Una
semana después, Ricardo y yo, regresamos a Miami.
Llegamos
a media mañana. Greta nos espera en el aeropuerto. No se priva, como siempre,
de apretarme entre sus brazos.
Se la
ve resplandeciente.
Iniciamos
el recorrido hasta las islas.
Bajo de
la camioneta y camino pausadamente. Aunque llevo una pesada valija no siento el
peso. Esta casa sí me reconoce de inmediato y me da la bienvenida. Greta ya
presentó mi aplicación en la Universidad y ahora resta esperar.
Una
espera que seguramente será una tortura, pienso, mientras marco el número de
Nick. Tengo ganas de verlo.
Mientras
suena el teléfono descubro cuanto lo he extrañado.
Su voz me tranquiliza y le pido que venga por
mí. Acepta. Me dice que me ha echado de menos y yo me ruborizo al escucharlo.
Esa noche hago el amor con él y en nada se compara con la desprolijidad de mi
primera vez a los 17 años. Con Nick siento que todo encaja, y al sentir en mis
rincones el inmenso caudal de ternura que despliega en mi piel con cada
caricia, me estremezco en un gemido pausado que me transporta. Sus labios me
exploran, me recorren, me colonizan con una dulce urgencia que enloquece los
contornos de mi anatomía, totalmente entregada al candor de su mesurada y tierna
pasión.
La noche es impecable. Estamos en la playa y
millones de estrellas atestiguan silenciosas mi dichosa huída, mi inevitable
renacimiento.
Cuando
el ritmo de su respiración se acopla con el mío sonrío extasiada. El amor es un
reparo, es Nick y su universo de serenas olas que me acurrucan desde el alma…
Tres
días después de nuestro regreso estamos instalados en Coral Gables.
La casa
es considerablemente más grande y es hermosa por donde se la mire. Tiene cuatro
habitaciones gigantes. Dos baños. Pileta. Un pequeño club House. Garaje para
dos autos. Su jardín perfecto y sus ficus adornándola con elegancia.
Parece
una foto dibujada con gloriosa caligrafía. Una milimétrica maqueta que aún
sostengo como una sagrada vestal. Como el último sacro refugio de mi
adolescente niñez. Como esa “casa de Asterión” en la que por tantos años
deambuló mi alma, perdida en sus patios infinitos.
Y es
curioso que recuerde tantos detalles; es curioso porque los creí enterrados o
más bien a “salvo” junto a mis sombras y a la tinta de sus cartas.
Mientras
repaso el momento…esos contados minutos que me llevaron aplastar el candor de
mi adorada ingenuidad, esa del jardín, de los hombres alados y los príncipes
encantados de Disney, se cuela en mi mente la frase final de ese cuento que leí
tantas veces: -¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se
defendió.
Desde
mi habitación que da al patio escucho la voz de Ricardo.
Miro el
reloj. Son casi las dos de la tarde.
Me
sorprendo al darme cuenta que aún no logro deshacerme del agotamiento mental
tras la presentación de los exámenes de ingreso-los que pude rendir gracias a
algunos contactos de Jefferson y a mi ciudadanía inglesa que nunca pensé
valorar tanto-
A pesar
del implacable dolor de cabeza que me estremece al intentar levantar los
párpados, sé que debo levantarme.
Abro
los labios muy despacio. Están como pegados uno al otro, empastados por el
vestigio fatal de una resaca que todavía le pasa factura a mi estómago que se
retuerce como un animal lastimado.
La
puerta de mi habitación suena. Distingo la voz de Greta pero no puedo
responderle. Mi voz está quebrada en millones de estalactitas.
Espera
unos segundos y golpea de nuevo, ésta vez, con más ímpetu.
Sabiendo
que si no respondo en el lapso de los próximos dos segundos entrará en la
habitación, habilito algunas letras para formar una frase- sólo consigo decir
“voy”-del otro lado, Greta me anuncia que el almuerzo estará listo en 20
minutos.
Jamás
había tomado tanto e imagino que este estado es lo más cercano a la agonía.
Mientras
me incorporo en un esfuerzo casi sobrehumano, trato de examinar mi mente pero
está en blanco. No tengo idea cómo llegué hasta mi cama.
Camino
hasta el baño y abro la ducha. El agua explota y se estrella sobre la piel de
mi cara.
Empiezo
a sentir una especie de alivio reparador mientras relajo el cuello cuando de repente, una imagen me golpea imperiosa.
Es como un estruendo fatal que involuntariamente me obliga a taparme la boca
con ambas manos.
Una
lágrima se descuelga de mis ojos haciendo uso de la más descarada autonomía,
entonces me trago algunos sollozos que intentan traicionarme.
Mientras
me sentencio en silencio tratando de aclarar la nebulosa, escarbo al borde de
la desesperación en busca de recuerdos nítidos.
Pero
soberana, la imagen va y viene, destrozando lo que queda de mí, aún en pie,
después de su embestida.
La
puerta suena otra vez y me sobresalto ante la intervención sonora.
Escucho
que Greta ingresa a la habitación. Seguramente lleva algunos minutos golpeando
sin que yo la haya escuchado.
Su voz
se cuela por la hendija de la mampara que nos separa y casi susurrando - para no importunarme- me dice que están
esperándome en la mesa.
Dejo que el agua golpeé mi espalda y en dos
segundos elaboro una sonrisa y una respuesta adecuada-le pido disculpas y le
comunico que en cinco minutos estaré lista para el almuerzo.
Como siempre, el sol pinta de dorado el cielo
de Coral Gables.
Ricardo
me ve aparecer, se abalanza sobre mí y
me aprieta fuerte en un abrazo―Bienvenida, mi universitaria favorita–me dice y
besa mi mejilla–Greta lo escucha y sonríe - después de casi seis meses de
espera soy, desde hace algunas horas, estudiante de la universidad de medicina
más prestigiosa del país-
Me
acurruco entre sus brazos protectores y me abandono al reparo de su refugio
paternal―Gracias tíos―les digo, mientras en mi cabeza, súbitamente, todo se ordena.
Regreso
a ayer por la tarde cuando desde la universidad confirmaban mi admisión.
Recuerdo mi alegría profunda en el pecho; a papá y sus lágrimas detrás del
tubo; a mamá y su conmovedor “te felicito hija”.
Recuerdo
a Nick en su convertible acerado, el viento en la cara, el azul del mar, el
esplendoroso atardecer de Miami destellando en nuestras carcajadas
estruendosas; recuerdo sus besos dulces, su pelo desordenado, sus manos cálidas
sobre mis hombros.
Recuerdo
la mansión Moore llena de gente, las risotadas, el bullicio, la música a todo
volumen y el alcohol.
Estoy
mareada, no quiero decirle a Nick. Tengo vergüenza- todavía me siento una niña
tonta en su mundo de universitarios-
Me
levanto de la mesa, necesito mojarme la cara, vomitar, tomar aire fresco.
Subo
las escaleras fingiendo compostura. No hay nadie pero lo mismo se me da por
caminar esbelta. En el mapa de mi memoria ubico uno de los baños cerca del
descanso. La llave está puesta. Me encierro.
Abro la
canilla, lleno las manos con agua y refresco mi rostro. Después respiro
profundamente varias veces y me siento al borde de la bañadera intentando
recuperarme.
Alguien está tocando la puerta. Tal vez sea
Nick, no quiero que me vea así-pienso-
Otra
vez suena, ésta vez un poco más fuerte― ¿Sofi, estas bien?
No es
Nick. Es una mujer. Es la esposa de Jefferson.
—Es
María–balbuceo, mientras me incorporo despacio, casi en cámara lenta.
Abro la puerta. Ella entra y cierra otra vez
con llave.
―Sofi
¿me escuchas?
Asiento
con el rostro. La morena suelta una carcajada apretada entre dientes y me
acomoda el pelo.
―Welcome
to Miami–me dice y abre la ducha―Solo hay una manera de quitarte semejante
borrachera, linda–agrega—
No
puedo abrir bien los ojos pero entiendo lo que me dice. Sus manos empiezan a
despojarme de la ropa. Sus dedos desprenden mi camisa y mis jeans.
Enfoco
su silueta. Está parada frente a mí envuelta en su bata de seda. El pelo negro,
brilloso como la noche le cae por los hombros.
Descubro
que estoy cómodamente desnuda ante la exuberancia de su figura esbelta. La gata
sabe que me ha embrujado y se mueve como una pantera reina de la selva.
Me toma
de la mano con suavidad y me ayuda a ponerme debajo del agua tibia, después se
aleja unos pasos. Sé que me está mirando. Lo sé porque lo siento. Sin poder
evitarlo y sin saber el porqué, mi respiración comienza a acelerarse
suavemente.
No soy
capaz de reconocerme en medio de semejante remolino emocional y mucho menos en
ese estado, pero sé que no me siento amenazada, todo lo contrario.
Aprieto
los párpados. Nick no me ha hecho sentir así al repasarme con sus ojos. Nadie
lo ha hecho.
Ella se
aleja un poco más y se sienta sobre un mueble laqueado en negro. Desde allí la
visual es perfecta.
No
aparta los ojos ni un segundo y algo de mí, que no puedo domar, me obliga a
continuar brindándole el espectáculo del agua navegando por mi cuerpo. Algo
desconocido que me impulsa y me hace experimentar una sensualidad que no he
vivido jamás. Después se acerca. Estira su mano y me ofrece ayuda para salir de
la bañadera. Yo la tomo. Me siento segura, me siento confiada.
Estamos
muy cerca. Mi mente todavía está difusa pero logro enfocar sus labios. Ahora
está tan próxima a mi boca que percibo su respiración tibia. Tengo el impulso
de besarla y lo hago. Ella responde a mi beso tímido, aprieta mis labios con
delicadeza y los muerde con ternura en un derroche desconocido de pasión que me
estremece; y siento sus manos recorrerme los muslos y sus pechos firmes contra
los míos y estoy a punto de ahogarme en un jadeo profundo pero ella vuelve a
quitarme la respiración; ésta vez, logra
que explote en un bombardeo de sensaciones indomables que se amontonan en mi
cabeza, entonces quiero que no deje de besarme y se lo digo, entre dientes, en
una especie de rezo que es casi una súplica.
Me mira
fijamente, su mirada feroz me traspasa hasta el alma, me penetra hasta los
huesos. Me susurra al oído. No entiendo lo que dice. Sólo puedo pensar en su
roce, en sus manos, en su piel de ébano que amenaza florecer detrás de la tela.
Y quiero tocarla. Desato su bata y me prendo a su cintura. Quiero recorrer la
firmeza de su abdomen con la yema de mis dedos y lo hago, ella no me detiene.
Estoy poseída. Perdida en una dimensión alternativa en dónde soy atrevida y no
temo pedirle que me haga el amor. La gata sabe lo que hace y lo demuestra. Con
un rápido movimiento me tiene sentada sobre el mueble laqueado y me saborea
impetuosamente. Yo deliro. Me siento abombada. En éxtasis. El cuerpo me
tiembla, la piel me late y explota emociones que nunca imaginé sentir; entonces
estallo en un grito al que inconscientemente aprieto entre los labios. Y quedo
exhausta, experimentado a tientas una extraña plenitud.
María
se incorpora lentamente, me levanta por los hombros y me besa muy
despacio―Nunca debemos hablar de esto hermosa, jamás, con nadie. ¿Está claro,
verdad?–me dice clavando sus brillosos ojos verdes en mis pupilas.
Yo no
puedo hilvanar una sola palabra.
—Mañana
esto será un sueño—agrega—sólo un sueño.
Y así sin más, se derrumbó el mundo…
Una gran parte de mi ser agoniza implorándome que intervenga, intentando convencerme que no pudo haber sido real.
Y es
tan profundo el estado de “shock” en el que me encuentro que solo puedo
ocuparme de mantener el ritmo de mi respiración y las lágrimas en resguardo.
De nada
más.
Asumo
que mis tíos atribuyen mi mutismo al cansancio. Ninguno de los dos me pide
explicaciones y entonces se dedican a planear sus prontas vacaciones en el
Caribe.
El
teléfono suena y con indómita fiereza me taladra los tímpanos. Sé que es Nick.
—Yo
atiendo—dice Greta y se aleja rápidamente hacia la mesa donde repica el aparato
Sin
poder controlarlo mis manos empiezan a temblar.
Sacudo
el rostro.
Greta
me anuncia que efectivamente es Nick.
Titubeo
durante algunos segundos y me quedo inerte, pegada a la silla.
Ricardo
me mira, primero de reojo y después fijamente.
― ¿Está
todo bien Sofía?—me pregunta, usando el tono de un guardián preparado.
―Sí,
tío— le respondo de inmediato al advertir su sobresalto–estoy más cansada de lo
que creía, nada más.
Me
levanto y camino lentamente. El espacio y la distancia que me separan del pequeño
mueble, se vuelve insoportable. No sé con qué panorama me encontraré del otro
lado de la línea
Aprieto
el tubo. Las manos me transpiran. Lo acerco con pesadez hasta mi oído.
—
¿Nick?—hablo por fin.
―Hola
cariño, ¿Estás mejor?―el tono relajado de su voz me hace temblar las piernas.
Quisiera poder llorar aliviada.
―Sí, lo
estoy—murmuro en voz baja.
―
¡Menuda borrachera tenías!—agrega y suelta una estruendosa carcajada– ¿Tus tíos
nos escucharon entrar? Trate de no hacer ruido….
La
imagen se completa.
Estoy
en el baño, María acomoda su bata de seda. Toma una toalla y me seca el cuerpo
mojado. Vuelve a ponerme la ropa. Después vamos hasta la habitación de Nick y
me recuesta. Al salir, tengo la impresión de escucharla hablando con él.
―Estaba
muy pasada de copas, la metí debajo de la ducha. Déjala que duerma un rato y
después llévala a su casa. Querrá estar en su cama cuando despierte.
Nick le
dice gracias.
Se
asoma e inclina la puerta. A continuación mis ojos se cierran para luego
abrirse entre las paredes de mi habitación.
―Paso a
buscarte a la noche ¿te parece? Mi padre se va con María a pasar unos días en
el yate. Tendremos la casa para nosotros solos.
No
respondo. Me siento descompuesta
―Cuando
comencemos las clases a duras penas podremos vernos…
―Ok. Te
espero. Respondo de manera automática.
Tal
como habíamos acordado Nick pasa a buscarme. En varias oportunidades, durante
el curso de la tarde, estuve a punto de pedirle que no lo hiciera. Ahora,
sentada a su lado, mientras monologa contándome del equipo de fútbol me
arrepiento de no haberlo hecho. El silencio de mi habitación bajo llave no
logró reponerme. Mi mente continúa explotando interrogantes sin respuesta.
Después
de un rato Nick me pregunta si estoy bien. Le respondo que sí, que me duele un
poco la cabeza. Él me reconforta diciéndome que debe tratase del estrés de la
espera y hace alusión a la borrachera de anoche―Seguro—Le respondo y bajo la
mirada.
Me
abstraigo nuevamente intentando reunir fuerzas para indagarlo.
Respiro
profundo.
―No recuerdo
mucho después del trago que me diste…tengo la sensación de haber subido hasta
el baño.
―Si–responde
como al pasar—en un momento te me perdiste, pero te encontré recostada en mi
cama.
―No
tengo la menor idea de cómo llegue hasta ahí— agrego, apretando los párpados.
―María
te llevó. La encontré saliendo de mi cuarto, me dijo que te había metido a la
ducha.
Trago
saliva y acomodo la garganta.
—
¿Acaso notaste algo extraño? — le pregunto sin rodeos.
—
¿Extraño? ¿A qué te refieres?— me interroga frunciendo el ceño— ¿Acaso María
dijo algo que te molestara? Si es así quiero que me lo digas; sabes muy bien lo
que pienso de ella y si te ha hecho sentir mal mi padre me va a escuchar…
—María
no me hizo nada Nick—interrumpo su vómito de reclamos—Nada de nada.
Fotografía: Ruslan Lobanov
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Excelente narrativa. Muy buena y atrapante con la delicadeza de las palabras y las frases justas. Imágenes en letras. Muy buena.
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