Hoy que tengo la capacidad de ver a través del
tiempo me pregunto si las personas somos capaces de comprender la verdadera
magnitud de un acontecimiento, la dimensión real de un evento que
inevitablemente se transforma en un giro abrupto, en un desvío hacia “algo” que
llamamos destino, si es que existe cosa tal.
Sentada en la mesa de una casa que nunca fue mi casa
y que me alberga veinte años después de haberla rechazado-sola, como una
Ariadna de corazón amputado- no puedo evitar transportarme a ese instante
transcendental que el universo tenía preparado para a mí y que tuvo su puntapié
inicial en las breves palabras que pronunciará Ricardo.
Un episodio que
abrirá ante mí un largo camino de circunstancias decisivas, de necesarios y
forzosos despertares que siempre estuvieron configurados para traerme de vuelta hasta esta cocina,
esta vez vacía, más vacía que nunca.
Los días se escaparon implacables como agua entre
mis manos sin importarles mi alucinación de niña-cenicienta, recordándome que
mi quimera sí tenía fecha de expiración.
Me duele dejar a Nick. Siento adentro, muy adentro
del pecho, como si me hubiera embebido una fuerza mística de otros mundos, que
mi tiempo con él aún no debe terminar.
Mi avión despega en dos días. Él insiste en
acompañarme hasta el aeropuerto pero yo me rehuso. No quiero prolongar la
tristeza de la despedida; y aunque se canse de prometerme que nuestra relación
no debe terminar sólo porque vuelva a mi país, yo insisto en que debemos
ponerle un punto final y evitarnos sufrimientos en vano.
No lo comprende y se ofusca reclamándome que no hago
el intento de seguir adelante.
Ricardo será franco y directo, y su frase se quedará
levitando alrededor de la mesa como un fantasma convocado.
Dirá: Con tu tía hemos decidido, si estás de acuerdo
por supuesto, costear tu carrera de medicina aquí en Miami.
Fue tan
avasallante la oración, que me quedé absorta, sin poder pronunciar ni una sola
palabra. Me quedé como ahogada y sin dar crédito alguno a lo que estaba
sucediendo, casi lo tomé a la ligera, como se toma la noticia del tiempo, y
simplemente dejé escapar una sonrisa diminuta.
Él dibujó en
su rostro una mueca ante mi sorpresiva -y supongo -inesperada reacción y volvió
a repetir la misma frase; esta vez, Greta lo avaló acercándome una carpeta de
tapas verdes que había buscado en una pequeña mesa del Living-romm.
Desconcertada aún, tomo la carpeta entre mis manos.
La apoyo sobre la mesa y a duras penas logro levantar la tapa con mis dedos
transpirados.
Lo hago.
El interior está lleno de papeles, borrosos ante mis ojos.
—Son los formularios de admisión al Miller School of
medicine—me dice Ricardo.
Ahora el corazón me late a una velocidad inusitada.
Contemplo la pila de formularios y lloro
por fin, aliviando así el cúmulo de emociones que se habían amontonado en mi
pecho.
―Pero tío…yo no sé, nunca pensé que… ¿cómo haría
para devolverte todo esto? Mi madre…ella es…vos la conoces….―balbuceo entre
lágrimas.
Ricardo se sienta a mi lado y me agarra la mano
intentando tranquilizarme.
―No tendrías que devolvernos nada Sofi — comienza—Tu
tía y yo venimos hablando hace años sobre esto. Siempre quisimos un hijo a
quien brindarle todo lo que hemos conseguido. Vos sos como nuestra hija y te
amamos y sabemos lo que te gusta estar aquí
― no sé qué debo decir–lo interrumpo.
–Di que sí. Yo voy a ocuparme personalmente de
hablar con tus padres y sobre todo con tu madre. No va a negarse. Créeme. Le
vengo hablando de esta posibilidad desde hace unos meses. Lo importante es que
vos estés dispuesta.
Vas a tener que estudiar mucho,
―Es tanto dinero…–continuo diciendo―Lo menos que
debes hacer es preocuparte por el dinero Sofi–me dice Greta–solo de asumir el
compromiso, van a ser cuatro largos años. Tal vez haya días que no puedas ver a
Nick, o incluso no podrás viajar seguido a ver a tu familia por las actividades
en el campus…
Ricardo y Greta intercambian miradas.
—Porque no lo piensas. Es una decisión muy
importante. Tómate tu tiempo—concluye Ricardo.
Asiento con el rostro.
No es que necesite pensar porque me asalte alguna
duda. Necesito pensar para saber si es que acaso voy estar a la altura de las
circunstancias.
A la mañana siguiente le cuento lo sucedido a Nick,
y él, hilarante de felicidad, me aprieta entre sus brazos mientras me apabulla
con miles de detalles sobre la Universidad- él estudia leyes en las mismas
instalaciones-
Agrega además que no me atreva a dudar de mí. Me
dice, mientras me besa despacio en los labios, que yo he nacido para triunfar,
como él, que ha venido al mundo a tomar todas y cada una de las grandes
oportunidades que le presente la vida.
—Somos privilegiados Sofi ¿Sabes cuanta gente
quisiera estar en nuestro lugar? ¿En tú lugar justo en este momento? No lo
pienses ni un instante más... Esto es lo que querías y lo tienes entre tus
manos.
Del otro lado del océano mi familia ya está al
tanto.
El viaje se hace largo, prácticamente tedioso. Estoy
nerviosa. No puedo frenar mis pensamientos.
La imagen de mi madre. Sus negativas elegantes y magistralmente
fundamentadas. La mirada casi maliciosa de Florencia y su derrotismo ilustrado.
Todo junto y a la vez me producen un estado de insomnio que me estalla la
cabeza.
El avión aterriza a horario. Detrás del vidrio el
rostro iluminado de mi Padre me arrebata del espanto.
Me estrella en sus
brazos al verme y me besa la frente varias veces con ternura en un
derroche de cariño que rara vez puede desplegar frente a mamá y sus formas
cuidadas a ultranza.
Hacemos los trámites sin demora.
Mi Madre está en el auto, envuelta en sus grandes
anteojos oscuros. La conozco y sé que está intentando ser congruente con su
manera de pensar al respecto de la situación, marcando cierta distancia.
Al vernos, baja del auto y me abraza tiernamente
durante algunos minutos.
―Estás bronceada―me dice, mientras acomoda mi pelo
detrás de las orejas.
―Sí, el sol es muy fuerte en la playa―le respondo
sonriendo y atorada de anécdotas que ella corta al ras al alejarse
repentinamente.
El destello de ternura maternal ha terminado.
Mira a Ricardo y lo abraza. No es común ver a mamá
en derroches de vulnerabilidad por lo que el momento es digno de ser
atestiguado con asombro-
Entre risas y charla mi casa se manifiesta de
repente en el camino y entonces comienza, entre ese refugio de niñez con su
jardín repleto de ogros, duendes, hadas, señores alados y yo, a producirse la
fractura. La desconexión fatal y definitiva.
Mis pies tocan las losetas sin brillo del cantero
con sus geranios colorados y no reconocen mi energía de otro mundo. Mi nueva
vibración.
Durante varios segundos me quedo muy callada parada
en el hall tratando de decodificar alguna de las tantas sensaciones que me bombardean
desmesuradas, y atestiguo, con incontrolable estupor, la disociación entre la
que fui antes de haber partido y ésta que soy ahora.
Respiro profundamente y entro. Millones de ojos
invisibles buscan reconocerme pero mi olor ha cambiado, mi piel es otra, mi
rostro no es el mismo.
La transfiguración es tan obvia que Sam, mi perro de
toda la vida, se detiene unos segundos y olfatea mis pies, examinándome
desesperadamente, después me mira fijo por un instante y me encuentra detrás
del traje de estreno, entonces comienza a mover la cola y se entusiasma
saltando para llamar mi atención. Consternada, lo acurruco entre mis brazos, y
le beso el hocico como lo hago desde que tengo 5 años.
Intentando hacer de cuenta que no me siento perdida,
subo las escaleras con ligereza y me encierro en mi habitación. Necesito la
soledad del contacto con mis cosas.
El lugar está en penumbras. La ventana aún permanece
cerrada. Me siento en la cama y miro a mí alrededor; descubro que todo está
difuso: la casa de muñecas, los osos de peluche, los almohadones de Kitty, los
álbumes de figuritas que atesoro con recelo…cada cosa se esfuma frente a mis
pupilas.
¿Acaso ya no soy esa niña adolescente que se
conformaba solo con soñar? No, ya no lo soy–pienso, apretando los párpados.
Marcelo entra y se sienta a mi lado. Tanto me conoce
que sabe perfectamente lo que estoy experimentando. Apoyo la cabeza en su
hombro y me permito desahogarme dejando escapar unas tímidas lágrimas.
―No dejes que nada te aleje de tu sueño–me dice y
acaricia mi pelo–con el tiempo mamá lo va a entender
— ¿Y si no lo hace?–me duele hacer esa pregunta, tal
vez porque en el fondo ya conozco de antemano la respuesta.
―Tendrá que vivir con eso
―supongo que sí―
—Sólo te pido que trates de estar tranquila y que
esta vez intentes ponerte en su lugar–me dice Marcelo y me mira fijamente–Sabe
que no vas a volver y debe ser duro para ella como madre.
Seco mis lágrimas.
―Claro que voy a volver Marce—le respondo,
visiblemente confusa ante sus palabras—todas las veces que pueda.
―No Sofi. No vas a hacerlo, no realmente. Mirate…ni
siquiera volviste ahora y te fuiste solo un mes.
Me apoyo nuevamente sobre su hombro. Tiene razón y
lo sé.
―Lo siento–digo y empiezo a llorar otra vez sin
poderme contener.
―No lo sientas, así son las cosas. Si estás
totalmente convencida de tu decisión, no lo desperdicies, es algo que no se da
siempre en la vida de alguien.
Nos quedamos un rato largo en silencio. No hizo
falta decirnos más nada.
No puedo evitar sentirme incómoda ante la sutil mirada
celosa de Florencia que de vez en cuando me mira de reojo.
Ricardo está relajado y tomando la situación con
extrema naturalidad, como dando las cosas por sentado. Yo no puedo dejar de
pensar que Cristina Anderson no va a dejarme salir de su círculo energético así
como así.
El tema surge en el living-comedor.
Mi madre reina solemne sentada en un sofá. De vez en
cuando sorbe su vaso de cerveza helada y escucha con peligroso silencio los
calmos argumentos de su hermano menor.
Mi padre me mira al borde del orgullo y no puede
disimularlo un instante.
Finalmente, después de casi cuarenta minutos del
monologo casi publicitario de Ricardo, mi madre hace una pregunta.
— ¿Cuánto tiempo es que dura la carrera?–la pregunta
solapa un tono filoso
―Cuatro años–Le responde Ricardo a secas, sabiendo
que ya conoce la respuesta y desplegando también un tono que entre ellos parece
un código ya conocido.
―…Es mucho tiempo.
―No lo es, Cristina. Al contrario.
―Después de graduarse tendría que trabajar en Miami…
―Sólo si Sofía así lo decide. Siempre se puede
revalidar el título.
Después vuelve el silencio, otra vez las miradas
celosas y el aire tirante flotando por los rincones de la sala.
Mi madre aprieta los labios, sabe que tiene todas
las de perder.
A esta altura, yo la miro con recelo perdida entre
los almohadones del sofá, tratando de descifrar si su negatividad es o no puro
egoísmo. Tratando de vislumbrar si en las duras líneas de su cara tensa, en
cada una de sus formas estrictas o si en su jaula aparentemente cariñosa;
subyace otra clase de amor que no conozco.
Gira el rostro y me ubica. Durante un lapso de
segundo me permito admirar el poder que despliega esa “Hera” moderna, esa
matrona mitológica que maneja hilos invisibles sólo con el tono de su voz o con
el filo de su mirada gris.
Después me
pregunta sin rodeos si estoy segura de lo que quiero hacer. Yo le respondo que
sí -Sé que ella no necesita más palabras-
―Entonces que así sea. Si eso es lo que
verdaderamente quieres, no voy a oponerme. Espero te des cuenta que no va a ser
fácil estar a la altura de las circunstancias y que te va a llevar mucho más esfuerzo del que
estás habituada ¿eso está más que claro, verdad?
―Sí, lo tengo más que claro mamá.
―Perfecto, no hay nada más que decir.
Se levanta
del sofá y camina rumbo a la cocina.
Estoy estática. No sé qué trama hay detrás de su
discurso.
Papá se levanta, me besa la frente y me dice que me
tranquilice, que todo está bien. Ricardo resplandece detrás de su sonrisa de
dientes blancos y me comenta rápidamente acerca del papelerío que hace falta.
Yo estoy aturdida. No me convence lo que acaba de suceder. No me creo el papel
de madre dura pero comprensiva que acaba de desplegar ante nuestros ojos.
Media hora después la encuentro secando los platos.
Me mira entrar en la cocina y continúa con su labor.
Me siento en la mesa. Sé que quiere hablarme a
solas. Lo intuí no bien se levantó, cual emperatriz despechada, y se alejó del
living comedor.
―Estados Unidos no es Argentina ¿lo sabés, verdad?
–me dice, sin apartar su mirada del plato—es un país muy distinto al nuestro,
sus costumbres y las nuestras no coinciden en nada…
―Lo sé — la interrumpo con ansiedad—pero hablo
inglés muy bien mamá.
―No es sólo el idioma. Me refiero a que es un lugar
totalmente distinto a tu casa
―Sí que lo es–le digo, con una mueca casi
peyorativa.
No bien termino la frase, me mira con severidad y
avienta el repasador sobre la mesada.
― ¡No te atrevas un instante a suponer que aquello
es mejor que tu hogar! ¿Qué te has creído Sofía? ¿Acaso pensás que la magnífica
casa de tus tíos, los autos, las universidades y todo ese espejismo con el cuál
fantaseas desde hace años es mejor que lo que tenés acá?
Quiero decirle que sí lo pienso, pero sólo bajo la
mirada recordando la petición de Marcelo
―Tal vez ahora, con lo obnubilada que estás, no
entiendas lo que intento decirte pero algún día lo vas a entender. No voy a
impedir que te vayas, para nada. Tal vez porque siempre he sabido que tarde o
temprano ibas a hacerlo. Es lo que querés y vas a tener éxito. Lo sé. Sólo
espero que ese brillo no te encandile tanto que no puedas encontrar el camino
de regreso a tu casa.
Nunca más volvió a decirme nada al respecto. –
Fotografía: Emil Schildt
Cartas para Noa se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
No hay comentarios:
Publicar un comentario