—Doctora Anderson…Doctora Anderson.
―Si…
―Lamento despertarla pero se requiere su presencia en la sala de
emergencias.
―Estaré en un minuto.
Miro mi reloj pulsera. Son la 4 de la madrugada. Hace 13 horas que
estoy de guardia y mi cuerpo me pasa factura al incorporarme. Lleno mis manos
con agua helada y me salpico la cara. Me contemplo en el espejo del botiquín.
Estoy visiblemente demacrada.
El altavoz resuena en mis oídos solicitando nuevamente mi presencia en
emergencias. Agilizo mis movimientos.
Las blancas paredes del corredor me envuelven encandilando mis
pupilas.
Embrujada por el destello y la ensoñación que aún no me abandona, inspiro y expiro varias veces el aire que se
transparenta en los níveos azulejos que proyectan mi figura, avanzando hacia la sala.
Mis pasos retumban en la callada quietud de la noche. Solo levitan las
almas que deambulan errantes y el anhelo de los vivos que sueñan mientras
duermen.
Presiono el botón del ascensor. Al hacerlo, como una alarma que detona
en mi mente, me doy cuenta de la fecha y que además olvidé comprar un regalo.
Seguramente yo tampoco lo recibiré pero como siempre pretenderé que sí -tal vez
lo haya recordado algunas horas antes que yo-
El elevador demora más de la cuenta.
Me he despertado cautiva en los paisajes de una desconocida melancolía
y no puedo evitarlo. Siento un puntada en el pecho. Respiro profundamente, no
quiero reflejar mi aflicción- con el paso de los años he desarrollado la
extraña virtud de esconderme detrás de pesados barrotes-
Sutilmente rechina la pesada puerta maciza al abrirse de par en par y
al ingresar experimento durante algunos segundos un punzante nudo en la
garganta.
El imperceptible movimiento repercute en mi estomago y cruje, recordándome que tengo hambre.
Me sorprendo ante el estado que estoy experimentando-no es la primera
vez que paso más de doce horas de guardia, no soy una novata-me sentencio- y me
obligo a recuperar mi postura sabiendo que no puedo permitirme flaquezas y
mucho menos cuando debo ser eficaz ante una emergencia.
El ascensor se detiene en el segundo piso. Una mujer irrumpe hablando
acaloradamente por su celular. Su larga cabellera azabache hasta los hombros estalla
en mí un puñado de recuerdos y me estremezco.
-Me siento apabullada de forma tal que me hago pequeña estrellándome
en una de las esquinas del frío aparato-
Varios días después de esa noche, Jefferson y María regresaron de su viaje
en el yate de la familia, y ella, como una parda emisaria del más allá cuya
única función fue ocasionarme una muerte, continuó inalterable en su papel de
“siempre anfitriona”.
A tal punto llegó su indiferencia, que después de unos meses mi cabeza
elaboró algo así como una duda…aunque en el fondo tuviera la certeza que no
cabía ninguna.
¿Acaso hacía falta una simple borrachera para que el idilio se
desvaneciera como agua entre las manos?
Welcome to Miami…el tono de su voz retumba en mi mente rasgándome los
tímpanos.
No fui nada más que una niña tonta—me sentencio—
Con el tiempo Jefferson se deshizo de ella. Claro que lo hizo.
Su reemplazo fue una joven venezolana, rostro de una importante marca
de cosméticos.
La noche previa al momento de su “glamorosa” partida, envuelta en un vestido
de diseñador y conduciendo el porche que Jefferson le había obsequiado para su
cumpleaños, inesperadamente coincidimos en el pasillo, mientras Nick y su padre
tomaban una cerveza junto a la pileta y debatían pormenores del negocio
inmobiliario.
La había notado sutilmente abatida durante la cena. De a ratos sentía
sus ojos mirándome fijamente y yo, lejos de evitar el contacto, me esforzaba en
sostener la mirada intentando tal vez, descifrar su mensaje. No tuve éxito.
Nos encontramos frente a frente. Yo saliendo del toilette, ella de su
habitación.
El impulso fue incontrolable- como la lava de un volcán que encontró
por fin una hendija para fluir libremente— ¿Podemos hablar? Le pregunté, casi
susurrando y ella con una extraña mueca- mezcla de sorpresa y altanería-
asintió con su rostro y me ofreció su mano para entrar en su habitación.
Durante dos segundos mantengo el puño cerrado y apretado con fuerza;
finalmente la abro muy despacio y la apoyo sobre la tibieza de la suya que, con
firmeza, se contrae al hacer contacto con la traspirada timidez de mi tacto.
Cierra la puerta. Camina hasta una mesa de noche y enciende un
cigarrillo. Me ofrece uno. Yo me niego sacudiendo el rostro. Después se sienta
en la silla de su tocador y cruza las piernas. Su figura imponente me amedrenta
y bajo la mirada.
— ¿Qué necesitabas hablar conmigo, Sofía?—Me
pregunta, casi sobradamente mientras aspira con brío la colilla húmeda de su
largo cigarrillo francés.
Su actitud me enerva. Aprieto los dientes. Estoy cautiva en un
impensado remolino que bordea la ira—No me hables así— le digo y me sorprendo ante
el ímpetu de mis palabras.
Ella se queda mirándome durante algunos minutos. El aire corta como
una navaja.
El cortinado del ventanal abierto se hincha al recibir un empujón de
la cálida brisa nocturna y entonces el espacio se colma de oxigeno fresco; un alivio
que aspiro con profundidad llenado mis pulmones.
— ¿Qué no te hable cómo?
—…Cómo si no tuviéramos absolutamente nada de qué hablar—le respondo y
se humedecen mis ojos a punto de llorar.
Otra vez petrifica su mirada. Yo la observo sin comprender su actitud.
— ¿¡Porque estás haciéndome esto?! —vocifero al fin y sin poder
contenerme, las lágrimas explotan empapando mi rostro.
Se levanta de la silla y estrella la colilla en el cenicero. Se
acerca. Su cuerpazo de un metro setenta y cinco parece un tótem frente a mí.
— ¿Porqué, María, porqué lo hiciste?
—Porque era exactamente lo que tú querías que hiciera…—Me responde por
fin, muy resuelta.
Me aparto impetuosa.
—Eso es mentira. Yo no soy…
— ¿No eres qué?....Por favor Sofía, madura de una vez por todas.
— ¡Prácticamente me violaste!—le reclamo, mientras seco mis lágrimas.
Ella lanza una carcajada llena de sarcasmo.
—No fue así y lo sabes perfectamente. Acepto que te resulte más fácil
enojarte conmigo cuando en realidad estás más encabronada contigo misma que
otra cosa pero no intentes convencerte de algo recurriendo a una mentira. Lo
que pasó, pasó. No le busques tantas explicaciones.
—Como podes ser tan cruel…—le reclamo y giro sobre mis talones rumbo a
la puerta.
—No estoy siendo cruel, Sofi…
Me detengo.
—Es necesario que comprendas que siempre resulta más cómodo creer que
la vida y sus circunstancias son las verdaderas responsables de nuestros actos
cuando en realidad no es así. ¿Qué pretendes que diga? ¿Qué te forcé a algo? …
¿qué vas a ganar con eso?
Absolutamente nada, pienso, apretando los párpados.
—Capitaliza la experiencia y continúa tu camino como quieras
continuarlo. No has hecho nada malo, por dios, sácate eso de la cabeza o la
tortura no va a dejar que vivas…
La puerta suena. Es Nick. Mi corazón se acelera desbocado. ¿Desde
cuándo está detrás de la puerta?
— ¿Está todo bien?―pregunta, mientras me toma de la cintura.
―Claro que sí, cariño―se adelanta María—Sofía y yo charlábamos cosas
de mujeres.
Nick detiene su mirada en ella. Ya me ha confesado cuanto le molesta
que le diga “cariño”.
No le responde.
—Pensé que ibas al toilette…
—Sí, lo hice. Y después me quedé con María. ¡Ustedes no paraban de
hablar de negocios!— agrego, sonriendo.
Él también sonríe y me pide disculpas.
― ¿Te quedas ésta noche?
―No. Prefiero que me lleves. Mañana tengo que acompañar a Greta al Down Town temprano en la mañana.
―Ok.-
Suelto la mano de Nick y me acerco a besar la mejilla de María, como
lo he hecho desde que nos conocemos.
—Que descanses, María.
—Tú también descansa, linda.
A la mañana siguiente, se esfumó de mi vida para siempre.
Su ausencia no me facilitó volver a mi eje como yo esperaba. Demasiado
era el poder de esa imagen: la ducha, el mueble laqueado y yo, cómodamente
extasiada en sus brazos de Venus latina.
Novata ante la silenciosa oscuridad de mi secreto y sin dedicarme
cinco minutos a replantearme ningún “por qué” ni “para qué”, tan sólo pude recurrir
al falso profeta del ajetreo cotidiano en un intento desesperado de ser salvada
por los velos del olvido.
-María y su apocalíptica intervención no formaban parte del bosquejo de
esa vida añorada y por ende debían diluirse en el torbellino del tiempo-
Comenzaron las clases, las actividades deportivas, las salidas, la
gente nueva y mi mundo externo se
magnificó al cien por ciento.
Inevitablemente los encuentros con Nick se fueron espaciando y pronto
me convertí en una estudiante enfocada casi de manera obsesiva en el objetivo
de cumplir con los estándares establecidos en el Miller School.
Al principio sufrí bastante la distancia entre nosotros, después se
volvió algo normal, una parte del correcto funcionamiento del sistema habitual.
Comencé a hacer amigos, a involucrarme en grupos de investigación. A
frecuentar reuniones universitarias. A interesarme en programas de
especialización. A presenciar conferencias de renombrados profesionales cuyas
visitas eran frecuentes en las instalaciones de la UM y casi sin darme cuenta
me fusioné con la geografía de esa máquina y sus esquemas a tal punto, que al cabo
de los años casi nada quedaba de esa nena provinciana que había emigrado al
norte a protagonizar su ficción de ensueño.
El nexo con mi familia se convirtió en una formalidad de llamadas
esporádicas y visitas navideñas casi con desgano.
Incapaz de perdonarme por mi
atentado, víctima de un descuido impensado, me volví meticulosa hasta quedar
congelada en ese mueble laqueado en dónde se desparramó mi inocencia.
Las cosas entre Nick y yo adquirieron un orden de rutinarios horarios
y establecidas salidas. Ambos sabíamos
que había demasiadas expectativas que cumplir. Las nuestras, las de los demás,
las del entorno ¿Sabes cuanta gente quisiera estar en nuestro lugar, Sofí? El
argumento tiene tanto peso que hoy nos contemplo en retrospectiva y nos exonero
de todo.
Nos mudamos juntos no bien Nick terminó su carrera y Jefferson le
endilgara la responsabilidad de todos sus negocios. Ocupamos la casa de Greta y
Ricardo en Coral Gables, después que ellos decidieran su retiro a la isla de
Hawái y pospusimos nuestro casamiento hasta mi graduación. Al final nos dimos
cuenta que ninguno de los dos tenía tiempo para pensar en semejante ajetreo.
El ascensor me deja frente a la sala de emergencias.
—Doctora, nos juntamos esta noche a tomar unas copas en el
departamento de Lisa…
—Les agradezco la invitación, Kevin. Pero ésta noche cenaré con Nick.
Tomo una respiración y atravieso la puerta hacia el caos de urgencias.
El trajín es el mismo de todos los días.
Mi celular vibra dentro de mi chaquetilla. Es un mensaje. Lo leo
mientras avanzo a pasos agigantados. El nudo en la garganta y la puntada en el
pecho de repente adquieren una lógica explicación: Cariño, no llegaré ésta
noche para la cena. Tengo un negocio complicado y tuve que viajar a Los Ángeles. ¿Me perdonas, verdad? Mañana te lo compensaré. Te amo. Nick.
Me desligo del móvil. Otra vez fui yo la que recordó la fecha del
pospuesto casamiento que acordamos celebrar aunque no haya sido.
El traqueteo retumba en mis oídos y me ensordece a tal punto que
quiero vomitar.
La gente va y viene en la
agitada ráfaga que se desenreda entre esas paredes, y yo en cámara lenta, ahogándome
en el abismo de una pesada soledad.
Mientras avanzo, rompiendo el sonido con el filo de mí silencio, mis
ojos encuentran los de Noa, y sé, inmediatamente, como si un libro de
revelaciones se hubiera abierto en mi camino, que está toda mi vida a punto de
cambiar para siempre...
Fotografía: Dmitry Ageev
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al final una luz en el camino,
ResponderEliminarentretenida lectura
saludos