Ricardo es hermano de mi Madre y
vive con su esposa Greta en Miami desde hace 25 años. Ambos son mis padrinos y
ante el impedimento de tener hijos yo me convertí en algo así como un sustituto
al que regularmente envían regalos caros, raros y poco funcionales.
Jamás se
han olvidado de mi cumpleaños ni de los acontecimientos importantes en mi vida. Acabo
de terminar la secundaria y sin ser una alumna sobresaliente como Florencia o
como Marcelo, me las he arreglado a fuerza de puro carisma para sacar buenas
notas.
Yo saltó de alegría casi al
borde del desmayo mientras releo la carta―Debemos hablarlo con tu papá Sofía―me
sentencia mi madre desde el living, mientras telefonea a mi tía para corroborar
las noticias y las condiciones del regalo.
La dejo sumergida en sus
formalismos y corro desesperada hasta la habitación de Marcelo; él es el primero
que debe saberlo.
Florencia interrumpe nuestra
conversación y me avienta a la cara su pálida visión de la vida, como
siempre―Rogá que mamá te deje ir, sabés como piensa en eso de una mujer
viajando sola y al extranjero
Marcelo la mirada con desaprobación.
—Sólo digo la verdad y lo sabes.
Se excusa y se va sin antes
dejar flotando su aire derrotista.
―No le hagas caso, mamá va a
decir que sí, yo voy a tratar de hablarle, no te preocupes―Me dice con empatía—
Lo estrujo entre mis brazos y
confío ciegamente en su intervención.
Sin generar sorpresa en ninguno
de nosotros, mi Madre despliega durante la cena su abanico de negaciones.
Mi Padre ya está al tanto de la
situación y me lo hace saber con su mirada, casi neutra. Mamá mueve los labios escupiendo
cientos de miles de posibles riesgos y argumenta su negativa de manera elocuente
y brillante.Como siempre.
Ninguno interrumpe. La vorágine
de la “reunión” está pactada arbitrariamente de esa manera. Las normas son
claras e inapelables. Ella terminará su discurso y le cederá la palabra a mi
Padre que generalmente, no se atreve a desafiar las sentencias de semejante
dominatriz.
A ésta altura, yo no la escucho.
Solo observo el movimiento de sus labios pero sin interesarme en
decodificarlos. Ya he escuchado su homilía perniciosa demasiadas veces.
Mi padre toma la palabra y
Florencia entonces, con cierto aire de triunfo que hoy, después de tantos años,
lo atribuyo simplemente a la inocente envidia entre hermanas mujeres, me mira
de reojo y deja escapar una diminuta sonrisa que bien podría traducirse en “Te
lo dije”.
Pero entonces sucederá el
evento, uno de esos sucesos inesperados que irremediablemente tienen el
titánico poder de cambiar el curso de una vida para siempre. Rodolfo
Dejean, inflando el pecho, como si
buscara adentro de sus entrañas las fuerzas suficientes para contrarrestar el
batacazo, abre los labios y resueltamente dice: Yo estoy de acuerdo con el
viaje, Cristina. No veo porque no podría hacerlo. Ricardo y Greta han estado
esperando que terminara la secundaria para llevarla y sabemos de sobra que no
dejaran de cuidarla un segundo. Además, considero que viajar hace bien y creo que el descanso la impulsará
para comenzar la universidad como tiene planeado hacerlo—
El silencio es total, casi
fatal. La mirada atónita de mi Madre es ahora la verdadera protagonista de la
escena, la cual traspasa sus pupilas y se convierte en una presencia viva que
aplasta y devora.
Desafiada en su estructura,
Cristina Anderson se expone por primera vez ante nuestra expresión de bocas
abiertas y ojos desorbitados, a sacar de
la galera la resolución a semejante conflicto y salir airosa en el intento.
―Pero Rodolfo…es tan lejos y
además tendría que viajar sola—dice, apretando los labios con autoridad en un intento de no perder el control de la situación.
―Sus padrinos van a estar
esperándola en el aeropuerto— agrega mi padre con certeza—ni se dará cuenta que viaja sola por el
entusiasmo de llegar.
Casi derrotada, intenta buscar
alianza en Marcelo que cumpliendo con su promesa se suma a la aprobación de mi
Padre.No mira a Florencia
para darle la palabra y ella tampoco la pide, ambas saben, por ese lazo
invisible de afinidad que las une, que están de acuerdo.
Observo casi sin
moverme como mamá agarra el tenedor apretándolo sutilmente y come un bocado.
Ahora sí que ha caído en la derrota. La palabra de su esposo sumada a la de su
hijo varón refuerzan demasiadas creencias como para que intente salir a buscar
una segunda batalla.
Después de varios minutos, deja
el tenedor a un costado-con su característica elegancia- y finaliza la reunión
soltando su veredicto―Quiero que sepas que yo no estoy de acuerdo Sofía; sin embargo,
si tu Padre confía en vos y en este asunto…no voy a oponerme. Llama a tus tíos
y confírmales que irás.
Si algún mínimo lazo de unión
estaba latente entre nosotras, ese día se rompió en mil pedazos.
La alianza que formamos con
Marcelo y mi Padre me sentenció irremediablemente.Fue demasiado para una mujer como mi madre,
criada a la sombra inflexible de las tradiciones de sus ingleses padres,
haberla desafiado refugiada en el consentimiento de los masculinos de la casa.
Sentí que escribió una X encima
de mi nombre, una X que tiempo después transformó- sin saber el por qué- en una letra escarlata.
El avión aterriza en el Miami
International Aiport a las 8 y 30 de la mañana y apenas mis pies hacen contacto
con el suelo, inexplicablemente siento que Miami es mi lugar en el mundo.
Mis padrinos están esperando
como habían prometido y me reciben envueltos en una amplia sonrisa. Hace tres
años que no viajan a Argentina por lo que no escatiman en halagos acerca de
cómo he crecido y en lo hermosa que estoy.
― ¡Estamos felices que hayas
podido venir Sofi, te va a encantar Miami!— Me dice Greta, apretándome contra su
pecho.
—… Y créeme que la vas a pasar
de maravilla―agrega Ricardo, haciéndome sentir protegida en un círculo de amor
y ternura que prácticamente desconozco―Vamos a cargar el equipaje, no perdamos
más tiempo―continúa, tomándome de la
mano.
Emprendemos el viaje hasta su
casa. La camioneta que maneja Ricardo es una Land Rover color verde acerado que
me enamora al instante.
Comienza el recorrido a través
de la carretera MacArthur Causeway para llegar desde Miami al área de South
Beach.
El sol de a poco empieza a
desplegar su inclemencia caribeña y hace calor. Greta cierra los vidrios y
Ricardo enciende el aire. Lo hacen en una comunión de palabras sobreentendidas
que me deja mirándolos interactuar durante unos segundos, estoy
deslumbrada. Aunque siempre se han
comportado de la misma manera, jamás he prestado la debida atención; ahora,
lejos de todo, puedo ser testigo de esa tierna correspondencia sin interferencias.
―Después de 30 años de casados
no te queda más remedio que llamarle “comunión” Sofía―me dice mi madre cada vez
que yo pondero el matrimonio de mis tíos, y aunque tal vez tiene un poco de
razón, entre Ricardo y Greta hay otra cosa, algo que trasciende la frase
prosaica “ no te queda más remedio” y es tan evidente y transparente, tan
absolutamente distinto a la supuesta conexión que Rodolfo y Cristina se
esfuerzan por mantener aceitada; que
súbitamente empiezo, a partir de ese mínimo instante, a saber qué voy a
buscar del amor.
Cuando salimos del continente y
llegamos a las islas, mi corazón se paraliza de la emoción. El mar turquesa nos
abraza por doquier, decenas de palmeras se contornean al compás de la brisa
marítima, nubes que como algodones decoran el cielo celeste, aire puro y
renovador que percibo serpenteando por las calles…
Acabo de llegar a un nuevo
mundo. Un mundo que siempre ha estado esperando por mí.
El piso de mis tíos es un sueño.
Está ubicado a pocas cuadras de la playa, muy cerca de la Avenida Ocean Drive y
de la encantadora Lincoln Road; en ella, Ricardo y Greta son dueños hace 20
años de un importante multimarcas. Ya tengo preparada una
habitación provista de una cama grande, televisor, equipo de música, aire
acondicionado, libros, revistas y una computadora.
Todo desplegado para mi absoluta
comodidad.
Esa noche cenamos y ambos me
ponen al corriente de que soy dueña de ir y venir a la hora que desee, me
comentan un poco acerca de los riesgos del lugar, de la playa, de la noche y me
dan una llave, tanto de la casa, como de mi habitación.
La emoción que me invade no
tiene precedentes.
Después de las recomendaciones
me preguntan acerca de mis planes ahora que terminé la escuela secundaria. Les
respondo que ya tengo decidido que hacer y lo sé desde 2do año―Voy a estudiar
medicina―afirmo con resolución y sin poder evitarlo, me retrotraigo al momento decisivo de mi primer encuentro con
la muerte a la edad de once años, y se instala otra vez el estupor, la
desconocida magnitud de la tristeza; la mirada desorbitada de mi Padre ante la
pérdida de su Madre; fragor que se incrusta en mi pecho dejándome una huella
que será indeleble y que con el paso de los años transmutará en una necesidad
irrefutable; la necesidad de encontrar un significado al irremediablemente acto
de morir.
― Doctora Sofía Dejean
Anderson…―murmura mi tío explotando su rostro de orgullo―Felicitaciones Sofi,
es tu carrera, definitivamente―agrega Greta igual de conmocionada.
Esa noche descanso relajada como
si hubiera dormido entre almohadones de seda y mi corazón empieza a creer
realmente que mi sueño sí es posible.
El sol rebota en los vértices de la ventana. Miro el reloj que está encima de
la mesa de noche y me sorprendo al darme cuenta todo lo que he dormido.Son casi las 12 del mediodía.
Encima del escritorio de la
computadora hay una nota de mis tíos; me dicen que debieron salir a hacer unos
trámites, que pasarán por el negocio y que están llegando cerca de las 5―La
playa queda a unas 3 cuadras Sofi, sigue derecho por la Ocean Drive y llegas
seguro o si lo prefieres está la pileta.
—Esto es mejor de lo que
imaginaba—digo en voz alta y tengo ganas de gritar de la emoción.
Acomodo la habitación
rápidamente, armo una mochila y emprendo el camino –me he decidido por la
playa-
El sol calienta sin piedad, pero cientos de personas se movilizan a
través de la pintoresca Ocean Drive. Gente relajada y buena onda que
inmediatamente me contagia sin que pueda evitarlo.
La playa está atestada de
cuerpos bronceados.
El Mar brama con sus aguas
tibias y sus olas espumantes.
Nunca antes había visto el mar y
al hacerlo, me siento
embriagada de emoción; me convierto en una poetisa
extasiada por la belleza de ese manto añil y sus laberintos insondables.
Me
vuelvo una infanta griega que ha desembarcado en los primeros capítulos de su
magnífica odisea…
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