miércoles, 31 de julio de 2013

Cartas para Noa ( 14 )


Regresamos después del mediodía. Una cálida llovizna de verano tiene a Coral Gables bajo el embrujo de una pausa celestial.
Las gotas percuten sobre el casco del navío. Lo hacen con tanta gracia que su danza es digna de ser atestiguada y eso hacemos, sin decirnos nada.
Desde el sur, unas espesas nubes grisáceas vienen viajando altivas; pronto, el apacible chaparrón será una tormenta de luces estridentes en el cielo, entonces pienso que necesito refugiarme en la belleza de Noa y su calmada poesía.
Mientras una brisa refrescante se cuela por el ventanal acariciando el cortinado, nos besamos apasionadamente y yo me sujeto a sus brazos en un intento inconsciente, tal vez, de prolongar el momento en el espacio y en el tiempo.
Noa hace lo mismo, se aferra a mi cintura intuyendo como yo, que muy pronto el devenir de los hechos nos conducirá irremediablemente hacia otras costas, hacia esos paisajes del amor en donde urgen las palabras. Por ahora nos basta el silencio de miradas que en sintonía se encuentran; de besos que impetuosos colapsan en nuestros labios; de caricias que con la más descarada autonomía se deslizan sobre la piel que las reclama.
—Me siento tan cómoda contigo…―le murmuro al oído, mientras beso su cuello.
—Y yo contigo…―responde y se ruboriza un poco.
Suspiro muy hondo.
—Creo que tú y yo estamos en serios problemas―le manifiesto y sonrío con timidez.
—Definitivamente, lo estamos.
Súbitamente, la imagen de Nick se instala en mi mente.
Me alejo despacio y camino hasta el sofá colonizada por un extraño sentimiento.
― ¿Qué sucede?—Me interroga y se sienta a mi lado.
No respondo, solo bajo la mirada.
― ¿Nick?—me pregunta y ahora son sus ojos los que buscan el vacío del piso.
Asiento con el rostro. No puedo, ni quiero ocultarle lo que siento.
Sus pupilas buscan hacer contacto con las mías y lo logran.
― ¿Todavía lo amas, Sofía?—su pregunta es directa y sin rodeos, como siempre.
Aprieto su mano. El corazón me responde con una puntada y debo incorporarme.
Llego hasta la barra y destapo una gaseosa. Tengo la boca seca de repente, como si me obligara a enmudecer sabiendo que no voy a tener éxito.
―Si—respondo a secas y sin lugar a dudas―Nick ha sido mi compañero durante mucho tiempo…
Noa se queda en silencio durante varios minutos. Sé que mi respuesta no ha sido la esperada.
—No entiendo que haces conmigo si en realidad todavía lo amas…
Abro los labios. Quiero decirle: porque si me lo pidieras dejaría todo para cruzar esa puerta contigo y no tendría que pensarlo ni un segundo.
Me callo. Hacerlo podría significar que mi mundo se quebrara en millones de pedazos corriendo el riesgo de quedarnos atrapados entre sus escombros. No quiero lastimar a nadie—pienso y sola llega la respuesta: eso es inevitable.
—Lo siento. No debí preguntar―me dice, con notable pesadumbre.
― Esto es importante, Noa. Nick y yo llevamos juntos más de diez años. Necesito encontrar la manera de  aclararle las cosas…
—Entiendo―responde,  con firmeza—lo que menos quiero hacer es presionarte. Tal vez me estoy dejando llevar por esto que siento, que no había sentido jamás por nadie. Yo tampoco sé cómo actuar…
El timbre suena y su chirrido me sobresalta. Me quedo inmóvil durante algunos segundos. Vuelve a sonar, ésta vez, con más ímpetu.
―Debe ser Louis. Seguramente nos vio llegar—digo y encaro rumbo a la puerta.
Giro el picaporte. Del otro lado, el rostro sonriente de Florencia me deja sin aliento.
― ¡¿No me invitas a pasar!?¡Me estoy empapando!—vocifera, al advertir mi estupor.
― ¡Claro!... ¡disculpa, estoy más que sorprendida!—le digo por fin, mientras trato de relajar un nudo en mi garganta— ¿¡qué haces en Miami!?
Giro el rostro y miro hacia el living comedor. Noa se pone de pie.
—  No recibí ninguna llamada tuya―agrego, mientras diseño en mi mente un puñado de respuestas para  contrarrestar las miles de preguntas que seguramente disparará Florencia no bien cruce el umbral.
―Estuve llamándote desde el aeropuerto. Como no respondías llame al hospital y me dijeron que estabas de licencia…
—Debe haberse agotado la batería…salí a navegar y olvidé cargarla.
Aunque estoy haciendo el mayor de los esfuerzos para disimular mi incomodidad,  no logro que desaparezca. Florencia sigue parada sosteniendo su maleta, detrás de un refulgente abanico de dientes blancos y mirándome sin comprender mi estado.
―En realidad quería sorprenderte…—sostiene y lo hace en un evidente intento de hacerme  reaccionar.
― ¡Y sí que lo hiciste!  Estoy…en shock, jamás pensé que te vería parada en el umbral de mi casa—digo finalmente y suelto una carcajada-más por querer descargar mi estado de nervios que por otra cosa-
Ingresa en dos trancos y me abraza fuerte. Yo respondo después de algunos segundos.
― ¿Estás con Nick?
—No. Él está en Nueva York―respondo inmediatamente, casi en voz baja—Buscaré algo para que te seques—añado, intentando ser buena anfitriona.
Llegamos hasta living. Ahora, millones de pensamientos se abarrotan en mi mente y por primera vez en mi vida me embriaga una insólita sensación de incontrolable  inquietud.
Intento hablar pero me quedo sin palabras. Al advertir mi estado, Noa sale al cruce y se presenta.
—Hola, soy Noa
―Florencia—responde y me contempla de reojo aguardando mi intervención.
―Noa… Flor es mi hermana. ¿Recuerdas que te hable de ella?
—Sí, lo recuerdo. Un gusto conocerte.
Florencia no responde y la veo hacer un esfuerzo por decodificar mi mutismo.
―Noa y yo nos conocemos del hospital…—agrego por fin,  recuperando el ritmo de mi respiración.
 ―Encantada—le dice y estira su mano para estrechar la de Noa― ¿trabajan en el mismo sector?
—Algo así― contesta Noa y se vuelve hacia su  mochila—… Estaba justo saliendo. Las dejo para que conversen tranquilas…
― ¡Pero no tienes que irte por mí!—Exclama, Florencia
―Te agradezco,  pero realmente debo irme.
― Podemos cenar algo y después  te alcanzo hasta el Down Town…—intervengo, casi con urgencia.
Mis ojos se funden con los suyos.
—Lo dejamos para otro día―responde y asiente con el rostro sin desviar su mirada, como intentando decirme: deja las cosas así. No lo arruines.
— Okey, lo dejamos para otro día. Te acompaño hasta la puerta—concluyo,  decodificando el mensaje.
―Realmente ha sido un gusto—agrega, ahora mirando a Florencia―espero que volvamos a vernos antes que regreses a Argentina.
—Seguro que habrá otra oportunidad...
Caminamos hasta el hall. Mientras avanzo, no puedo deshacerme de un vacío que me golpea el pecho como mil batallones marchando a paso firme. Acerco mi mano y busco rozar la suya. Lo consigo. Inmediatamente su tacto tenue sacude cada fibra de mi cuerpo.
—Llueve cada vez más fuerte…
―Es hermoso caminar bajo la lluvia…—me dice y sonríe de costado.
―Podría llevarte hasta algún sitio…
—Te envío un mensaje apenas me instale ¿te parece?
―Tenemos una charla pendiente—aseguro, con certeza...
―Así es...tú y yo tenemos una charla pendiente…—responde y se aleja algunos pasos.
Me  invade el silencio. Aprieto los párpados y le digo mil cosas con el pensamiento.
Se detiene y gira sobre sus talones.
—Lo sé…―murmura y yo sonrío con los ojos húmedos de emoción.
Me quedo parada con la puerta abierta, mientras su silueta se pierde en el camino y el corazón me late a toda velocidad. Quiero llorar. Quiero salir corriendo detrás de sus huellas, fundirme en un abrazo y que  las palabras exploten de mis labios definiendo lo que en realidad siento pero respiro muy hondo, recuperando del todo mi postura, como siempre.
Cierro la puerta a mis espaldas. Al hacerlo, el sonido repercute por toda la casa.
Florencia me observa mientras avanzo hasta la barra y sorbo algunos tragos de gaseosa.
— ¿Qué fue eso?—pregunta por fin, sin poderse contener
— ¿A qué te refieres?—respondo, tratando de restarle importancia a mis palabras.
Florencia baja la mirada y sonríe de costado.
—Simplemente te lo pregunto porque la situación fue algo extraña y no entiendo porqué, de todas formas sé que no vas a contarme absolutamente nada…
Enciendo un cigarrillo. Quiero cambiar el rumbo de conversación y lo hago.
— ¡Realmente me dejaste sin palabras!—exclamo.
—Me imagino que sí.
Aspiro el cigarrillo con fuerza. Sé que no hay necesidad de estirar más la pregunta de rigor.
— ¿Prefieres instalarte y después contarme lo qué sucede o…?
—Vine a hablarte de mamá—me interrumpe decidida—está enferma.
La miro confundida.
— ¿Enferma?
—Marcelo insistió en no decirte nada hasta que tuviéramos el diagnostico de varios médicos…incluso no estaba de acuerdo con este viaje pero yo considero que hay cosas que no se hablan por teléfono, así que Ismael y yo pensamos que sería lo mejor. Eres parte de la familia ¿no?
Me propongo ignorar la última frase.
—Tiene Alzheimer—continúa—vamos a internarla la semana que viene, hemos decidido que será lo mejor para ella…
Parpadeo varias veces tratando de asimilar además, las gélidas aristas de tanta información.
—No entiendo porque no me avisaron antes...
—Eres bastante difícil de localizar, Sofía—me responde, con cierta ironía en el tono de su voz.
Me pongo de pie y camino hasta el ventanal. Llueve copiosamente. Una ráfaga indisciplinada de viento me despeina y me golpea la cara trayendo frente a mis pupilas un incontable cúmulo de vivencias que deambulan en los valles de la memoria.
Mi niñez, con su inmaculada frescura, me arrebata sin permiso, entonces siento en el pecho un agujero negro revestido de angustiosos planteamientos que transmutan al reproche en cuestión de segundos.
— ¿Está muy avanzado?—le pregunto, abatida.
—Lo suficiente como para que deba estar en un lugar que la contenga.
Suspiro muy hondo. Quiero resistir la embestida de algunas lágrimas que buscan existir pero fallo y ahora se deslizan impunes por el paisaje de mis mejillas.
A mis espaldas, sé que Florencia tampoco ha podido contenerlas y la escucho sollozar muy despacio, pero el silencio devastador de esa brecha invisible  que existe entre las dos y  nos separa desde siempre se vuelve un monstruo. Un denso e insondable abismo que ninguna quiere atravesar. No por ahora.
Suspiro profundamente buscando  reconfortarme y seco la humedad de mis lágrimas.
Giro sobre mis talones.
—Creo que sería importante que estuvieras allí—continua—para eso he venido, a pedirte que viajes con Nick…
Asiento con el rostro.
— ¿Cuantos días planeas quedarte? Nick está en Nueva York y debo hablar con él para que adelante su regreso…
—No más de dos días, lo lamento. Dejé a los mellizos con Ismael y no creo que pueda arreglárselas mucho más tiempo con el trabajo. Me gustaría esperarlos pero…
—No te preocupes. Allí estaré.
La noche me sorprende ahogada en mi ajetreado mundo de emociones que son contradictorias, punzantes, vehementes e indomables, como el huracán que se gesta en una dimensión paralela a mi tristeza y el cual, muy pronto, desatará su furia sobre mi castillo medieval de losetas escarlata.
Marco el número de Nick. Del otro lado, otra vez la línea está vacía.  
Un mensaje de Noa interrumpe un nuevo intento de comunicarme. Está en un albergue al Noroeste del Down Town,  cerca del Woodson Park. Intento responderle pero exploto en llanto. El móvil vibra nuevamente. Estoy contigo—dice el mensaje—siempre estoy contigo…
Me incorporo de un salto impulsada por la necesidad de sentirme a salvo en las manos de Noa y sus besos de otro mundo.
Mientras mi auto avanza hacia las estridentes luces del Down Town, la imperceptible tela del destino abre sus fauces y me aguarda expectante en la antesala de su impecable y elaborado “finale”…


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martes, 30 de julio de 2013

Se avecinan momentos cruciales en Cartas para Noa!!
Quiero agradecerles a todos, estimados amigos, por el apoyo, el interés y por cada uno de los comentarios.
Gracias!
Capitulo 14...MUY PRONTO.

jueves, 25 de julio de 2013

Cartas para Noa ( 13 )


El puente de Granada Boulevard con su fachada añeja de espeso verdor, se manifiesta ante mis ojos.
A lo lejos, la figura de Noa resplandece, mientras su mirada expectante me distingue del ajetreo.
Desde la plataforma que se levanta pacífica sobre las piedras de coral que bordean el pintoresco canal de Mahi Waterway, se ven las tejas de mi atalaya centellando un intenso tinte bermellón y la blanca envergadura del navío, silente y desierto.
Apago el motor. Mi celular vibra dentro mi bolso. Miro la pantalla. Es Noa.
¿Ready to ride? Sonrío.
Con mis dedos impunes ante el intento de frenar mi ansiedad, le escribo que me urge hacer unas llamadas para justificar mi ausencia del hospital.
Desciendo del auto y apresuro mis pasos.
El sol del mediodía ahora despunta  sobre el reflejo del agua que  estalla y se dibuja en el esqueleto del pequeño muelle detrás de la casa.
No me resulta complicado, tal como esperaba, argumentar mi retirada.
Entro en mi habitación y me despojo de la bata azulina reemplazándola por unas bermudas y una cómoda remera sin mangas.
El teléfono fijo repica. Me detengo en el acto. Sé perfectamente quien emite la llamada.
Durante algunos segundos me quedo anclada al cerámico blanquecino del suelo.
En mi mente, una guerra se da lugar en esa mínima porción de tiempo y es tan cruenta que tengo un nudo en el estómago.
Nick…—susurro y destrabo mis pies con dirección hacia el aparato.
Levanto el tubo. La llamada se corta. Inmediatamente suena mi móvil. Atiendo. Del otro lado, Nick me apabulla con un intenso monologo relatándome el resultado de la firma del contrato, las características de la propiedad que la empresa ha adquirido en Nueva York y reserva para el final la cancelación de nuestra “escapada de unos días” argumentando la urgencia de poner en funcionamiento las nuevas oficinas de Moore Real Estate Agency.
Me quedo en silencio. Durante todo el tiempo que llevamos juntos jamás he logrado que cambie el rumbo de sus planes para estar conmigo; sin embargo, vuelvo a intentarlo,  respondiendo tal vez a un deseo inconsciente de mitigar la culpa que muy dentro de mí palpita, amenazando estallar en cualquier momento.
—Deja que Jeff lo haga, Nick. Que él se ocupe.
—Mi padre ya no tiene ganas de andar lidiando con éstos buitres, cariño. Además este es mi negocio. ¿Sabes hace cuanto que papá sueña con oficinas en Nueva York? Le encantará saber que manejo las cosas como él solía hacerlo o incluso mejor. Es importante que me quede, Sofi. Te prometo que estaré en casa lo antes posible…
Respiro muy hondo y aunque intento empatizar con su alegría, no lo logro.
—Me tomé algunos días en el hospital. Creo que iré a navegar—le informo sin rodeos y prácticamente de manera involuntaria.
— Suena muy bien. Me encanta—Responde, con un tono que percibo casi al borde del desinterés. Aprieto los labios. En mi mente imagino una escena fugaz en la cual lo veo dándose cuenta de lo que realmente está sucediendo.
Me interrumpo. Soy yo la que me diluyo lentamente dejándome sin posibilidades de volver atrás. ¿Acaso hay alguna cosa que pueda reprocharle?
Abro los labios. Quiero decirle mil cosas. Quiero exigirle que no me abandone en las fauces de lo imprevisible así como así; que intervenga por “motus propio” y salga al cruce de mi “cliché hollywoodense”.
Quiero gritarle. Sacudirlo. Rescatarlo de esa brea sin nombre que por años nos ha succionado hasta el alma en nuestro afán de estar a la altura de las circunstancias.
Quiero hacer mil cosas pero ahogo mis palabras. Yo sé que Nick no tiene intenciones de abandonar esta envergadura. Yo sé que Nick no caería en las garras de ningún planteamiento existencial. Yo sé que es éste el final feliz de su propia historia.
—Cuando regrese iremos a Hawái,  visitaremos a Greta y  a Ricardo, te lo prometo cariño…
—Claro. Hace mucho que no vamos—respondo—Sería lindo.
La línea retumba una abismal ausencia de lenguaje a través de algunos minutos que se vuelven eternos.
—Lo prometo, linda—concluye.
Finalizo la llamada. ¿Será que sostengo entre mis manos el hilo para abandonar el laberinto del cual Teseo, ésta vez, no quiere salir?
Estrujo mis párpados con fuerza.
De repente, Noa susurra mi nombre. Giro sobre mis talones. Soy Eurídice levitando en el dulce arpegio de esa voz que viene a liberarme del veneno de la soledad impensada.
Arrebato mi bolso del sofá y acometo impetuosa con dirección al muelle.
El casco del “Sportfish Hatteras”,  impecable y reluciente sobre la calma del canal, aguarda silente—siempre en condiciones de uso debido a los cuidados de Louis, uno de los tantos encargados de sostener la minuciosa prolijidad de city beatifull—
Como una ágil amazonas,  trepo  a la embarcación de un salto. Ingreso la llave y la hago girar. El motor brama. Respiro profundo y traigo a mi memoria todas las instrucciones que en algún momento me diera Ricardo.
Me sujeto a la manija horizontal del acelerador y pongo la nave en reversa. Maniobro el volante con sutileza y  en unos cuantos movimientos, estoy navegando.
El corazón me late desbocado. Dejo escapar una liberadora carcajada de triunfo y avanzo despacio.
Noa me aguarda en las escalinatas que bordean el canal.  Freno.  Con un brinco preciso está a mi lado luciendo una enardecida sonrisa.
—Let´s ride―le digo y acelero con rumbo hacia la bahía de Biscayne.
El intenso sol se mezcla con la brisa templada saturando mis hombros de un fulgor incomparable. Me siento rebosante de una felicidad que sólo conocía en los paisajes de mi lejana adolescencia.
Le comento a Noa que nos detendremos algunas horas en la bahía a buscar provisiones y que si está de acuerdo podemos instalarnos, aunque sea una noche, en Boca Chita, una de las bellas islas coralinas del Parque Biscayne.  
Asiente.  
—…Hay un faro desde el cual tienes las vistas más hermosas del  litoral. Es más bien un lugar de picnic pero  amo la tranquilidad de ese pequeño Cayo. Sé que te va a encantar.
― ¡No lo dudo!
―Espero que cuando viaje a Londres tengas un tour diagramado para dejarme sin palabras—agrego y suelto una risa despreocupada.
―Londres tiene una magia inusual. O lo amas o lo detestas. O vuelves siempre o jamás quieres aterrizar de nuevo…pero sin lugar a dudas es uno de esos sitios que no se pueden olvidar.
Yo nací en Somerset, al sur de Bristol, más específicamente en Glastonbury, las tierras del rey Arturo y del Santo Grial… así que te imaginaras que el sitio es puro encanto.
―Me imagino que debe ser muy interesante.
—Lo es. Muy místico y acogedor. A veces extraño el verde fosforescente de sus colinas, la chispa en los ojos de la gente, los festivales en Worthy Farm, el valle de Avalon…
― ¿Desde hace cuanto que no vuelves?—le pregunto, intrigada.
―Casi dos años. Desde que se falleció mi abuela—el único familiar importante que me quedó después de la muerte de mis padres―decidí entonces ir a ver que tenía el mundo para ofrecerme…
— ¿Y? ¿Qué es lo que tenía para ofrecerte?
―Más de los que esperaba…sin lugar a dudas.
Llegamos a la bahía. Inmediatamente el espejo azulado de sus aguas tibias nos encandila por completo. La recorremos un par de horas  mientras nos agenciamos de lo necesario para continuar el recorrido. Está cayendo la tarde cuando zarpamos hacia Boca Chita.
El paisaje es tan abrumador que respiro muy hondo, como si quisiera meterme el mundo en los pulmones. A lo lejos, la luz del faro comienza a destellar tenuemente.
Maniobro con cuidado y me detengo cerca de un grupo de tupidos manglares. 
―Esto es hermoso…—dice Noa, inspirando el delicado aire nocturno.
―Realmente hermoso…—agrego y hago lo mismo― ¿frutas, queso y vino blanco?—le pregunto, con una sonrisa instalada en los labios.
―Suena delicioso.
Nos acomodamos y cenamos en calma. De vez en cuando algunos espacios de silencios confortables se manifiestan entre nuestras palabras y yo los aprovecho, dándole rienda suelta a una intensa satisfacción.
Sumergida en una atmosfera exquisita de miradas y gestos cómplices,  me atrevo a preguntarle porque ha decidido pasar el tiempo conmigo y mis melancolías de mujer rayando el despecho- así me defino, porque es en realidad como me siento-
— Tú no eres una mujer despechada―afirma, con certeza.
— ¡Realmente creo que hasta admiro la forma tan simple que tienes de ver el mundo Noa!—respondo, asombrada—En el mío—agrego—ésta noche, la luna, el yate y tú…son un brote del más puro “esnobismo”…
Se queda mirándome con una marcada mueca de seriedad y después explota en una carcajada que retumba en el sosiego de la noche.
― ¡Tú eres la persona menos “snob” que he conocido en mi vida!—vocifera, prolongando su risotada.
Segundos más tarde, inevitablemente me sumo a su hilarante y contagiosa espontaneidad.
―Tal vez sea más parecida a ti de lo que creo…—Interrumpo, sin estar convencida de mis propias palabras.
—Yo creo que sí—Me confirma y baja la mirada― tan sólo deberías encontrar la manera de no querer aparentar todo el tiempo algo que no eres—dice, casi en voz baja.
Enmudezco y suspiro hondo.
Me pongo de pie y camino hasta el borde del navío. A lo lejos, el océano despunta pequeñas olas que desparraman un intenso aroma a algas frescas.
―Créeme que a ésta altura no sé quien carajo soy. Siempre creí tener una idea tan clara de mi persona, de mis objetivos, de aquello que anhelaba conseguir en la vida. Soñaba con salir de mi pueblo provinciano en dónde no veía más que aspiraciones de “ama de casa” y “cajeras de supermercados”. Y llegué a Miami y durante un tiempo fue tan perfecto e impecable que quizás mi error fue creer que la vida debe ser así de inmaculada a cada instante. Fui una tonta. El mundo no tiene lugar para tanta ingenuidad…
—La inocencia no es ingenuidad. Es pureza y eso no debe perderse jamás.
― ¿¡Cómo es que tienes toda esta sabiduría?!—Vocifero—me siento…apabullada.
—He tenido mis aprendizajes…algunos más forzosos que otros. Como todos.
Vuelvo a sentarme a su lado y lleno mi copa de vino.
―No sé qué debo hacer—le confieso.
Aprieta los labios y respira hondo.
—Deberías empezar por convencerte que en realidad  no estás a la deriva. Nadie lo está. Cuando estuve en India―continua—aprendí que todo está conectado, que cada experiencia es solo un escenario para crecer y fue la lección más importante de mi vida. Créeme.
Desde algún punto lejano del mundo yo tuve que venir a encontrarte para traerte algo nuevo  y sin lugar a dudas liberador, tanto para ti como para mí….
— ¿Cómo este momento  en el ocaso de Boca Chita? ¿O un beso… en un pequeño restaurante de Lincoln Road?— Pregunto y me sonrojo ante lo que acabo de decir.
―Así es…
Nuestras pupilas se encuentran de repente. Tímidamente acerco mis dedos a sus labios. Los deseo, como nunca he deseado nada más.
—Estoy perdiendo la cabeza―murmuro― No puedo hacerle esto a Nick.
Me acurruca entre sus brazos. Apoyo la cabeza en su hombro y me quedo allí durante varios minutos. Sollozando.
—Esto es una maldita locura que simplemente no puede ocurrirme. No a mí—Concluyo abatida.
―Las emociones son caballos salvajes…. ¿De qué pretendes hacerte culpable? —me dice, deteniendo sus pupilas sobre la humedad de las mías.
— ¡Por lo menos podría intentar huir!—clamo, notablemente apesadumbrada.
— ¿Realmente quieres huir,  Sofía? Huir es tan fácil y tan difícil al mismo tiempo, tan doloroso...pero, piénsalo, ¿puedes huir de ti misma? Y  no hablo de un sentimiento. Hablo de ti... de tu música interna. No dejes que el caos te aprisione, no huyas de tu belleza, del poema que habita también dentro de ti. No te cortes las alas, Ariadna de mis mil amores….
Me acerco lentamente a la suavidad de su boca.  Necesito el calor de su piel susurrándome que son sus ojos el verdadero camino para escapar del laberinto.  
El reflejo de la luna encuentra nuestra desnudez deleitándose con roces que fluyen sin permiso. Entonces, cuando sus manos se deslizan por las líneas de mi cuerpo en una especie de reconocimiento que me lleva inexorablemente a explotar en llanto, escucho su voz diciéndome “te amo” y  los jardines concéntricos de mi casona que son catorce y son infinitos, comienzan a desvanecer sus cerrojos y ahora, la mujer que se refleja en el candor de sus pupilas no es tan ajena a mí, de repente…esa mujer ya no es una extraña.


Fotografía: Anni Suvi



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lunes, 22 de julio de 2013

Cartas para Noa ( 12 )


Abandonamos el restaurante pasadas las 10  y decidimos caminar por la noche que se refleja en las imponentes palmeras de Lincoln Road.
Un hombre de sombrero blanco toca los timbales arrebatando sonrisas en cada acorde y hay cientos de transeúntes embrujados por la magia de un destello de luna, que tiñe cada rincón de un suave matiz  plateado.
Noa camina junto a mí y  acaloradamente me relata anécdotas de sus viajes.
En mi mente, sus palabras forman imágenes en las que me pierdo; desinhibida y aventurera, como cuando era esa niña del jardín queriendo encajar las formas sin forma de un geranio en el cuerpo de una cigüeña.
Mientras escucho su relato, no puedo evitar pensar que yo sólo tengo en mi haber sucesos médicos y hazañas universitarias. Bajo la mirada. Lejos de querer ser condescendiente conmigo misma, me lo reprocho.
―Nick y yo siempre tenemos la excusa de “ya habrá tiempo”—le comento y al hacerlo me sorprendo de lo ridículo que suena decirlo.
Llegamos hasta el auto. Abro la puerta y me quedo unos instantes detenida en el fulgor esmeralda de sus ojos.
―Realmente pasé un día maravilloso. Gracias—me dice,  en medio de una sonrisa.
―Yo también, Noa.
Un gigantesco instante de silencio se instala en el aire que nos rodea y entonces, con el corazón acelerado y un nudo en el estómago producto del nerviosismo, me atrevo a preguntarle si tiene donde pasar la noche.
—Estaba en un Hostel hasta hoy pero no te preocupes, puedo volver a rentar una habitación―me responde, con serenidad.
Giro el rostro. Miro mi reloj y acomodo la garganta. No estoy muy segura acerca de lo que estoy a punto de hacer.
—Es bastante tarde. Coral Gables está cerca…mi casa es enorme. Podrías usar la habitación de huéspedes.
Otra vez,  un colosal silencio vuelve a posarse sobre nuestros hombros.
―Tal vez no sea una buena idea…—digo, sonrojada y notablemente incomoda ante su mutismo.
― ¡No, en realidad es una excelente idea!—me dice y me toma del brazo deteniendo mi amague para perderme en el interior del auto―sucede que no quiero molestarte—agrega.
―Para nada es una molestia—afirmo,  con certeza― No veo porque debas andar vagando en busca de un sitio para dormir cuando yo tengo lugar de sobra…
Después de unos segundos, asiente con el rostro.
El puente de MacArthur Causeway Avenue  emerge  imponente en  el oscurecido espejo marítimo que descansa plácido, bajo su envergadura de hierro.
El viento me pega en la cara. La idea de correr el techo del auto fue de Noa y me alegro que lo haya hecho. La brisa nocturna es un deleite.
Giro por Granada Boulevard y la casa sobresale formidable al hacer contacto con las luces de los faroles.
Ingresamos.
Los ventanales que dan al jardín han quedado abiertos. Toda la cálida frescura del césped húmedo se percibe en cada una de las líneas del living comedor y viaja por las escaleras para descansar por fin, como un perfume refinado, en la calma de las habitaciones.
Noa no puede evitar el estado de sopor y me enternezco. Me recuerda mis 18 años y aquellas miradas atónitas.
—Este lugar es maravilloso―dice, mientras avanza lentamente.
—Sí. Realmente es una casa fantástica. Era de mis tíos. Ahora viven en Hawái en un apartamento frente al mar que es de no creer―le digo, mientras dejo el bolso sobre la mesa e intento ser buena anfitriona— ¿tienes hambre? ―continúo—podríamos ordenar algo ¿comida china? ¿Americana?
―No, gracias. No tengo hambre.
— ¿Una cerveza? ¿Una copa de vino? ¿Agua?―sonrío. Me siento una niña.
Noa sonríe también al advertir mi esmero por brindarle comodidad.
—Si me acompañas, una copa de vino estará bien.
―Claro.
Descorcho una botella de Chardonay.
Noa avanza con timidez, atraviesa el ventanal y se pierde en las luces del jardín.
Lleno dos copas.
—Desde aquí tienes un mapa completo de todas las estrellas del cielo―me dice, mientras me señala un pequeño grupo de refulgentes astros cerca de la Osa Mayor—Esa es la Corona Borealis―agrega—la constelación que Dionisio le obsequió a Ariadna, después de encontrarla sola y abandonada en Naxos.
―Ay Teseo…—comento, y nos reímos al unísono
―Es una historia maravillosa.
―Sí, lo es—respondo―Una historia triste con un final feliz…ojalá siempre fuera así en la vida real.
—Generalmente depende de nosotros―dice y se sienta sobre la gramilla fresca.
Yo hago lo mismo.
— ¿Realmente crees que depende pura y exclusivamente de cada uno?―le pregunto, intrigada.
—Totalmente―sostiene, con certeza—Mira a tu alrededor―continua— ¿acaso no tienes lo que siempre soñaste? ¿No es este el final feliz de tu historia?
Sorbo un trago de vino y durante algunos segundos experimento una extraña incomodidad.
La percibo porque no puedo creer que mi mente no luche ni un instante ante el deseo fervoroso de contarle exactamente como me siento.
Aprieto los párpados.
—Esto es todo lo que siempre quise, sí―contesto, resuelta—quizás lo que nunca imaginé en ese “perfect picture” fue que Nick y yo pasaríamos alejados incontables horas uno del otro, que no podríamos deshacernos de nuestro egoísmo para pensar en tener una familia, que priorizaríamos tener cada vez más para sostener aceitado el funcionamiento que esta máquina exige; que tendría una esplendorosa piscina a la que he disfrutado dos veces, un yate que jamás navegué, una mansión en la que retumba mi voz porque estoy sola…
Suspiro muy hondo.
―Lo siento—digo y sonrío de costado, recuperando mi postura.
―No lo sientas. Hace bien desahogarse de vez en cuando.
Mi mano roza la suya que descansa sobre el césped y al advertirlo la alejo con sutileza.
—No estoy preparada para…
Sus dedos me interrumpen posándose sobre mis labios.
―No tienes que estar preparada para nada—me dice, clavando sus pupilas en las mías― Estamos pasando un hermoso momento. Y mira cómo nos sonríe la fortuna…las estrellas parecen que están de fiesta; hoy resplandecen más que nunca.
Me río ante la ocurrencia y debo frenarme ante el impulso de abandonarme en sus brazos.
Sacudo el rostro.
—Estoy algo cansada―le digo, mientras me incorporo—Mañana estoy en urgencias y no puedo salvarme de la primera llamada bien temprano…
― ¿Un domingo?
Suelto una carcajada.
— ¡Los médicos no conocemos los domingos!
―Supongo que es así—responde y se incorpora también.
―Aquí en la planta baja hay dos habitaciones…puedes instalarte en la quieras.
Asiente con el rostro.
—Gracias Sofía.
Llego hasta mi habitación. Abro la ducha y dejo que el agua tibia me golpee los hombros con todo su ímpetu.
Me recuesto. Parezco una Ofelia flotando en un océano de locura.
Me rio para mis adentros y no puedo evitar sentirme desconcertada otra vez ante mis actos.
―Definitivamente estoy fuera de mis cabales—digo en voz alta y aprieto los párpados con fuerza.
Mientras me dormito, no puedo evitar pensar que tan sólo a unos pasos la languidez de su cuerpo exacto descansa sobre la blanca suavidad de las sábanas y me estremezco, pero ahogo el cúmulo de sensaciones y me obligo a dormir.
La primera llamada efectivamente ingresa no bien amanece.
Me visto a toda prisa y escribo una nota para Noa. Sé que no hay motivo alguno para desconfiar. No hay necesidad que interrumpa su descanso.
La dejo sobre el desayunador. En ella le digo que haga uso de las instalaciones de la casa. Que hay comida en el refrigerador y que volveré antes de las 5.
Llego al hospital. La mañana está ajetreada y en menos de tres horas ya he tenido que asistir varias emergencias.
Mi nombre resuena en el altavoz solicitando mi presencia en mesa de entrada.
Estoy junto a la recepcionista varios minutos después.
―Dejaron este sobre para usted doctora―me informa, al pasar.
Tomo el sobre entre mis manos. No puedo siquiera imaginar de qué se trata.
Lo abro.
Del interior se escapa la llave de mi yate que queda brillando sobre la palma de mi mano.
Abro el papel que la envuelve:
¿Y si durmieras?
¿Y si, en sueños, soñaras?
¿Y si, en el sueño, fueras al cielo y allí cogieras
una extraña
y hermosa flor?
¿Y si, al despertar,
tuvieras esa flor en la mano?
¿Qué harías?... ¿Qué harías?

Te espero en el puente de Granada Boulevard.
Noa.



Tus sueños, Samuel Taylor Coleridge
Fotografía: Lara Jade

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jueves, 18 de julio de 2013

Cartas para Noa ( 11 )



El frío de mi cama vacía me avienta fuera de ella pasado el mediodía.
El teléfono suena. Seguramente es Alison que llama confirmándome el almuerzo con los residentes del hospital.
No me apresuro a levantar la llamada intentando tal vez que se agote de sonar. No lo logro. Conozco a Alison desde la universidad y sé que no desistirá hasta que haya atendido y asegurado mi presencia.
La reunión es en “Altamar”, un bistró italiano en el cuál generalmente se organizan las “juntas” de la “élite” graduada del Miller School.
Me siento algo agotada después de mi noche en vela sobre la arena de la playa, pero sé que no puedo pasar por alto el evento.
Recién cuando aseguro mi asistencia, Alison interrumpe su monólogo de mil palabras por segundo.
―Te esperamos Sofía, a la una y media, sé puntual.
Abro la ducha y quito la pesadez de mi cuerpo destemplado.
Cuando han pasado 20 minutos y mi cabeza ha logrado despejarse del todo, le doy rienda suelta a mi extensa lista de cuestionamientos.
—Debo haber perdido la cabeza—me sentencio.
Separo un atuendo semi-formal y me visto al borde del desgano.
Hay algunas nubes espesas dando vueltas por el cielo azul fosforescente pero en nada interrumpen el resplandor del incandescente astro subtropical.
Comienzo el recorrido a través de la pintoresca Dixie Hwy. Enciendo un cigarrillo y me concentro en el camino. Después de casi media hora, el elegante boulevard de Lincoln Road con sus exclusivas boutiques, cafés, cines, teatros y sofisticadas galerías aparece frente a mis ojos.
En el restaurante ya están todos mis compañeros y la mesa es un despliegue de “egos” de todo tipo. Saludo a cada uno con simpatía y me instalo. Ordeno salmón, algunas verduras y una copa de vino blanco.
El curso de la charla desemboca, inevitablemente, en los mismos tópicos profesionales de siempre, entonces comienzo a experimentar una inusual incomodidad que me lleva a un mutismo espontáneo. Al advertir el silencio, trato de recuperar mi postura recordándome que yo soy parte de la geografía de este lugar y sus esquemas, pero fracaso en mi intento y hoy más que nunca mis amistades son un espacio vacío, hoy más que nunca el mundo es gris, como yo.
Intentando disimular mi estado, tomo el celular de la cartera y escribo un mensaje:
I miss you, Nick. Aguardo unos instantes, nada sucede. Seguramente debe estar como yo en algún restaurante de moda rodeado de los mismos tópicos de siempre, comiendo salmón, verduras y tomando una copa de vino blanco; sin embargo,  no creo que él haya enmudecido y esté cautivo de ningún torbellino emocional. Business are business. Nick lo tiene muy claro.
Mentalmente comienzo a querer reprochar su actitud pero salgo al cruce de mis pensamientos y me recuerdo que hasta hace unos meses esta estructura funcionaba a la perfección. Soy yo la que inexplicablemente he comenzado a desencajar, nada tengo que reprocharle.
Me excuso y me retiro al toilette. ¿Acaso está expirando tu carta franca, princesa? Me sanciono, mientras en el espejo del tocador me encuentro con el reflejo de una mujer que desconozco y me sobresalto-ya he experimentado en mi vida una impensada intervención que me devolvió una imagen ajena a mí- Sacudo el rostro. No quiero volver a atravesarlo.
Salgo del lugar sin despedirme y llevada por un impulso infrenable.
Llego a pasos agigantados hasta el auto y acelero con toda la intención de hacerme invisible cuanto antes. Avanzo unas cuadras y me encuentro con las verdes palmeras de Lummus Park.  
El corazón se me acelera. Intento frenar su alboroto pero no puedo. Aparco el vehículo.
Con un movimiento brusco abro la puerta y comienzo a caminar por la concurrida peatonal, arrebatada por la incontrolable necesidad de encontrar a Noa.
Mientras retumban mis pasos en el camino me asaltan un puñado de lágrimas; tal vez por la impotencia de reconocerme deambulando en una dimensión paralela a mi mundo en donde no tengo miedo de frenar y salir a buscar a una persona, aparentemente extraña, que tiene el poder de desintegrarme solo con una sonrisa.
Mis ojos ubican su silueta-durante algunos segundos sufrí la tortura de creer que se había marchado para siempre-me detengo. No sé qué decirle. Giro para marcharme, me consuelo con saber que aún estamos en el mismo lugar. Su voz gritando mi nombre me detiene. Alzo la mano y saludo. Me siento ridícula. En una milésima de segundo está a mi lado besando mi mejilla y agradeciéndome que haya venido a escuchar su música. El reflejo de su mirada es perfecto. Le pregunto si ha almorzado. Me responde que no. Le hablo de un pequeño  restaurante cubano sobre la Ave. Meridian que amo y le pregunto si quiere acompañarme. Acepta.
El resto de la tarde nos la pasamos bebiendo cerveza helada, sorprendiéndonos de nuestros gustos en común y vagando en un largo debate sobre “vidas anteriores”.
— ¡Es la única explicación que le encuentro a lo que me pasa contigo!—exclama, en medio de una sonrisa.
Quiero preguntarle que es “eso que le pasa conmigo” pero bajo la mirada. No quiero que me malinterprete.
El mozo se acerca. Le pido otra vuelta de cerveza.
— ¿Cómo es Londres? —le pregunto, desviando el curso de la conversación.
— ¿No has ido a Londres?
— ¡Te sorprenderías de todas las cosas que no he hecho! —le respondo, en medio de una carcajada—una de ellas es no haber ido a Londres.
—Es una pena. Con todo lo que has logrado deberías estar devorándote el mundo.
—Me imagino que sí...pero Nick y yo trabajamos demasiado.
Frunzo el ceño. Es la primera vez que nombro a Nick en su presencia.
— ¿Nick es tu esposo?
—Sí—respondo—Está de viaje en Nueva York.
Bajo la mirada, notablemente abatida.
—Te pone triste que no esté…
Intento cambiar nuevamente el curso de la charla pero solo atino abrir los labios.
—La verdad que sí—hablo finalmente, minutos después— Sin embargo, ya estoy acostumbrada. Es nuestro ritmo de vida desde hace años.
— ¿Te hace feliz vivir así?—me interroga, sin rodeos.
Titubeo unos instantes. No quiero responder. Hace unos meses atrás, mi respuesta hubiera sido clara y certera: Por supuesto que sí. Hoy, sencillamente no lo sé. 
Llega el mozo con las cervezas. Sorbo algunos tragos. Está helada y me raspa la garganta.
Mi celular vibra. Verifico el identificador de llamadas. Es Nick. Me excuso con un gesto y me alejo de la mesa.
—Hola Cariño. Perdona que no te haya llamado antes…tuve un día agitado y lleno de reuniones. ¿Cómo estás?
—Me imaginé que habías tenido un día pesado. Estoy bien. Descansando un poco.
—Aquí está nublado y parece que va a llover. Mañana me espera otro día fatal pero si logramos tener éxito en las tratativas del contrato, todo habrá valido la pena.
—Te irá muy bien. Lo presiento.
— ¿Sigue en pie la escapada de unos días a mi regreso?
—Claro que sí—Afirmo resuelta.
—Excelente. Creo que me voy a la cama….estoy destrozado de cansancio. Te amo mucho ¿lo sabías?
Me quedo en silencio. Levanto la mirada. A lo lejos, Noa ilumina su rostro con una tierna sonrisa y me estremece hasta el alma.
Durante algunos segundos experimento una pesada y abrumadora culpa que me sacude, obligándome a reaccionar del estado de estupor en el que me encuentro.
Acomodo la garganta.
—Claro que lo sé, Cariño—respondo, casi con la voz entrecortada—Yo también te amo mucho.
Suspiro muy hondo. Sé que no miento.
—Te llamo en cuanto pueda ¿okey?
—Okey. Que descanses.
Finalizo la llamada. Aprieto el móvil contra mi pecho y lentamente regreso hasta la mesa. Miro mi reloj.
—Es tarde. Creo que debo marcharme.
— ¿Está todo bien?—me pregunta, sin poder ocultar la sorpresa.
—Sí. Todo está bien. Sucede que…mañana debo…—Me detengo. Todo en mi interior me grita que no es necesario mentir.
Noa baja la mirada ante el fracaso de mi “excusa” y resopla sin poder ocultar su evidente confusión.
—Si te hice sentir mal por algo que dije…te pido disculpas—agrega
— ¡No pienses eso por favor! ¡No me has hecho sentir mal! Todo lo contrario…–me callo y analizo mi respuesta, intuyendo que no habrá posibilidad de volver atrás si es que  algunas palabras de más se escapan de mi boca—Me siento demasiado bien cuando estoy contigo. Hace nada que te conozco pero sé que eres una persona maravillosa y…
—Tú también eres una persona maravillosa, Sofía—me interrumpe—y estoy feliz de haberte encontrado.
—y no puedo entender…
— ¿Qué tengamos una conexión?
Me quedo inmóvil.
—Pues…la tenemos y eso es algo que no suele ocurrir a diario. En este interminable mar de gente tu y yo hemos coincidido y me alegro profundamente de conocerte y que estemos abriendo nuestras  almas. Este tipo de cosas—agrega―son las que me hacen pensar que la vida no es tan negra como parece…
Vuelvo a sentarme. Absolutamente conmovida por su respuesta.
— ¿No sientes miedo?
― ¡Claro que no! ¿Por qué habría de sentirlo?
Aprieto los labios.
— ¿A que le temes tanto, Sofía?―Me pregunta, mientras roza mi mano con sus dedos.
…A confundirme. A equivocarme. A darme cuenta que en realidad me he pasado la vida suponiendo que había encontrado el amor verdadero, la vida perfecta y ahora frente a vos- que me alborotas el espíritu y me haces sentir que amar es querer cruzar el mundo, es perder la noción del tiempo, del espacio, del lugar… es despeinarse, volar muy alto y desintegrarse más allá de todo en los valles de un sentimiento que no tiene respuestas- estoy entregada a tal punto que no me importa nada de nada—Pienso— y al abrir los labios para hablar, Noa, como si hubiera estado leyendo cada uno de mis pensamientos,  me arrebata con un beso profundo al que yo respondo instintivamente , como si mi boca hubiera pertenecido a la suya, desde siempre.


Fotografía: Anni Suvi

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martes, 16 de julio de 2013

Cartas para Noa ( 10 )



El teléfono de la cafetería repica durante algunos minutos.
Un reparador café aguarda por mí en la pequeña mesa de bar, mientras intento informarme del mundo exterior releyendo un número atrasado de "El Nuevo Herald".
La empleada de la cafetería levanta el tubo con un gesto saturado.
—Doctora Anderson…es para usted.
Levanto la mirada. ¿Para mí? Pienso y resoplo ofuscada. Necesitaba tomarme un descanso.
—Habla la doctora Anderson…
—Disculpe doctora, aquí en la recepción hay una persona que la busca. Dice que usted sabía que vendría.
El corazón se me congela.
—Noa…—murmuro entre dientes—dígale que estaré allí en un minuto.
Explotando una especie de entusiasmo que desconozco, apresuro mis pasos para no perder el ascensor que acaba de abrir sus puertas de par en par.
El aparato empieza a descender. Inquieta, golpeo la punta del pie derecho sin pausa. Sonrío incrédula al advertir mi evidente nerviosismo. ¿Qué me pasa? Me sentencio, mientras la imagen de nuestro primer encuentro me arrebata.
Llego hasta la recepción. Su esbelta figura sale a mi encuentro.
—Doctora. Que gusto verla. ¿Me recuerda? Soy Noa.
Durante algunos segundos tengo el indomable impulso de decirle: claro que te recuerdo. Me tienes pensando en tus ojos desde la primera vez que te vi y no puedo entender porque.
—No quería molestarla. Sólo andaba por aquí y pasé a ver como se encuentra el señor del otro día—agrega, ante mi silencio.
—Evoluciona favorablemente—respondo, por fin—es un paciente con antecedentes cardíacos pero pudimos asistirlo a tiempo.
Sonríe ante mi respuesta.
—Cuanto me alegro. ¿Podría decirle que pasé y dejarle saludos de mi parte?
— ¿Quieres dárselos personalmente? Puedo arreglar para que ingreses—le digo y me doy cuenta en el acto que se trata de un intento por retener su presencia varios minutos más.
Me sonrojo inevitablemente y busco sentenciarme, como siempre, pero estoy hechizada, absolutamente poseída por esos ojos que me han encerrado en un paisaje en dónde siquiera puedo pensar en querer salir corriendo.
—Me gustaría decirle hola...claro que sí—responde.
—Bien. Espérame un minuto hablaré con la enfermera.
Giro sobre mis talones. Hablo con la enfermera y le hago señas para que se acerque.
—Ven conmigo. Te acompaño.
Presiono el botón del ascensor.
—Gracias, es usted una persona muy empática doctora.
—No. Gracias a ti, pero no me trates de usted…me hace sentir mayor. Dime Sofía.
—Sofía…—murmura, y  yo me quedo deambulando en una especie de nebulosa de la que no puedo ni quiero escapar.
Llegamos hasta la habitación.
—Su nombre es Edward Carlson—le informo.
—Edward….sí, lo recuerdo. Pudimos hablar  mientras llegábamos hasta el hospital.
Ingresa. El hombre dibuja una amplia sonrisa al hacer contacto con su presencia.
—Noa…regresaste.
—Por supuesto. Quería saber de ti.
—Estoy mejor dulce ángel. Estoy mejor. Los doctores aquí me están atendiendo muy bien.
—Me alegro que así sea. Se ve que son gente hermosa. Sobre todo la doctora Anderson. Ella tiene una magia especial así que no dudes en hablar con ella.
Yo estoy parada en la puerta. Maravillada.
—He decidido quedarme  durante algunos días más y como sé que pronto vas a salir de aquí, tú y tu esposa están más que  invitados a la función.
—Iremos a verte. Cuenta con eso.
—Okey. Ahora voy a dejar que descanses. Nos veremos pronto. Lo sé.
Edward sonríe y afirma con el rostro. Sus ojos se humedecen.
—Gracias.
—No tienes nada de que agradecerme. Para eso estamos ¿no?— concluye y suelta una contagiosa risa que me invita a una sonrisa.
Nuevamente nos quedamos esperando el elevador.
Quiero hablarle. Quiero decirle cientos de miles de palabras para que no se marche.
Sin poder cuestionar mi accionar me sumerjo en un brote impensado de espontaneidad y decidida inicio una conversación.
—No pude evitar escuchar lo de la “función” ¿eres artista?
—Sí.
— ¿Qué haces?
—Me dedico a varias cosas, pintar, escribir, esculpir…pero por ahora estoy haciendo música con mi guitarra.
—Que interesante…
—La verdad que sí. Es una faceta mía que desconocía y ha sido encantador haberla descubierto. ¿Te gustaría ir a verme?
Mis labios se abren involuntariamente.
—Claro. ¿En donde tocaras?
—Creo que será en la playa, en Lummus Park beach…la noche promete ser cautivadora.
El ascensor abre sus puertas. Me obligo a dar un paso hacia el interior y ahora sí me esfuerzo para poner un freno al torbellino de sensaciones que me asaltan. Urge que recupere mi postura.
—Haré lo posible. Hace varios meses que no dispongo de tiempo para ir a la playa.
—Cuidado con el tiempo Sofía…es un tirano—me dice y entonces su encantamiento se apodera definitivamente de lo que queda de mí—Me encantaría que fueras. Estaré esperando verte—finaliza.
Estamos en la puerta principal. Quiero decir alguna palabra pero enmudezco  sabiendo que no hace falta que diga nada más.
Asiento con el rostro, al hacerlo se acerca y besa mi mejilla.
—Gracias otra vez.
La puerta electrónica abre sus fauces y entonces se pierde en el tumulto de gente que satura la calle gris.
Un brote de nerviosismo se apodera de mí y me siento observada. Acomodo la garganta, respiro profundamente y arremeto decidida.
La sala de descanso está vacía. Me siento en un sofá intentando acomodar mis pensamientos.
Mi celular suena. Es un mensaje de Nick. ¿Puedes escaparte? ¿Almorzamos juntos?
Dudo unos instantes.
“Cuidado con el tiempo Sofía…es un tirano”
Las palabras de Noa se desparraman en mi mente como un perfume exquisito.
Claro que puedo—pienso.
—A las doce. ¿Te parece?—Respondo, animada.
—Me parece bien. Paso a buscarte.
Guardo el móvil en un bolsillo y me quedo rodeada de silencio. Un silencio que resulta reparador y electrizante a  la vez.
El resto de la mañana transcurre en calma. Nick pasa a buscarme y sorprendido por mi resolución, me lo hace saber apenas entro al auto-generalmente ninguno de los dos pospone sus obligaciones-
—Reservé en Zuma—me dice, con su amplia sonrisa—de paso damos una vuelta por Key Biscayne.
—Me encanta Key Biscayne—digo y relajo mi espalda en el asiento.
—Lo sé.
Nos dirigimos hacia el oeste por la 12th Ave.
Nick está hilarante y de buen humor. No pasa mucho tiempo antes que su energía me contagie y ambos nos reímos de miles de cosas. Me fascina ver a Nick relajado, sin el ceño fruncido pensando todo el tiempo en cuidar los intereses de su empresa y se lo digo  mientras, en un semáforo, beso su labios.
—Vamos a pasar un lindo día tú y yo… ¿te parece?—me dice—Claro que sí, amor.
Aspiro profundamente el aire tibio que acaricia mi piel y durante algunos segundos vuelvo a sentirme esa chiquilina que viajaba en la carroza acerada de su príncipe americano.
Ordenamos comida oriental y varias ensaladas. Nick me sorprende con un chardonay que me apasiona y es tan caballero en sus gestos que no puedo evitar sentirme embelesada.
Después deambulamos algunas horas por la serena belleza de “isla del paraíso” -nombre que le hace honor con todas las letras a Key Biscayne-como solíamos hacerlo.
Son las seis de la tarde cuando finalmente llegamos a Coral Gables.
— ¡Deberíamos hacer esto más seguido!…—le digo y acomodo su pelo desordenado.
—Definitivamente. Me encanta verte contenta.
— ¿Tomamos una copa de champagne?—le pregunto y me dirijo hasta el frigobar dando por sentada su respuesta.
Lo observo quitarse el saco. Se sienta en el sofá. Desde lejos sus movimientos me encienden entonces quiero abandonarme en sus brazos.
Sirvo las copas.
—Es algo temprano para empezar de copas señorita—me dice, sonriendo.
—No, no lo es—respondo y lo beso nuevamente.
El responde y después menea su mano sutilmente para mirar el reloj.
— ¿Sucede algo?—lo interrogo, algo molesta.
—Necesito hablar contigo—responde, con seriedad.
— ¿De qué se trata? ¿Estás bien?
Toma una respiración y abre los labios.
—Tengo que irme algunas semanas a Nueva York— replica a secas y sin rodeos.
Me incorporo ofuscada.
—Ahora entiendo lo del “día en el paraíso”
—No es así Sofi. Tenía ganas de pasar un lindo momento contigo. Casi nunca lo hacemos.
—Por algo será…—le digo y enciendo un cigarrillo.
—No te atrevas a hacerme totalmente responsable de eso…tú también le dedicas miles de horas a tu trabajo y yo no interfiero para nada. Es lo que te gusta y lo respeto.
Camino hacia el ventanal. Está cayendo la tarde y el horizonte, teñido de naranja, parece un lienzo esplendoroso.
—Tal vez deberíamos comenzar a viajar…—digo, al pasar, como queriendo desestimar la seriedad de nuestra charla.
—Por supuesto que vamos a hacerlo, amor. Te lo prometo. Tal como lo habíamos planeado. Solamente te pido que me entiendas. Estoy entusiasmado con un negocio que puede posicionarnos por encima de muchos objetivos; incluso de los que se trazó mi padre cuando empezó con esto. Es muy importante para mí y necesito tu apoyo más que nunca. Prometo que cuando regrese nos tomaremos unos días—concluye y acaricia mi mejilla.
Me acurruco en sus brazos. Quiero decirle que me siento sola pero aprieto mis labios y me callo.
Es verdad, yo sé lo importante que es para él estar a la altura de las circunstancias. Lo sé porque es algo que nos une.
— ¿A qué hora sale tu vuelo?
—En tres horas
—Okey. ¿Te ayudo a empacar?
—Me encantaría.

Mi caja de cristal se queda vacía otra vez. La brisa que llega desde el mar me adormece mientras termino la botella de champagne recostada en una reposera cerca de la piscina.
Aspiro muy hondo el oxigeno marítimo dejando que sature cada fibra de mi cuerpo y al hacerlo, súbitamente,  Noa viene a recordarme que está sobre la arena de la playa haciendo música con su guitarra.
Me incorporo con un movimiento casi brusco.
Sin meditarlo ni dos segundos busco un bolso y las llaves del auto. Estoy algo mareada pero no me importa.
—Estoy solo a 20 minutos...—pienso.
Comienza a rugir el motor. La noche está maravillosamente estrellada.
Es viernes y más que otros días la gente colma las calles principales de Miami Beach; sin embargo yo estoy confiada. Sé que no será difícil encontrarte—murmuro.
A medida que avanzo por Promenade-la ondulada peatonal de Lummus Park que separa el césped de la playa, me asalta un interrogante: ¿Qué clase de persona puede, tan sólo con unas pocas palabras, arrebatarme de la silente quietud de mi casona medieval?
— ¿Quien sos…? ¿Porque siento que te conozco de toda la vida?
Sacudo el rostro y me recuerdo que no soy una convencida sobre esos temas místicos.
Llego hasta la arena. Mi atuendo desentona totalmente con el entorno de bermudas, pareos y bikinis.
Me saco los zapatos y me arremango la botamanga de mis jeans. Avanzo. El ruido de las olas me embruja entonces inspiro envuelta en una maravillosa comodidad.
—Extrañaba la noche del mar…susurro y al hacerlo, su voz se hace audible en el aire que me rodea.
El corazón se me acelera. Estoy absorta y cautiva de una parte de mí ser que inexplicablemente me guía como una brújula hasta su encuentro.
Su rostro emerge entre las llamas de un inmenso fogón.
El lugar está repleto de gente relajada sobre la arena. Al verlos,  me doy cuenta que no soy yo la única hechizada.
Me siento lentamente. Su voz es dulce y tierna.
Su repertorio se extiende hasta la madrugada pero nadie luce cansado, todo lo contrario.
Cuando todos se han ido y quedan las últimas flamas que buscan sobrevivir, su sonrisa me encuentra y entonces,  inevitablemente , descubro que estoy  a  merced de una clase de amor que mi corazón desconocía; que sin querer he llegado a las costas de esos amores que se presentan de repente y sin aviso, que no tienen ni dan explicaciones, que no preguntan porque ni para qué…descubro además, no sin caer de rodillas  ante un insondable  e inquietante vacío, que no hay nada, absolutamente nada, que pueda hacer para evitarlo.

Fotografía: Andrea D´Aquino



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