martes, 30 de abril de 2013

Lee Miller


Las Musas son mujeres
Simone de Beauvoir


Elizabeth Lee Miller fue una más de las tantas artistas olvidadas de la historia. Nació en New York en 1907. Fue una modelo exquisita, una fotógrafa excepcional y la primera mujer corresponsal de guerra.
Nadie amo a Lee Miller. Ni Man ray, a cuyas fotos más famosas ella les puso rostro; ni Roland Penrose, pintor y conyugue estable que terminó engañándola, ni el terriblemente egocéntrico Pablo Picasso a quien retrató con maestría durante muchos años y con quien se acostó en ocasiones, sin compromisos. El pintor hizo lo propio y la pintó en numerosos lienzos.
Ni siquiera la hemos amado nosotros que todavía no hemos hecho justicia a su obra.
Todos cayeron deslumbrados ante su belleza y su talento, su cuerpo libre, desnudo, sin prejuicios, sexual, sin ataduras.  En ella todo era extremo. Dentro y fuera.
Fue junto a  Man Ray con quien innovó procedimientos técnicos en la fotografía. A través del artista surrealista conoció a Marx Ernst, Paul Éluard y Jean Cocteau, éste último, en 1930, solicitó a sus amistades le recomendaran una mujer que representara el papel de una estatua femenina para su película: La sangre de un poeta, siendo Lee Miller la elegida.
Víctima de una infancia terrible, inestable, perseguida por una violación a los siete años atribuida a un amigo de la familia (aunque probablemente fue un tío o su propio padre). Su vagina llena de dicloruro de mercurio pues el atacante le había contagiado la gonorrea. La fatalidad impensada del abuso.
La fama como modelo llegó en  Nueva York con un choque fortuito, el milagro que cruzó a Conde Nast en su camino, editor de la revista Vogue.  Desde ese día decidió llamarse Lee y no Elizabeth. El todopoderoso editor la libró de morir atropellada y poco después aparecía en la portada de Vogue.
Su belleza rompió su corazón con la obsesiva presencia de su padre, pero también fue su salida.
En su América natal había sido la primera Chica Kotex (es decir, la imagen del “escandaloso” primer aviso de compresas femeninas aparecido en una revista “de categoría” –eso sí: fotografiada por el gran Steichen) pero ni eso  la salvó del rechazo y emprendió la huída hacia Europa.
Un par de años después estaba ante la puerta del estudio de Man Ray en Montparnasse, a quien pidió que la adoptara como aprendiz.
Se quedó con ella.
Man Ray no sería nada sin  esa mujer;  la alegre Lee que enseñaba sus tetas pequeñas y firmes por las calles de Paris (de una de ellas tomaron el molde para las copas de champagne más famosas de la época) y que apoyaba la causa del amor libre defendida por los surrealistas hasta que Man Ray se puso celoso porque, en el fondo, se refería a todas las demás mujeres; no a ella. No quería para Lee el mismo rasero de libertad sino el estatus de musa y ella acabó huyendo, perseguida por aquel hombre que se tornó posesivo y desquiciado.
Lee, siempre bajo la mirada de los hombres; cuando la suya fue tan intensa…
Llena, como su vida y su trabajo, de polos opuestos que se tocan. Los dos lados de la cámara, los del arte, los del cuerpo, los de la condición humana, paso del glamour de la vanguardia a los hornos de los campos de concentración con cuerpos calientes todavía en su interior.
Se desata la segunda guerra mundial. Inglaterra es intensamente bombardeada. La familia de Lee le pide regresar a Estados Unidos cuanto antes, pero a Miller se le ocurre una original idea. Le propone a la revista Vogue hacer fotos de moda con los escombros de fondo. Vogue acepta la idea, pero no consiguen a ninguna modelo que quiera posar en esas condiciones, en medio de una guerra mundial. A la fotógrafa no le queda otro remedio más que posar ella misma para sus fotos.
La combinación no tuvo mucho éxito. La gente se fijaba más en los escombros, en el desastre de las bombas más que en la ropa, por esa razón se dedicó enteramente al fotoperiodismo.
En 1942 es acreditada oficialmente como corresponsal de prensa para la revista Vogue (algo impensado, pero nadie podía decirle que no a Lee Miller) y junto a Dave Scherman- corresponsal de Life - se va de gira por Europa registrando los horrores de la guerra. Así se transforma en la única mujer foto periodista de la segunda guerra mundial.
Vogue publicó su reportaje con sus fotos titulado ¡Créanlo! para que todas las mujeres acomodadas de su país se hicieran una idea de aquella realidad tan lejana de sus preocupaciones superficiales: Un guardia esperando ser ejecutado después de ser apaleado por los moribundos supervivientes; otro ejecutado, flotando en el agua; la hermosa joven alemana obligada a suicidarse por sus padres antes de que entraran las tropas aliadas y miles de imágenes más que con maestría reflejaron el horror insensato de una guerra.
Después sobrevino  la ruptura con Man Ray y comenzó el acoso, los insultos y el descrédito del genial fotógrafo despechado (que, por cierto, se quedó la gloria de inventar la solarización cuando en realidad fue un error de Lee)
Agobiada por la persecución huye a Alejandría con Lawrence Durrell y se encuentra con un antiguo amante Aziz Eloui Bey, millonario egipcio, con quien se casa.
A su lado estuvo  hasta que se cansó de las fiestas y de los hermosos paisajes del desierto. Sobre la arena llega la madurez a sus fotos libre de la estética surrealista, ejemplo  palpable de esa madurez se encuentra en “El Retrato del espacio” que inspiró el famoso “El beso, de René Magritte”.
En 1939, ya de vuelta en París,  se une el pintor surrealista inglés Roland Penrose. Otro pastoso con buenos amigos, Max Ernst y Picasso entre ellos, con quien acabó instalándose en Londres, y que pese a ser un pacifista declarado, no pudo ya frenar el interés de Lee por la guerra.
No logró ser acreditada por ningún medio británico para aproximar su objetivo al campo de batalla y se quedó trabajando para la edición de Vogue y fotografiando Londres, imágenes que finalmente se editaron en un libro que lleva por título Grim glory, pictures of Britain under fire.
Lady Penrose, como se hizo conocer desde entonces, desencantada por la indiferencia, se retira-para muchos tocada por el síndrome de estrés postraumático de la guerra-
Olvidada por el mundo y por su Estados Unidos natal, eclipsada por su condición de “musa de genios”, desprestigiada por el odioso resentimiento de Man Ray, muere de cáncer en 1977, sola, lejos de todos.
Recién después de su pérdida,  el descubrimiento de su archivo con más de 40.000 negativos restauró la gloria de esta poderosa mujer, toda una encarnación del siglo XX de la que hoy se conoce, por suerte, un poco más de su exquisita y gran obra.
 Años después, cuando Man Ray vio aquellas fotos hechas en Londres durante la guerra en que Lee Miller posaba y se fotografiaba ella misma, vestida de largo, con los escombros producidos por las bombas a su alrededor, dijo (o dicen que dijo): “Así exactamente es cómo la veía yo, y cómo la veíamos todos los surrealistas”.
Ella no pensaba lo mismo. Encerrada en un cuarto de hotel en París, rodeada de botellas vacías de ginebra y frascos vacíos de dexedrina, le escribió a su amigo Scherman: “No hay retrato posible de mí. Soy un rompecabezas húmedo cuyas piezas hinchadas no encajan. Por eso voy a dejar la fotografía: para que ella me deje a mí”.

…Las mujeres ocultas y olvidadas  de la historia nos piden el rescate de su memoria, al fin y al cabo se trata del rescate de nuestra propia  identidad silenciada.
Brindemos por esas que han sido llamadas “Musas”…nunca dejemos de brindar por ellas; el día que ellas se callen, los artistas ya no hablarán más.

lunes, 29 de abril de 2013

La Ofelia de Millais


Dependientas, costureras, a veces prostitutas,..mujeres pobres y hermosas de la Inglaterra del Siglo XIX, fueron convertidas en Reinas y Diosas, en Hadas y Damas, en iconos de un mundo fantástico, paralelo a este, por el pincel y la pasión de grandes artistas.
Muchas de ellas pasaron a la posteridad sólo como rostros hermosos y fantasías de mentes utópicas, pero eran mucho más que eso.
Hoy pueblan los Museos y los sueños de quienes admiramos el arte…pero no debemos olvidar que esas damas, casi siempre opacadas por sociedades masculinizadas, fueron mujeres de piel y corazón que amaron y sufrieron y que al igual que cualquiera de nosotros buscaron, tal vez en la magia de ser “las contempladas” un sentido a su existencia…
Elizabeth Siddal fue una enigmática mujer cuya complejidad ha llegado a trascender el calificativo de “Musa”.
Aficionada a la escritura y a la pintura antes de ser una de las “Femmes” prerrafaelistas más admirada de la historia, que junto a su coetánea, Jane Burden, se convertiría en el rostro vivo de un gran movimiento cultural.
Menos mal que su obra fue rescatada del olvido y la ignorancia por manos y mentes inteligentes, y si bien ha pasado a la posteridad más por su hermosa languidez y su azarosa vida privada con final trágico, no es menos cierto y comprobable el hecho de que fue un ser humano talentoso, sensible y que como tantas mujeres de su época fue marginada al secundario papel de "Objeto Bello".




Aún tengo el recuerdo anclado en mi mente;  el de una de las obras más impactantes y bellas de la historia del arte: “La Ofelia de Millais”
Iban a pasar algunos años antes de yo saber que la agónica Ofelia del genial pintor inglés fue la frágil y delicada señorita Siddal…y que bello descubrimiento fue por cierto.
 ¿Cómo no dejarse arrebatar por la mórbida y poética languidez de Elizabeth Ofelia moribunda en los brazos de ese arroyo?
Es imposible. Por lo menos para mí lo fue en aquel momento y aún lo es.
Los labios entreabiertos, las manos en posición de ofrenda mientras va dejando escapar las flores, subrayando la trágica historia contada a pinceladas de la heroína de Shakespeare muriendo loca de amor, su mirada estática semejante a una hoja de otoño, el escenario silente, la blanca palidez intacta, ese último aliento inmortal..
…Quién iba a pensar que años después sería ella misma la que agonizara loca de  amor como esa Ofelia de blanca palidez intacta.  Qué ironía.
 ¿Pero quien fue esta bella Ofelia de carne y hueso protagonista de una de las leyendas más apasionadamente oscuras del Prerrafaelismo?
Lizzie, como la llamaban sus amistades, nació en 1829 en el seno de una familia de clase baja. Trabajaba como dependienta en una sombrerería londinense cuando un joven artista: Walter Deverell  la vio a través del cristal y le propuso ejercer de modelo. Fue a través de Deverell que  conoció a los miembros de la Hermandad Prerrafaelita, para quienes pasó a ser una de sus modelos predilectas.
Su extraña belleza los cautivó. Era de elevada estatura, delgada, cabellos cobrizos y párpados transparentes y cerrados; encarnaba perfectamente el nuevo y moderno tipo de belleza, tan hermosa, tan lánguida... nadie mejor que ella podía representar a Ofelia.
El cuadro de Sir John Everett Millais sobrecoge por la fuerza de la imagen y el trasfondo del personaje, no en vano la escuela Prerrafaelista se involucraba hasta tal punto con sus modelos que las sometía a los sufrimientos que evocaban sus imágenes para lograr mayor naturalismo. Y así en el invierno londinense de 1852, para su primer cuadro como modelo, Lizzie posó en interminables sesiones sumergida en una bañera con agua helada buscando con ello lograr la apariencia y el “rigor mortis” que Millais necesitaba para su Ofelia. Elisabeth enfermó y su padre se enfadó  con el pintor requiriéndole una satisfacción económica. Lo cierto es que una vez recuperada del enfriamiento “acuático” Lizzie no volvió a trabajar para Millais y su salud nunca más volvió a ser la misma.
 Fue en esa época cuando Rossetti la conoció, y se enamoró de ella.
Obviamente, quedó prendado de su belleza, pero luego descubrió que Lizzie era tan talentosa escritora y pintora como sus compañeros de hermandad e intentó ayudarla, también John Ruskin amparó sus inquietudes, y trató de impulsarla pero la vida de Lizzie : enfermiza y depresiva pasaba entre momentos de angustia y arrebatos de celos ( ampliamente justificados) .  El Ego de Rossetti era sencillamente colosal y aunque ella era una mujer talentosa, las promesas constantemente rotas acerca de considerarla dentro de la Hermandad fueron causándole un hondo vacío.
Pronto Rossetti convirtió el rostro y la figura de Lizzie en el motivo principal de sus obras. Tenía absoluta dependencia de ella, a la que describía en 1854 diciendo: "...se la ve más delgada y más cadavérica y más bella y más desmadejada que nunca; una autentica artista, una mujer sin igual en mucho tiempo; es de estimulante frescura... el sello de la inmortalidad".
El pintor consagró su vida a cultivar la belleza ideal encarnada por su musa, la mujer que inspiró su pintura y su poesía.
En 1860 pinta a Lizzie embarazada en el cuadro “Regina Cordium", con la mirada perdida y un sentido gesto de tristeza. La hija que llevaba dentro no nacerá viva.
Hundida emocionalmente y sabiendo de las aventuras de él con otras mujeres, Lizzie pasa su vida entre dosis de láudano, opio y morfina. La leyenda cuenta que amenazó a Rossetti con el suicidio pero él no la tomó en serio y una noche de 1862, destrozada, mientras él pasaba la noche en la cama de una de sus amigas , Lizzie se pasó con la dosis de láudano y la encontraron muerta tal como a la Ofelia del cuadro que la inmortalizó.
Se cuenta que cuando Lizzie fue enterrada, Rossetti había metido en su ataúd, bajo su cabellera, algunos de sus poemas para que la acompañaran en su largo viaje. Pero el ego del pintor tenía tales proporciones que, siete años después, pidió que su mujer fuera exhumada para recuperar y publicar sus poemas.
Se dice que el largo, rojo y ondulado cabello de Lizzie, que tanto le había fascinado siempre, seguía intacto y todavía brillante…

Observo nuevamente la imagen de Elizabeth Ofelia en ese último sopor que la volverá eterna antes de entregarme al reparo de la noche de éste último lunes de abril y resuenan en mi oído las palabras que el gran Rimbaud escribiera en honor a esta” belle muse” sin tiempo.
"En las aguas profundas que acunan las estrellas,
blanca y cándida,
Ofelia flota como un gran lirio,
flota lentamente,
recostada en sus velos."

Que incontenible el placer cuando no hace falta decir más nada…


"Ofelia", 1852
John Everett Millais




Las “musas” de los cientos de artistas que han surgido a lo largo de la historia dejaron de ser mujeres reales para pasar a la posteridad bajo una identidad mistificada… la Astarté Siriaca, la Prosperina de  Rossetti, la Bella Isolda de William Morris, entre otras.
Que arduo el  trabajo de recuperar de las sombras de la ficción inmortal a aquellas mujeres que un día fueron algo más que inspiración y reivindicar la presencia de la musa, con nombre, apellido y una historia propia igualmente apasionante…
Seguramente habrá quien disienta conmigo al afirmar que Jane Burden Morris fue una de las musas más exquisitas de la historia de arte. Lo que  nadie podrá negar es que resulta imposible no detenerse, aunque sea  un instante, frente a  la figura  enigmáticamente  bella de la mujer que fue el rostro de uno de los movimientos culturales más importantes de la historia del arte. El prerrafaelismo.
Jane Burden nació en Oxford el 19 de octubre de 1839, y nació pobre. Su madre era analfabeta y su padre un rígido encargado de caballerizas. El destino de Jane, así lo auguraba su linaje, era continuar la noble labor de su madre y convertirse en mucama o lavandera, daba lo mismo.
A los 18 años, en 1857, Jane y su hermana Bessie gastaron sus últimos ahorros en un par de entradas para ver el espectáculo de un teatro itinerante. Allí se enteraron de la convocatoria de un grupo de pintores y poetas, entre los que se encontraban Dante Rossetti y Edward Burne-Jones, que buscaban nuevos rostros para sus pinturas. Ambas asistieron a la convocatoria y Jane se robó la mirada de todos. Posó inicialmente para Dante Rossetti, que necesitaba un rostro medieval para su Reina Ginebra. Luego, posó para William Morris en La Bella Isolda, Rossetti se sintió fuertemente atraído por ella desde el primer momento en que la vio pero no fue capaz de abandonar a Elisabeth Siddal, con quien se sentía comprometido hasta el punto de casarse con ella,  y de quien en un principio también había estado profundamente enamorado.
Jane se enamoró apasionadamente de Rossetti pero ante la imposibilidad de estar con él, acabó casándose con John Morris, también poeta, pintor y amigo de este, de quién nunca estuvo realmente enamorada pero por quien sentía un gran cariño al considerarlo su salvador. La educación de Jane Burden era muy precaria, apenas sabía leer y escribir. Tras el compromiso, ella consiguió una tutora y comenzó a descubrir que poseía una memoria prodigiosa y un apetito intelectual voraz. Su inteligencia le permitió reconstruirse a sí misma, literalmente. Aquello que Rossetti y Morris habían captado en sus lienzos como una verdad secreta, íntima, ahora fluía hacia el exterior con una fuerza arrasadora. Aprendió francés, luego italiano, e incluso a tocar el piano con destreza. Sus modales se volvieron refinados, exquisitos, como los de una reina que súbitamente advierte su posición.
Se casaron en Oxford el 26 de abril de 1859. Con esa unión Morris transgredió todas las convenciones sociales: ella venía de una familia pobre de pueblo y el de una próspera clase de comerciantes. Esta chica, de la que algunos se burlaban por su aspecto gitano, no era en absoluto lo que se apreciaba entre las personas de buen gusto, ni mucho menos se consideraba el prototipo de belleza en el que ella iba a convertirse.
 Con el tiempo, Jane se convirtió en una de las musas predilectas de Dante Rossetti. A su influencia le debemos algunos poemas notables y varias pinturas magníficas.
Finalmente,  tras un viaje de Morris comenzaron una relación que  levantó rumores ociosos y miradas indignadas. Fue así que desde 1865 hasta 1882, año de la muerte de Dante Rossetti, vivieron un romance en todos los niveles imaginables: físico, intelectual y emocional; experiencia que no evitó que ambos continuasen la relación con sus respectivas parejas.
Las peculiares facciones de Jane Burden, que tantas veces fue retratada, aún hoy son  reconocibles instantáneamente: pelo oscuro y abundante, cuello largo, grandes ojos, labios bien formados, nariz recta y fina. En todas las pinturas en que aparece, tanto en las de Rossetti, como las de Morris o de Burne-Jones, el contexto narrativo siempre queda subordinado al retrato de su belleza que ha trascendido los devenires del tiempo.
Fue a través de las muchas pinturas que Rossetti y los demás pintores prerrafaelistas le hicieron que Jane llegó a ser considerada como un icono de gracia, llegando incluso a ser comparada con un nuevo prototipo de ángel.
¿Cómo hacer para no perderse en el embrujo de su mirada triste? ¿En ese silencio profundo e insondable que trasmite en cada línea de su rostro?
 Muchos dicen que la tristeza de su mirada se debió a que lejos de ser  la rebelde mujer victoriana que se atrevió a vivir con Rossetti una historia de amor considerada “ilegitima” por los moralistas de la época, fue como una Isolda moderna que murió debatiéndose entre  el amor , la lealtad y lo prohibido…
Sea como fuere la musa impensada que se volvió reina prerrafaelista quedó viva en cada uno de los trazos que dieron esos hombres que la amaron, trazos indelebles que hoy hacen de ella una mujer real de mirada triste que es musa y es eterna…

Prosperina, 1874
Dante Rossetti


Muchos consideran que durante largo tiempo las mujeres tuvieron sólo un papel pasivo en el arte y la cultura, eran vistas como objetos en un mundo generalmente machista, donde sólo se las apreciaba por su belleza y por las pasiones que podían llegar a despertar. Aunque en cierto punto para algunos esta afirmación pueda ser correcta, para otros, las mujeres que inspiraron a escritores, músicos, y pintores, entre otros artistas, consiguieron intensificar la pasión de quienes las admiraban. Tal es así que si muchas de estas mujeres no hubiesen existido, varias canciones, poemas, cuadros, no hubiesen sido compuestas, escritos o pintados.

Esta semana Nueve Musas quiere impregnarse con el aura inmortal de esas diosas de carne y hueso...
Los invito a un recorrido a través del mundo de algunas mujeres que fueron musas y que hoy viven eternamente en los valles del Olimpo; la aventura será inolvidable.
Les deseo un feliz lunes para todos, como siempre, espero que el día traiga nos traiga su afán, sus luces y sus sombras y que el viaje sea bueno, por sobre todas las cosas, bueno...

Fotografía: "Mousa" de Hiroshi Nonami
                conozcan este gran artista
     japoés en la sección MUSEDREAMS

viernes, 26 de abril de 2013


Queridos amigos gracias por ésta semana grandiosa junto a Nueve Musas, realmente he disfrutado haber compartido con ustedes un poco de mi pasión por las letras. Esta escritora entre paréntesis, se los agradece.
Al comienzo de la semana les prometí un viaje entrañable a través de éstas mujeres únicas e irrepetibles que tanto le han dado al mundo literario, espero haber cumplido.
El  lunes 6 de Mayo el suplemento número ocho de mis Musas va a estar listo para lanzarse a su travesía...
Gracias nuevamente y les deseo un gran último viernes de Abril para todos.





Después de haber estado junto a heroínas victorianas, cortesanas francesas y vampiras transgresoras,  decidí cerrar esta semana con  un personaje alucinante que me maravilla y por el que siento una desorbitante atracción, no sólo desde lo literario, sino desde su significado y su impacto social.
La novela llegó a mis manos por casualidad. Al principio, sin darle crédito-lo confieso- empecé a leerla más por la obligación de ser prestada que por otra cosa. Y es que todo el estruendo “marquetinero” que la rodeaba me había espantado;  no quería perderme en insípidas sagas que no cuentan nada.
Me pasó que sin querer me encontré con una novela negra de esas que rara vez se escriben a no ser por una especie de mandato “inspirativo” que baja en forma de halo sobrenatural desde el cielo; me encontré con una historia cautivante, inteligente, atrapante y minada de incontables ítems para ser analizada de principio a fin. Me encontré con una pieza maestra.
Stieg Larsson, el periodista y escritor sueco no solamente escribió una de las novelas policiales- a mi entender- mejor lograda de los últimos tiempos, sino que además le dio vida nada más y nada menos que a la nueva heroína literaria del siglo XXI y probablemente del Siglo XXII: Lisbeth Salander.
Uno podrá simpatizar o no con un personaje femenino con las características de Lisbeth; puede basarse en una cuestión de gusto, de empatía, de afinidad….lo que no puede, como lector, es ser indiferente a un hecho que es incontenible y trascendente.: la literatura necesitaba una mujer que llevara la bandera del siglo de las luces femenino en plena era de acuario , explotando aguerridas Venus que cada vez con más fuerza se están haciendo escuchar y valer sobre anquilosados convencionalismos sociales de  indiferencia, discriminación y violencia de género aun vigentes en pleno Siglo XXI.
Los hombres que no amaban a las mujeres. La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y  La reina en el palacio de las corrientes de aire; son las tres entregas de la trilogía Millenium.
Pero ¿qué es lo que hace que la obra de Larsson resulte tan fascinante?
Algunos lo  atribuyen al modo en que el autor se detiene en temas complejos, como la corrupción y los medios, otros encontraron placer en el devenir de la investigación tanto policial como periodística con ecos bien a lo Agatha Christie y otros simplemente se sienten cautivados por esa narrativa que responde a la “captatio benevolentia”, ese recurso literario con el que el autor seduce al lector generando un lazo inquebrantable; sin embargo, la mayoría sostiene que gran parte del mérito le corresponde a la subversiva fémina gótica que junto al periodista Mikael Blomkvist emprende la carrera de resolver un crimen valiéndose de su sagaz inteligencia y de sus habilidades como hacker.
Sea como sea, la trilogía de Millenium es una obra monumental. Escrita en forma de crónica, en la que se entrecruzan diversas tramas que descubren las parcelas más oscuras de las sociedades contemporáneas llamadas libres en tiempos de minimalismo moral. La violencia de género, los derechos de la mujer, la sexualidad hasta en sus formas más violentas, el tráfico de drogas y de prostitutas de países pobres a países ricos, la degeneración de las viejas familias que controlan el mundo de la banca y de la industria sueca y los chanchullos de los financieros que hunden por placer y beneficio los ahorros y los empleos de millones de ciudadanos. Sus páginas son tan adictivas como formativas, planteando además un sinfín de desafíos. El más implacable, para mi gusto, es el tema de la ética, la que no practican algunos de los responsables que sostienen las estructuras de las democracias contemporáneas y el Estado de derecho, el único legitimado para ejercer la violencia.
Lisbeth mide poco más de 1,50 m; pesa 40 kilos; luce el cabello al estilo punk y un cuerpo plagado de tatuajes y piercings. Aunque tiene 24 años, parece de catorce y su imagen se asemeja a la de un ángel caído al que le hubieran amputado las alas. Es una mujer de pocas palabras, cuyo mutismo es casi autista. Algo que no le ha impedido cautivar a más de quince millones de lectores y que ha hecho vibrar de emoción hasta al mismísimo Vargas Llosa, quien dijo: “¿Qué sería de Suecia sin Lisbeth Salander, esa hacker querida?”
¿Pero qué tiene esta mujer para haberse convertido en uno de los personajes más fascinantes de la literatura de las últimas décadas?
A la edad de trece años, Lisbeth tomó un cartón de leche lleno de nafta, roció con él el coche de su padre y le prendió fuego. Con su padre dentro, claro. Contado así, en seco, casi a quemarropa, suena a monstruosidad. Pero si tenemos en cuenta que con esa muerte la protagonista está vengando a su madre, reducida a un estado vegetativo por una paliza recibida por parte de su brutal esposo, la cosa suena a justicia. Salvaje, pero justicia al fin y al cabo.
Miss Salander resulta la actualización, la versión postmoderna de la eterna figura del vengador solitario. Lo que la hace un personaje tan irresistible es que probablemente sea la primera vengadora feminista de la historia que hace justicia a las féminas maltratadas volcando su ira, su furia, contra esos “hombres que no aman a las mujeres”.
… Y que sea la primera “guerrera de género” es una victoria literaria.
¿Acaso es Lisbeth  la vanguardia del feminismo? Es imposible que el interrogante no surja.
Situada al margen del sistema, es un personaje desencantado con la sociedad y con las instituciones que representan el poder. Por eso lucha contra la violencia machista con sus propias armas. Ella se convierte en juez, jurado y ejecutor. Así, el nuevo feminismo de la heroína de Larsson, es antisentimental, es capaz de crear sus propias normas al margen de lo socialmente establecido; siendo una mujer que no adopta en su comportamiento ni en su imagen ninguno de los rasgos que se consideran “típicamente femeninos”.  Es la vanguardia de una hembra que puede ser víctima pero que no se resigna a ser humillada. Mujer activa e independiente. Que vive su sexualidad de una forma liberada y sin tapujos. Le gustan los hombres y también las mujeres. Desconfía de las instituciones y su lema es “un cabrón es siempre un cabrón”, pero nunca olvida un favor y sabe ser leal a quien le ayuda.
No necesita que le expliquen que está sucediendo.  No necesita una historia de amor. No necesita ser salvada…
Es violenta hasta rozar el sadismo, pero en su descargo hay que decir que sus víctimas son auténticos canallas. Es capaz de vengarse de su segundo tutor, que abusó de ella de forma miserable, sodomizándole con el mismo consolador con el que la forzó a ella y tatuándole en el vientre la frase “soy un cabrón violador”. Pero igualmente, tiene una extraña ternura y solidaridad para la figura de su primer tutor, que la cuidó como si fuera un padre cariñoso y que yace convaleciente en un hospital.
No hay inocentes; sólo distintos grados de responsabilidad", sostiene en distintas ocasiones…
 ¿ Habrá sabido Larsson, antes de ese infarto traicionero, que  iba a dar a luz al nuevo icono femenino del mundo literario?
Tal vez sí y es una pena que no pueda celebrar su proeza.
 Tampoco podremos saber que pretendía con la creación de una heroína como Lisbeth, pero si sabemos lo que consiguió: romper el molde.

Hay un antes y un después de Salander.
Y eso es sencillamente innegable.

Esta Madame Bovary moderna, eterna, tatuada con un dragón, atrevida, desafiante;  que tiene menos afán de resaltar sus caderas, de pavonearse para que el escote le deje mostrar el sostén y que no piensa un segundo en suicidarse devastada ante las inclemencias de su destino  vino a quedarse…
¡Bienvenida a la inmortalidad de la ficción, Lisbeth Salander!


Si todavía no han tenido el placer de leer la gran obra de Stieg Larrson les dejo un link para descargar la saga completa : http://librosgratis.net/book/stieg-larsson-trilogia-millenium_6910.html

jueves, 25 de abril de 2013

Le sucede algunas veces a uno que otro escritor, mientras está inmerso en el proceso creativo, ser absolutamente avasallado por la certeza de estar configurando un personaje que inevitablemente se volverá icónico y universal. Se trata de la intuición del artista. De esa sabiduría ancestral del que crea.
Yo me imagino que algo así le debe haber sucedido al autor de una de las obras más aclamadas y controversiales del género dramático que por aquellos tiempos se hubieran escrito.
Hacia 1879, el público del norte de Europa, y especialmente el escandinavo, fue conmovido por una obra que causó las más apasionadas polémicas. Incluso las reuniones sociales perdían su característica amable, porque el drama de Ibsen "Casa de muñecas” encrespaba los ánimos y sublevaba a unos y otros... El tema era tan vital, estaba tan al rojo vivo, que en algunas tarjetas de invitación solía agregarse: "Prohibido hablar de "Casa de muñecas".

El portazo final de  Nora Helmer se ha convertido, con el correr de los años, en un grito de libertad y feminismo. 



En 1870 el escritor Henrik  Ibsen  conoció, primero por correspondencia y luego personalmente, a Laura Petersen, una joven hermosa y vivaz a quien Él llamaba su alondra. Cuatro años más tarde, Laura contrajo matrimonio y se convirtió en la Sra. Kieler.  Pero poco después, su marido enfermó gravemente.  Los médicos le aconsejaron tomar  vacaciones en un clima cálido y Laura, para poder pagar el viaje sin preocupar a su esposo, pidió un  préstamo en secreto. Con ese dinero, en 1876, el matrimonio pudo vivir en Suiza e Italia, y el Sr. Kieler se recuperó. De regreso, pasaron por Múnich, donde Laura visitó a Ibsen y le confió el secreto de su deuda. Ibsen le  aconsejó contarle todo a su esposo y pedirle ayuda para pagarla, pero Laura, temerosa de lo que Él pudiera pensar, no lo hizo. Intentó, en cambio, posponer el pago. Su intento fracasó. Finalmente, desesperada, falsificó un pagaré.  La falsificación fue descubierta. El banco se rehusó a pagar. Enterado de todo, el Sr. Kieler, en ejercicio de sus prerrogativas como jefe de familia, encerró a su mujer en un asilo público, y reclamó la separación y la quita de la custodia de los hijos.  No obstante, Laura ansiaba desesperadamente volver a su hogar. Su alta del asilo, tiempo  después, sólo fue admitida bajo la estricta vigilancia de su esposo…


Tales hechos lo inspiraron para escribir su “Casa de Muñecas” y darle vida a un personaje heroico que puso en jaque todos los convencionalismos matrimoniales conocidos hasta la época.
Nora, es una mujer que vive en un mundo cerrado, dentro de una sociedad masculinizada. Su padre, y ahora su marido Torvald Helmer, la han tratado como a una niña pequeña, no dejándola pensar ni actuar por sí misma y mimándola al máximo, y ella se ha dejado llevar, adoptando una actitud infantil y sumisa.
Nora solicita un préstamo a Krogstad, empleado del banco que dirige su marido, dinero que utilizará para viajar a Italia y salvar la vida de Helmer, que necesita ciertos cuidados para su salud que no podía obtener en su Noruega natal. Así Nora se demuestra a sí misma su valía como mujer y su capacidad para tomar decisiones. Cuando Krogstad pierde su empleo, presiona a Nora para recuperarlo amenazándola con revelar a su marido el contrato y denunciarla por falsificar la firma de su padre, necesaria para el aval.
Nora comprende que a su marido le ofendería saber que está en deuda con ella, pero finalmente decide que lo mejor es explicarle lo que ha pasado. Sin embargo, cuando Torvald Helmer considera lo ocurrido una falta contra su honor es cuando Nora se da cuenta de la falsedad de su matrimonio y toma una decisión que la hace madurar y demostrar su rebeldía: renuncia a su matrimonio y a sus hijos y abandona el hogar conyugal. De esta manera, Nora adquiere una modernidad que alcanza una notoriedad en el canon literario superior incluso a Emma Bovary, a Eugenie Grandet, a Ana Ozores o a muchas otras que no llegaran a ese grado de profundidad y libertad que obtiene Nora en su acto de marcharse.
 Cuando la señora de Helmer da un portazo, está abriendo simbólicamente la puerta a otra estancia: la estancia de la modernidad literaria.
Y la clave de esa modernidad está en la insatisfacción. Durante toda la obra vemos cómo el personaje de Nora sufre por la posibilidad de que se descubra que ha falsificado una firma para salvar la vida de su marido y proporcionarle unas vacaciones en el sur con las cuales curarse de su enfermedad. Vemos cómo tiene que lidiar con una serie de personajes que, sin ser encasillados en la bondad o la maldad,  buscan su propia satisfacción aunque suponga algo malo para el otro. A todos los habitantes de este drama les puede la pobreza ética, su imposibilidad de hacer el bien al prójimo. Nora es la única que actúa pensando en los otros y sin embargo no ve recompensa por ninguna parte. Cuando el problema de su falsificación se soluciona, las cosas han llegado ya demasiado lejos, Nora ha experimentado un reconocimiento de la realidad y ha sufrido una catarsis, un quiebre interior que la obliga a tomar la decisión final sin vuelta atrás: no vive una vida satisfactoria, su marido se ha convertido en un extraño para ella como antes lo fue su padre. El sacrificio que ha realizado por ellos ha merecido la pena, pero su comportamiento la ha defraudado. La felicidad que creía poseer –con su casa, sus hijos y sus caprichos para los demás– resulta ser un espejismo y ante eso lo mejor es marcharse, pero marcharse abiertamente, no huir.
 El que Nora no quiera ver ni a sus hijos es uno de los elementos que más estupor debió causar en los burgueses “biempensantes” de aquella época. En cierto modo es algo poco verosímil que una madre no quiera ver a sus hijos una última vez, como tampoco tenía que ser muy creíble en aquellos años el comportamiento del marido, en extremo comprensivo. No obstante, era necesario que así sucediese para recalcar que la decisión de Nora es inequívoca y, al menos en el momento de llevarla a cabo, irreversible.
Sus ojos se han abierto. Por fin una mujer se hace libre en la literatura, realmente libre.
Y es que las mentiras de Nora, igual que la falsificación de las firmas, dejan al descubierto la distinta naturaleza del amor que ella siente hacia Helmer y del amor con el que es correspondida. Por lealtad a su marido, Nora ha sido capaz de la mentira y el delito. Helmer, por su parte, la repudia cuando teme que se puede ver comprometido. Pero al pasar el peligro para él, al suceder el falso milagro, le ofrece seguir siendo su alondra, su ardilla, su chorlito, esto es, todos los nombres ridículos con los que se dirigía a ella. Es ahí donde el auténtico milagro tiene lugar: las máscaras caen de repente. Helmer le recuerda, por su parte, “los deberes más sagrados” de una mujer, como esposa y como madre. Nora es concluyente en su réplica y dirá su frase más aclamada: “Tengo otros deberes igualmente sagrados”, He descubierto  que las leyes son distintas a las que yo pensaba; pero me resulta imposible concebir que esas leyes –las leyes que rigen en una casa de muñecas– sean justas”.

 Nora no es una muñeca.

El escándalo que provocó el estreno de Ibsen fue equivalente al que, en su día, desencadenó la publicación de Madame Bovary, y la razón es clara: se trata de obras de la misma estirpe. Obras que desafían los límites que imperan en una sociedad, obras que enfrentan al individuo –en este caso, a las mujeres- con un ideal que se traiciona al mismo tiempo que se proclama y que, en definitiva, sólo sirve para justificar una de las mayores perversiones de la moral: convertir a las víctimas en culpables.
Emma Bovary se rebeló contra su destino y no alcanzó a ver otra salida que el suicidio. Apenas medio siglo más tarde, Nora encuentra en la renuncia a su marido y sus hijos, en la renuncia al matrimonio y la familia, el único camino para dar algún sentido a su condición, no ya de mujer, sino de simple ser humano…

 Les dejo un link con Ibsen y su casa de muñecas: http://www.autores.org.ar/iapolo/Obras/Obrasbajar/CasadeMunecas.pdf







Para todo aquel que haya tenido el placer de leer la obra de Charlotte Brontë sabe, sin lugar a dudas, que Jane Eyre es uno de esos personajes revestidos de tanta magistral belleza que es imposible no elevarla en el firmamento de los grandes personajes femeninos de la Literatura.
No se trata de una historia sin más, ni narra las diferencias de clases del siglo XIX sin más, ni cuenta la historia de una desgraciada huérfana sin más, ni es una historia de amor sin más. En este caso, la suma de todos los elementos, compone algo completamente nuevo y distinto.
Jane Eyre fue escrita por Charlotte Brontë y publicada en 1847. Se tituló en principio Jane Eyre: una autobiografía y se publicó bajo el seudónimo de Currer Bell.
Tuvo un éxito inmediato, tanto para los lectores como para la crítica.
La historia es narrada por Jane, quien a los 10 años de edad es custodiada por su tía política, la señora Reed. El señor Reed, hermano de la madre de Jane, la tomó a su cargo cuando quedó huérfana, pero muriendo él mismo poco después, y a pesar de haber hecho prometer a su esposa que la criaría como a uno de sus propios hijos, Jane solo conoce humillaciones y maltratos por parte de todos en la suntuosa mansión, Gateshead Hall.
Cuando Jane empieza a cuestionar la injusticia con que se le trata y a rebelarse contra ella, es enviada a una escuela para niñas, Lowood.
Lowood es una institución financiada en parte por donaciones para educar huérfanas.
 El afán del señor Brocklehurst, el tesorero, de convertir a las niñas en mujeres «resistentes, pacientes y abnegadas», justifica para él el hambre y el frío que sufren en el lugar. Sin embargo, la superintendente de la institución, la señorita Temple, es una joven inteligente y amable, quien aprecia a Jane. Ésta pronto hace amistades, como Helen Burns, una niña que pronto fallece de pulmonía, pero le deja una huella imborrable de estoicismo.
Cuando una epidemia de tifoidea arrasa con las alumnas, se introducen mejoras a la calidad de vida del lugar, en el que Jane llega a pasar 8 años, seis como estudiante y dos como maestra.
Al casarse la señorita Temple, a quien Jane se había acostumbrado a ver como una madre, institutriz y compañera, Jane siente que nada más la une a Lowood, así que publica en el periódico un anuncio de sus servicios como institutriz privada. Su propuesta es aceptada por la señora Fairfax de Thornfield Hall, quien le ofrece el doble del salario que Jane recibía en Lowood.
La señora Fairfax, ama de llaves de Thornfield, le da una cálida bienvenida, y le explica la situación a grandes rasgos: ella está ahí para ser la institutriz de Adèle Varens, niña de unos 8 años.
Allí, conocerá al Señor Rochester, padre de Adèle, un hombre extraño, de humor cambiante y misterioso pero del que se enamorará perdidamente. Sin embargo, un secreto escondido en una de las habitaciones relacionado con el pasado del señor Rochester pondrá en peligro su relación.
El uso de la primera persona durante toda la obra trasmite sinceridad y veracidad y entonces resulta imposible no identificarse con ésta Institutriz de Thornfield Hall que vivirá junto al Señor Rochester,  uno de los romances más famosos de todos los tiempos.
Jane es una mujer de un temperamento muy particular. De las tantas cosas que han de distinguirla de sus coetáneas de la época, me cautiva de sobre manera como no teme expresar sus defectos y exponerlos, incluso a nosotros, sus lectores, sabiendo que forman parte de ella como sus virtudes.
Y es eso precisamente lo que la convierte en un bello personaje digno de atesorar.
Las adversidades por las que irá pasando no harán más que confirmar su firme humildad y su claro conocimiento sobre el lugar que ocupa en el mundo.
Lo excepcional es que ese conocimiento, que en otro tipo de obras supone un conformismo y un estatismo, en Jane resulta la excusa perfecta para llamar a una rebeldía contra múltiples facetas de la sociedad en la que vive.
 Y es que ella sabe perfectamente el lugar que ha de ocupar en el mundo, más allá de cualquier categorización, primero ha de hacerlo como ser humano.
Podría citar miles de frases de la novela de Charlotte Brontë, sin embargo, hay una declaración de Jane que todavía hasta hoy al releerla me provoca un torbellino de profundas sensaciones y creo, la definen, en la totalidad de su esencia- si alguna duda le quedó al lector ante la  transparencia que manifiesta desde el principio de la obra-
Refiriéndose al Señor Rochester: «– ¡Le digo que debo marcharme! –Repliqué con cierto apasionamiento–. ¿Acaso cree que puedo quedarme y no ser nada para usted? ¿Es que cree que soy una autómata? ¿Una máquina sin sentimientos? (…) ¿Acaso piensa que, porque sea pobre, pequeña y vulgar, no tengo alma ni corazón? ¡Usted está equivocado! ¡Tengo tanta alma como pueda tenerla usted, y un corazón igual de grande! Y si Dios me hubiera otorgado algo de belleza y muchos bienes de fortuna, le costaría tanto trabajo dejarme como a mí me cuesta dejarle a usted. No le estoy hablando ahora por medio de los convencionalismos, las costumbres sociales o siquiera la carne mortal; es mi espíritu el que se dirige a su espíritu; exactamente lo mismo que si habiendo pasado por la tumba nos encontráramos a los pies de Dios como dos iguales, ¡pues eso es lo que somos!»
…Como no caer rendido ante la bellísima Señorita Eyre
Jane es una mujer que no se traiciona a sí misma. Una mujer con elevados principios que no teme, ante nada ni ante nadie, mostrarse como es. Es una mujer ávida y cautivadora que veremos desarrollar a lo largo de toda su historia una fuerza y una voluntad para vencer los obstáculos de su vida que nos resultará admirable.
No se trata de una historia romántica más, con un final previsible. Sus personajes son tan profundos, que lejos de quedarse estancados en el tema netamente amoroso logran desarrollar en la historia un fuerte componente de intriga y suspenso que los convierte a cada uno de ellos en móviles que han de llevarnos a navegar por una travesía sencillamente fascinante.
 Tal es la pieza de arte que dio a luz esta brillante mujer inglesa llamada Charlotte Brontë.
Nuestra heroína victoriana, que representa a la mujer segura de sí misma que emprende el arduo camino en búsqueda de la independencia, sabe que tiene méritos propios para conseguir lo que anhela y va a llevarnos de la mano a participar de su  evolución, partiendo desde una infancia llena de dolor y privaciones, a una madurez plena y repleta de libertad.
Creo que no hay mucho más que agregar.
Nada nos cuesta intuir a simple vista que la joven institutriz es y será un personaje de esos que sencillamente son inolvidables...


Les dejo un link para leer a la bellísima Jane Eyre de Charlotte Brontë: http://www.biblioteca.org.ar/libros/130795.pdf

miércoles, 24 de abril de 2013


Anne Copeau, más conocida como Naná, cobró vida en 1880 de la mano del genial Emil Zolá.
Es una obra que  forma parte de una serie de novelas titulada “Les Rougon-Macquart”  en las que se narra la historia de una familia durante el periodo conocido como el Segundo Imperio (1852-1870), bajo el régimen de Napoleón III.
Está encuadrada dentro del movimiento literario bautizado como “Naturalismo”, el cual abogaba por retratar de manera cruda la realidad de la sociedad a través de la literatura.
Naná es uno de los extraordinarios personajes representativos de una época.
Es hija de la extrema pobreza, la que creciendo con carencias se decide un día a marchar de casa y abrirse camino por la vida, sin más bien que su belleza.
Debuta en París, y “La Venus Desnuda”, de Bordenave, promete convertirse en todo un acontecimiento teatral. No hace falta un gran argumento para la obra: la sola presencia de Nana, desnuda, emergiendo sobre el escenario, será suficiente para sorprender el deseo de los hombres, quienes, aun conscientes del poco talento de la actriz, serán los encargados de cultivar su camino hacia la cumbre. Hay algo en Nana –en la blancura de su piel, en la voluptuosidad de su mirada que socava la fuerza de cualquier hombre, y lo convierte en su esclavo, en un ser sin conciencia ni voluntad. Las mujeres hablarán de ella, juzgando su impudicia, aunque en su fuero interno anhelen para sí algo de su soltura; y los hombres, desde el más pobre hasta el más rico, afrontarán la dura lucha de controlar sus ímpetus.
Mientras llega algo de ese triunfo que el destino le tiene preparado, Nana debe afrontar su realidad: las deudas, el hijo enfermo que no quiere devolverle su nodriza, el trance de la subsistencia diaria. Porque, si bien es cierto que todo París habla de ella, es difícil para una mujer sobrellevar los gastos sola. Ahí está Zoé, su criada, intentando ahuyentar a los cobradores que se arremolinan en el apartamento, pero también a los muchos admiradores que congestionan el paso con sus ramos de flores y que esperan tener la chance de conocerla personalmente.
Algunos sabrán que la actriz sale con Daguenet, más joven que ella, otros intuirán que, como pasa con la mayoría de mujeres del teatro, se prostituye ocasionalmente.
En las reuniones de la alta sociedad se empieza a considerar a la actriz la personificación del mal; las ancianas se lamentan de la pérdida del decoro y la dignidad: una mujer cuyo único mérito sea su desnudez, su erotismo, jamás podrá ser bien vista.
Entretanto, hipócritamente los hombres despotrican de ella, mientras planean veladas en su compañía; reuniones que, de forma paulatina, ganarán fama en París por su libertinaje e irreverencia. Pero es como si Nana se convirtiera en el chivo expiatorio de una ciudad corrompida: en el teatro, las actrices reciben todo género de invitaciones y aceptan aquellas de quienes ofrecen más; la Sra. Tricon va y viene por las calles arreglando encuentros clandestinos; y hasta los mismos esposos, como sucede con Auguste Mignon, conceden una noche de su mujer a cualquier extraño, cegados por el deseo de obtener algún beneficio particular.
París parece una gran cama en donde todos se acostarán por turno, unos con otros.
Naná, la pésima actriz del Teatro de Variedades parisino y, sin embargo, figura venerada por los hombres y envidiada por las mujeres, es uno de los personajes literarios más egoístas y narcisistas que ha dado la narrativa. El culto a sí misma, salvo en algunas extrañas renuncias explicables por la extremada volubilidad de su carácter resulta patológico. Humilla a sus incontables y fervorosos amantes, con los que se acuesta a desgana sólo para conseguir el dinero que acreciente la vanidad de sus ilimitados caprichos, y luego elige a su antojo a otros hombres y mujeres para sus voluntarios escarceos sexuales, que rayan en la ninfomanía más descontrolada. De entre sus amantes, el conde Muffat se debate entre su fervor religioso y la desaforada atracción morbosa hacia Naná. Su obsesión irracional por ella le precipita a un lodazal de indignidad que causa vergüenza ajena en el lector. Pero no le van a la zaga otros amantes, que arruinan sus haciendas, sus matrimonios y su honor por los favores de Naná; ésta se enseñorea sobre todos ellos con una altivez que, lejos de causar enojo en los hombres, los esclaviza aún más en un refinado y tácito sadomasoquismo.
Zolá escribió una novela con una heroína que no se redimirá como lo han hecho otras mujeres en obras literarias de la época,
¿Habrá intuido tal vez que en esa renuncia a la redención estaba destinada a convertirse en un referente de la decadencia de una época y su inminente destrucción?
Francia se cae a pedazos. Se desmorona desde adentro hacia afuera. El cáncer de sus sociedades maliciosas y contaminadas se translucen en el cuerpo lujurioso y sin escrúpulo de una hija de sus calles.
Naná es la Meretriz de un París que languidece en sus últimas bocanadas de aire enrarecido.
Y lo hace magníficamente declinando incluso al amor para volverse a perder en los corroídos laberintos de la ambición y la lujuria.
Jamás le fallará a su creador y Emil Zolá habrá logrado con magistral sutileza retratar con su gran obra, la poderosa radiografía de la degradación de un Imperio.
En el penúltimo capítulo, toda la narración que culmina la relación entre el Conde Muffat y Naná presenta una decadencia tan total que, compaginado con el resto de la obra, merece una ovación aparte, con el aristócrata humillado hasta lo más bajo que puede humillarse a una persona sólo por la caprichosa voluntad de Naná, la femme fatale adicta a sí misma, que con su sexo domina a un mundo al que por mero capricho decide empujar al abismo.
Pero si algo en la novela debe llevarse la gran ovación – en mi opinión- , es el final, con Naná postrada en la habitación de un hotel obscenamente lujoso, ella agonizando de viruela, podrida en cuerpo y alma, escuchándose de fondo los extasiados gritos del populacho que llama a las armas “¡A Berlín! ¡A Berlín!”, con el ejército saliendo de París rumbo a una guerra que se llevará por tierra a toda Francia…



Siempre me ha fascinado encontrarme descubriendo a alguna “mujer victoriana” desafiando los cánones establecidos de su época. Es un gusto personal y la gran literatura inglesa jamás me ha desilusionado y sus escritoras mucho menos.
El 28 de Enero de 1813 se publica una obra anónima. La primera comedia romántica en la historia de la novela. Comienza con la que será la frase más famosa de la literatura inglesa: «Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa.»
Al momento de la publicación su autora tiene apenas 20 años y toma notas en simples cuadernos.
El nombre de la obra: Orgullo y Prejuicio. Su autora: la maravillosa Jane Austen
La novela describe poco más de un año en la vida de un pequeño grupo de jóvenes en el campo cerca de Londres en el cambio de siglo (del XVIII al XIX), durante el reinado de Jorge III. En el centro de esta sociedad se encuentra la adorable familia Bennet, con sus cinco hijas casaderas, de entre 15 y 23 años (Jane, Elizabeth, Mary, Kitty y Lydia).
La señora Bennet ve al matrimonio como la única esperanza para sus hijas, pues tras la muerte del señor Bennet, las jóvenes quedarán abandonadas a su suerte, cuando el señor Collins (heredero de todo, debido a que la propiedad está vinculada) tome posesión.
El vínculo, especie de fideicomiso, implica que sólo se transmite por  línea masculina, de manera que, al fallecimiento del padre, la madre y las hijas perderán la mayor parte de la fortuna.
La llegada de un “hombre soltero de considerable fortuna” al vecindario emociona a la Señora Bennet ya que espera casar a alguna de sus hijas con él.
El hombre es Charles Bingley y ha alquilado la finca Netherfield, donde planea establecerse temporalmente con sus dos hermanas, la señorita Bingley y la señora Hurst, así como su cuñado, el señor Hurst.
Poco después, Bingley y su grupo, que ahora incluye a su amigo íntimo, Fitzwilliam Darcy, acuden a un baile público en el pueblo de Meryton. Al principio, Darcy suscita admiración debido a su elegante figura y sus ingresos de 10.000 libras al año. No obstante, rápidamente los vecinos lo consideran orgulloso, alguien que los desprecia como socialmente inferiores.
De hecho así lo considera la familia Bennet cuando Elizabeth oye a Darcy declinar la sugerencia de Bingley de que la saque a bailar, pues no la encuentra suficientemente hermosa para merecer su atención. Este comentario la hiere profundamente en su orgullo y de allí en más aprovechará cualquier ocasión para hacer uso de su ingenio, y su ironía, inadmisibles en una joven, para importunar a Darcy.
Elizabeth Bennet es la protagonista de esta historia.
Es la segunda de las cinco hermanas y la más bella de la familia, después de Jane. Tiene 21 años, es inteligente e ingeniosa, divertida, un poco orgullosa y muy prejuiciosa. Se deja llevar siempre por las primeras apariencias, pero con el tiempo deberá darse cuenta de que no siempre la primera impresión es la que define a la persona. Esa trasformación resulta en ser testigo de una proeza literaria exquisita.
De las seis novelas de Jane Austen es quizá 'Orgullo y prejuicio' la que aborda de forma más explícita la crítica feroz a las convenciones sociales y al abismo entre clases. Como otros textos de Jane, la historia gira en torno a las relaciones amorosas, pero es también una extraordinaria reflexión sobre el eterno tema del dinero.
 Una casa cómoda. Ese es el ideal burgués en las postrimerías del siglo XVIII, y también es uno de los problemas que asaltan a las familias que sólo tienen hijas mujeres. Precisamente por eso Elizabeth se convertirá en un personaje especialmente atractivo: sabiendo de su poca ventajosa posición, rechazará sin contemplaciones al rico señor Darcy.
Está  tan decidida a casarse por amor que asume sin dramatismo la amenaza de la soltería. Su energía, su valor, la naturalidad con la que se enfrenta a los pretendientes indeseables o a la lengua afilada de una aristócrata, hacen de ella uno de esos personajes que permanecen en la memoria del lector más allá incluso de la propia novela.
Ninguna de las mujeres de Austen sobrevive el siglo XXI como lo hace la protagonista de 'Orgullo y prejuicio'. Emma es encantadora, pero caprichosa. Elinor Dashwood de 'Sentido y Sensibilidad' promete mucho, pero se acaba revelando tan desesperada por casarse como cualquiera de las muchachas de la época. Fanny, de 'Mansfield Park', no tiene una gran firmeza de carácter. Anne de 'Persuasión' carece de verdadera fuerza, y Catherine, protagonista de 'La abadía de Northanger', resulta ser una adorable manipuladora pero Elizabeth, que bien encaja en el papel de “heroína moderna”, es una mujer adelantada que reflexiona mucho más allá  de los asuntos de su época, manifestando su singular personalidad en frases inolvidables:
 «Cuánto más veo cómo es el mundo, más me desagrada; y todos los días confirmo mi creencia en la incoherencia de los seres humanos, y en la poca confianza que se puede depositar en las apariencias del mérito o de la inteligencia»
…como no fascinarse con la exquisita Señorita Bennet .
Incluso en sus momentos más ciegos, es un personaje inagotable y a pesar de su error al juzgar mal a Wickham y a Darcy, y en su fallo más censurable, el de pegarse tenazmente a esta sentencia hasta que se ve obligada a ver su error, Elizabeth es una mujer de valores excepcionales que supo traer hasta la actualidad un profundo mensaje que viene  removiendo desde hace 200 años no solo el mundo literario, sino  el insondable y prodigioso universo femenino.


martes, 23 de abril de 2013



Si hay un personaje femenino que me cautiva profundamente es la fría y egoísta Catherine Earnshaw, la protagonista de Cumbres Borrascosas de Emily Brönte.  
La obra de Brönte está considerada como una de las novelas más importantes de la literatura inglesa y universal debido a la violencia con que están descritos los sentimientos, que destacan mucho más en una época en la que cualquier manifestación de la intimidad sentimental era contenida a ultranza; en aquellos momentos, la novela se enfrentaba con la totalidad de la estructura represiva de su tiempo.
Catherine es una niña que vive en Cumbres Borrascosas, la finca de su familia, cuando un día su padre vuelve de un largo viaje con un extraño niño al que pretende criar como a uno más de sus hijos. Le ponen por nombre Heathcliff, aunque sin añadirle el apellido familiar.
Catherine y Heathcliff pronto se hacen grandes amigos. Son rebeldes, traviesos y sobretodo muy unidos. Pero cuando el patriarca de la familia muere, lo hereda el hermano mayor de Catherine, Hindley, y éste desprecia profundamente a Heathcliff, tanto que le quita su condición de hermanastro y lo convierte en el más humillado de sus sirvientes.
Viendo la condición de esclavo a la que su hermano ha reducido a su amado, decide casarse con un hombre rico al que ella pueda dominar, en un principio creyendo que de esa manera podrá con su fortuna proteger a Heathcliff. En realidad lo hace para no rebajarse con un hombre de su posición social. Este hecho destrozará a Heathcliff y en vez de convertirse en el héroe que debió ser se trasforma en un vengativo villano.
El hombre que elige para sus fines es Edgar Linton. Se casa con él y como tenía previsto lo domina fácilmente.
La fractura que se produce en la personalidad de Catherine a partir de estos eventos es admirable, descubriendo en ella una veta casi de la misma maldad que embriaga a Heathcliff. De esta profunda proyección desencadena la idea que Heathcliff es en realidad la "otredad" de Catherine y viceversa, construyendo entre los dos una de las uniones más intensamente complejas de la literatura romántica. Hay un dialogo entre Catherine y Nelly que es  inolvidable y es cuando ella le confiesa la naturaleza del amor que siente por Heathcliff : Mi amor por Edgar es como el follaje en los bosques: el tiempo lo va a cambiar, estoy muy consciente, como los cambios de invierno en los árboles;  Mi amor por Heathcliff se asemeja a las rocas eternas bajo una fuente de pequeña delicia visible, pero es necesario Nelly, yo soy Heathcliff”.
Catherine Earnshaw es un personaje sencillamente extraordinario de naturaleza salvaje y apasionada.  Es una mujer dominada por la obsesión y su obsesión es Heathcliff; este hecho controla su vida y le da un significado, propósito y sentido a toda su existencia.
El amor que profesa por él no es el amor romántico simple, ni se basa en la mera atracción física, es una identificación, una unión de almas. Toda la historia girará en base a las decisiones tomadas por ella en torno a esa obsesión, configurando el destino y la fatalidad de todos los personajes, incluso la suya propia.
Emily Brönte le dio vida a un personaje sin igual, muy lejos de la dama de eminente virtud natural que se exigía en su época. Creó  un personaje fascinantemente complejo que no se puede clasificar dentro de las categorías del bien y del mal.
Representa a un nuevo tipo de mujer victoriana. No sigue un orden moral, no está estereotipada, es violenta, apasionada, sin miedo a expresar sus fuertes opiniones. Emana el deseo oscuro como una característica de mujer fatal mientras pretende violar el concepto de “buena” mujer victoriana.
Por todo eso y por mucho más, Catherine Earnshaw, la mujer que desde la muerte, impetuosa  regresa a llevarse el alma de su amado, es una de las grandes mujeres que sin duda ha parido la literatura universal.

Cumbres Borrascosas: 

El genial novelista francés Gustave Flaubert le dio vida en 1857 a una de las mujeres más controversiales de la Literatura: la inconformista soñadora, Emma Bovary.
Voluptuosidad, mentira, fatalismo.
Leer Madame Bovary es envolverse en un lirismo nostálgico y herético, es asistir al evento de una libertad cubierta de drama, disfrutar de las prerrogativas del engaño, pero también, sentir en carne viva, el precio cobrado por el placer que nos procura.
La historia de una mujer burguesa de clase media del siglo XIX, sirve de pretexto a  al escritor francés para armar una intrincada madeja de amor, desamor, mentiras,  pasiones, adulterios, enfermedad, dolor y muerte.
Esa bella pero vacía mujer que es  Emma Bovary, se encuentra atrapada entre las convenciones sociales de su época,  producto de una sociedad burguesa y misógina, y sus encendidas ansías de libertad y bienestar económico.
No creo que haya otra novela de la época que describa con tanta precisión la situación de la mujer a mediados del siglo XIX como Madame Bovary; una mujer, que para su época, vivió circunstancias que ni en la actualidad han sido superadas por la sociedad, tomando en cuenta que en el hombre, desde tiempos remotos al de Emma, ni siquiera han sido criticados tan severamente, incluso ni en pleno siglo XXI como con la mujer.
Releyendo algunos capítulos de la aclamada obra del francés, me invadió un curioso pensamiento: el hecho de que fue un hombre quien concibió y dio voz a un personaje como Emma Bovary.  Lejos de querer caer en posturas sexistas no puedo evitar formularme- seguramente sin sentido- en algunos interrogantes… ¿Una escritora mujer la hubiera creado de esa manera? ¿Sus pensamientos hubiesen sido los mismos?  y sobre todo, ¿Las consecuencias de sus actos hubieran sido las que crea Flaubert para ella?
Su publicación por supuesto fue muy controversial por varios motivos;  incluso se procesó a Flaubert por “atentar” contra la moral.
Y es que a través del personaje de Emma, el autor rompe con algunas convenciones morales y literarias de la Burguesía del siglo XIX, tal vez porque nadie antes se había atrevido a presentar un prototipo de heroína de ficción rebelde y tan poco resignada al destino.
Hoy existe el término «bovarismo» para aludir aquel cambio del prototipo de la mujer idealizada que difundió el romanticismo, negándole sus derechos a la pasión.
Sin embargo, aunque se ha dicho que la novela carece de juicios morales hacia su personaje, yo no pude dejar de intuir durante su lectura, que el autor no iba a permitir que Ema se saliera con la suya.
Hay quienes afirman que el final de la “elegante libertina” sumido en desesperación, prostitución y muerte, sólo fue concebido para no terminar como muchas novelas de la época, con un final  feliz, sino por el contrario, innovar y terminar con la tragedia sobreviniendo sobre un personaje tan amado y deseado pero al mismo tiempo tan disoluto.
Sin restar mérito a ninguna conclusión y más allá del carácter revolucionario de la obra de Flaubert, no creo que otro final hubiera sido aceptado: Era impensado en una sociedad misógina que una mujer sola pudiese alcanzar lo que Emma quería: autonomía, conocer mundo, un amor apasionado acompañado de dinero  y bienestar.
El castigo que impone Flaubert a su tan amado personaje condice y está de acuerdo con las leyes sociales imperantes frente al comportamiento de la mujer en aquella época.
Puede ser  tal vez que el hecho de que Emma, de alguna manera haya sufrido un castigo, haya sido el atenuante que lo salvó de la condena de quienes pensaban que Flaubert había escrito una apología del adulterio femenino… ¡No señores, no hice apología! Podría decir defendiéndose el gran Gustave: Emma recibió su merecido. Terminó castigada de la manera más cruel y terrible, sufriendo los horrores del envenenamiento con arsénico, que según se sabe y se hace evidente en la novela, es una de las muertes más dolorosas que existe.
Es sólo un pensamiento…
Creo que  la verdadera tragedia de Emma fue no ser libre. Ese fue su más triste final. 
Sea como sea, Gustave Flaubert escribió una pieza maestra que no tiene desperdicio, podrá estar sujeta a infinitos análisis desde incontables enfoques, sin embargo, es imposible no dejar de atribuirle el carácter de “imprescindible lectura”.
Si en aquella época algo estaba cambiando con respecto al papel de la mujer en la sociedad, él supo captarlo, consciente o inconscientemente,  revelándonos  el derrumbe en todos los sentidos de una mujer, víctima fatal de la cruel y misógina burguesía.
Y esto es un hecho, más allá de cualquier consideración.

lunes, 22 de abril de 2013


Pocas veces un personaje literario tiene el poder suficiente para influir tanto en la literatura como en el cine, dos géneros que, aunque se retroalimentan bastante bien, poseen idiomas distintos.
No es novedad que ambos géneros utilicen algunos matices de la leyenda para dar consistencia psicológica a sus creaciones, pero la diferencia entre los grandes autores y los “embalsamadores narrativos” consiste en que los primeros se valen de la leyenda y los segundos la violentan. Así de simple.
Le Fanu le dio vida a la vampiresa lésbica por excelencia, de la cual se desprenderán una hueste interminable de adorables féminas hematófagas y lo hizo consistentemente al atenerse de manera imperceptible a las leyendas vampíricas de las más antiguas leyendas populares.
Carmilla es, sin duda alguna, el cuento de vampiros más logrado, me atrevo a afirmar, de todas las épocas, que da cuenta de su agudeza a la hora de encarar el tema de la sexualidad femenina y el lesbianismo, elección que su vampiresa se ha encargado de sostener con orgullo a través del tiempo…
Hoy se ha convertido en un clásico imprescindible, más allá de que gustemos o no del género gótico.
Al releerlo, recupero la sensación de estar frente a esas piezas maestras que revolucionan por dentro; me vuelvo a fascinar por la sensibilidad de su creador, por la fina elegancia de los diálogos entre las dos protagonistas, por el profundo atino de plasmar en frases inolvidables, un sentimiento, que más allá del oscuro escenario y de su sombría emisaria, no deja de ser una declaración de amor que es eterna.
Por ser la mujer victoriana que desafiando los cánones, no solamente literarios sino sociales de su época, pudo abiertamente manifestar su naturaleza femenina y con ella sus inclinaciones sin ningún tipo de tapujos, Carmila es un personaje femenino de la Literatura Universal que debe vivir para siempre en la memoria.



Les dejo un link para que disfruten de su lectura, no se lo pierdan.