viernes, 15 de noviembre de 2013

Una profecía


La ordinaria epopeya de días
repitiéndose en la incauta
levedad del silencio me conecta con el destello
de tu sonrisa;
con el diminuto espacio, casi imperceptible, de tu luz
 reinando entre la violencia estúpida de las cosas…

Estoy  de rodillas
ante la pureza de tu mirada santa;
atestiguando la transfiguración a la que
te redime el amor verdadero.

Explotan en mi oído las palabras muertas
que deambulan en el estruendo del apocalipsis
cotidiano, mientras ando buscando la manera
de fusionarme con la delgada línea de esos otros
mundos paralelos en donde también te amo.

Las finas estalactitas de la tierra clamando
dulzura me apuñalan la planta de los pies,
entonces levito a encontrarme con el reparo
de tu piel que me espera.

Afuera, ya retumba mi voz invisible
gritando tú nombre,
redactando la imagen  profética de nosotros dos
encontrándonos antes y después
en la vorágine sin pausa del universo
que no conoce del tiempo.

Fotografía: Jaroslaw Datta

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Una resurección


Las calles destilan el licor agridulce
que brota desde el silencio,
entonces me confundo con el brillo
del ocaso para verte
dormir callada sobre la palma de mi mano,
sobre el eterno susurro que dejan las hojas
del otoño al morirse añejas.

Afuera,
deambulan las almas que no han conocido
del amor y de sus victorias gloriosas.

¿Has notado como el firmamento
colapsa en luces intermitentes?

Se acerca la noche,
desde lejos se anuncia el sagrado
despertar de la tierra y sus guerreros luminosos.

Mientras nos  llega el instante,
sigamos fabulando la parodia de
amarnos bajo la absurda
fatalidad de días calcados;

Sigamos fingiendo no saber a dónde nos lleva
el corazón que explota en tu nombre y el mío,
sigamos muriendo y resucitando,
olvidándonos y reconectando en una imagen
idéntica que nos explote
súbitamente en la retina.

Te has preguntado:
¿Adónde escaparemos cuando el viento empiece a gemir
su canción oscura?

Tal vez regresemos  al  paisaje estático
suspendido en el  tiempo,
en el cual quedaron nuestras almas
imprimiendo las bitácoras del viaje;
o quizás los hechiceros del alba nos reciban
en su refugio mientras los sueños se detienen.

¡Cuánta deliciosa quietud anida en la caótica
incertidumbre!
¡Qué dantesco desvarío!

Yo sólo espero que no fallen mis pies
en medio de la desaforada frialdad de los escombros;

Quiero llegar a las puertas,
a la línea final que divide el horizonte,
a resucitar en tus brazos
a besarte desenfrenadamente,
a explotar en tus sentidos.

No tengas miedo.
No hay nada que temer.
El sol derrumbará su reino sobre
el universo que augura un renacimiento,
es lógico que necesite sentirte mía.

¿Has notado que me desintegro en millones
de partículas cada vez que recuerdo los designios?

…Sólo espero poder reconocerte otra vez en la desaforada

virginidad del nuevo camino.

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Fotografía: Philomena Famulok

martes, 29 de octubre de 2013

Las Crónicas del ángel

2/ Silencios...

Cruje la noche en mis tímpanos. De vez en cuando, una sinfonía de aullidos lejanos se cuela por la hendija de la ventana, entonces aprieto los párpados y me entrego al éxtasis que provoca la ambigua adrenalina del miedo; la complicada y antagónica ley del vacío que anida en las entrañas del sigilo.
El cielo está gris sobre el manto negro de mi ciudad apestada de amantes de corazón destrozado.
A veces la luna juega a que va y viene entre las grietas de su vestido plomizo. Y cruje la soledad, en el alma de una hoja que está en blanco.
Tengo los dedos llenos de tinta y el pecho a punto de explotarme en millones de estalactitas; tengo un poema y su sortilegio atragantado en la garganta; tengo esa mirada incrustada en cada poro de la piel.
Enciendo un cigarrillo;  impaciente  lo aspiro con fuerza queriendo tal vez que la brea endemoniada del humo empuje para adentro ese nudo, esa lágrima pérfida.
Un perfume a rosas de otro mundo impregna de repente la lúgubre desidia de mi habitación desierta y flota y se eleva y levita por cada vértice; por cada rincón silencioso de mi atalaya (entonces; desciendo por la torre y el verdor anaranjado de los valles explota en la comisura de mis labios y vuelvo a ver el mar, y escucho una voz…llamándome. Una voz que es casi un grito, una plegaria que revoluciona cada fibra de mi ser y me estremece ¿Sos vos?.
Reina la  calma en cada una de las lágrimas que por fin se escapan de mis pupilas a descansar sobre la tela de esa hoja frente a mí.
Cuando mis ojos húmedos encuentran por fin el cuerpo noble de ese lienzo que esperó hasta el alba la impensada epifanía de mi alma, suspiro muy hondo…sé, con esa certeza que sólo se tiene cuando se ha resucitado de los abismos de la melancolía, que acabo de escribir el obituario perfecto para esa mujer…que amo desde antes.
El teléfono suena de repente y su chirrido me arrebata el místico fulgor de la ensoñación.
Camino despacio hasta la mesa de noche. Me aferro al tubo. Del otro lado, la voz me enumera los detalles de su encargo. Yo no respondo, no es necesario; ambos sabemos que no hacen faltas preámbulos ni formalidades. Cuando por fin le pone punto final a su monólogo, aspiro un sorbo del aire que me rodea intentando quizás, descontracturar la rigidez de mi cuerpo.
Eva, era su nombre. Encuentra a quien lo hizo. Quiero su corazón en una bolsa de plástico- la voz es una daga certera que no vacila un instante-
Millones de pensamientos se agolpan en mi mente al analizar lo dicho, mientras las venas me laten agitadas; seducidas ante la devastadora impronta.
….su corazón en una bolsa de plástico- La frase se queda explotando vivaz autonomía.
Repito su nombre varias veces al volver a la mesa, primero sin palabras, después con toda la plenitud de un susurro que se filtra de mis labios secos.
Sé que es ella.
Lo sé porque lo siento. Lo sé porque la veo. Lo sé porque me ahogo en ese perfume de rosas de otro mundo que flota y se eleva y levita venciendo la devastadora negrura de toda la muerte que reina entre mi corazón y el suyo; encontrándose en este mar de ojos puntiagudos, en esta maquinaria incesante que no detiene su marcha, su aceitada peligrosidad.
Encuentra a quien lo hizo…Eva, era su nombre
Mientras el amanecer termina de decorar las formas etéreas, decido, antes de recluirme en mis solitarios paisajes de tinta,  abandonarme un instante a la luz de ese Edén que aún añoran mis huesos.
Afuera, los amantes de corazón destrozado me regalan una dosis más de  su puro silencio….


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miércoles, 23 de octubre de 2013

Las Crónicas del Ángel


1 / Encuentros...

El humo de mi cigarrillo se contornea sobre los últimos acordes de la noche.
Afuera, llueve a cántaros la pena de hombres sin alma que deambulan errantes por las líneas etéreas del abismo.
La habitación del hotel parece un desierto en plena tempestad de arena y mi cama solitaria no es más que un túnel hacia la dimensión del olvido.
De un solo trago termino el vaso de bebida blanca que reina venenosa sobre la mesa y el estómago me cruje. La soledad es una ramera embrujada que me oprime el pecho y contrae cada fibra de mi cuerpo.
Decido aventurarme hacia la entrañas de la dama oscura a empaparme de su silencio, de sus aullidos y del fuego que escupen las bestias que han dejado  las cadenas del tártaro. Tal vez ande dando vueltas, perdido como yo, un soplo de amor sin destinatario- pienso, mientras acomodo la solapa desgastada de mi gamulán marrón.
Las calles grises le dan la bienvenida a mis pasos tenues. Algunos ojos puntiagudos, afiebrados como el infierno, me ubican entre la fina llovizna y se agazapan entre las formas sin forma que dormitan en las penumbra de la ciudad. Yo los ignoro y sonrío de costado. Ya he aprendido a convivir con su lúgubre cobardía.
La estruendosa sirena de un patrullero estalla en mis tímpanos de repente,  interfiriendo con mi marcha de pensamientos desprolijos.
Como llamados por la melodía de un flautista mágico, mis movimientos danzan impetuosos al compás del bullicioso destello que explota sobre el techo del automóvil, entonces, sin meditarlo, apresuro mis pies y persigo esa estela rojiza de luz alborotada.
El auto continúa su apresurada cruzada un par de cuadras más y se detiene en la callejuela mal oliente de un callejón colonizado por la brea densa de la cómplice oscuridad.
Estoy en la vereda del frente. Inerte como una gárgola testigo, casi sadista, diría yo, a ésta altura, después de noches incontables de esta suerte de voyerismo al que recurro para curarme del insomnio-  tal vez simplemente me guste asistir al banquete de la noche- medito, exonerándome de semejante manía.
Del patrullero descienden dos hombres desgarbados y fuera de estado físico que con exasperante pachorra mueven sus pies uno delante del otro para acercarse al lugar de los hechos- seguramente se trate de un joven baleado en un ajuste de cuentas o de una anciana demolida a golpes por no querer desprenderse de sus pocos pesos- pienso, mientras enciendo un cigarrillo-.
Un número considerable de curiosos- errantes como yo en los vestidos de las sombras- se amontona a presenciar el “espectáculo”: mendigos, prostitutas, chulos, artistas sin escenario, nómadas sin techo, desalmados sin redención…
Al cabo de unos minutos, una ambulancia irrumpe enmudeciendo el tumulto- Es una mujer…- balbucean los que están más cerca.
Sin destrezas, el chofer estaciona detrás del móvil policial obstaculizando así mi visión. Me ofusco y me adelanto en un trote- impulso al que mi anatomía responde de manera inconsciente- cruzo la acera y me mezclo con la turba expectante, que otea y murmura entre dientes, mientras un hombrecito envuelto en una percudida chaquetilla blanca le hace señas a su acompañante para que lo ayude a compaginar el cuerpo inerte de la víctima sobre la camilla, entonces sucederá. Sus pupilas sin vida se encontrarán con las mías, y en un segundo a contratiempo, con el universo entero deteniendo su marcha solo para a mí, llorarán en silencio mis ojos desorbitados y crujirá en estruendoso dolor mi corazón presa del desconcierto y sabrá mi alma, con la certeza que sólo tienen aquellos que han resucitado del amor y sus cruentos inviernos; que  ella y yo nos hemos amado en otra vida en otro tiempo en otro suspiro del cosmos, cuando su cuerpo de flor no perecía entre las sucias manos de un anónimo matador y yo no andaba en pena cargando con mis alas grises por las calles envenenadas de esta maldita ciudad…


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Hola a todos mis estimados amigos! Después de algunos días de ausencia retomo el Blog y quiero compartir con ustedes la entrega Número 11 de la Revista Nueve Musas. Gracias a todos una vez más por el cariño y bienvenidos a las páginas de mis Musas...


jueves, 3 de octubre de 2013

Memoria


Se desdibuja el ocaso
en el vientre de la noche
y me sorprende una vez más
calcando tu sonrisa en las huellas del olvido.

Que pesada es la quietud
entre los velos del silencio…

Súbitamente me abandona
el cadalso de tu muerte repentina,
entonces me transformo en un
lienzo transparente
para que me atraviesan los destellos
de esa luz tuya
que aún no apago del todo.

Cuanto misterio hay entre
los recovecos de tu ausencia…

Las líneas del viento que nacen
en el ventanal de mi refugio
se contornean caprichosas
con las vestiduras de mi
santo vacío, y en un segundo a contratiempo,
el universo explota para a mí
el antídoto a la vuelta de tus roces
sobre la palma de mi mano desnuda.

Te quiero reinando sobre
las ruinas que diste a luz
al desvanecerte en los laberintos del camino
escribo,
y en un vestigio irreverente
de triunfo que me despabila,
dejo que pasen de largo los embrujos
de tu mirada sobre la memoria
de mi piel

ahora y antes…

Fotografía: Taras Kuscynskyj

martes, 24 de septiembre de 2013

La soledad


La soledad es una bohemia 
de guante blanco.

Una mujer transparente
con curvas de lluvia
y aroma a otoño recién nacido,

la soledad es mi rostro a contra luz
destellando la nostalgia
de frases sin destinatario,

es un pájaro nocturno de vuelo arrasante
que se pierde en la lejanía de los horizontes
que aún no he besado…

La soledad es un destierro agridulce,
una prosa incompleta de palabras
no encontradas,

un sueño inconcluso aún sin soñar.

La soledad es esta tarde gris.

Es el humo de mi cigarro que se contornea
solitario jugando con los destellos
de mi habitación vacía,

es el eco profundo de un nombre ausente,
es la lujuria de ésta botella venenosa que
 me acompaña silente.

La soledad es la noche que amenaza feroz
despuntando en el ocaso naranja que tiñe
mis letras.

La soledad soy yo sin vos.

Es mi cuerpo sin tu piel,
son mis ojos sin tu aliento.

Es un refugio de sábanas en agonía,
un abismo
la voz que retumba en los vértices
de un colchón gigante.

La soledad es una borracha silenciosa,
una fina voyerista de manías impecables
una loca suicida de elegante corset.

La soledad son mis manos sin la tela
de tu cuerpo,
es este poema,
el inesperado viaje sin retorno
hacia los contornos de grotescas
formas nunca vistas…

es no tener ganas de nada,
es cenar con el espectro del paso de los días,
es desayunar con el fantasma de las horas y su pérfida sinfonía,

es la fábula del tiempo que corre sin riendas,
es la tinta de mi lapicera que se apaga…

La soledad soy yo sin vos.
tan simple como eso.

Fotografía: Johanna Knauer


lunes, 16 de septiembre de 2013

Gritos y silencios


Resuena un bolero absurdo saturado de la exquisita mugre del día y su ajetreo.
Anda enredándose en pasiones y furias, en encuentros y desencuentros,
en muertes y resurrecciones de minutos fundiéndose en la alegoría del tiempo.
Como una golfa desnuda coquetea mi ciudad con la dama oscura y su guadaña, mientras le grita en los labios los últimos acordes de Septiembre.
En el aire levita una magia gótica, casi sepulcral, que escupen sus calles disfrazadas de cemento, entonces, desde lejos, a través de mi ventana, asisto a la eutanasia de las palabras no dichas que aún deambulan en el éter sin destinatario…
Y grita la mujer gigante acobardada en las penumbras de la noche y su sinfonía.
Grita el hombre pequeño ataviado de harapos, susurrando promesas incompletas en el aura de la luna.
Grita el niño sin nombre, sobre los peñascos de la soledad caótica de su infierno a la intemperie.
Gritan los azules a contraluz del reflejo que empastan las estrellas en el suelo, dejando lágrimas transparentes sobre la tierra que duele.
Gritan los amantes sin rostro, abandonados en los caminos del olvido y las madres sin esperanza, atragantadas de paraderos difusos.
Grita la borracha nostalgia, en acordes nocturnos, que se esconden en universos paralelos. 
Grita la lujuria de ninfas sin paga, encarceladas en esquinas sin farolas y el asesino de finos puñales, a salvo, en la gula de sus demonios que dormitan.
Grita y despotrica en feroces alaridos mi ciudad de hielo y almas sin ropa; mientras yo atesoro en la tinta de mis dedos, la mirada moribunda de Septiembre y  el dulce silencio que dibujan sus poetas sin alas…


 Fotografía: Klaus Klambert

lunes, 9 de septiembre de 2013

Delirio


“Hay momentos en los que quiero correr hasta desintegrarme”; escribo sobre la hoja en blanco de mi anotador con tapa dura y tengo la extraña sensación de que antes de empezar a correr, ya estoy desintegrado. Muchas veces me cuesta identificar cuando ya no estoy en un lugar. ¿Será porque aún tengo una fuerte conexión con mi cuerpo físico?
Mi terapeuta me escucha sumido en un profundo silencio cada vez que le relato mis paseos etéricos. A Kilómetros a la distancia se nota que no cree una sola palabra de lo que le digo. Hace tres días me aparecí en su casa; estaba en su estudio escuchando la grabación de una de nuestras sesiones y lo vi escribir la palabra “delirio”. Al principio me molestó no sentirme comprendido, pero nada se puede hacer con la gente que nunca se ha desintegrado: Indefectiblemente cree en delirios.
Ese mismo día, me escabullí y leí un libro que decía: “Entendemos por delirio, cuando por diferentes causas, y casi siempre de forma brusca, el cerebro de una persona deja de funcionar correctamente,  presentando alteraciones de la atención y de la capacidad de alerta. También suele manifestar trastornos  de la conciencia, del pensamiento, la memoria, las emociones, la percepción, o del tono muscular y del ciclo de sueño-vigilia. Es típico que todos estos síntomas ocurran de manera fluctuante, alternando momentos prácticamente conscientes con otros de inconsciencia” Suspiré abatido al releer varias veces semejante definición e incluso pensé hasta en cambiar de terapeuta, pero a ésta altura, hacerlo sería un despropósito; estoy acostumbrado a sus profundos silencios, aunque sí tuve ganas de gritarle a la cara: ¡Doctor, mi cerebro no deja de funcionar de manera brusca presentando alteraciones!
De vez en cuando Clara me besa los labios, lo hace justo cuando yo estoy en medio del océano atlántico despabilándome de una mañana atroz, entonces siento que me ahogo.
Ella y yo nos conocemos desde hace mucho y podría decir que es lo más cercano al amor que he conocido en mi vida. Fue la primera y la única mujer que soñé desnuda entre mis manos.
Cuando era niño, pensaba que estar con una mujer iba a provocarme la muerte; ahora lo creo también.
Durante mi vida anterior, cuando era un pez, jamás hubiera pensado en Clara pero ahora que soy un hombre, pienso en ella todo los días.
Ella me visita los sábados por la mañana, siempre cuando hay sol, nunca cuando llueve. Aparece de repente, envuelta en su vestido con flores celestes, cargando con delicadeza su bolso color caoba y lo ilumina todo. Es como si Clara trajera el sol, en vez de que el sol, trajera a Clara. La extraño cuando llueve. No puedo evitarlo.
Viajar por el éter es sencillo, aunque a simple vista no lo parezca. Sucede de repente, en el momento menos pensado, por lo menos así me sucede a mí, he escuchado que hay gente estudiando técnicas para hacerlo. Yo no conozco de técnicas. Sé un millón de cosas de memoria pero ninguna técnica, mi terapeuta dice que no es necesario aprender  lo mismo que todo el mundo aprende; dice que las diferencias nos hacen únicos e irrepetibles; Cuando lo escucho decir eso me pregunto si verdaderamente sabe de lo que me está hablando, yo no le veo ninguna diferencia con el resto; no es como Clara que es diferente a todas las personas que he conocido en mi vida.
…Primero se produce un estallido pequeño entre las cejas, es algo así como si una lámpara se encendiera de golpe disipando todas las nubes oscuras que todo lo envuelven. Después empieza el cosquilleo en el cuerpo, seguido por un nudo en la garganta, dura unos pocos minutos.
Antes de desmaterializarme por primera vez, yo pensaba que iba a estar por lo menos doce horas o más haciendo desaparecer mis células pero no fue así, para mi suerte.
Después todo se ve trasparente; las cosas, las personas…es como nacer de nuevo.
Clara dice que todo me pasa por alguna razón, dice que soy como un niño pero yo sé que no es así, no soy un niño, ya no.
El océano Atlántico es uno de los lugares más bellos que he visitado en mi vida. Parece un espejo en dónde todo lo hermoso se refleja; a veces nado con delfines y otras veces con peces de colores. Es como un sueño, como vivir sin miedo, sin los recuerdos de días que no debieron haber sido, sin las heridas que nunca sanan. Es como haber encontrado la puerta de salida, la luz al final del camino, hay gente que le llama morir pero yo no estoy de acuerdo.
Cuando caminaba descalzo por un hermoso bosque plateado descubrí a un animal extraño que me miró a los ojos y desde ese entonces comprendí que todos estamos conectados por el alma. Prendidos desde adentro, corazón con corazón. Me resultó  algo difícil al principio,  nunca había sido mirado por un animal extraño en medio de un bosque plateado, nunca había experimentado la mágica sensación de correr hacia el horizonte del viento, salvajemente poseído por el perfume del Universo, por el aroma del cosmos explotando en cada uno de los poros de mi piel, nunca había trotado desparramando destellos de libertad por mis patas y sus huellas, jamás había sido un animal extraño en medio de un bosque plateado….
Clara es hermosa, supongo que un día de éstos voy a decírselo, voy a decirle que ella y yo estamos enamorados.  Voy a decirle que mi terapeuta miente, que mis síntomas no ocurren de manera fluctuante, alternando momentos prácticamente conscientes con otros de inconsciencia, voy a contarle que pronto lograré desintegrarme del todo de ésta cárcel de paredes blancas y gente deambulando en pena, sin rumbo y sin sonrisas: tal vez la lleve a recorrer el bosque plateado, quizás le escriba un poema, la gente solía llamarme poeta…o a lo mejor la invite a desvanecerse conmigo sobre el espejo celeste del océano Atlántico.
El océano Atlántico es uno de los lugares más bellos que he visitado en mi vida. Parece un espejo en dónde todo lo hermoso se refleja; a veces nado con delfines y otras veces con peces de colores. Es como un sueño, como vivir sin miedo, sin los recuerdos de días que no debieron haber sido, sin las heridas que nunca sanan…

Fotografía: Johanna Knauer






Para la mayoría de los hombres la guerra es el fin de la soledad. Para mí es la soledad infinita...
Albert Camus


Reflejo


Eran las doce en punto de la noche cuando lo vi. Llevaba un gamulán azul, largo hasta los tobillos, el pelo enmarañado y barba de unos tres o cuatro días que opacaba aún más su rostro silencioso. Las pupilas rojizas, congeladas en un punto fijo.
No había dormido durante muchas horas, su cuerpo se asemejaba a un tótem a punto de caer y fragmentarse en millones de filosas puntas de hielo- nada se ve más oscuro que el reflejo de un hombre con el corazón destrozado, escribo, con la mano temblorosa-
Tuve la sensación, al continuar observándolo detenidamente, que pocas veces antes se había permitido experimentar y atestiguar semejante lúgubre agonía, esa que conlleva a la tristeza y al vacío. Sentí pena. Hubiera querido trepanarle del pecho la bola dolorosa que palpitaba el veneno del no entendimiento. Hubiera querido beberle el llanto contenido que vomitó de golpe manchando el aire con partículas de palabras no dichas, de cariños no ofrecidos, de momentos que ahora no eran más que hojas sueltas en una bocanada de viento.
 Morir. El irremediablemente acto de morir. Anoté al pie de la página.
 Durante algunos segundos, por las muecas de su rostro, intuí que buscaba respuestas en su mente ajetreada; respuestas que tal vez estuvieran latentes y que aún no descubría, incluso, al verlo esforzarse frunciendo el ceño, pienso que hasta se aventuró a soltar el cordón de la razón pura y divagó entre los parajes del inconsciente colectivo: alguien debía poseer un soplo esclarecedor, una antorcha que súbitamente iluminara el espeso corredor de lo incognoscible.
Después se sentó en el suelo y con las manos apretadas se mordió los labios varias veces, alrededor, el silencio ya había soltado sus demonios y pronto habría de comenzar el dantesco espectáculo que plantea la obligatoria comprensión con sus falsos profetas vestidos de olvido. Y lloró de nuevo. Aún no quería la dosis estimada de antídoto, por lo que sacó del bolsillo de su saco una foto vieja y la repaso hasta el detalle. No era la única vez que lo hacía, lo noté por su destreza al manipularla casi en una especie de ritual repetitivo. En el retrato había una mujer, de fondo se podía ver una casa blanca de ventanales caoba, varios árboles gigantes de frondosas copas verdes y un dejo transparente de nostalgia casi intangible que brotaba del papel gastado. El hombre del gamulán azul, evidentemente había impreso en ella un anhelo tan profundo que había logrado trascender la inerte estupidez del objeto, convirtiéndolo en un papiro que albergaba en sus entrañas un trozo de su tiempo. De no haberlo hecho, de no haber transferido esa esencia amorosa que impregna el aura de algunos anhelos, me atrevo a afirmar que esa mujer se habría desintegrado en el aluvión imparable del incauto devenir.
No bien desperté en ese pensamiento; en el de la mujer con la mirada extasiada en los andenes de la vida aún por venir; en el suspiro tibio de mi amoroso anhelo, levanté la mirada y me contemplé una vez más en el reflejo del espejo solitario de mi desprolija habitación de hotel. Aún era yo, aún seguía siendo el único vocero de ese éxtasis, que ni siquiera el ácido del dolor más intenso tiene el poder de carcomer. Yo había amado y había sido correspondido. Mi corazón había hallado su respuesta, había encontrado la infinita mortalidad desdibujando con lo vivido la levedad minúscula del tiempo.
Al despertar me atreví a reírme un rato, dejándome ahora avasallar por la belleza tangible que ofrecen los buenos recuerdos. La soledad se escapó por la ventana como una bruja exorcizada y entonces me envolví el cuerpo con el fino manto de esa mirada que por años, había yo atesorado en lo más profundo de mi ser.  Aventé el gamulán en el ropero y me afeité el cansancio.           
Justo después de dejarte ir a cabalgar a pelo en el lomo del viento, tengo pensado acurrucarme en tu sillón favorito a escuchar el sonido de tu voz retumbar por el dulce vacío de nuestra casa, al fin y al cabo; escribo; nada esta distante de nosotros, todo vive para siempre, nada muere, todo se transforma, sólo existe el amor que nos hemos profesado para perdurar en las líneas del tiempo y solos estamos los dos, tu renaciendo en otros senderos, yo, perdurando en los que juntamos nos toco pisar. Tu ausencia es un detalle, tu piel transparente es otro aprendizaje, un aprendizaje que ni el acido del dolor más intenso tiene el poder de carcomer, tan simple como eso.

Fotografía: Johanna Knauer






viernes, 30 de agosto de 2013

Queridos amigos, quiero agradecerles de todo corazón su apoyo, su interés, sus bellos comentarios, su buena onda, su ESTAR.
Gracias por ser parte del sueño de esta artista!
Espero que hayan disfrutado este primer libro de la historia de Sofía y Noa tanto como yo.
Seguramente seguiremos conectados por esa línea invisible que une a todas las personas y que el arte tiene la maravillosa virtud de concretar en la profunda belleza de todos sus paisajes..
Feliz viernes de Agosto para todos y que el día traiga su afán, sus luces y sus sombras y que el viaje sea bueno, por sobre todas las cosas bueno...



jueves, 29 de agosto de 2013

La última carta para Noa


Gracias a todos, estimados amigos!
Gracias a vos, "Noa" por haberme inspirado el corazón...



Aún es temprano pero apresuro mi baño. Aunque la cena en casa de Florencia es a las 8 y restan dos largas horas, quiero estar preparada con tiempo y ser puntual.
Me visto con unos jeans y una remera mangas cortas.
La habitación de mis padres está maravillosamente iluminada por los destellos de la tarde. Dejo que me invada una calma inmensa que me roba un suspiro muy hondo. Descubro entonces que estoy rebosante de entusiasmo ante el encuentro con mi familia.
Enciendo un cigarrillo y me siento en la punta de la cama; la imagen de mi padre se instala en mi mente y recuerdo nuestras charlas en el jardín, su mirada cariñosa, sus gestos tiernos y mis pulmones se llenan con un aire melancólico que me hace sentir compungida.
Una escena se presenta ante mí: tengo ocho años, estoy dibujando sentada en el suelo mientras papá le da las últimas manos de pintura a su baño en suite. Esta cantando una canción, la misma que tarareaba para que yo me durmiera cuando era pequeña. 
Su voz trasciende la ilusión y ahora lo escucho tan cerca de mí que no puedo evitar desparramar unas lágrimas-sonrío al descubrir que no son lágrimas de dolor, todo lo contrario.-
Lo verdadero siempre permanece,  la distancia no existe- digo en voz alta.
Mi celular vibra. Es Albert avisándome que, como cada año, realizaran una misa por el aniversario de la muerte de Nick en la catedral de Saint Mary.
Le respondo que estoy Argentina.
—Nick…―murmuro entre dientes y me sorprendo al escuchar mi voz flotando por el cuarto- es la primera vez en cuatro años que susurro su nombre.
Rápidamente me incorporo. Estoy impulsada por un instinto inconsciente. Bajo las escaleras a toda velocidad. Tomo las llaves del auto, una campera y mi bolso.
Acelero.
Llego hasta la parroquia de San Antonio de Padua. Bajo del automóvil y corro desesperada hasta el interior de la capilla. Está vacía. Me detengo en la puerta. Miro hacia los costados. Estoy arrebatada por un estruendo en mi pecho que está a punto de colapsar. No entiendo que me sucede pero no me reprimo. Estoy cansada de escapar.
Cerca del  pulpito diviso un pequeño altar lleno de velas blancas que flamean oraciones al aire. Me dejo llevar por mis pasos que arremeten decididos y llego hasta el iluminado tabernáculo. Busco en los rincones alguna vela para encender. No encuentro ninguna. Una mano me toca el brazo. Giro la mirada. Una anciana de pelo nevado me ofrece una. Me quedo mirando sus envejecidas pupilas durante algunos segundos. Tengo un nudo en la garganta. La tomo con ambas manos y la acerco a un gran cirio. El  pábilo explota en una nívea luz que me envuelve el rostro. Embrujada por la llama, la sostengo durante algunos segundos. Tengo los labios resecos y tiemblo como una hoja que acaba de caer de su árbol. La anciana toma mi mano y me ayuda a ponerla junto a las demás. Aprieto los parpados y suspiro muy hondo. Soy un mar de llanto.
—…siento haberme demorado tanto, cariño—digo, en voz baja—perdóname.
El pecho se me descontractura, como si una suave caricia hubiera encendido todos mis sentidos, entonces la mirada azul de mi príncipe me ubica y lo veo sonreír como solía hacerlo cuando el veneno de ese mundo impiadoso ante el cual decidimos rendirnos todavía no se había filtrado en nuestras venas.
―perdóname…—vuelvo a susurrar―gracias por todo, por tu amor, por tu tiempo…gracias…
Súbitamente, una bocanada de aire limpio me atraviesa. Giro el rostro; azorada, descubro que la anciana no está.
—Mamá…-balbuceo con la voz entrecortada.
Renovada por un rayo de luz que me revitaliza todo el cuerpo, conduzco 40 minutos hasta el hogar de María madre.
La casona antigua emerge de repente ante mis ojos. El corazón se me acelera. Desciendo con recelo. Tengo miedo pero el impulso liberador que me embriaga es tan hondo que mi cuerpo, descaradamente autónomo, me conduce hasta el interior.
― ¿Cristina Anderson?—le pregunto a la recepcionista que me mira, primero con desconfianza, después con una amplia sonrisa.
― ¿Eres la hija más pequeña de Cristina?...tienes que serlo, el parecido es impresionante.
—Así es―le afirmo, en medio de un suspiro——quisiera verla, por favor.
La mujer se queda mirándome durante algunos segundos.
—No es horario de visita…. —me comunica muy seria—pero…podemos hacer una excepción. Ven conmigo.
Caminamos por un largo pasillo de habitaciones contiguas. El aire está  enrarecido por una extraña soledad que descubro no tan distinta a la mía, entonces me estremezco.
Llegamos a una gran sala. Mi madre está sentada en una silla mirando a través de una ventana. Su pelo ha envejecido con el tiempo.
Se me anuda la garganta. Quiero avanzar pero me estanco. Parezco una niña muerta de miedo. 
La mujer me toma la mano y me desencadena del piso.
—Anda…no temas. Todo estará bien…
Su voz comprensiva me arenga a avanzar hacia ella.
Está de espaladas, justo frente a mí. Abro los labios. Quiero hablar pero no sé qué decirle.
Se percata de una presencia cercana y me enfoca con sus grandes ojos grises. Nos miramos durante varios segundos.
— ¿Puedo ayudarla en algo, señorita?
Aprieto los labios.
—Mamá,  soy yo, Sofía—le digo, con la esperanza de que mi voz la rescate de ese limbo cruel en el que divaga su mente.
Hace silencio y baja la mirada. Un silencio que se vuelve eterno. Después vuelve a perderse en el reflejo de la ventana.
Estiro la mano y hago el intento de tocar su hombro pero me detengo.
—Vine a decirte que lo siento mamá; que lamento estos años con toda mi alma. Sé que es tarde pero necesitaba decírtelo…
No responde ante mis palabras.
Agacho la mirada y me alejo varios pasos. El nudo en mi garganta se hace más apretado.
—Tal vez…quiera usted volver a visitarme…—la escucho decir desde su silla.
Me detengo.
—y contarme de sus cosas—continúa—tal vez podamos ser amigas a pesar que usted es mucho más joven que yo.
Sonrío y me arrodillo junto a ella.
—Claro que sí. Me encantaría que seamos amigas.
Aprieto su mano. Ella responde haciendo lo mismo.
—Creo que usted me recuerda a alguien…—me dice. Sus ojos brillan.
—Mi nombre es Sofía  Dejean Anderson…
— No había venido antes por aquí,  ¿verdad, señorita Sofía?
—No. Estuve de viaje…un largo viaje.
—Pero ha vuelto…eso es lo importante ¿cierto?
Mis ojos se humedecen.
Mi madre acerca su mano y con una caricia que parece reconocerme consuela mi sollozo.
—Tal vez quiera contarme de su viaje—me dice y sonríe de costado.
Asiento con el rostro.
Me quedo casi una hora hablando con esa mujer cercana, con esa mujer lejana que no me conoce ahora y que no me conocerá mañana. Tal vez sí sea tarde… nos separa la memoria. Nos separa el tiempo…es verdad, pero todo es nuevo. Como si ambas hubiéramos tenido que nacer otra vez para continuar transitando un mismo camino.
Son casi las nueve cuando estaciono frente a la casa de Florencia. Me excuso al entrar revelando el motivo de mi demora. Marcelo escucha mi voz y lo veo aparecer desde el patio luciendo una amplia sonrisa. Como siempre, no hacen falta tantas explicaciones y solo nos fundimos en un largo abrazo.
La cena se desarrolla en calma. La comida esta deliciosa y sin querer afloran millones de recuerdos  de nuestra infancia que prácticamente había olvidado.
Pasada la medianoche Ismael lleva a los niños a dormir. Aunque intenta ser cuidadoso no puedo evitar darme cuenta que el verdadero motivo es dejarnos solos.
Estoy algo nerviosa, no puedo evitarlo,  pero aspiro muy hondo y me propongo exorcizarme de tantos años de silencio. Quiero que mis hermanos escuchen  de mi boca todo desde el principio. Me sorprendo al ver sus miradas sin juicio que me siguen atentas a mi relato.
—Cuando Nick murió sentí que todo  mi mundo se derrumbó sobre mí y no pude manejar la culpa y el remordimiento de saber que nunca tendría la oportunidad de pedirle perdón…
—…Estabas con Noa en tu casa cuando fui a Miami ¿verdad?―me dice Florencia, bajando la mirada.
—Así es―respondo, después de algunos minutos de silencio—jamás pensé que algo así pudiera sucederme…pero sucedió y no pude hacer nada para evitarlo.
—Siempre pensé que tú y Nick eran felices…—me interrumpe Marcelo, mientras sorbe su copa.
—Yo también, Marce. Después me di cuenta que estuve años viviendo una fantasía que irremediablemente debía colapsar y fue la muerte de Nick la estocada final…ahora estoy a merced de mis reproches, tratando de asimilar un puñado de aprendizajes que aún no soy capaz de implementar en ninguna parte.
—Pero si estás haciéndolo Sofi—interrumpe Marcelo—estas aquí, estás de vuelta y eso es lo que importa ¿cierto?
Se me llenan los ojos de lágrimas, son exactamente las mismas palabras que antes pronunciara mi madre.
—Claro que sí—respondo y seco las lágrimas que se han desparramado por mi rostro.
Florencia estira su mano y aprieta la mía.
—Espero que puedan perdonarme…
Ambos se ponen de pie y los tres nos fundimos en un abrazo.
—No sé cómo se hace para empezar de cero—agrego, apretando los parpados con fuerza.
—Deja que todo fluya—me dice Florencia, con una sonrisa tímida en sus labios.

Regreso a la casa cerca del amanecer. Cruzo la pesada puerta de hierro y vidrio e inmediatamente el aire se transforma sumergiéndome en un nuevo paisaje de colores y aromas.
Camino lentamente. La brisa nocturna es una música que me roba hondos suspiros. Subo las escaleras. Ingreso a la habitación alumbrada solo por los destellos de una luna gigante que abraza el firmamento y me recuesto  sobre la cama.
Cierro los ojos. La vida ahora es ante mí un camino abierto que espera ser transitado.
Me incorporo de un salto y llego hasta el placard. Tomo una gran caja entre mis manos y me siento en el piso. Con lágrimas en los ojos repaso entonces todas las cartas que he escrito para Noa durante estos años y que jamás tuve el valor de enviar. Las aprisiono fuerte contra mi pecho y vuelvo a dejarlas intactas en esa bitácora que guarda uno de los tesoros más preciados de mi viaje.
A la mañana siguiente, me reúno a almorzar con Marcelo y Florencia para contarles que he decidido regresar a Miami a poner mis asuntos en orden y a decidir sobre todo el rumbo de mi carrera.
—He estado pensando en el programa de médicos sin frontera…—les comento, con un dejo de añoranza.
— ¿Te vas a ir otra vez?—me pregunta Florencia
—No Flor, simplemente quiero ir a ver que tiene el mundo para ofrecerme…
El avión aterriza en el Miami International Aiport dos semanas después y no bien mis pies hacen contacto con el suelo percibo que todo a mí alrededor es diferente. Los sonidos, los colores, los aromas, la gente…
El alba ha pintado de anaranjados tropicales cada rincón de esa maravillosa ciudad que tanto amo y a medida que el taxi avanza conduciéndome hasta la belleza incomparable de Coral Gables, dejo escapar unas cuantas risas frente a las que el chofer se queda oteándome de reojo por el espejo retrovisor.
Mi castillo emerge bañado por millones de tonos azafranes que empiezan a descolgarse de un sol impetuoso y me recibe expectante: sabe que sostengo entre mis manos la llave para destrabar por fin los oscuros laberintos que levantamos entre sus murallas; sabe que pronto dejaré de ser la doncella abandonada en las desiertas arenas de mi soledad impensada.
Desempaco mi valija y mientras acomodo mi ropa en los cajones decido, sorpresivamente y sin meditarlo ni dos segundos, despejar el mueble de las pertenencias de Nick.
Me agencio de algunas cajas y uno a uno archivo los recuerdos de mi Teseo que ya no es ese Minotauro implacable que yo creé para torturarme sino el muchacho de pelo desordenado que fue mi amor y fue mi príncipe.
Entre lágrimas y sonrisas dejo que se escape el día entero, mientras voy comprendiendo que en la vida es en vano intentar decodificar sus “porque”.
“La vida no es porque, la vida es “para qué”, Sofía, esa es la verdadera pregunta que debemos hacernos”
Las palabras de Noa se quedan acompañándome hasta que mis ojos, vencidos por el cansancio, deciden cerrarse y descansar…
Varios meses después recibo la confirmación de la organización de médicos sin fronteras ofreciéndome un lugar en la delegación de Senegal y aunque estoy al tanto de los miles de desafíos que seguramente han de presentarse ante mí, me sorprendo al descubrir que no tengo miedo.
Esa noche vuelvo a recostarme sobre la gramilla del jardín de cara al maravilloso firmamento de City Beautiful. La Corona Borealis de Dionisio me alumbra el rostro como si fuera un faro explotando luces hacia un lejano horizonte en blanco que me espera. Aun no se de que manera voy a escribir los pasajes de todas esas hojas níveas pero estoy intentándolo, esta vez estoy intentándolo. Tal vez de eso se trate la vida-pienso, simplemente de renacer
Aspiro mi cigarrillo con fuerza y me sorprende el chirrido de mi celular que vibra sobre el césped. Lo agarro fuerte entre mis manos. El corazón me late desbocado. Miro la pantalla. Es Noa. Abro el mensaje: “recuerda que estoy cerca…”
Aprieto el aparato contra mi pecho. Las manos me tiemblan. Cierro los ojos y freno el impulso de querer deshacerme del móvil como lo he hecho durante los últimos cuatro años: Ya no me siento cautiva en la fría arena de Naxos, ahora camino-aunque con pasos lentos-pero camino hacia una puerta abierta que aún no vislumbro del todo pero sé que está, yo sé que está.
…”siempre…” escribo, con los ojos húmedos de una profunda y sincera gratitud.
Suspiro muy hondo. Tal vez no signifique nada. Tal vez sí sea tarde… solo el tiempo lo dirá…
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Fotografía: Peter Lindbergh


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viernes, 23 de agosto de 2013

Cartas para Noa ( 16 )


Abro los ojos lentamente. Mis párpados son dos cepos que no le permiten a la luz hacer contacto con mis pupilas agrietadas.
-Soy una doncella muerta que levita sobre la filosa quietud del alba que me recibe con sus destellos de colores ocres- Ha dejado de llover y el aire de la fresca alborada penetra en mi silencio como una guadaña de hoja oxidada que sin reparo rasga mi piel ahogada en pena.
La casa retumba murmullos que reptan por cada uno de sus rincones. Lamentos, sollozos…palabras lastimadas que no consuelan.
Mi tristeza es un eclipse. Soy una dama de Shalott que navega a la deriva…
Albert entra en mi habitación ahogada en penumbras. La falta de descanso me tiene abombada, casi sin poder hilar una frase que resulte coherente. Me consulta si necesito algo. Le respondo que no, sacudiendo el rostro. Abajo, en la sala, el cuerpo de Nick descansa en su lecho color caoba.
Fue necesario que subiera a refugiarme en uno de los pasadizos de mi torre; Jeff, a merced del dolor, aventó sobre mí una punzante perorata de reclamos.  Estoy desvalida entre las cuatro paredes de mi  habitación gigante.
Mi celular está en silencio pero puedo ver, cuando se enciende la luz de su pantalla, que no cesan de llegar mensajes y llamadas que se pierden. Quisiera tener fuerza para incorporarme y escuchar alguna voz familiar que del otro lado me haga sentir que no está mi barca a punto de zozobrar, pero mi cabeza es un cambalache de emociones y pensamientos indefinidos de los cuales no logro liberarme.
¿Cómo es que no lo sabías, Sofía? ¿Cómo es que no estabas al tanto que tu esposo, mi hijo, estaba sufriendo de esa manera? ¿A dónde estabas cuando mi Nick restaba días de su vida?
Las palabras de Jeff son veneno.
¿A dónde estabas, Sofía?…
Ahora es Victoria la que irrumpe mi santuario de embestidas implacables.
—Sofía…cariño…tu hermana está al teléfono. Por favor, habla con ella.
Me aferro a la frialdad del aparato como si fuera un salvavidas en medio del mar muerto y quiero hablar pero exploto en lágrimas que se resbalan por sus  líneas obtusas.
―Sofi…cuanto lo siento, no sabes cuánto lo siento…
Su voz se queda haciendo eco en mis tímpanos. Abro los labios. El corazón se me acelera y se comprime en una aguda puntada.
Intento salir al cruce del aluvión de vocablos que quieren explotar de mi boca pero no puedo y le aviento un sinfín de demandas sin sentido que no calman el ardor de mi herida….tu profecía y la de mamá está cumplida…
Finalizo mi prédica asfixiada en lágrimas; estrellando el teléfono contra la pared.
Me levanto enfurecida y camino alterada de lado a lado para después caerme de rodillas sobre las gélidas baldosas del piso.
— ¿¡Porque lo hiciste!? …maldito cobarde… ¡cobarde!―vocifero, enfurecida.
Vuelve a ser Albert, el apacible Albert Dawson, el que me escolta sosteniéndome del brazo horas después, cuando la caravana de autos arriba a las instalaciones de Pinewood Cementery.
La frondosa arboleda  nos resguarda del sol que acaba de vencer el manto grisáceo de las nubes y ahora reina incauto. El sermón del párroco se extiende por más de una hora. Sesenta minutos en los cuales no aparto la mirada del rostro silencioso de mi príncipe y no puedo evitar pensar en nuestros días de jóvenes anhelos cuando aún no habíamos sido devorados por esa brea contraria al amor que todo lo corroe.
De repente, una mano cálida me aprieta el hombro con fuerza. Giro la mirada. Mis ojos empañados descubren el rostro de Marcelo junto a Greta y a Ricardo,  entonces me estrello entre sus brazos.
Inevitablemente, sus  presencias son un oasis en medio del devastador desierto.
Aferrada a su tenaz asistencia me estremezco con cada sorbo de tierra que se lleva una parte de mi vida, así sin más, como si se tratara de una hoja que ha decidido perderse en las líneas del viento.
Llegamos a la casa junto a varios parientes y amigos de Nick que deciden prolongar la despedida. Yo sólo quiero encerrarme en mi habitación y dejar que los días se diluyan en el tiempo. Lo hago.  Marcelo y mis tíos  se ocupan de ser los anfitriones de la sala fúnebre.
Cerca de las 9 de la noche el mutismo de la casa es prácticamente total. Solo se escuchan algunos pasos ajetreados yendo y viniendo de la cocina a la sala.
No sé cuánto tiempo transcurre desde que decidí apoltronarme en mi alcoba hasta que Marcelo interrumpe mi ensoñación, sentándose a mi lado.
—Te traje algo de comer Sofi…
—No tengo hambre—balbuceo, con los labios apretados.
—Tienes que comer, linda y lo sabés.
—Sí, lo sé, pero ahora no puedo probar un bocado…
— ¿Si la dejo sobre la mesa de noche me prometes que intentarás comer?
Asiento con el rostro, mientras se me resbala una lágrima.
—Gracias por venir, Marce—le digo y aprieto su mano.
—No me agradezcas.
—No sé cómo voy a hacer para seguir adelante…me siento tan culpable, tan sola…tan…
—Vos no tenés la culpa de nada de lo que pasó—me interrumpe—Nick estaba enfermo y se encargó de ocultarlo durante años…
—Yo debí sospecharlo.
—Sé que en este momento es difícil y que querés hacerte responsable…
—No sé cómo voy a hacer para perdonarme…para perdonarlo…
— Solo con el tiempo, Sofi—me dice y aprieta mi mano.
Cierro los párpados con fuerza. No estoy segura que Marcelo tenga la razón.
-El tiempo es sólo una maldita anestesia. Pienso y aparto su mano de la mía para volver a esconder mi rostro en la soledad de la almohada.
—Quisiera saber cómo ayudarte…
—No puedes. Nadie puede—murmuro, con la voz entrecortada.
—Ven conmigo a Brasil. Te hará bien estar lejos de todo esto por un tiempo—me dice, recurriendo a un tono que suena esperanzador.
Me incorporo y me acurruco entre sus brazos.
—No puedo irme, Marcelo. No puedo…
Él responde a mi abrazo y también deja escapar algunas lágrimas.
— ¿Hasta cuándo, Sofía?
No respondo. No tengo la respuesta.
—No voy a dejarte sola en esta casa—agrega y seca sus lágrimas imperiosamente.
—Te pido por favor que lo hagas. Necesito encontrarle respuestas a lo que pasó…
—Hay cosas que simplemente no la tienen, Sofí. Son lo que son, y nada más. Todo sucede por una razón…
—Entonces debo encontrar esa razón—respondo, con firmeza.
Varios días después mis tíos lograrán entender mi pedido a regañadientes y se marcharán a Hawái, con la promesa de regresar- la cuál cumplirán sin excepciones, una vez al mes- y un avión conducirá a Marcelo lejos de la frialdad de mi Atalaya, sin saber ninguno de los dos, que habrían de pasar cuatro interminables años antes de volver a encontrarnos.

Lentamente me desplazo entre los largos laberintos concéntricos de mi morada. Parece que floto como un fantasma desahuciado que intenta hacerse invisible a la mirada de ese testigo implacable que, agazapado entre las sombras, me recrimina constantemente y a cada hora cada uno de mis actos.  --Sucede que aún no he podido encontrar un minuto de sosiego para tratar de rescatarme de semejante silicio-
Al cabo de un mes, las llamadas de Noa dejaron de aullar imperiosas en mi teléfono celular. Supuse que por fin había comprendido que debía abandonarme también en la fría arena de Naxos; al fin y al cabo, yo no era más que esa desesperada doncella dejada en este páramo marítimo en dónde no habría Dionisio que viniera a tejer en el firmamento ninguna Corona Borealis. No para a mí.
Estoy sola…—Pienso, mientras sorbo la última copa de la segunda botella de vino.
Los espectros de mi vida maltrecha me asolan aún más cuando pierdo la cordura tras los efectos del alcohol pero no los resisto; al contrario, los dejo arremeter contra mí para recordarme que dejé morir a mi padre en soledad, a Nick en el silencio, a mi madre en vida…
Repentinamente, caigo en la  cuenta que el timbre suena incesantemente y sin ninguna intención de dejar de hacerlo hasta que interrumpa su chirrido con mi intervención. Me incorporo a duras penas. Estoy mareada, descompuesta.  Abatida.
Encaro hacia las escaleras para esconderme una vez más en mi desprolija habitación pero entonces el pecho se me comprime en un estruendo y la imagen de Noa coloniza todos mis sentidos. Sacudo en rostro. Tal vez por mi estado o por mis ganas inconscientes de darme un respiro es que freno mis pasos y prácticamente corro hasta la puerta.
El impulso es certero. Noa está en el descanso, con el rostro visiblemente demacrado y miles de lágrimas desparramadas por sus mejillas.
No puedo evitar quebrarme en millones de pedazos frente a su presencia y caigo de rodillas al piso, entonces sus brazos me detienen y me aprisionan, rescatándome del vacío. Durante algunos segundos intento zafarme de su contención pero me desplomo rendida y finalmente me entrego a su dulce consuelo.
Abro los ojos. Estoy acostada en mi cama, usando ropa limpia y con mi piel oliendo a miel. El ventanal está abierto de par de par. La brisa fresca del ocaso penetra benevolente cabalgando por las partículas del aire, entonces respiro muy hondo y dejo que mis pulmones se deleiten con su reparadora caricia.
Agudizo la mirada. Noa está a mi lado.
—Preparé una ensalada… ¿me acompañas?
No tengo deseos de comer pero todo en mi interior me grita que debo alimentarme.
—Solo un poco—balbuceo, no muy convencida.
Noa sonríe, dulcemente.
—Vuelvo en cinco minutos.
Se marcha. La habitación se queda sin su luz. Aprieto los párpados con fuerza. El corazón se me desboca estremecido. Recién cuando logro escuchar sus pasos acercándose, logro recuperar el ritmo de mi respiración, ahora agitada.
Aparece con una gran bandeja portando dos platos con vegetales y dos vasos gigantes con jugo de piña. Logro ingerir algunos bocados. Después alejo el plato de mí y vuelvo a recostarme. Me siento exhausta. Noa aleja la bandeja y también se recuesta. Cerca,  pero procurando que su piel no roce la mía. Me percato del detalle y suspiro profundamente. Necesito que así sea.
Nos quedamos mucho tiempo así. En silencio. Su respiración es una pausa, entonces me atrevo a cerrar los ojos y duermo toda la noche.
Despierto con el tenue sol del alba. Me pongo una bata y bajo las escaleras. Llego hasta la cocina. Al verme,  Noa me sirve una taza del café que humea en la cafetera. Se la recibo. Me pregunta si quiero comer algunas galletas. Asiento con el rostro-descansar me ha abierto el apetito-Después me toma la mano muy despacio y me conduce hasta el jardín. Nos ubicamos en los sillones de la galería. El cielo está azulado y destella una belleza oceánica que me roba un suspiro. A media mañana, ya más recuperada, sé que es imposible seguir postergando las palabras.
—Gracias—murmuro, apretando los labios.
Baja la mirada y suspira muy hondo.
—Gracias a ti por dejarme acompañarte…
Tomo algunos sorbos de café. Está hirviendo y me quema la garganta.
—No puedo, Noa—hablo por fin, endureciendo mis labios.
—Lo sé—me responde, después de algunos minutos.
—Quisiera…que las cosas fueran de otra manera… pero no lo son—agrego, con los ojos húmedos y la voz entrecortada—Necesito estar sola y pensar…
—Estas haciéndote daño—afirma, mientras se pone de pie y se aleja algunos pasos—Y la impotencia que siento es…un monstruo que me está matando…
—Estoy haciendo lo que puedo—interrumpo, con seriedad
— ¿Realmente crees eso?
Me pongo de pie y me alejo hacia el interior con pasos acelerados. Giro sobre mis talones. Estoy desconsolada.
— ¡¿Acaso crees que no estoy intentándolo?!— Le grito, arrebatada por mis nervios.
—No—me responde, con certeza—Estas encerrada, torturándote…
— ¡¿Y qué quieres que haga?! ¿¡Qué juguemos al cuento de hadas y me fugue contigo!? ¿¡Qué me olvide de la noche a la mañana que acabo de enterrar a mi esposo muerto de sobredosis!? ¿¡Qué borre de mi mente esa imagen tuya y mía traicionando a Nick mientras él se asesinaba en una puta habitación de hotel!? ¡¿Eso quieres que haga Noa?! ¡¿Eso me pides!?
— ¡Estoy pidiéndote que dejes de castigarte por algo que no ocasionaste! Nick eligió su camino al igual que tú elegiste el tuyo… él prefirió hacerse daño, tú elegiste el amor…
—No me hables de amor ¡No lo hagas!
—Tú y yo nos amamos… ¿acaso te vas a atrever a negarlo?
En dos zancos estoy frente a una etiqueta de cigarrillos semi vacía que descansa sobre la barra. Me tiemblan los labios pero logro encender uno.
Aspiro con fuerza. Estoy en silencio. No quiero responder.
—Lo que sentimos no es amor...—sentencio al fin y al hacerlo me duele el pecho.
—No hables de lo que yo siento…—Responde. Camina hasta el sofá y se desploma.
—Perdóname—le digo y exploto en llanto— ¡No puedo!  iSi realmente me amas, déjame sola!...Necesito encontrar la manera de olvidar, de seguir adelante..
—No me pidas eso, por favor…
Aprieto los párpados.
—No tienes que olvidar—continúa—Uno debe curarse las heridas para poder seguir adelante y sólo el amor tiene ese poder Sofía…
—Por ahora no puedo hacer otra cosa—concluyo, sin poder vencer las lágrimas.
Nos quedamos algunos minutos en silencio.
—Mi vuelo sale mañana a las cinco de la tarde. Vuelvo a Londres—agrega, y se pone de pie—Sé que no vendrás pero voy a buscarte entre la gente.
—No voy a ir, Noa—le respondo, ahora de espaldas, abstraída en la nada.
—Lo sé—contesta, con dolor en su voz
Suspiro muy hondo, mientras por el reflejo del vidrio contemplo su silueta alejarse de mí. Quiero salir corriendo y aferrarme a sus brazos pero aprieto los dientes y freno mis impulsos.
—Siempre voy a cerca de ti. No lo olvides, siempre…hasta que vuelvas...
Sus palabras se quedan levitando en el aire mientras el ruido seco de la puerta retumba en mis tímpanos. Entonces, la casa cruje a mí alrededor y se vuelve un acorazado. Una bestia gigante que me verá deambular como un alma en pena, perdida en la inútil cruzada de entender por qué…

Fotografía: Peter Lindbergh



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