Maleficio
Levitan mis sentidos
a través de la tempestad
el silencio explota en
mi pecho celebrando
la quietud de mi alma
entonces doy a luz una palabra
envuelta en los destellos
de un suspiro.
Muere la noche
lentamente en la palma
de mi mano
mientras hablo
con el fantasma de tus besos
que han venido a purificarme
el cuerpo
y el alma
del maleficio de tu ausencia.
Llueve.
en el silencio y colapsan inclementes
en las vestiduras de mi alma.
Un perfume efímero que
se disfraza de poeta arrasa con mi cordura
y me somete a las manías del olvido,
ese falso profeta de versículos tacaños…
Parece que sueño recostado en los vértices de
mi habitación vacía.
Un vaso añejo de bebida barata
hace de sacro patrono
escuchando mis bohemias
y elijo,
voluntariamente,
suicidar los recuerdos de vos en mí
desollándome el aura con los vestigios de tu mirada
que aún insiste en no abandonarme.
Y pasa de largo el embrujo del agua pura
que cae furiosa sobre las tejas de mi refugio
Y no se quedan a deambular conmigo los
suaves acordes de ésta tarde y su nueva primavera.
Me quedo solo.
Escribiendo el obituario de mi amor y su agonía.
Fotografía: Dominique Issermann
Soltarte
Inhalo el humo
del cigarrillo que encendí
y envuelto en un
desfigurado
torbellino de emociones
me doy cuenta
que en mi habitación
tu aura ya no ocupa espacio.
Quiero sacudirme
despotricando frases sin sentido,
desbocando mi cordura
contra mi piel
lastimada
Invocándote
como si fueras un
Dios
esperando una
plegaria.
Pero mí
voz se vuelve un sepulcro.
De a ratos creo verte
deslizándote
como un ángel apócrifo,
esfumándote
entre los matices de mi plexo
que oscila aturdido
entre reclamos
y pasiones desmesuradas.
Sucede que aún conservo el adiós
como un santo
venerable.
Deberé comenzar a aprender
el incomprensible acto de olvidar.
Premisa irrefutable:
Soltarte.
El amor que te encadena
a la agonía de un recuerdo,
más que amor es un verdugo.
Tu beso
El silencio se aparea
con la noche
entre los acordes de una
palabra filosa.
Andan como
vampiros hambrientos
los pájaros noctámbulos
velando por los muertos
que se pasean sin ropa.
Se asemeja a un infierno
mi desdicha sin testigos.
Estoy descalzo
entre las brasas de la locura,
deambulando como un loco
en busca de tu beso
y la curva de tu espalda.
Catarsis
El suspiro viene
viajando
desde las
entrañas hasta el plexo,
llevándose el
herrumbre
del mundo que se
devasta, gota a gota,
como un iceberg a
pleno sol naciente.
Es en el cuerpo
pero también en el alma
en donde reflejo
la metamorfosis inminente:
Parezco un
mutante, ensayando
la consecuencia
final de la
desintegración.
El vacío que me
abraza
parece un
eclipse, el final de una era,
la muerte,
un ciclo que
termina y no más.
Podría tal vez
pretender
una última gran
palabra
antes de comenzar
a pulir mis zapatos
en nuevos caminos
pero no he
encontrado aún
el momento exacto
para dejarme
crucificar
por semejante
construcción sintáctica.
Requiere de calma
real
escudriñar en la
garganta
para parir un
adiós
acorde a las
circunstancias.
Mientras tanto,
me iré
abandonando como un vagabundo
al vaivén de las
emociones
que amenazan
explotarme
en la
respiración;
Luchar para
evitarlo
no sería
oportuno; pretendo inmolar
hasta los huesos
en este salto cuántico,
en dónde estoy
dejando
nada más ni nada
menos,
que a un amor
importante.
Mañana, tal vez,
a la luz de
nuevos vientos,
me regale un
segundo
frente a mis
escombros
y pueda capturar
en la retina
mi vieja imagen,
pariendo sueños frescos.
Fotografía: Lonely Pierot
Delirio
El mudo vaivén de las hojas
muriendo su otoño,
como espigas de agua mensajera,
divagan que son ninfas paseándose por el viento
mientras yo las observo agazapada en la proa
de mi nave silente.
Me explotan los sentidos
con la tinta que
transpira
entonces me propongo salir/me de mí
hacia el reino del vacío
donde se acumulan las huellas de mi viaje.
¡Qué mundo! ¡Qué profundo el silencio!
Súbitamente tu mano invisible
despierta la memoria de mi piel dormida
y me estremezco.
Inevitablemente.
El ocaso enciende a sus
hijos que dormitan
y profetiza a viva voz
la suerte de mis días,
asistidos por la interferencia de tus roces:
¡Qué delirio en la eternidad de la nada!
…Pero el delirio es verte,
con el rostro blanco,
deambular por la casa,
vestida de muerte.
Fotografía: Emil Schildt
Tu ausencia
Recorro éstas calles
atascadas de sensaciones que
oscilan entre vestigios de
locura y suspiros
que van y vienen.
El detonante de este destierro
puede haber sido el silencio
o tu destello,
esa fugaz anestesia que
me regalo tu etérea presencia.
En cada paso pretendo inmolar
tu mirada.
Las voces extrañas
esas que no saben
de mí ni de mis penas
me conectan con el lujurioso
pensamiento de tu ausencia.
Te recuerdo el cuerpo.
Los contornos utópicos
de tu lánguida figura,
el olor de tus rincones,
la savia de tus besos.
Como un enajenado
me lapido de vez en cuando
con una lágrima triste.
Esa lágrima no tiene
escrúpulos y me castiga
triunfante
mientras desesperadamente
intento evitar
la angustia de tu desidia.
De las cosas que te llevaste...
Añoro mi alma.
Viceversa
El fantasma de días anteriores
dibuja sobre las curvas de
mi piel cansada
trazos de memorias
que ya no están;
Una lágrima se vuelve semilla
entre los paisajes
de mi rostro a contraluz,
mientras yo, inevitablemente,
me pierdo
en el sonido de tu voz
que ha venido a exorcizarme.
El tiempo.
y viceversa…
Morir tu ausencia
es como volverme al útero
para empezar a desintegrarme
de nuevo.
Fotografía: Johanna Knauer
Emisario
Recurro al silencio
para que no sea
tu ausencia la santa matadora
del delirio en el que ha elegido perderse mi alma.
El dolor me llega hasta el centro
del pecho y me revienta
en el fulgor de mis manos que anhelan
ese beso tuyo que no es de nadie
y es del aire que me envuelve.
Ojala pudiera dejar de ser un emisario
del poema que nace de mí
cada vez que muero y renazco
en un pensamiento tuyo
que a la distancia me evoca…
Fotografía: Mario Sorrenti
Días extraños
Se acercan las luces del ocaso a explotar
lentamente en la retina de mis ojos y
su tristeza, maquillada de avatares cotidianos;
entonces surge de mí la imagen de tu cuerpo
esfumándose en la oscura liviandad de la bohemia
soledad de adentro que siempre me apodera en los días
extraños, cuando transito la callada quietud de saberme
extranjera en mis propias huellas.
Hoy quisiera poder encontrarte navegando
Por los caminos invisibles de un verso mío…
encontrarte sin carne, serena y desnuda,
reviviendo desde el silencio que anida
en mi pecho.
El fantasma que me reviste
levita por las líneas etéreas de la tierra
reciclando la pesada
ausencia de tu primavera
que ya no me transforma;
entonces le rezo a los dragones del tiempo
para que puedan
cauterizarme la pena
de saber que ya habías muerto antes
que a mi boca se le diera por inmortalizar tu nombre,
en las bitácoras de mi viaje.
Fotografía: Ana Correal
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