El puente de Granada Boulevard con su fachada añeja de
espeso verdor, se manifiesta ante mis ojos.
A lo lejos, la figura de Noa resplandece, mientras su
mirada expectante me distingue del ajetreo.
Desde la plataforma que se levanta pacífica sobre las
piedras de coral que bordean el pintoresco canal de Mahi Waterway, se ven las
tejas de mi atalaya centellando un intenso tinte bermellón y la blanca
envergadura del navío, silente y desierto.
Apago el motor. Mi celular vibra dentro mi bolso. Miro la
pantalla. Es Noa.
¿Ready to ride? Sonrío.
Con mis dedos impunes ante el intento de frenar mi ansiedad,
le escribo que me urge hacer unas llamadas para justificar mi ausencia del hospital.
Desciendo del auto y apresuro mis pasos.
El sol del mediodía ahora despunta sobre el reflejo del agua que estalla y se dibuja en el esqueleto del
pequeño muelle detrás de la casa.
No me resulta complicado, tal como esperaba, argumentar mi
retirada.
Entro en mi habitación y me despojo de la bata azulina
reemplazándola por unas bermudas y una cómoda remera sin mangas.
El teléfono fijo repica. Me detengo en el acto. Sé
perfectamente quien emite la llamada.
Durante algunos segundos me quedo anclada al cerámico
blanquecino del suelo.
En mi mente, una guerra se da lugar en esa mínima porción
de tiempo y es tan cruenta que tengo un nudo en el estómago.
Nick…—susurro y destrabo mis pies con dirección hacia el
aparato.
Levanto el tubo. La llamada se corta. Inmediatamente suena
mi móvil. Atiendo. Del otro lado, Nick me apabulla con un intenso monologo
relatándome el resultado de la firma del contrato, las características de la
propiedad que la empresa ha adquirido en Nueva York y reserva para el final la
cancelación de nuestra “escapada de unos días” argumentando la urgencia de
poner en funcionamiento las nuevas oficinas de Moore Real Estate Agency.
Me quedo en silencio. Durante todo el tiempo que llevamos
juntos jamás he logrado que cambie el rumbo de sus planes para estar conmigo; sin
embargo, vuelvo a intentarlo, respondiendo tal vez a un deseo inconsciente
de mitigar la culpa que muy dentro de mí palpita, amenazando estallar en
cualquier momento.
—Deja que Jeff lo haga, Nick. Que él se ocupe.
—Mi padre ya no tiene ganas de andar lidiando con éstos
buitres, cariño. Además este es mi negocio. ¿Sabes hace cuanto que papá sueña
con oficinas en Nueva York? Le encantará saber que manejo las cosas como él
solía hacerlo o incluso mejor. Es importante que me quede, Sofi. Te prometo que
estaré en casa lo antes posible…
Respiro muy hondo y aunque intento empatizar con su
alegría, no lo logro.
—Me tomé algunos días en el hospital. Creo que iré a
navegar—le informo sin rodeos y prácticamente de manera involuntaria.
— Suena muy bien. Me encanta—Responde, con un tono que
percibo casi al borde del desinterés. Aprieto los labios. En mi mente imagino
una escena fugaz en la cual lo veo dándose cuenta de lo que realmente está
sucediendo.
Me interrumpo. Soy yo la que me diluyo lentamente dejándome
sin posibilidades de volver atrás. ¿Acaso hay alguna cosa que pueda
reprocharle?
Abro los labios. Quiero decirle mil cosas. Quiero exigirle
que no me abandone en las fauces de lo imprevisible así como así; que
intervenga por “motus propio” y salga al cruce de mi “cliché hollywoodense”.
Quiero gritarle. Sacudirlo. Rescatarlo de esa brea sin
nombre que por años nos ha succionado hasta el alma en nuestro afán de estar a
la altura de las circunstancias.
Quiero hacer mil cosas pero ahogo mis palabras. Yo sé que
Nick no tiene intenciones de abandonar esta envergadura. Yo sé que Nick no
caería en las garras de ningún planteamiento existencial. Yo sé que es éste el
final feliz de su propia historia.
—Cuando regrese iremos a Hawái, visitaremos a Greta y a Ricardo, te lo prometo cariño…
—Claro. Hace mucho que no vamos—respondo—Sería lindo.
La línea retumba una abismal ausencia de lenguaje a través
de algunos minutos que se vuelven eternos.
—Lo prometo, linda—concluye.
Finalizo la llamada. ¿Será que sostengo entre mis manos el
hilo para abandonar el laberinto del cual Teseo, ésta vez, no quiere salir?
Estrujo mis párpados con fuerza.
De repente, Noa susurra mi nombre. Giro sobre mis talones.
Soy Eurídice levitando en el dulce arpegio de esa voz que viene a liberarme del
veneno de la soledad impensada.
Arrebato mi bolso del sofá y acometo impetuosa con
dirección al muelle.
El casco del “Sportfish Hatteras”, impecable y reluciente sobre la calma del
canal, aguarda silente—siempre en condiciones de uso debido a los cuidados de
Louis, uno de los tantos encargados de sostener la minuciosa prolijidad de city
beatifull—
Como una ágil amazonas, trepo a
la embarcación de un salto. Ingreso la llave y la hago girar. El motor brama. Respiro
profundo y traigo a mi memoria todas las instrucciones que en algún momento me
diera Ricardo.
Me sujeto a la manija horizontal del acelerador y pongo la
nave en reversa. Maniobro el volante con sutileza y en unos cuantos movimientos, estoy navegando.
El corazón me late desbocado. Dejo escapar una liberadora
carcajada de triunfo y avanzo despacio.
Noa me aguarda en las escalinatas que bordean el canal. Freno. Con
un brinco preciso está a mi lado luciendo una enardecida sonrisa.
—Let´s ride―le digo y acelero con rumbo hacia la bahía de
Biscayne.
El intenso sol se mezcla con la brisa templada saturando
mis hombros de un fulgor incomparable. Me siento rebosante de una felicidad que
sólo conocía en los paisajes de mi lejana adolescencia.
Le comento a Noa que nos detendremos algunas horas en la
bahía a buscar provisiones y que si está de acuerdo podemos instalarnos, aunque
sea una noche, en Boca Chita, una de las bellas islas coralinas del Parque
Biscayne.
Asiente.
—…Hay un faro desde el cual tienes las vistas más hermosas
del litoral. Es más bien un lugar de
picnic pero amo la tranquilidad de ese
pequeño Cayo. Sé que te va a encantar.
― ¡No lo dudo!
―Espero que cuando viaje a Londres tengas un tour
diagramado para dejarme sin palabras—agrego y suelto una risa despreocupada.
―Londres tiene una magia inusual. O lo amas o lo detestas.
O vuelves siempre o jamás quieres aterrizar de nuevo…pero sin lugar a dudas es
uno de esos sitios que no se pueden olvidar.
Yo nací en Somerset, al sur de Bristol, más específicamente
en Glastonbury, las tierras del rey Arturo y del Santo Grial… así que te
imaginaras que el sitio es puro encanto.
―Me imagino que debe ser muy interesante.
—Lo es. Muy místico y acogedor. A veces extraño el verde
fosforescente de sus colinas, la chispa en los ojos de la gente, los festivales
en Worthy Farm, el valle de Avalon…
― ¿Desde hace cuanto que no vuelves?—le pregunto,
intrigada.
―Casi dos años. Desde que se falleció mi abuela—el único
familiar importante que me quedó después de la muerte de mis padres―decidí
entonces ir a ver que tenía el mundo para ofrecerme…
— ¿Y? ¿Qué es lo que tenía para ofrecerte?
―Más de los que esperaba…sin lugar a dudas.
Llegamos a la bahía. Inmediatamente el espejo azulado de
sus aguas tibias nos encandila por completo. La recorremos un par de horas mientras nos agenciamos de lo necesario para
continuar el recorrido. Está cayendo la tarde cuando zarpamos hacia Boca Chita.
El paisaje es tan abrumador que respiro muy hondo, como si
quisiera meterme el mundo en los pulmones. A lo lejos, la luz del faro comienza
a destellar tenuemente.
Maniobro con cuidado y me detengo cerca de un grupo de
tupidos manglares.
―Esto es hermoso…—dice Noa, inspirando el delicado aire
nocturno.
―Realmente hermoso…—agrego y hago lo mismo― ¿frutas, queso
y vino blanco?—le pregunto, con una sonrisa instalada en los labios.
―Suena delicioso.
Nos acomodamos y cenamos en calma. De vez en cuando algunos
espacios de silencios confortables se manifiestan entre nuestras palabras y yo
los aprovecho, dándole rienda suelta a una intensa satisfacción.
Sumergida en una atmosfera exquisita de miradas y gestos
cómplices, me atrevo a preguntarle porque
ha decidido pasar el tiempo conmigo y mis melancolías de mujer rayando el
despecho- así me defino, porque es en realidad como me siento-
— Tú no eres una mujer despechada―afirma, con certeza.
— ¡Realmente creo que hasta admiro la forma tan simple que
tienes de ver el mundo Noa!—respondo, asombrada—En el mío—agrego—ésta noche, la
luna, el yate y tú…son un brote del más puro “esnobismo”…
Se queda mirándome con una marcada mueca de seriedad y
después explota en una carcajada que retumba en el sosiego de la noche.
― ¡Tú eres la persona menos “snob” que he conocido en mi
vida!—vocifera, prolongando su risotada.
Segundos más tarde, inevitablemente me sumo a su hilarante
y contagiosa espontaneidad.
―Tal vez sea más parecida a ti de lo que creo…—Interrumpo,
sin estar convencida de mis propias palabras.
—Yo creo que sí—Me confirma y baja la mirada― tan sólo deberías
encontrar la manera de no querer aparentar todo el tiempo algo que no eres—dice,
casi en voz baja.
Enmudezco y suspiro hondo.
Me pongo de pie y camino hasta el borde del navío. A lo
lejos, el océano despunta pequeñas olas que desparraman un intenso aroma a
algas frescas.
―Créeme que a ésta altura no sé quien carajo soy. Siempre creí
tener una idea tan clara de mi persona, de mis objetivos, de aquello que
anhelaba conseguir en la vida. Soñaba con salir de mi pueblo provinciano en
dónde no veía más que aspiraciones de “ama de casa” y “cajeras de
supermercados”. Y llegué a Miami y durante un tiempo fue tan perfecto e
impecable que quizás mi error fue creer que la vida debe ser así de inmaculada
a cada instante. Fui una tonta. El mundo no tiene lugar para tanta ingenuidad…
—La inocencia no es ingenuidad. Es pureza y eso no debe
perderse jamás.
― ¿¡Cómo es que tienes toda esta sabiduría?!—Vocifero—me
siento…apabullada.
—He tenido mis aprendizajes…algunos más forzosos que otros.
Como todos.
Vuelvo a sentarme a su lado y lleno mi copa de vino.
―No sé qué debo hacer—le confieso.
Aprieta los labios y respira hondo.
—Deberías empezar por convencerte que en realidad no estás a la deriva. Nadie lo está. Cuando
estuve en India―continua—aprendí que todo está conectado, que cada experiencia es
solo un escenario para crecer y fue la lección más importante de mi vida.
Créeme.
Desde algún punto lejano del mundo yo tuve que venir a
encontrarte para traerte algo nuevo y
sin lugar a dudas liberador, tanto para ti como para mí….
— ¿Cómo este momento en el ocaso de Boca Chita? ¿O un beso… en un
pequeño restaurante de Lincoln Road?— Pregunto y me sonrojo ante lo que acabo
de decir.
―Así es…
Nuestras pupilas se encuentran de repente. Tímidamente
acerco mis dedos a sus labios. Los deseo, como nunca he deseado nada más.
—Estoy perdiendo la cabeza―murmuro― No puedo hacerle esto a
Nick.
Me acurruca entre sus brazos. Apoyo la cabeza en su hombro
y me quedo allí durante varios minutos. Sollozando.
—Esto es una maldita locura que simplemente no puede
ocurrirme. No a mí—Concluyo abatida.
―Las emociones son caballos salvajes…. ¿De qué pretendes
hacerte culpable? —me dice, deteniendo sus pupilas sobre la humedad de las
mías.
— ¡Por lo menos podría intentar huir!—clamo, notablemente
apesadumbrada.
— ¿Realmente quieres huir,
Sofía? Huir es tan fácil y tan difícil al mismo tiempo, tan doloroso...pero,
piénsalo, ¿puedes huir de ti misma? Y no
hablo de un sentimiento. Hablo de ti... de tu música interna. No dejes que el
caos te aprisione, no huyas de tu belleza, del poema que habita también dentro
de ti. No te cortes las alas, Ariadna de mis mil amores….
Me acerco lentamente a la suavidad de su boca. Necesito el calor de su piel susurrándome que
son sus ojos el verdadero camino para escapar del laberinto.
El reflejo de la luna encuentra nuestra desnudez
deleitándose con roces que fluyen sin permiso. Entonces, cuando sus manos se
deslizan por las líneas de mi cuerpo en una especie de reconocimiento que me
lleva inexorablemente a explotar en llanto, escucho su voz diciéndome “te amo”
y los jardines concéntricos de mi casona
que son catorce y son infinitos, comienzan a desvanecer sus cerrojos y ahora,
la mujer que se refleja en el candor de sus pupilas no es tan ajena a mí, de
repente…esa mujer ya no es una extraña.
Fotografía: Anni Suvi
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