viernes, 28 de junio de 2013

Cartas para Noa (4)


Ricardo es hermano de mi Madre y vive con su esposa Greta en Miami desde hace 25 años. Ambos son mis padrinos y ante el impedimento de tener hijos yo me convertí en algo así como un sustituto al que regularmente envían regalos caros, raros y poco funcionales.
Jamás se han olvidado de mi cumpleaños ni de los acontecimientos importantes en mi vida. Acabo de terminar la secundaria y sin ser una alumna sobresaliente como Florencia o como Marcelo, me las he arreglado a fuerza de puro carisma para sacar buenas notas.
Yo saltó de alegría casi al borde del desmayo mientras releo la carta―Debemos hablarlo con tu papá Sofía―me sentencia mi madre desde el living, mientras telefonea a mi tía para corroborar las noticias y las condiciones del regalo.
La dejo sumergida en sus formalismos y corro desesperada hasta la habitación de Marcelo; él es el primero que debe saberlo.
Florencia interrumpe nuestra conversación y me avienta a la cara su pálida visión de la vida, como siempre―Rogá que mamá te deje ir, sabés como piensa en eso de una mujer viajando sola y al extranjero
Marcelo la mirada con desaprobación.
—Sólo digo la verdad y lo sabes.
Se excusa y se va sin antes dejar flotando su aire derrotista.
―No le hagas caso, mamá va a decir que sí, yo voy a tratar de hablarle, no te preocupes―Me dice con empatía—
Lo estrujo entre mis brazos y confío ciegamente en su intervención.
Sin generar sorpresa en ninguno de nosotros, mi Madre despliega durante la cena su abanico de negaciones.
Mi Padre ya está al tanto de la situación y me lo hace saber con su mirada, casi neutra. Mamá mueve los labios escupiendo cientos de miles de posibles riesgos y argumenta su negativa de manera elocuente y brillante.Como siempre.
Ninguno interrumpe. La vorágine de la “reunión” está pactada arbitrariamente de esa manera. Las normas son claras e inapelables. Ella terminará su discurso y le cederá la palabra a mi Padre que generalmente, no se atreve a desafiar las sentencias de semejante dominatriz.
A ésta altura, yo no la escucho. Solo observo el movimiento de sus labios pero sin interesarme en decodificarlos. Ya he escuchado su homilía perniciosa demasiadas veces.
Mi padre toma la palabra y Florencia entonces, con cierto aire de triunfo que hoy, después de tantos años, lo atribuyo simplemente a la inocente envidia entre hermanas mujeres, me mira de reojo y deja escapar una diminuta sonrisa que bien podría traducirse en “Te lo dije”.
Pero entonces sucederá el evento, uno de esos sucesos inesperados que irremediablemente tienen el titánico poder de cambiar el curso de una vida para siempre. Rodolfo Dejean,  inflando el pecho, como si buscara adentro de sus entrañas las fuerzas suficientes para contrarrestar el batacazo, abre los labios y resueltamente dice: Yo estoy de acuerdo con el viaje, Cristina. No veo porque no podría hacerlo. Ricardo y Greta han estado esperando que terminara la secundaria para llevarla y sabemos de sobra que no dejaran de cuidarla un segundo. Además, considero que viajar  hace bien y creo que el descanso la impulsará para comenzar la universidad como tiene planeado hacerlo—
El silencio es total, casi fatal. La mirada atónita de mi Madre es ahora la verdadera protagonista de la escena, la cual traspasa sus pupilas y se convierte en una presencia viva que aplasta y devora.
Desafiada en su estructura, Cristina Anderson se expone por primera vez ante nuestra expresión de bocas abiertas y ojos desorbitados,  a sacar de la galera la resolución a semejante conflicto y salir airosa en el intento.
―Pero Rodolfo…es tan lejos y además tendría que viajar sola—dice, apretando los labios con autoridad en un intento de no perder el control de la situación. 
―Sus padrinos van a estar esperándola en el aeropuerto— agrega mi padre con certeza—ni se dará cuenta que viaja sola por el entusiasmo de llegar.
Casi derrotada, intenta buscar alianza en Marcelo que cumpliendo con su promesa se suma a la aprobación de mi Padre.No mira a Florencia para darle la palabra y ella tampoco la pide, ambas saben, por ese lazo invisible de afinidad que las une, que están de acuerdo.
 Observo casi sin moverme como mamá agarra el tenedor apretándolo sutilmente y come un bocado. Ahora sí que ha caído en la derrota. La palabra de su esposo sumada a la de su hijo varón refuerzan demasiadas creencias como para que intente salir a buscar una segunda batalla.
Después de varios minutos, deja el tenedor a un costado-con su característica elegancia- y finaliza la reunión soltando su veredicto―Quiero que sepas que yo no estoy de acuerdo Sofía;  sin embargo, si tu Padre confía en vos y en este asunto…no voy a oponerme. Llama a tus tíos y confírmales que irás.
Si algún mínimo lazo de unión estaba latente entre nosotras, ese día se rompió en mil pedazos.
La alianza que formamos con Marcelo y mi Padre me sentenció irremediablemente.Fue demasiado para una mujer como mi madre, criada a la sombra inflexible de las tradiciones de sus ingleses padres, haberla desafiado refugiada en el consentimiento de los masculinos de la casa.
Sentí que escribió una X encima de mi nombre, una X que tiempo después transformó- sin saber el por qué-  en una letra escarlata.
El avión aterriza en el Miami International Aiport a las 8 y 30 de la mañana y apenas mis pies hacen contacto con el suelo, inexplicablemente siento que Miami es mi lugar en el mundo.
Mis padrinos están esperando como habían prometido y me reciben envueltos en una amplia sonrisa. Hace tres años que no viajan a Argentina por lo que no escatiman en halagos acerca de cómo he crecido y en lo hermosa que estoy.
― ¡Estamos felices que hayas podido venir Sofi, te va a encantar Miami!— Me dice Greta, apretándome contra su pecho.
—… Y créeme que la vas a pasar de maravilla―agrega Ricardo, haciéndome sentir protegida en un círculo de amor y ternura que prácticamente desconozco―Vamos a cargar el equipaje, no perdamos más tiempo―continúa,  tomándome de la mano.
Emprendemos el viaje hasta su casa. La camioneta que maneja Ricardo es una Land Rover color verde acerado que me enamora al instante.
Comienza el recorrido a través de la carretera MacArthur Causeway para llegar desde Miami al área de South Beach.
El sol de a poco empieza a desplegar su inclemencia caribeña y hace calor. Greta cierra los vidrios y Ricardo enciende el aire. Lo hacen en una comunión de palabras sobreentendidas que me deja mirándolos interactuar durante unos segundos, estoy deslumbrada.  Aunque siempre se han comportado de la misma manera, jamás he prestado la debida atención; ahora, lejos de todo, puedo ser testigo de esa tierna correspondencia sin interferencias.
―Después de 30 años de casados no te queda más remedio que llamarle “comunión” Sofía―me dice mi madre cada vez que yo pondero el matrimonio de mis tíos, y aunque tal vez tiene un poco de razón, entre Ricardo y Greta hay otra cosa, algo que trasciende la frase prosaica “ no te queda más remedio” y es tan evidente y transparente, tan absolutamente distinto a la supuesta conexión que Rodolfo y Cristina se esfuerzan por mantener aceitada; que  súbitamente empiezo, a partir de ese mínimo instante, a saber qué voy a buscar del amor.
Cuando salimos del continente y llegamos a las islas, mi corazón se paraliza de la emoción. El mar turquesa nos abraza por doquier, decenas de palmeras se contornean al compás de la brisa marítima, nubes que como algodones decoran el cielo celeste, aire puro y renovador que percibo serpenteando por las calles…
Acabo de llegar a un nuevo mundo. Un mundo que siempre ha estado esperando por mí.
El piso de mis tíos es un sueño. Está ubicado a pocas cuadras de la playa, muy cerca de la Avenida Ocean Drive y de la encantadora Lincoln Road; en ella, Ricardo y Greta son dueños hace 20 años de un importante multimarcas. Ya tengo preparada una habitación provista de una cama grande, televisor, equipo de música, aire acondicionado, libros, revistas y una computadora.
Todo desplegado para mi absoluta comodidad.
Esa noche cenamos y ambos me ponen al corriente de que soy dueña de ir y venir a la hora que desee, me comentan un poco acerca de los riesgos del lugar, de la playa, de la noche y me dan una llave, tanto de la casa, como de mi habitación.
La emoción que me invade no tiene precedentes.
Después de las recomendaciones me preguntan acerca de mis planes ahora que terminé la escuela secundaria. Les respondo que ya tengo decidido que hacer y lo sé desde 2do año―Voy a estudiar medicina―afirmo con resolución y sin poder evitarlo, me retrotraigo al  momento decisivo de mi primer encuentro con la muerte a la edad de once años, y se instala otra vez el estupor, la desconocida magnitud de la tristeza; la mirada desorbitada de mi Padre ante la pérdida de su Madre; fragor que se incrusta en mi pecho dejándome una huella que será indeleble y que con el paso de los años transmutará en una necesidad irrefutable; la necesidad de encontrar un significado al irremediablemente acto de morir.
― Doctora Sofía Dejean Anderson…―murmura mi tío explotando su rostro de orgullo―Felicitaciones Sofi, es tu carrera, definitivamente―agrega Greta igual de conmocionada.
Esa noche descanso relajada como si hubiera dormido entre almohadones de seda y mi corazón empieza a creer realmente que mi sueño sí es posible.
El sol rebota en los vértices de la ventana. Miro el reloj que está encima de la mesa de noche y me sorprendo al darme cuenta todo lo que he dormido.Son casi las 12 del mediodía.
Encima del escritorio de la computadora hay una nota de mis tíos; me dicen que debieron salir a hacer unos trámites, que pasarán por el negocio y que están llegando cerca de las 5―La playa queda a unas 3 cuadras Sofi, sigue derecho por la Ocean Drive y llegas seguro o si lo prefieres está la pileta.
—Esto es mejor de lo que imaginaba—digo en voz alta y tengo ganas de gritar de la emoción.
Acomodo la habitación rápidamente, armo una mochila y emprendo el camino –me he decidido por la playa-
El sol calienta sin piedad,  pero cientos de personas se movilizan a través de la pintoresca Ocean Drive. Gente relajada y buena onda que inmediatamente me contagia sin que pueda evitarlo.
La playa está atestada de cuerpos bronceados.
El Mar brama con sus aguas tibias y sus olas espumantes.

Nunca antes había visto el mar y al hacerlo,  me siento embriagada de emoción; me convierto en una poetisa extasiada por la belleza de ese manto añil y sus laberintos insondables. 
Me vuelvo una infanta griega que ha desembarcado en los primeros capítulos de su magnífica odisea…


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miércoles, 26 de junio de 2013

Cartas para Noa (3)



El tenue sol del amanecer me pega en la cara y despierto de repente, con la boca seca y la cabeza a punto de estallarme. He pasado la noche en la reposera del patio y el punzante dolor de cintura me lo reclama. Son las seis de la mañana y ya el calor incesante de Enero empieza a hacerse notar. Mientras voy recuperando la claridad suspiro, casi con amargura o tal vez con reproche, otra noche más de copas, otro día más de resaca.
La casa está en calma, mi energía no la ha perturbado. Lo advierto al observar las partículas serenas de aire que a contraluz del sol empiezan a copar los ambientes, tan en armonía con mis pasos mientras me dirijo a ducharme, que no puedo evitar sonreír ante el bello espectáculo. Y aunque todavía tengo la vieja sensación de sentirme ajena, no puedo evitar dejarme llevar por la reconfortante caricia matutina de esa morada que no tiene obligación alguna de estar recibiéndome con amabilidad después de tantos años.
El agua tibia resbala por mi espalda. Me sorprendo al descubrirme sintiendo su presencia ¿Es que acaso verdaderamente no existe la distancia?
-La distancia es ausencia―digo en voz alta, casi con sabiduría y sonrío al intuir que discreparía inmediatamente con mi sentencia. Diría: la ausencia no existe, porque sino estarías reduciendo algo tan elevado como el amor a una simple conexión física cuando en realidad conectar físicamente con alguien es hasta fácil de lograr …cuando dos personas se unen más allá, desde el corazón, el alma y la mente, no hay vacios, no hay “ausencias”.
Inmediatamente recuerdo cuando me preguntó si yo tenía una conexión de esa magnitud y lo único que puede hacer fue elaborar un profundo silencio que finalizó varios minutos después con un tímido “sí” y casi a medias.
Me respondió entonces que  debía sentirme muy afortunada, mientras yo pensaba que mi afirmación tal vez era simplemente una manera de convencerme a mí misma.
Mis sobrinos son unos niños muy rubios y de mejillas excesivamente rosadas. El baño me trajo algo de calma y espontáneamente decidí visitar a mi hermana.
Florencia salió a mi encuentro con reservas, tirando el cuerpo para atrás y sin poder esconder su sorpresa- no sabría decir si muy grata-.
 Los niños me miran de reojo, no saben quién soy―Es la tía Sofía niños, la hermana de mamá―La pequeña Cecilia es la más audaz y me dice “hola” en voz baja sin soltar las piernas de Florencia. Lucio, en cambio, entierra su voz en las telas del bahiano azul oscuro de su madre―Hola niños ¡qué grande están!-digo, intentando romper el hielo sin lograrlo―La tía estuvo en Estados Unidos mucho tiempo ¿recuerdan que mamá les conto?- agrega Florencia. Nuevamente la pequeña, en una muestra de valentía que admiro inmediatamente, se suelta del refugio maternal de piernas largas y macizas y se acerca a besar mi mejilla. Lucio no lo logra.
No puedo evitar pensar en medio de una sonrisa, en esa audacia femenina que ya nos viene inscripta en el ADN; Cecilia me recuerda a mí, es evidente que ha heredado- no creo que muy a gusto de su madre -ese destello lanzado que me caracterizó desde siempre.  Florencia nunca pudo seguirme el paso en las aventuras de romper barreras invisibles y eso nos fue desconectando, sin darnos tregua, sino hubiera sido por Marcelo, tal vez esa mujer y yo nunca hubiéramos cruzado ni una sola palabra, éramos tan distintas, que a no ser por el parecido físico era imposible asociarnos como hermanas..
Fue Marcelo el que siempre ofició de mediador. Jamás hizo diferencia entre nosotras y trataba de estar atento a los gustos y necesidades de cada una llenándonos de cariño con sus pequeños detalles;  podía sentarse a leer un libro con Florencia bajo la parra o sentarse a escucharme durante horas hablar de mi huida del país y mis futuras aventuras en el Norte. Era un tipo macanudo, de esas clases de personas que no modifican su luz interna ante nada ni por nadie. Lleno de amigos y de noviecitas por doquier.
 Florencia está nerviosa y no puede disimularlo. Va y viene con un brote de electricidad inusual. Abre la heladera, me sirve jugo, calienta agua, prepara café, abre la alacena, saca una bolsa de bizcochos dulces; me cuenta de la casa, del pueblo, del nuevo trabajo de Ismael y yo la escucho. Sé que no quiere espacios de silencios en los que tengamos que hablar de cosas verdaderamente importantes, si es que entre nosotras pudiera haber cosas para hablar con semejante etiqueta. Pero el silencio irremediablemente llega después que ha transcurrido una hora de su detallado monologo informativo.― ¿Cómo está mamá? Le pregunto sin rodeos apretando los labios.
Ella se levanta y camina hasta la cafetera por más café. ―Tiene sus días―responde con angustia―pero está bien, en líneas generales.
¿En líneas generales? ―y entonces pienso en el hielo de esa frase asociada al bienestar de un ser humano y no puedo evitar compararla con mi madre y rememoro esa frialdad, real o fingida, que siempre caracterizó las apreciaciones conceptuales de mamá y de las cuales yo huí despavorida a refugiarme en la dulzura que con 18 años creía, el mundo tenía para darme. ―Los episodios de memoria son cada vez más esporádicos y espaciados, la enfermedad avanza a pasos agigantados. Bueno, vos más que nadie sabes cómo es eso, sos médica ¿no?
El silencio se hace esta vez más profundo e incomodo.
―Hubiera querido estar acá cuando pasó y lo sabes―No miento en decirle lo que siento, realmente hubiera querido reunir las fuerzas necesarias para haber podido tomar un avión. Florencia suspira muy hondo. Está molesta y no quiere disimularlo. Sus ojos azules se clavan en mis pupilas, entonces intuyo que será letal; que dejará de fingir ser la hermana anfitriona y descargará con ferocidad, en una y dos palabras, lo que oprime su garganta.
―Estoy segura que verdaderamente quisiste venir a estar con tu familia…pero bueno, tu reino unipersonal  siempre fue más importante que todos nosotros ¿verdad?
La puñalada es hasta los huesos y no puedo contener las lágrimas.
―Lo siento, no quise decir lo que dije…
Pero ya está dicho.
 ―Perdón, estoy enojada con vos. ¡Estoy enojada!
Aparto la tasa de café. Estoy casi inmóvil pero me esfuerzo, y lentamente me pongo de pie. Quiero irme. Quiero desaparecerla de mi vista.
― ¿Que queres que diga Sofi? Realmente te lo pregunto.
―Cualquier cosa―respondo apretando los dientes―que no incluya tu veneno de mierda.
― ¡Te necesitábamos! ¡Mamá te necesitaba!
Sus gritos viajan por los rincones de toda la casa y atrae a los niños. Están los dos parados en el marco de la gran puerta de vidrio y al advertir sus miradas fulminantes por haber aparecido de la nada a interrumpir el santuario de calma de su madre y su juego pasible en el jardín, quiero vomitar. Agarro la cartera. Me transpiran las manos y la cabeza me estalla.
―Y yo los necesité a ustedes cuando unos días antes de que mamá perdiera la puta memoria yo enterraba a la persona que me acompañó por más de 10 años.
Se queda callada y sus ojos se humedecen durante algunos segundos.
―Lo siento― me dice a secas―No Florencia, no lo sentís nada―respondo y me alejo rápidamente rumbo a la puerta. ―De nuevo te vas ¡siempre te vas!―me grita, pero sus palabras no frenan mis pasos acelerados ― ¿Acaso viniste para que sigamos en el mismo silencio de siempre? ¿O a que mierda fue a lo que viniste Sofía?― ¡A tratar de curarme el alma!―vocifero, girando sobre mis talones, con la voz entrecortada y ahogada en lágrimas― ¿sabes por qué? Porque nada fue tan fácil como vos crees que fue ―y aviento la puerta a mis espaldas y corro hasta el auto y lo enciendo y acelero y el impulso demoníaco de estrellar la envergadura de hierro y liberarme de una vez por todas de tanto infierno me posee por completo y acelero aún más, tanto, que ésta vez intuyo que verdaderamente voy a hacerlo. Pero el silbato de un municipal me obliga a levantar el pie y me hace señas de tirarme al costado. Le hago caso, involuntariamente.
Me seco las lágrimas lo mejor que puedo, me calzo los anteojos oscuros y abro la ventanilla―Buenos días señorita…conducía a una velocidad no permitida en esta zona―me dice, mientras dobla las rodillas para verme la cara―Lo sé oficial, le pido disculpas, acabo de llegar al país y estoy algo desconcertada, no volverá a suceder―Permítame los papeles del auto y su licencia de conducir por favor―los tomo de la cartera y se los entrego―el auto es rentado, allí está la constancia―Sofía Dejean Anderson…―murmura revisando mi licencia―¿ Del Nacional 14? ―Me pregunta sin vueltas, mientras yo aprieto los ojos totalmente ofuscada ―Sí―le respondo a secas en medio de una sonrisa de plástico―Me parecía. Yo soy Federico Guerrero. Compañero de Marcelo―me dice, exponiendo una fila interminable de dientes blancos.―Que alegría, siempre los recuerdo con mucho cariño. El mes pasado Marcelo pasó a visitarnos cuando llego de Brasil y realmente fue maravilloso volver a verlo.―me imagino que si―le digo, con la intención de que la charla se agote lo antes posible― ¿vos seguís en Estados Unidos, verdad?―Así es―le respondo y hago silencio―Entonces me devuelve los papeles al notar que no tengo intenciones de continuar hablando―Bueno, lo voy a dejar pasar esta vez pero la próxima voy a tener que multarte―Gracias Federico, no volverá a suceder―Te creo. En fin, fue un gusto verte Sofía y bienvenida…―Gracias, también fue lindo verte, saludos a tu gente.
Avanzo tres cuadras y me detengo. Las palabras de Florencia aún retumban con la misma fuerza en mis tímpanos: “De nuevo te vas, siempre te vas” “tu reino unipersonal siempre fue más importante que todos nosotros”…
Rompo en llanto, desconsoladamente. Estoy segura que mis sollozos se filtran indomables hacia el exterior pero no me importa. Mi celular suena. Es Florencia. Aviento el aparato en mi cartera. No la atiendo. No me interesa recibir sus disculpas forzadas y sus argumentos vacíos. Enciendo el auto y manejo, ahora con precaución hasta la casa.
Desde afuera, lejos de ser ese reciento plagado de bellos geranios fosforescentes, se asemeja a una bolsa de pesados escombros que me aplasta en cada paso que doy hacia el interior―Nunca les interesó que yo volviera, nada tienen para reclamarme―pienso, mientras prácticamente arrastro mi cuerpo bombardeado por emociones furiosas hasta la cocina.
Abro una botella de vino. Necesito algo fuerte que me sacuda. Lleno una copa y la bebo hasta el fondo. Desde el living comedor escucho la voz de mamá. Acabo de cumplir 18 años y mis tíos de Miami Beach acaban de darme el regalo más espectacular de mi vida: Un viaje de 30 días a su casa, todo pago…


Fotografía: Jaroslaw Datta

lunes, 24 de junio de 2013

Cartas para Noa (2)

Abro el cajón de la cómoda y aviento el portarretrato con mi foto. El ruido seco del cajón al estrellarlo queda haciendo eco en mis oídos. Me doy cuenta que si o si debo encontrar fuerzas en mi interior para poder pasar el tiempo lo mejor posible -las contradicciones emocionales  se van acrecentando conforme pasan los minutos-
 No quiero seguir pensando que fue un error haber viajado. Quiero darme una chance. Suspiro y comienzo a desempacar.
Sin darme cuenta son casi las tres de la tarde. Bajo a la cocina y le mando un mensaje a Florencia para que me envíe el número de alguien que se ocupe de la piscina. Lo hace. Solo el número. A secas.
Estoy algo desorientada, no sé si limpiar o comer algo, o ir a saludar a mis sobrinos, o  simplemente sentarme en una reposera al sol. Me decido por lo último, mientras planeo una ida al pueblo a comprar provisiones. Hace mucho tiempo que no me siento a sentir el sol candente en mis hombros desnudos. Me sorprendo al darme cuenta lo que he decidido. ¿Esto también será mérito suyo?. Pasa una hora o más, no estoy segura. Solo sé que me arde la cara y los hombros me explotan. Decido manejar hasta el pueblo. Así, sin ponerme crema. Me duele la piel pero quiero que me duela. Quiero saber que todavía puede dolerme.
Todo está igual, todos y cada uno de los lugares que dejé atrás cuando me fui; tal vez se hayan sumado uno o dos sitios nuevos pero no tienen la suficiente personalidad como para opacar la existencia de esas presencias de siempre; presencias que hasta casi con inocencia trataron de ayornarse al paso del tiempo cambiando el color de sus fachadas o agregando una reja o unos cuantos árboles y que, a pesar del dedicado intento, no lograron hacerlo. Son las cinco de la tarde. Los locales comerciales recién comienzan a abrir sus puertas y me sorprendo al descubrir que quizás soy la primera en lanzarme a las calles después de una calurosa y agotadora siesta. Estaciono el auto con cuidado respetando las líneas para aparcar y bajo no sin percatarme de algunas miradas curiosas. A pesar del movimiento de turistas desde la piel emano ser una hija pródiga que regresa.
Trato de ser lo más ágil que puedo en el supermercado. No quiero llamar la atención ni darles el tiempo suficiente para descubrir quién soy. Compro vegetales, carne, quesos, galletas, frutas, algunas botellas de champagne y tres cajas completas de vino tinto. Las suficientes como para que mis visitas al pueblo sean lo más espaciadas posible.
Pago con tarjeta de crédito. La cajera se queda mirándome mientras se procesa la operación y sé que sabe perfectamente quien soy porque yo sé perfectamente quien es ella. Ahora las dos estamos cautivas en un incómodo silencio que se prolonga más de la cuenta. Impaciente miro el posnet buscando el chirrido de aprobación. Ella continúa mirándome.  Mastica chicle mientras con una postura casi mafiosa, diría yo, está a la espera de alguna palabra mía que rompa el hielo, como diciendo “vos sos la que te fuiste, la que nunca volviste, a vos te toca decir: ¿Viviana, sos vos? Pero no lo hago. La ignoro. Finjo mandar un mensaje con mi celular y me hago la distraída. Y ostento, tal vez involuntariamente, cierto aire de superioridad que al descubrirlo latiendo en mí, me incomoda a tal punto que me duele el estómago. —Pero si es Viviana―me digo, aún fingiendo mandar el mensaje―jugábamos juntas desde que teníamos 3 años. Vivía a la vuelta de casa. Todavía debe vivir allí―Pero ni aún así logro sacarme de semejante postura. Firmo el comprobante de pago lo más rápido que puedo haciendo casi un garabato, aprisiono las bolsas entre mis dedos transpirados y las cargo en el carro. Ahora puedo sentir como miles de ojos me taladran la espalda a medida que abandono el lugar. Estoy nerviosa, como nunca antes lo había estado en mi vida. Trato de encontrar el equilibrio recordándome que soy una mujer que ha tratado con personas en situaciones extremas y que en raras ocasiones han logrado sacarme de mi eje; no me recupero del todo y prácticamente me aviento dentro del auto y acelero causando un estruendo con las ruedas que pone al tanto de mi presencia a los que transitan alrededor del supermercado. Revuelvo dentro de la cartera y enciendo un cigarrillo. Mientras aspiro el humo trato de entender porque no quise saludar a Viviana y entonces rememoro que ella fue, sin saberlo, uno de los tantos motivos por los cuales decidí no volver de Miami. Verla sentada detrás de esa caja puso a funcionar una maquinaria que yo ya creía superada. Me expuso sin reparo frente a esa niña de 18 años que un día fui y que entonces soñaba desesperadamente con un gran futuro en el extranjero y no con el simple puesto de cajera en el supermercado del momento, con una niña de 18 años de la cuál hoy ya no quedaba nada.
La vi sentada en ese lugar que debió ser mío, como lo fue de mi hermana, de mis primas y de cada una de las chicas de mi edad  y atestigüé como en mi interior, el poco amable aire de superioridad involuntaria que había manifestado al principio mutaba en una sensación de asfixia seguida por el eco de una pregunta fatal: ¿Y si me hubiera quedado ocupando la silla detrás de la caja? ¿Las cosas, hubieran podido ser diferentes?
Viviana, sin saberlo, otra vez detonó en mi interior un cúmulo infrenable de emociones. La maquinaria se había vuelto a poner en marcha.
El semáforo se pone en rojo. Manoteo el bolso y busco el celular. Quiero decirle que su experimento no está funcionando. Que lejos de sentirme bien estoy a punto de estallar y esto recién comienza. Quiero decirle que no voy a lograrlo. Que quizás no todas las personas debemos sanar. Que tal vez yo sí sea feliz sumida en mi burbuja de heridas. Quiero decirle tantas cosas pero me atasco y enmudezco, una vez más.
Un bocinazo me arrebata de mis pensamientos entonces tiro el celular en el asiento del acompañante y maniobro hacia el cordón cuneta. Apoyo la cabeza en el volante y trato de imaginar cuanto tiempo podré seguir soportando. Cuanta será la vida útil de mi alma frente al dolor que no quiere liberarme. ―No es el dolor el que no quiere liberarte, eres tú la que no quiere liberarlo a él―me dijo unos días antes de viajar y desde ese momento no he podido desprenderme de esa frase. ¿Por qué? ¿Porque continúo sosteniendo mis heridas como si fueran altares, como si fueran vírgenes milagrosas que lloran sangre?
Sin darme cuenta giro en una esquina y paso frente a la casa de Florencia. Los mellizos juegan en el jardín y ella riega las plantas en una comunión tan perfecta con el entorno que durante algunos segundos envidio su calma. No se percata de mi presencia. ¿Cómo habría de hacerlo si prácticamente soy un fantasma que regresa del mundo de los muertos? ¿Cómo habría de hacerlo si yo no formo parte de la geografía del lugar? No dudo un segundo en seguir de largo, sé que todavía no estoy preparada para soportar la embestida de sus lógicos reclamos.
El atardecer se escapa en un suspiro mientras organizo la alacena y llega la noche. Está estrellada, diáfana y ligera. El vaho incesante del día ya se ha aplacado ante la frescura de las sierras y se ha llevado el rostro mafioso de Viviana entronada detrás de la caja y con él, el malestar del torbellino emocional; por lo menos de momento. Me preparo una ensalada liviana y destapo una botella de vino. Decido instalarme en el patio a dejar que la intensa jornada prescriba y se evapore bajo la transparente luz de la luna, como solíamos hacerlo antes de todo, cuando las heridas no estaban  vivas, latentes y semejantes a vírgenes que lloran sangre y descansábamos sobre la arena de la playa. Suspiro muy hondo y me rindo ante mi necesidad de terminar el día.  Me rindo ante la urgencia de relajar mis músculos y renunciar a la tensión que me oprime el pecho. Entonces, inevitablemente,  advierto su presencia y siento su mano sobre la mía, su respiración en mi oído, su sonrisa cálida, el calor de su cuerpo y estallo en lágrimas que gritan la misma agonía desde aquel día.
Y lloro tristeza durante mucho tiempo mientras el mapa del firmamento se transforma lentamente.
Destapo la segunda botella. El vino ya comenzó  a desencadenar su efecto dominó y me siento algo abombada. Miro mi reloj, son casi las 3 de la madrugada. Aspiro el aire serrano despreocupadamente como no lo hago desde hace mucho tiempo y entre lágrimas secas y otras nuevas que buscan existir en la tela de mi rostro me detengo un instante en la luz de su mirada.
 Aprieto los párpados y me río, casi a carcajadas, me río de mí y de toda la situación. Nunca pensé en regresar y menos derrotada por el mundo. Nunca pensé siquiera que semejante derrota pudiera sucederme. No a mí.  ¿A dónde se había ido el ímpetu de la juventud? Toda esa vida, esa gasolina invisible que me inyectaron los proyectos, los logros…el amor.
Mi celular vibra otra vez. ―Se te extraña…y mucho―durante algunos instantes me invade la espontanea necesidad de responder a su mensaje, decirle aquí también se te extraña, demasiado, pero me detengo y aprieto el aparato contra mi pecho queriendo tal vez que la respuesta viaje por sí sola a través del ritmo de mi corazón asustado; y lo hace, por supuesto que lo hace, al fin y al cabo  precisamente de eso se trata la historia que nos une ―Lo sé…―y al leer esa frase, una que a simple vista pudiera parecer descolgada y sin sentido en medio de un universo de palabras, no lo es; responde a mi temblorosa entrega, asustada y tímida, distante y reticente pero tan profundamente real e inocente que vuelvo a sentirme una adolescente, allí sentada, con el celular apretado contra mi pecho y una borrachera descuidada que me invita a soñar una y otra vez más con el instante mínimo en el cual mis ojos se cruzaron con los suyos, ese instante mínimo cuando fui encontrada al borde de morir...


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Fotografía: Johanna Knauer

sábado, 22 de junio de 2013

Cartas para Noa (1)


Cruzo la pesada puerta de hierro y vidrio e inmediatamente el aire se transforma sumergiéndome en un nuevo paisaje de colores y aromas.
Del otro lado, la geografía está intacta, como si se tratase de una escena suspendida en el tiempo, detenida en algún punto del quantum universal. Las losetas del camino hacia la puerta principal siguen sin brillo, los geranios del cantero aún están allí en sus estrechas macetas, desprolijos como siempre, y al verlos, tengo la misma sensación de niña al encontrarme con ellos frente a frente por primera vez:  una mezcla de noble extrañeza;  de pie  junto al colorado casi fosforescente de su flor,  descubro lo simple de la belleza y sin tregua quedo prendida a esa planta común, obtusa en sus líneas. Quedo atrapada en los poros de sus hojas gruesas y ásperas, en su ambigua existencia.
Mi  Padre me cuenta que la palabra “geranio” procede de la palabra griega pelargos, que significa cigüeña. Con aguda entrega intento entonces encuadrar sin éxito sus formas tormentosas  en el cuerpo del ave y espontáneamente comienzo a tomar conciencia de mi imaginación. Tengo 5 años y a partir de allí  mi hogar y sobre todo el jardín, se convertirán en un viaje sin límite, en un sueño casi real de hadas y duendes y ogros y señores alados que me acompañarán casi hasta mi pre adolescencia.
La puerta hace un chirrido a mis espaldas. Se nota que las bisagras están secas. Solas. Abandonadas. Toda la propiedad lo está, lo intuyo a simple vista sin haber entrado todavía a la casa principal. Hace un par de años mi hermana Florencia se ocupaba de venir una o dos veces al mes a regar las plantas y a desempolvar los muebles pero ya no lo hace. El tiempo siempre nos lleva a dejar de ocuparnos de aquellas cosas que verdaderamente no nos interesan —pienso, mientras hago girar la llave— Florencia nunca quiso ocuparse del cuidado de la casa. Tuvo que hacerlo más por obligación que por otra cosa. Por ser la mayor,  la única viviendo en la zona… cualquier argumento la hubiera vinculado ineludiblemente a esa responsabilidad. Marcelo no podía, primero por ser hombre y por vivir en Brasil.
Yo no fui tenida en cuenta. Yo era de Miami. Diez visitas en casi 20 años me habían convertido en un recuerdo. En alguien que simplemente no era de allí. En alguien que se asemejaba a un lejano difunto que de vez en cuando se rememora al contemplar de pasada alguna fotografía en algún mueble sin importancia de la casa.
De los tres yo fui la más desapegada.
Tal vez fue por haber tomado conciencia de mi imaginación a los cinco años y haber querido encajar las formas tormentosas del geranio en el cuerpo de una cigüeña o por haber crecido en compañía de hadas y duendes y ogros y señores alados que vivían en el jardín; lo cierto, es que cuando pude darme cuenta que mi lugar en el mundo no era esa casa ni al lado de mi familia, no repare en gastos de energía para configurar el verdadero futuro que quería para a mí.
Efectivamente, la casa está casi en ruinas. El olor a encierro y humedad que me recibe es nauseabundo, entonces aviento las valijas y corro a abrir los dos grandes ventanales del living comedor. El sol de media mañana explota despavorido hacia todos los rincones y desparrama aire puro que colapsa las partículas muertas del oxigeno encapsulado en el recinto.
Ya más recuperada me acerco a la ventana. La vista hacia el jardín y la calle principal del pueblo sigue siendo una postal. Sonrío de costado al descubrir las cosas que sí he atesorado. Y me veo, con mis shorts celestes claritos, mi remera de Barbie rosa y mis alpargatas de yute blancas jugando con Marcelo y Florencia a la mancha, mientras mi padre prende el fuego para asar las costillas y los chorizos de cerdo. Es domingo, y todos los domingos el asador de mi casa escupe el espeso humo gris de la leña y el carbón recién comprado. Mi madre está en la cocina, hace sus ensaladas, prolijas y meticulosas como ella: Lechuga cortada en juliana, tomate en gajos, cebolla fina, zanahoria rallada gruesa,  huevo duro con siete minutos de cocción y papas noisette hervidas con ají molido. A las doce y media en punto ya estamos en la mesa. Con las manos limpias. Florencia y yo con el pelo trenzado, Marcelo con su jopo casi engominado y mi padre con su camisa leñadora azul mangas cortas.
Camino hasta mi bolso de mano, el que aventé sobre la mesa y enciendo un cigarrillo. La sonrisa de mi madre al vernos estupefactos alrededor de la mesa ocupa  la totalidad de mi mente. Es una sonrisa extraña ahora que puedo verla a la distancia. Una sonrisa de logro, victoriosa, como si con la simple comisura de sus labios estuviera diciendo—Si, lo logré. Y nos veo, en esa mesa que ahora recorro con la punta de mis dedos y  no sé si lo que me invade es un gesto de amable gratitud o de inquisitivo reclamo. Estoy parada frente a esa perfecta foto familiar de los años setenta y se me oprime el pecho.  Tan profunda es la puntada, que prácticamente me obligo a sentarme en un sillón a pesar del polvo que se desparrama indomable al sentir el peso de mi cuerpo. La sonrisa de mamá. Los detalles. El pelo trenzado. El jopo engominado. Las doce y media en punto. La camisa leñadora azul. Nos repaso nuevamente, ahora apretando los párpados, y aunque hago el recorrido cuatro veces siempre quedo atascada en la sonrisa victoriosa de mama y en su ficticia mirada de triunfo y entonces se me cae una lágrima que me llega hasta los labios y humedece la colilla de mi cigarro. No hubo triunfo mamá—balbuceo entre dientes.
El teléfono me arrebata de repente. Sé que es Florencia por lo que respiro varias veces para recuperar la postura.
—que tal el viaje—me dice, casi desinteresadamente. Le respondo que bien. Y a continuación hago una breve síntesis de las comodidades del vuelo. Me pregunta por la casa. Le respondo que está venida abajo. Con un sutil tono de reclamo me dice que no ha tenido tiempo para ocuparse. Que los niños están cada vez más demandantes. El comentario de los niños es para recordarme, de manera eficazmente punzante, que soy tía de mellizos desde hace ocho años. Le digo que se despreocupe, que voy a encargarme de la casa. Después llega el silencio. Esta vez ha llegado demasiado pronto. Intuyo que  quiere preguntarme a que he venido y como estoy, pero no puede hacerlo. No puede porque no sabe cómo. En el lapso de esos cinco segundos en mi corazón se mezclan millones de sensaciones; por un lado siento que necesito escucharla preguntarme como estoy, necesito saber si en realidad le interesa saber cómo he sobrellevado las cosas durante este tiempo, pero yo sé que Florencia no va a hacerlo, entonces me adelanto y saliendo por la tangente y casi al pasar le digo que estoy bien y que pronto, una vez que me haya instalado, pasaré por su casa a saludarla, a ella y a los niños.
Dejo el tubo en cámara lenta. La euforia de la llegada se ha ido. El collage de recuerdos que salieron a mi encuentro se dispersan sumergiéndose en una pesada soledad que rechina en cada vértice de esa casa que nunca fue mi casa. Tal vez la voz tan ajena de mi hermana mayor me haya devuelto  otra vez  al miedo, otra vez a la desesperación que ya creía por lo menos manejada —Nunca debí haber venido—digo en voz alta y mi voz retumba en el living comedor, en la cocina, viaja por las escaleras, se mete en la habitación de mis padres, en la de Marcelo, en la mía, en la de Florencia —que carajo estoy haciendo en este lugar de mierda—vuelvo a decir, explotando en llanto. En ese momento  mi celular vibra dentro del bolsillo de mis jeans. Acaba de llegar un mensaje suyo, lo sé, siempre lo sé.
Dudo unos instantes, no estoy segura de querer leerlo, no estoy segura de  querer continuar con ésta farsa. Al fin y al cabo he cruzado el mundo siguiendo al pie de la letra su absurdo y contagioso positivismo. Su ridículo círculo de sanación universal. Aprieto mi rostro con fuerza y me siento en el piso, como cuando tenía diecisiete años y creía que las mejores decisiones las tomaba sentada en el suelo frío fingiendo que meditaba y todo porque había visto en la televisión a un japonés sentado así en una película vieja que no recuerdo el nombre. Suspiro profundo y me recuerdo que soy una mujer mayor. Ahora sé que las decisiones correctas no se toman así como así fingiendo meditar y emulando a un desconocido japonés. ¿O tal vez si?
Seco mis lágrimas, saco el celular de mi bolsillo y abro la casilla de mensajes. No me equivoqué
—Estoy contigo—dice el mensaje.
Durante un segundo quiero fingir que esas simples líneas no aceleran el ritmo de mi corazón a tal punto de hacerlo explotar fuera de mi pecho. Durante un segundo quiero volver y continuar con mi auto complot y seguir siendo miserable, triste, huraña, odiosa e infeliz. Pero no puedo. Sé que ya no puedo.
Estoy contigo. Lo releo varias veces, imaginando el momento cuando sus dedos anotaron cada letra pensando en mí y me levanto del piso.
Hace calor. Es enero y las temperaturas en Córdoba siempre superan los 30 grados. Recojo las valijas y me recuerdo buscar un limpiador de piscinas; —si voy a pasar el verano en este lugar por lo menos le voy a  sacar provecho—murmuro, mientras subo las escaleras cargando el equipaje.
Me detengo en el pasillo.
La encrucijada es simple y clara. Frente a  las escaleras está mi habitación, a la derecha la de Marcelo, a la izquierda la de Florencia y la de mis padres, al final del pasillo.
Inmóvil en el descanso se filtra en mi memoria  cuando, parada en el mismo lugar, soñaba que la habitación de mis padres era en realidad la mía.
Años más tarde descubrí en terapia que se trataba sencillamente de una cuestión de ubicación, de dimensiones y de estructura, nada más que eso.
Lo recuerdo muy bien.  Ese cuarto era el más amplio, el más luminoso y quizás el más confortable de toda la casa. Casi nunca podía entrar en él, mi madre resguardaba su espacio como un templo santo alegando que la privacidad de los adultos era algo sagrado. Creo que en realidad nunca quiso que mis hermanos y yo supiéramos o intuyéramos que en ese sitio ella era simplemente humana.
Resoplo varias veces, tomo envión y me dirijo a la habitación al final del pasillo.
La puerta está entreabierta. La abro con inocente sigilo, como si mis padres estuvieran allí, reposando o hablando en voz baja para no ser escuchados. Está oscuro. Vacilo durante unos minutos, un pie afuera, un pie adentro y encaro hacia la ventana. La luz penetra y me enceguece algunos segundos. Entre las formas difusas creo ver a papá y me sobresalto.
Cuando la claridad ha copado cada rincón sonrío extasiada. Todo está en su lugar. La gran cama con el respaldar de bronce. El bayú de roble macizo. La cómoda. El ropero color caoba. El baño en suite de cerámicos blancos que papá mando a construir para no tener que bajar las escaleras todos los días a medianoche. Los adornos. Los cuadros. Las muñecas de porcelana de mamá. Los portarretratos con fotos de la familia. Marcelo y Claudia en Río de Janeiro. Florencia con Ismael y los mellizos recién nacidos. Y me detengo al ver que aún está mi foto cuando tenía 18 años.
Por un instante quiero volver a llorar pero me esfuerzo por no hacerlo.

De todas las fotos que le envié desde Miami, mi madre consideró que la más adecuada para vestir el altar familiar era una imagen mía desvanecida en el tiempo, como si para ella yo realmente aún estuviera ahí, estancada en un momento previo…


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Fotografía: Jaroslaw Datta

Fo
Hace unos días recibí un email con los primeros capítulos de una novela….una autobiografía ( me atrevo a decir)
El mismo estaba firmado solo con un nombre que supongo es un seudónimo: Sofía
En ese email “Sofía” me autorizaba además a  compartir su historia si me había gustado. Hoy más que querer hacerlo siento que necesito hacerlo porque lo que me ha enviado es  maravilloso y profundamente atrapante e intuyo, sin haber recibido aún la totalidad de la novela, que se trata sin lugar a dudas de una historia que será  inolvidable. 
Es esta una experiencia nueva y fascinante a la vez,  me encanta y me seduce.
Nueve Musas te da tu escenario en blanco “Sofía” para que nos reveles  letra a letra tu historia por contar.

Les propongo que me acompañen en esta travesía. Mientras ella me envíe sus capítulos voy a ir posteándolos. Espero que los atrape como lo hizo conmigo….

miércoles, 19 de junio de 2013

Melancholia: La bella poesía del apocalipsis…

“La Tierra va a colisionar contra otro planeta diez veces más grande, llamado Melancholia”.



¿Cómo se enfrenta el fin del mundo? ¿Cómo se asume la pérdida, la transformación del todo, el devenir, la desazón del ser?
La heroína desahuciada espera a su amante recostada exquisitamente desnuda frene a la tristeza profunda que inevitablemente terminará con la vida en la tierra.
El final es un ángel brillante y azul…su nombre es Melancholia.
El magistral director danés Lars Von Trier soñó  su apocalipsis y ningún otro dantesco final llevado al cine fue y será tan arrebatadoramente bello como ese momento inolvidable cuando Melancholia devora a la tierra. Ninguna otra escena tendrá el poder de trasmitir en contados segundos tanta calma, tanta sublime pureza…
Y aunque resulta prácticamente imposible no sucumbir ante la inquietante sentencia a la cual Von Trier nos introduce desde el principio; no cabra ninguna posibilidad que, después de los 8 minutos de Warner sonando con Tristan e Isolda en una suerte de preludio, antesala de un finale anunciado, en donde una hermosa joven vestida de novia flota sobre el agua, entre flores, hacia la nada, emulando a una escalofriante Ofelia; se acaba el oxigeno y las aves caen, dejan vacío el cielo, mientras la misma joven novia nos contempla con algo parecido a la compasión y una madre corre a cámara lenta, con su pequeño hijo en brazos, en un intento visceral de escapar de lo inevitable y un hermoso purasangre se  desploma, lentamente, como un juguete abandonado…alcancemos la certeza que indistintamente de lo que venga después, ya ha valido la pena.
Se descorre el telón; el primer capítulo despunta en un acto del más brillante surrealismo: una limusina no puede acceder a través de una curva para llevar a Justine y a Michael a la celebración de su boda. Del otro lado, en un castillo idílico, su hermana Claire y su esposo John han organizado y costeado la fiesta.
 A pesar de las dos horas de retraso todo parece vibrar en armonía. La novia es hermosa, jovial, exitosa; el novio se muestra profundamente enamorado y los invitados gozan de una elegante y abundante gala…sin embargo, a lo largo de la noche, lentamente comienzan a caer las sombras- espejos de la intricada naturaleza humana- hipocresías encubiertas, rencores solapados, falsas amistades como ponzoña, el vacío, la intrascendencia y los estados de ánimo;  hilos conductores hacia el verdadero apocalipsis.
La novia fracasará en su peripatético esfuerzo por ajustarse a los cánones de la supuesta felicidad,  la boda será un fracaso y a pesar de los esfuerzos de Claire y  John, Justine no podrá evitar volver a los brazos de la tristeza, de la negra pesadumbre…
En el segundo capítulo girando alrededor de Claire; la hermana práctica y sensata de vida próspera y ordenada, el planeta diez veces más grande que la tierra, escondido detrás del sol, emprenderá su danza fatal.
Asistimos entonces a la gradual aceptación. Frente a la realidad sin escapatoria, Claire, a diferencia de Justine, quien se va tornando cada vez más escéptica e inmutable, desespera y  John, quien al comienzo transmite tranquilidad sujeto a sus conocimientos sobre astronomía, se suicida en un acto de la más indigna cobardía.
De allí en más todo parece un sueño. Una exquisita tragedia griega del más fino talante -No habrá presidentes americanos piloteando aviones supersónicos, ni explosiones estrambóticas, ni consortes invencibles;  simplemente sucederá el más excelso de los finales; la destrucción total al ritmo de un verso exquisito; profundo, aniquilante, maravillosamente aterrador.
“ La tierra es el mal” sentencia Justine refugiada en el embrujo de su príncipe colosal que ha venido a arrebatarla de la desdicha de vivir,  y será tan extraordinariamente mágico el momento en el cual la ninfa incurable se entrega en extasiada calma a los brazos de la destrucción, que ese segundo, ese mínimo instante de su nirvana-producto de la aceptación ante la inevitabilidad de los eventos- se volverá un estallido, un estupor, un arrebatamiento que indefectiblemente se quedará instalado en nuestro pecho… como si un malón de cien miel valquirias cayeran sobre nosotros a recitarnos que seremos profanados por la majestuosidad del apocalíptico astro y que sin poder evitarlo, el universo entero caerá rendido ante nuestra mirada atónita, ante  la metáfora de Von Trier y su heroína melancólica…
¿Cómo se enfrenta el fin del mundo? ¿Cómo se asume la pérdida, la transformación del todo, el devenir, la desazón del ser, la devastadora tristeza que tantas veces produce la vida y su incauto devenir?

Tal vez simplemente dejándose arrebatar el alma por la exultante belleza del impacto…



"Melancholia" de Lars Von Trier, película completa:  http://www.youtube.com/watch?v=Kk5ldrRIDes

Fotografía de Karol Bak




miércoles, 12 de junio de 2013

Stoker ( Lazos perversos ): Inquietante y fina poesía...


“Mis oídos escuchan los que otros no pueden…cosas pequeñas y distantes que la gente normalmente no ve son visibles para mí. Estos sentidos son el fruto de toda una vida de añorar. De añorar ser rescatada. Ser completada. Como una falda necesita al viento para hincharse. No estoy hecha de cosas que me pertenecen sólo a mí. Uso el cinturón de mi padre alrededor de la blusa de mi madre y zapatos que son de mi tío. Esta soy yo. Al igual que una flor no elige su color, no somos responsables de aquello en lo que nos convertimos. Sólo cuando te das cuenta de esto llegas a ser libre…”




Los que amamos la literatura y a su aliado el cine, sabemos de algunos creadores que van más allá de todo lo “convencionalmente establecido”…y es que precisamente de eso se trata hacer una verdadera obra de arte, de empujar ese límite etéreo entre lo ya dicho y lo aún por decir y hacerlo de manera tal que tenga la fuerza de convertirse en una memoria, en un recuerdo susceptible de ser detonado por cualquier elemento de la realidad visible ( o no) que nos deje de rodillas ante la magnificencia de aquella pieza que nos ha conmovido.
Ahora, es cierto que varias joyas de la literatura han sido “corroídas” en  manos de cineastas que no encontraron la manera de solventar su visión y tal vez podría ser esto la base de la “aparente contienda” entre ambos; pero también es real e innegable la presencia de un grupo de geniales creadores que viven en ese” más allá” en dónde, personalmente,  me gusta pensar que habitan los genios.
Hacer arte es hacer poesía.
Porque... ¿Qué es poesía sino la más pura expresión de todas las artes?
La belleza que apela a la más fina y exquisita exaltación de los sentidos…es ese encuentro con la vida “lírica” siempre latente en el corazón de un artista; y basta con sentarse frente a una escena plagada de la más refinada simbología onírica  para asistir a ese encuentro.
Park Chan- Wook es un director surcoreano alabado entre los círculos de culto como uno de esos poetas visuales  que aún defienden su autonomía artística a capa y espada.
Este año se estrenó su primera película en suelo americano: Stoker (Lazos perversos)
Personalmente, no sólo la esperaba por ser gran admiradora de Wook, sino que me seducía la idea de pensar en semejante poeta recitando en un idioma que en muchos casos resulta incomprensible para el cine actual.
Exquisitamente perturbaba.  Así me sentí al terminar de verla. Es más…descubrí que sí se puede experimentar ese estado.
Y es que la obra del genial director está orientada a eso, a desafiar las fronteras de la mente; nada más y nada menos y  para hacerlo  ha recurrido a un formato cargado de una belleza sin precedentes.
 Cada escena es una pieza maestra en sí misma; un viaje  hacia un “retorcido” mundo idílico en dónde nos encontramos cara a cara con la inocencia, la pureza y  la virginidad de una joven solitaria y enigmática llamada India ( interpretada por la bellísima Mia Wasakowska; aquella niña que Tim Burton convirtiera en Alicia en su país de las maravillas) que acaba de perder a su padre en un accidente automovilístico y que verá irrumpir en su vida y en la de su madre ( una siempre excelsa Nicole Kidman) , a un siniestro personaje que se presenta como su tío Charlie el cual, súbitamente,  le hará hacer contacto con los más oscuros paisajes de su personalidad.-
 “oscuros paisajes” que han de anticipar el fin del mundo conocido. El derrumbe de la niñez. La muerte y el resurgir.
Emulando en pequeños magistrales fragmentos al vampiro de Bram Stoker ( de allí precisamente el doble sentido del título)  Park Chan - Wook va a llevarnos de la mano a ser testigos de una trasmutación casi sagrada: en el interior de la extraña adolescente  dormita una bestia que ansia despertar, y  como una mariposa emergiendo de su crisálida, la veremos pasar de la niñez a la madurez  en los brazos de una imagen que – a mi entender- pasará a formar parte de las escenas más inquietantemente eróticas que he visto en mi vida.
Veremos como  la  “nínfula” de agudísima percepción sensorial hallará el sendero que la conducirá a su verdadera naturaleza.
Y es tan radical la pureza de esa migración, que absortos ante la crudeza de ese iniciático pasaje en el cuento gótico de Wook, será imposible no llegar a las fronteras de  un universo estético lleno de ideas visuales fascinantes y apabullantes a la vez, a  la musicalidad de un viaje por el insondable cosmos de los símbolos; a una poesía del más refinado talante que no todos son o han sido capaces de dar a luz y seremos devorados por todo ese conjunto que aunque transpira  perversa oscuridad se vuelve luz al final  al hacer contacto con nuestras retinas.
Lamentablemente, como toda obra de culto- y no porque “de culto” sea sinónimo de hermetismo- la realización del brillante director oriental no ha desbordado; como nos tienen acostumbrados las epopeyicas superproducciones del cine convencional, las salas cinematográficas del mundo y es una pena, una verdadera pena que de a poco, los espectros del consumismo vayan minando desde adentro nuestra capacidad de reconocer y celebrar la franca esencia del arte.

…Ojala  los artistas del mundo no dejen jamás de crear belleza; es una súplica más que un deseo, al fin y al cabo como dijo el maestro Dostoievski: “es la belleza la que salvará al mundo”.



Fotografía de Karol Bak

martes, 11 de junio de 2013

No te mueras sin decirme a donde vas...



Rachel no es un fantasma.
Es un espíritu - ¿o acaso es un ángel?-
Es el espíritu de una mujer que Leopoldo amó…en otra vida.

 “Recolectores de sueños” será la frase que elijo para comenzar. La metáfora es del director y se la pido prestada para desentrañar desde allí el nudo de éste poema que el argentino Eliseo Subiela escribió y dirigió allá  por el año 1995.
-Por aquellos días Terry Gilliam nos maravillaba con su épica de 12 monos, Alex de la Iglesia nos deleitaba con la maestría de su día de la bestia y Woody Allen nos conquistaba, una vez más, con su poderosa Afrodita-
Pero el sublime director argentino iba a hacer algo distinto; iba a recitar una obra maestra, y lo iba  hacer a partir de una frase, de un pedido cargado del más profundo y amoroso significado: No te mueras sin decirme a dónde vas…
Es difícil hablar de una obra que no necesita intérpretes o traductores. De una obra que habla por sí misma, más allá de toda su aparente complejidad, a través de la más pura experiencia de los sentidos,  del universo único y personal de la abstracción.
 Pero a fin  de desafiar las imposibilidades y siendo consciente que será necesario acuñar tal vez nuevos conceptos para abarcar lo indefinible, me atrevo a  confesar éstas líneas.
Leopoldo es un hombre de barrio;  trabaja como proyeccionista en un cine agonizante  de Buenos Aires. Lleva años intentado construir una máquina capaz de grabar los sueños humanos.  En el fondo de su casa tiene un tallercito en el que inventa cosas. Leopoldo sueña con un gran invento que lo rescate de una mediocre muerte anunciada.
-Todo  comienza en New Jersey, en 1885. Bajo la lluvia, un hombre acongojado asiste a las exequias de su esposa. De vuelta en su residencia, solo y triste, medita y hace girar el "zoetrope", un juguete de la época, precursor del cine. El hombre se queda dormido. El hombre sueña. El sueño del hombre es un proyector de cine actual que cargan y accionan unas manos. Cuando se proyecta la luz, el sueño de ese hombre será la historia de Subiela, la cual  recitará como un Shakespeare; como el juglar de una oda al amor, a la vida y a  los misterios de la muerte-
Después de muchos intentos frustrados, Leopoldo logrará rescatar en sus sueños-con su máquina ya puesta a punto- las imágenes de una mujer vestida con ropa del siglo pasado. En esas imágenes la mujer está con un hombre. A partir de allí, la dama antigua, que se ha presentado como Rachel y lo ha llamado William como aquel personaje de la primera escena- colaborador de Thomas A. Edison- será su compañía;  le dirá que fueron pareja en una vida anterior, y que en realidad vienen amándose desde hace siglos, de distintas maneras y en distintas reencarnaciones. En la última, Leopoldo, fue ese hombre del comienzo que soñaba construir una maquina que pudiera captar  imágenes en movimiento, “imágenes que alivien, que liberen, que curen, imágenes que devuelvan la esperanza... la maravillosa posibilidad de miles de personas soñando el mismo sueño al mismo tiempo, la posibilidad de vencer la muerte. Imágenes que permanecerán  para siempre: seres moviéndose, amándose, odiándose, metidos en una máquina que podrá proyectarlos en una pantalla. Como una ventana por la que puedan echar a volar los sueños liberados. Un preservador de sueños. Para que no se esfumen cuando nos despertamos, cuando volvemos a la espantosa realidad.
Rachel le confesará que no se ha vuelto a reencarnar porque tiene miedo a nacer. Miedo a los sufrimientos de la vida.
¿Podría ser que Rachel fuese un ángel? No un ángel mensajero ni guardián ni guerrero, sino quizás ese ángel, emblematizado por Rilke: un ángel que trae a la memoria la presencia de la muerte, pero para celebrar la vida…porque ¿Qué hace este espíritu de mujer/ángel, si no mostrar la fragilidad de la vida? ¿Qué hace Rachel, sino enseñar a Leopoldo a mirar con nuevos ojos el porvenir de una existencia que se elige a sí misma en virtud de su amor? ¿Qué hace Rachel, sino orientar la mirada de Leopoldo hacia las infinitas posibilidades de nuevos nacimientos? Rachel, espíritu femenino de presencia angelical, dadora de luz desde una ausencia de lugar, es expresión de la nostalgia de quien anhela su condición existencial. Y también es expresión del deseo de vida y anuncio destinal ante la propuesta de Leopoldo por morir para reunirse con ella  en el otro lado, a lo que ella responde: "ni se te ocurra, tenemos que encontrarnos en la vida... ya va a ocurrir". 
¿Es la muerte el final del camino?
Subiela nos ha dejado rastros de una inquietud vital por el arte de la vida y el acontecimiento mágico del soñar.  Porque, sueño o no, la vida es ese tránsito camino a la muerte en el que, estos animales heridos que somos los mortales, desafiamos el tiempo y morimos y renacemos y amamos y todo para seguir vivos.
Al final, en medio del inmenso mar de la ensoñación y sus metáforas, descubriremos- si acaso hemos comprendido que el amor es el antídoto ante lo perecedero- que la fragilidad de nuestra existencia, no es otra cosa más que la urgencia  de asegurarnos fragmentos de inmortalidad traducida en pequeños instantes…

"No te mueras sin decirme a dónde vas" de Eliseo Subiela, película completa:   http://www.youtube.com/watch?v=wu27s-mJHXU

Fotografía de Karol Bak









“Al contacto del amor todo el mundo se vuelve poeta…


Las relaciones entre cine y poesía se inician con una apasionada correspondencia en los primeros tiempos del cinematógrafo…
Hacer poesía es el trance inexplicable que existe entre la realidad y el vasto universo de lo onírico. Es ese espacio imperceptible en donde el cosmos abre sus puertas de par en par; lograr plasmar esos mundos en una imagen de forma tal que esa representación estalle las fibras sensibles de nuestros sentidos es la “Petit morte” del artista,  que en su viaje por alcanzar la iluminación….se traduce por completo en ese ínfimo instante suspendido en el tiempo en el cual él mismo delinea su propio tiempo.
El cine ha dado a luz retazos de exquisito lirismo que sus creadores supieron  transformar en icónicos poemas de culto que hoy destellan las luminarias del más fino arte; Luis Buñuel, Isabel Coixet, Terrence Malick, Lars Von Trier, Akira Kurosawa, Sofia Coppola, Stanley Kubric, Emir Kusturicka, Park-Chan Woo, Agnes Varda,  Eliseo Subiela, Darren Aronovsky…
Los invito a que junto a Nueve Musas nos aventuremos a los pasillos literarios del séptimo arte. Desconozco cuál sea el resultado de semejante viaje, sin embargo de lo que sí estoy convencida es que sin duda será un desafío  fascinante…




viernes, 7 de junio de 2013






…Pero yo sueño cosas que nunca fueron y digo, "¿Por qué no?".




















El solo hecho de contemplar la bellísima obra de Lord  Frederick Leigthon “Sol ardiente de Junio” basta para perderse en la más exquisita exaltación de los sentidos.
La Venus que duerme y sueña…
Sueña con mundos sin heridas insalvables…de esas que palpitan en la piel pero más duelen en el alma.
Sueña con la victoria definitiva de la igualdad entre los hombres.
 Sueña con un horizonte en dónde las cadenas del pasado ahora son soles que resplandecen y destellan la inconfundible serenidad de haber llegado a ese Edén, en donde no existe el miedo.
Yo no soy feminista. Soy mujer. Y un entrañable calor me abriga cuando el mundo me golpea. Es el calor de las otras mujeres, de aquellas que hicieron de la vida este rincón sensible, luchador, de piel suave y tierno corazón guerrero.
Gracias por compartir estos días conmigo, con mis Musas y con éstas maravillosas heroínas imperecederas. Gracias por leerme...tal vez algún día deje de escribir…sin embargo; todavía queda  tiempo hasta que mis letras me lleven a descubrir  que quizás nunca he escrito nada….
Gracias por ser parte de ese tiempo.

"Flaming June"
Lord Frederick Leighton, 1900








jueves, 6 de junio de 2013

levántate brillante y clara

sobre la tierra…




Una fuerza profunda estalla desde el corazón de Gaia. Su grito retumba hasta en los confines del universo- sabe que ha llegado la hora de resucitar a la diosa madre que dormitaba en los desiertos del olvido- 
La tierra revive y nos invita a experimentar la magia de sentirnos totales en nuestra sagrada esencia; nos llama a transformarnos desde adentro, a brillar con más ímpetu, a volvernos cristalinas antorchas que iluminen los senderos de la nueva era que despunta en los firmamentos del cosmos.
La tierra vive…
Y regresan  sus diosas a reinar en las geografías del éter, en los paisajes del alma, en el divino principio de la fuente; regresan a llevarnos de la mano hacia el sagrado espiral de nuestra resurrección; a mostrarnos los caminos de regreso hacia nuestra pura inocencia; a enseñarnos a tejer desde la misericordia, a sembrar desde el amor puro, a recordarnos como nutrir la “Pachamama” con manos gentiles.
El cuerno de Diana la cazadora resuena amazonas del mundo, resuena y revive la memoria de nuestro origen y despereza el aura femenino de sus hijos; lo hace para restaurar el orden supremo de las cosas, el equilibrio de la evolución; para recobrar la visión íntegra del mundo, para encontrar de nuevo la armonía que perdimos cuando olvidamos  las religiones ancestrales, la simpleza del asombro al descubrirnos envueltos en las vestiduras de la vida que nos acoge amorosamente.
El cuerdo de Diana la cazadora resuena y nos impulsa a la renovación de nuestras células. Nos suplica mesura y conciencia. Nos convoca a despertar-
Ella es Libre, salvaje, sin ataduras. La pasión en su independencia está enfocada a la búsqueda de la riqueza interior. Ella es la mercurial reina de los bosques de la naturaleza humana y no puede reprimirse; si estamos atentos puede ofrecernos la máxima liberación que surge de la unión con el Espíritu: la libertad de nuestro ser.
Tal vez “Diana, diosa de la caza” no sea una de la obras más importantes del pintor caravaggista Orazio Gentileschi pero sin lugar a dudas refleja, con la simpleza de sus trazos, la entrañable lozanía de la nueva mujer que renace de las cenizas del mundo. Del nuevo hombre que abre los ojos a la integración de sus opuestos;  y es con la certeza de esos pasos firmes que la diosa lunar preside semejante renacimiento, es con la firmeza de su titánica anatomía que la diosa sanadora nos recibe entre sus brazos…


"Diana, Goddess of hunt"  Orazio Gentileshi