Resuena un bolero absurdo saturado de la
exquisita mugre del día y su ajetreo.
Anda enredándose en pasiones y furias, en
encuentros y desencuentros,
en muertes y resurrecciones de minutos fundiéndose
en la alegoría del tiempo.
Como una golfa desnuda coquetea mi ciudad con
la dama oscura y su guadaña, mientras le grita en los labios los últimos acordes de Septiembre.
En el aire levita una magia gótica, casi
sepulcral, que escupen sus calles disfrazadas de cemento, entonces, desde
lejos, a través de mi ventana, asisto a la eutanasia de las palabras no dichas que
aún deambulan en el éter sin destinatario…
Y grita la mujer gigante acobardada en las
penumbras de la noche y su sinfonía.
Grita el hombre pequeño ataviado de harapos,
susurrando promesas incompletas en el aura de la luna.
Grita el niño sin nombre, sobre los peñascos
de la soledad caótica de su infierno a la intemperie.
Gritan los azules a contraluz del reflejo que
empastan las estrellas en el suelo, dejando lágrimas transparentes sobre la
tierra que duele.
Gritan los amantes sin rostro, abandonados en
los caminos del olvido y las madres sin esperanza, atragantadas de paraderos difusos.
Grita la borracha nostalgia, en acordes
nocturnos, que se esconden en universos paralelos.
Grita la lujuria de ninfas sin paga, encarceladas en esquinas sin farolas y el asesino de finos puñales, a salvo, en la gula de sus demonios que dormitan.
Grita la lujuria de ninfas sin paga, encarceladas en esquinas sin farolas y el asesino de finos puñales, a salvo, en la gula de sus demonios que dormitan.
Grita y despotrica en feroces alaridos mi ciudad
de hielo y almas sin ropa; mientras yo atesoro en la tinta de mis dedos,
la mirada moribunda de Septiembre y el dulce silencio que dibujan sus poetas sin
alas…
Fotografía: Klaus Klambert
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