlo.
—Sé
que en este momento es difícil y que querés hacerte responsable…
—No
sé cómo voy a hacer para perdonarme…para perdonarlo…
—
Solo con el tiempo, Sofi—me dice y aprieta mi mano.
Cierro
los párpados con fuerza. No estoy segura que Marcelo tenga la razón.
-El
tiempo es sólo una maldita anestesia. Pienso y aparto su mano de la mía para
volver a esconder mi rostro en la soledad de la almohada.
—Quisiera
saber cómo ayudarte…
—No
puedes. Nadie puede—murmuro, con la voz entrecortada.
—Ven
conmigo a Brasil. Te hará bien estar lejos de todo esto por un tiempo—me dice, recurriendo
a un tono que suena esperanzador.
Me
incorporo y me acurruco entre sus brazos.
—No
puedo irme, Marcelo. No puedo…
Él
responde a mi abrazo y también deja escapar algunas lágrimas.
—
¿Hasta cuándo, Sofía?
No
respondo. No tengo la respuesta.
—No
voy a dejarte sola en esta casa—agrega y seca sus lágrimas imperiosamente.
—Te
pido por favor que lo hagas. Necesito encontrarle respuestas a lo que pasó…
—Hay
cosas que simplemente no la tienen, Sofí. Son lo que son, y nada más. Todo
sucede por una razón…
—Entonces
debo encontrar esa razón—respondo, con firmeza.
Varios
días después mis tíos lograrán entender mi pedido a regañadientes y se
marcharán a Hawái, con la promesa de regresar- la cuál cumplirán sin
excepciones, una vez al mes- y un avión conducirá a Marcelo lejos de la frialdad
de mi Atalaya, sin saber ninguno de los dos, que habrían de pasar cuatro
interminables años antes de volver a encontrarnos.
Lentamente
me desplazo entre los largos laberintos concéntricos de mi morada. Parece que
floto como un fantasma desahuciado que intenta hacerse invisible a la mirada de
ese testigo implacable que, agazapado entre las sombras, me recrimina constantemente
y a cada hora cada uno de mis actos. --Sucede
que aún no he podido encontrar un minuto de sosiego para tratar de rescatarme
de semejante silicio-
Al
cabo de un mes, las llamadas de Noa dejaron de aullar imperiosas en mi teléfono
celular. Supuse que por fin había comprendido que debía abandonarme también en
la fría arena de Naxos; al fin y al cabo, yo no era más que esa desesperada
doncella dejada en este páramo marítimo en dónde no habría Dionisio que viniera
a tejer en el firmamento ninguna Corona Borealis. No para a mí.
Estoy
sola…—Pienso, mientras sorbo la última copa de la segunda botella de vino.
Los
espectros de mi vida maltrecha me asolan aún más cuando pierdo la cordura tras
los efectos del alcohol pero no los resisto; al contrario, los dejo arremeter
contra mí para recordarme que dejé morir a mi padre en soledad, a Nick en el
silencio, a mi madre en vida…
Repentinamente,
caigo en la cuenta que el timbre suena incesantemente
y sin ninguna intención de dejar de hacerlo hasta que interrumpa su chirrido
con mi intervención. Me incorporo a duras penas. Estoy mareada, descompuesta. Abatida.
Encaro
hacia las escaleras para esconderme una vez más en mi desprolija habitación
pero entonces el pecho se me comprime en un estruendo y la imagen de Noa
coloniza todos mis sentidos. Sacudo en rostro. Tal vez por mi estado o por mis
ganas inconscientes de darme un respiro es que freno mis pasos y prácticamente
corro hasta la puerta.
El
impulso es certero. Noa está en el descanso, con el rostro visiblemente
demacrado y miles de lágrimas desparramadas por sus mejillas.
No
puedo evitar quebrarme en millones de pedazos frente a su presencia y caigo de
rodillas al piso, entonces sus brazos me detienen y me aprisionan, rescatándome
del vacío. Durante algunos segundos intento zafarme de su contención pero me
desplomo rendida y finalmente me entrego a su dulce consuelo.
Abro
los ojos. Estoy acostada en mi cama, usando ropa limpia y con mi piel oliendo a
miel. El ventanal está abierto de par de par. La brisa fresca del ocaso penetra
benevolente cabalgando por las partículas del aire, entonces respiro muy hondo
y dejo que mis pulmones se deleiten con su reparadora caricia.
Agudizo
la mirada. Noa está a mi lado.
—Preparé
una ensalada… ¿me acompañas?
No
tengo deseos de comer pero todo en mi interior me grita que debo alimentarme.
—Solo
un poco—balbuceo, no muy convencida.
Noa
sonríe, dulcemente.
—Vuelvo
en cinco minutos.
Se
marcha. La habitación se queda sin su luz. Aprieto los párpados con fuerza. El
corazón se me desboca estremecido. Recién cuando logro escuchar sus pasos
acercándose, logro recuperar el ritmo de mi respiración, ahora agitada.
Aparece
con una gran bandeja portando dos platos con vegetales y dos vasos gigantes con
jugo de piña. Logro ingerir algunos bocados. Después alejo el plato de mí y
vuelvo a recostarme. Me siento exhausta. Noa aleja la bandeja y también se
recuesta. Cerca, pero procurando que su
piel no roce la mía. Me percato del detalle y suspiro profundamente. Necesito que
así sea.
Nos
quedamos mucho tiempo así. En silencio. Su respiración es una pausa, entonces me
atrevo a cerrar los ojos y duermo toda la noche.
Despierto
con el tenue sol del alba. Me pongo una bata y bajo las escaleras. Llego hasta
la cocina. Al verme, Noa me sirve una
taza del café que humea en la cafetera. Se la recibo. Me pregunta si quiero
comer algunas galletas. Asiento con el rostro-descansar me ha abierto el
apetito-Después me toma la mano muy despacio y me conduce hasta el jardín. Nos
ubicamos en los sillones de la galería. El cielo está azulado y destella una
belleza oceánica que me roba un suspiro. A media mañana, ya más recuperada, sé
que es imposible seguir postergando las palabras.
—Gracias—murmuro,
apretando los labios.
Baja
la mirada y suspira muy hondo.
—Gracias
a ti por dejarme acompañarte…
Tomo
algunos sorbos de café. Está hirviendo y me quema la garganta.
—No
puedo, Noa—hablo por fin, endureciendo mis labios.
—Lo
sé—me responde, después de algunos minutos.
—Quisiera…que
las cosas fueran de otra manera… pero no lo son—agrego, con los ojos húmedos y
la voz entrecortada—Necesito estar sola y pensar…
—Estas
haciéndote daño—afirma, mientras se pone de pie y se aleja algunos pasos—Y la
impotencia que siento es…un monstruo que me está matando…
—Estoy
haciendo lo que puedo—interrumpo, con seriedad
—
¿Realmente crees eso?
Me
pongo de pie y me alejo hacia el interior con pasos acelerados. Giro sobre mis
talones. Estoy desconsolada.
—
¡¿Acaso crees que no estoy intentándolo?!— Le grito, arrebatada por mis nervios.
—No—me
responde, con certeza—Estas encerrada, torturándote…
—
¡¿Y qué quieres que haga?! ¿¡Qué juguemos al cuento de hadas y me fugue contigo!?
¿¡Qué me olvide de la noche a la mañana que acabo de enterrar a mi esposo
muerto de sobredosis!? ¿¡Qué borre de mi mente esa imagen tuya y mía
traicionando a Nick mientras él se asesinaba en una puta habitación de hotel!?
¡¿Eso quieres que haga Noa?! ¡¿Eso me pides!?
—
¡Estoy pidiéndote que dejes de castigarte por algo que no ocasionaste! Nick
eligió su camino al igual que tú elegiste el tuyo… él prefirió hacerse daño, tú
elegiste el amor…
—No
me hables de amor ¡No lo hagas!
—Tú
y yo nos amamos… ¿acaso te vas a atrever a negarlo?
En
dos zancos estoy frente a una etiqueta de cigarrillos semi vacía que descansa
sobre la barra. Me tiemblan los labios pero logro encender uno.
Aspiro
con fuerza. Estoy en silencio. No quiero responder.
—Lo
que sentimos no es amor...—sentencio al fin y al hacerlo me duele el pecho.
—No
hables de lo que yo siento…—Responde. Camina hasta el sofá y se desploma.
—Perdóname—le
digo y exploto en llanto— ¡No puedo! iSi
realmente me amas, déjame sola!...Necesito encontrar la manera de olvidar, de
seguir adelante..
—No
me pidas eso, por favor…
Aprieto
los párpados.
—No
tienes que olvidar—continúa—Uno debe curarse las heridas para poder seguir
adelante y sólo el amor tiene ese poder Sofía…
—Por
ahora no puedo hacer otra cosa—concluyo, sin poder vencer las lágrimas.
Nos
quedamos algunos minutos en silencio.
—Mi
vuelo sale mañana a las cinco de la tarde. Vuelvo a Londres—agrega, y se pone
de pie—Sé que no vendrás pero voy a buscarte entre la gente.
—No
voy a ir, Noa—le respondo, ahora de espaldas, abstraída en la nada.
—Lo
sé—contesta, con dolor en su voz
Suspiro
muy hondo, mientras por el reflejo del vidrio contemplo su silueta alejarse de
mí. Quiero salir corriendo y aferrarme a sus brazos pero aprieto los dientes y
freno mis impulsos.
—Siempre
voy a cerca de ti. No lo olvides, siempre…hasta que vuelvas...
Sus
palabras se quedan levitando en el aire mientras el ruido seco de la puerta
retumba en mis tímpanos. Entonces, la casa cruje a mí alrededor y se vuelve un
acorazado. Una bestia gigante que me verá deambular como un alma en pena,
perdida en la inútil cruzada de entender por qué…
Fotografía: Peter Lindbergh
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