Regresamos después del mediodía. Una cálida llovizna de verano
tiene a Coral Gables bajo el embrujo de una pausa celestial.
Las gotas percuten sobre el casco del navío. Lo hacen con
tanta gracia que su danza es digna de ser atestiguada y eso hacemos, sin
decirnos nada.
Desde el sur, unas espesas nubes grisáceas vienen viajando
altivas; pronto, el apacible chaparrón será una tormenta de luces estridentes
en el cielo, entonces pienso que necesito refugiarme en la belleza de Noa y su
calmada poesía.
Mientras una brisa refrescante se cuela por el ventanal
acariciando el cortinado, nos besamos apasionadamente y yo me sujeto a sus
brazos en un intento inconsciente, tal vez, de prolongar el momento en el
espacio y en el tiempo.
Noa hace lo mismo, se aferra a mi cintura intuyendo como yo,
que muy pronto el devenir de los hechos nos conducirá irremediablemente hacia
otras costas, hacia esos paisajes del amor en donde urgen las palabras. Por
ahora nos basta el silencio de miradas que en sintonía se encuentran; de besos
que impetuosos colapsan en nuestros labios; de caricias que con la más descarada
autonomía se deslizan sobre la piel que las reclama.
—Me siento tan cómoda contigo…―le murmuro al oído, mientras
beso su cuello.
—Y yo contigo…―responde y se ruboriza un poco.
Suspiro muy hondo.
—Creo que tú y yo estamos en serios problemas―le manifiesto
y sonrío con timidez.
—Definitivamente, lo estamos.
Súbitamente, la imagen de Nick se instala en mi mente.
Me alejo despacio y camino hasta el sofá colonizada por un
extraño sentimiento.
― ¿Qué sucede?—Me interroga y se sienta a mi lado.
No respondo, solo bajo la mirada.
― ¿Nick?—me pregunta y ahora son sus ojos los que buscan el
vacío del piso.
Asiento con el rostro. No puedo, ni quiero ocultarle lo que
siento.
Sus pupilas buscan hacer contacto con las mías y lo logran.
― ¿Todavía lo amas, Sofía?—su pregunta es directa y sin
rodeos, como siempre.
Aprieto su mano. El corazón me responde con una puntada y
debo incorporarme.
Llego hasta la barra y destapo una gaseosa. Tengo la boca
seca de repente, como si me obligara a enmudecer sabiendo que no voy a tener
éxito.
―Si—respondo a secas y sin lugar a dudas―Nick ha sido mi
compañero durante mucho tiempo…
Noa se queda en silencio durante varios minutos. Sé que mi
respuesta no ha sido la esperada.
—No entiendo que haces conmigo si en realidad todavía lo
amas…
Abro los labios. Quiero decirle: porque si me lo pidieras
dejaría todo para cruzar esa puerta contigo y no tendría que pensarlo ni un
segundo.
Me callo. Hacerlo podría significar que mi mundo se
quebrara en millones de pedazos corriendo el riesgo de quedarnos atrapados entre
sus escombros. No quiero lastimar a nadie—pienso y sola llega la respuesta: eso
es inevitable.
—Lo siento. No debí preguntar―me dice, con notable
pesadumbre.
― Esto es importante, Noa. Nick y yo llevamos juntos más de
diez años. Necesito encontrar la manera de
aclararle las cosas…
—Entiendo―responde, con firmeza—lo que menos quiero hacer es
presionarte. Tal vez me estoy dejando llevar por esto que siento, que no había
sentido jamás por nadie. Yo tampoco sé cómo actuar…
El timbre suena y su chirrido me sobresalta. Me quedo
inmóvil durante algunos segundos. Vuelve a sonar, ésta vez, con más ímpetu.
―Debe ser Louis. Seguramente nos vio llegar—digo y encaro
rumbo a la puerta.
Giro el picaporte. Del otro lado, el rostro sonriente de
Florencia me deja sin aliento.
― ¡¿No me invitas a pasar!?¡Me estoy empapando!—vocifera,
al advertir mi estupor.
― ¡Claro!... ¡disculpa, estoy más que sorprendida!—le digo
por fin, mientras trato de relajar un nudo en mi garganta— ¿¡qué haces en
Miami!?
Giro el rostro y miro hacia el living comedor. Noa se pone
de pie.
— No recibí ninguna
llamada tuya―agrego, mientras diseño en mi mente un puñado de respuestas para contrarrestar las miles de preguntas que
seguramente disparará Florencia no bien cruce el umbral.
―Estuve llamándote desde el aeropuerto. Como no respondías
llame al hospital y me dijeron que estabas de licencia…
—Debe haberse agotado la batería…salí a navegar y olvidé
cargarla.
Aunque estoy haciendo el mayor de los esfuerzos para
disimular mi incomodidad, no logro que
desaparezca. Florencia sigue parada sosteniendo su maleta, detrás de un
refulgente abanico de dientes blancos y mirándome sin comprender mi estado.
―En realidad quería sorprenderte…—sostiene y lo hace en un
evidente intento de hacerme reaccionar.
― ¡Y sí que lo hiciste! Estoy…en shock, jamás pensé que te vería
parada en el umbral de mi casa—digo finalmente y suelto una carcajada-más por querer
descargar mi estado de nervios que por otra cosa-
Ingresa en dos trancos y me abraza fuerte. Yo respondo
después de algunos segundos.
― ¿Estás con Nick?
—No. Él está en Nueva York―respondo inmediatamente, casi en
voz baja—Buscaré algo para que te seques—añado, intentando ser buena
anfitriona.
Llegamos hasta living. Ahora, millones de pensamientos se
abarrotan en mi mente y por primera vez en mi vida me embriaga una insólita
sensación de incontrolable inquietud.
Intento hablar pero me quedo sin palabras. Al advertir mi
estado, Noa sale al cruce y se presenta.
—Hola, soy Noa
―Florencia—responde y me contempla de reojo aguardando mi
intervención.
―Noa… Flor es mi hermana. ¿Recuerdas que te hable de ella?
—Sí, lo recuerdo. Un gusto conocerte.
Florencia no responde y la veo hacer un esfuerzo por
decodificar mi mutismo.
―Noa y yo nos conocemos del hospital…—agrego por fin, recuperando el ritmo de mi respiración.
―Encantada—le dice y
estira su mano para estrechar la de Noa― ¿trabajan en el mismo sector?
—Algo así― contesta Noa y se vuelve hacia su mochila—… Estaba justo saliendo. Las dejo para
que conversen tranquilas…
― ¡Pero no tienes que irte por mí!—Exclama, Florencia
―Te agradezco, pero
realmente debo irme.
― Podemos cenar algo y después te alcanzo hasta el Down Town…—intervengo,
casi con urgencia.
Mis ojos se funden con los suyos.
—Lo dejamos para otro día―responde y asiente con el rostro
sin desviar su mirada, como intentando decirme: deja las cosas así. No lo
arruines.
— Okey, lo dejamos para otro día. Te acompaño hasta la
puerta—concluyo, decodificando el
mensaje.
―Realmente ha sido un gusto—agrega, ahora mirando a
Florencia―espero que volvamos a vernos antes que regreses a Argentina.
—Seguro que habrá otra oportunidad...
Caminamos hasta el hall. Mientras avanzo, no puedo
deshacerme de un vacío que me golpea el pecho como mil batallones marchando a paso firme. Acerco
mi mano y busco rozar la suya. Lo consigo. Inmediatamente su tacto tenue sacude
cada fibra de mi cuerpo.
—Llueve cada vez más fuerte…
―Es hermoso caminar bajo la lluvia…—me dice y sonríe de
costado.
―Podría llevarte hasta algún sitio…
—Te envío un mensaje apenas me instale ¿te parece?
―Tenemos una charla pendiente—aseguro, con certeza...
―Así es...tú y yo tenemos una charla pendiente…—responde y
se aleja algunos pasos.
Me invade el
silencio. Aprieto los párpados y le digo mil cosas con el pensamiento.
Se detiene y gira sobre sus talones.
—Lo sé…―murmura y yo sonrío con los ojos húmedos de
emoción.
Me quedo parada con la puerta abierta, mientras su silueta
se pierde en el camino y el corazón me late a toda velocidad. Quiero llorar.
Quiero salir corriendo detrás de sus huellas, fundirme en un abrazo y que las palabras exploten de mis labios definiendo
lo que en realidad siento pero respiro muy hondo, recuperando del todo mi
postura, como siempre.
Cierro la puerta a mis espaldas. Al hacerlo, el sonido
repercute por toda la casa.
Florencia me observa mientras avanzo hasta la barra y sorbo
algunos tragos de gaseosa.
— ¿Qué fue eso?—pregunta por fin, sin poderse contener
— ¿A qué te refieres?—respondo, tratando de restarle
importancia a mis palabras.
Florencia baja la mirada y sonríe de costado.
—Simplemente te lo pregunto porque la situación fue algo
extraña y no entiendo porqué, de todas formas sé que no vas a contarme
absolutamente nada…
Enciendo un cigarrillo. Quiero cambiar el rumbo de conversación
y lo hago.
— ¡Realmente me dejaste sin palabras!—exclamo.
—Me imagino que sí.
Aspiro el cigarrillo con fuerza. Sé que no hay necesidad de
estirar más la pregunta de rigor.
— ¿Prefieres instalarte y después contarme lo qué sucede
o…?
—Vine a hablarte de mamá—me interrumpe decidida—está
enferma.
La miro confundida.
— ¿Enferma?
—Marcelo insistió en no decirte nada hasta que tuviéramos
el diagnostico de varios médicos…incluso no estaba de acuerdo con este viaje
pero yo considero que hay cosas que no se hablan por teléfono, así que Ismael y
yo pensamos que sería lo mejor. Eres parte de la familia ¿no?
Me propongo ignorar la última frase.
—Tiene Alzheimer—continúa—vamos a internarla la semana que
viene, hemos decidido que será lo mejor para ella…
Parpadeo varias veces tratando de asimilar además, las gélidas
aristas de tanta información.
—No entiendo porque no me avisaron antes...
—Eres bastante difícil de localizar, Sofía—me responde, con
cierta ironía en el tono de su voz.
Me pongo de pie y camino hasta el ventanal. Llueve
copiosamente. Una ráfaga indisciplinada de viento me despeina y me golpea la
cara trayendo frente a mis pupilas un incontable cúmulo de vivencias que
deambulan en los valles de la memoria.
Mi niñez, con su inmaculada frescura, me arrebata sin
permiso, entonces siento en el pecho un agujero negro revestido de angustiosos
planteamientos que transmutan al reproche en cuestión de segundos.
— ¿Está muy avanzado?—le pregunto, abatida.
—Lo suficiente como para que deba estar en un lugar que la
contenga.
Suspiro muy hondo. Quiero resistir la embestida de algunas
lágrimas que buscan existir pero fallo y ahora se deslizan impunes por el
paisaje de mis mejillas.
A mis espaldas, sé que Florencia tampoco ha podido
contenerlas y la escucho sollozar muy despacio, pero el silencio devastador de
esa brecha invisible que existe entre las
dos y nos separa desde siempre se vuelve
un monstruo. Un denso e insondable abismo que ninguna quiere atravesar. No por
ahora.
Suspiro profundamente buscando reconfortarme y seco la humedad de mis
lágrimas.
Giro sobre mis talones.
—Creo que sería importante que estuvieras allí—continua—para eso he venido, a pedirte que viajes con Nick…
Asiento con el rostro.
— ¿Cuantos días planeas quedarte? Nick está en Nueva York y
debo hablar con él para que adelante su regreso…
—No más de dos días, lo lamento. Dejé a los mellizos con Ismael
y no creo que pueda arreglárselas mucho más tiempo con el trabajo. Me gustaría
esperarlos pero…
—No te preocupes. Allí estaré.
La noche me sorprende ahogada en mi ajetreado mundo de
emociones que son contradictorias, punzantes, vehementes e indomables, como el
huracán que se gesta en una dimensión paralela a mi tristeza y el cual, muy
pronto, desatará su furia sobre mi castillo medieval de losetas escarlata.
Marco el número de Nick. Del otro lado, otra vez la línea
está vacía.
Un mensaje de Noa interrumpe un nuevo intento de
comunicarme. Está en un albergue al Noroeste del Down Town, cerca del Woodson Park. Intento responderle
pero exploto en llanto. El móvil vibra nuevamente. Estoy contigo—dice el
mensaje—siempre estoy contigo…
Me incorporo de un salto impulsada por la necesidad de
sentirme a salvo en las manos de Noa y sus besos de otro mundo.
Mientras mi auto avanza hacia las estridentes luces del
Down Town, la imperceptible tela del destino abre sus fauces y me aguarda
expectante en la antesala de su impecable y elaborado “finale”…
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