Rachel no es un fantasma.
Es un espíritu - ¿o acaso es un ángel?-
Es el espíritu de una mujer que Leopoldo amó…en otra vida.
“Recolectores de
sueños” será la frase que elijo para comenzar. La metáfora es del director y se
la pido prestada para desentrañar desde allí el nudo de éste poema que el argentino
Eliseo Subiela escribió y dirigió allá
por el año 1995.
-Por aquellos días Terry Gilliam nos maravillaba con su
épica de 12 monos, Alex de la Iglesia nos deleitaba con la maestría de su día
de la bestia y Woody Allen nos conquistaba, una vez más, con su poderosa
Afrodita-
Pero el sublime director argentino iba a hacer algo
distinto; iba a recitar una obra maestra, y lo iba hacer a partir de una frase, de un pedido
cargado del más profundo y amoroso significado: No te mueras sin decirme a
dónde vas…
Es difícil hablar de una obra que no necesita intérpretes o
traductores. De una obra que habla por sí misma, más allá de toda su aparente
complejidad, a través de la más pura experiencia de los sentidos, del universo único y personal de la
abstracción.
Pero a fin de desafiar las imposibilidades y siendo
consciente que será necesario acuñar tal vez nuevos conceptos para abarcar lo
indefinible, me atrevo a confesar éstas
líneas.
Leopoldo es un hombre de barrio; trabaja como proyeccionista en un cine
agonizante de Buenos Aires. Lleva años
intentado construir una máquina capaz de grabar los sueños humanos. En el fondo de su casa tiene un tallercito en
el que inventa cosas. Leopoldo sueña con un gran invento que lo rescate de una
mediocre muerte anunciada.
-Todo comienza en New
Jersey, en 1885. Bajo la lluvia, un hombre acongojado asiste a las exequias de
su esposa. De vuelta en su residencia, solo y triste, medita y hace girar el
"zoetrope", un juguete de la época, precursor del cine. El hombre se
queda dormido. El hombre sueña. El sueño del hombre es un proyector de cine
actual que cargan y accionan unas manos. Cuando se proyecta la luz, el sueño de
ese hombre será la historia de Subiela, la cual
recitará como un Shakespeare; como el juglar de una oda al amor, a la
vida y a los misterios de la muerte-
Después de muchos intentos frustrados, Leopoldo logrará
rescatar en sus sueños-con su máquina ya puesta a punto- las imágenes de una
mujer vestida con ropa del siglo pasado. En esas imágenes la mujer está con un
hombre. A partir de allí, la dama antigua, que se ha presentado como Rachel y
lo ha llamado William como aquel personaje de la primera escena- colaborador de
Thomas A. Edison- será su compañía; le
dirá que fueron pareja en una vida anterior, y que en realidad vienen amándose
desde hace siglos, de distintas maneras y en distintas reencarnaciones. En la
última, Leopoldo, fue ese hombre del comienzo que soñaba construir una maquina
que pudiera captar imágenes en
movimiento, “imágenes que alivien, que liberen, que curen, imágenes que
devuelvan la esperanza... la maravillosa posibilidad de miles de personas
soñando el mismo sueño al mismo tiempo, la posibilidad de vencer la muerte.
Imágenes que permanecerán para siempre:
seres moviéndose, amándose, odiándose, metidos en una máquina que podrá
proyectarlos en una pantalla. Como una ventana por la que puedan echar a volar
los sueños liberados. Un preservador de sueños. Para que no se esfumen cuando
nos despertamos, cuando volvemos a la espantosa realidad.
Rachel le confesará que no se ha vuelto a reencarnar porque
tiene miedo a nacer. Miedo a los sufrimientos de la vida.
¿Podría ser que Rachel fuese un ángel? No un ángel mensajero
ni guardián ni guerrero, sino quizás ese ángel, emblematizado por Rilke: un
ángel que trae a la memoria la presencia de la muerte, pero para celebrar la
vida…porque ¿Qué hace este espíritu de mujer/ángel, si no mostrar la fragilidad
de la vida? ¿Qué hace Rachel, sino enseñar a Leopoldo a mirar con nuevos ojos
el porvenir de una existencia que se elige a sí misma en virtud de su amor?
¿Qué hace Rachel, sino orientar la mirada de Leopoldo hacia las infinitas
posibilidades de nuevos nacimientos? Rachel, espíritu femenino de presencia
angelical, dadora de luz desde una ausencia de lugar, es expresión de la nostalgia
de quien anhela su condición existencial. Y también es expresión del deseo de
vida y anuncio destinal ante la propuesta de Leopoldo por morir para reunirse
con ella en el otro lado, a lo que ella
responde: "ni se te ocurra, tenemos que encontrarnos en la vida... ya va a
ocurrir".
¿Es la muerte el final del camino?
Subiela nos ha dejado rastros de una inquietud vital por el
arte de la vida y el acontecimiento mágico del soñar. Porque, sueño o no, la vida es ese tránsito
camino a la muerte en el que, estos animales heridos que somos los mortales,
desafiamos el tiempo y morimos y renacemos y amamos y todo para seguir vivos.
Al final, en medio del inmenso mar de la ensoñación y sus
metáforas, descubriremos- si acaso hemos comprendido que el amor es el antídoto
ante lo perecedero- que la fragilidad de nuestra existencia, no es otra cosa
más que la urgencia de asegurarnos
fragmentos de inmortalidad traducida en pequeños instantes…
"No te mueras sin decirme a dónde vas" de Eliseo Subiela, película completa: http://www.youtube.com/watch?v=wu27s-mJHXU
Fotografía de Karol Bak
No he tenido tiempo de ver la película, pero me has intrigado con una reseña que vale por si misma. en cuanto pueda verla te prometo que voy a comentarte mi opinión. Mientras tanto voy a soñar con el amor.
ResponderEliminarMuy buena tu narración.
Gracias Alberto! ...no vas a arrepentirte; es una bella película. Es más te recomiendo todo el cine de Subiela, es exquisito. Gracias de nuevo...sigue soñando con el amor que forma parte del universo de esos sueños que valen la pena ser soñados.
ResponderEliminar