martes, 24 de septiembre de 2013

La soledad


La soledad es una bohemia 
de guante blanco.

Una mujer transparente
con curvas de lluvia
y aroma a otoño recién nacido,

la soledad es mi rostro a contra luz
destellando la nostalgia
de frases sin destinatario,

es un pájaro nocturno de vuelo arrasante
que se pierde en la lejanía de los horizontes
que aún no he besado…

La soledad es un destierro agridulce,
una prosa incompleta de palabras
no encontradas,

un sueño inconcluso aún sin soñar.

La soledad es esta tarde gris.

Es el humo de mi cigarro que se contornea
solitario jugando con los destellos
de mi habitación vacía,

es el eco profundo de un nombre ausente,
es la lujuria de ésta botella venenosa que
 me acompaña silente.

La soledad es la noche que amenaza feroz
despuntando en el ocaso naranja que tiñe
mis letras.

La soledad soy yo sin vos.

Es mi cuerpo sin tu piel,
son mis ojos sin tu aliento.

Es un refugio de sábanas en agonía,
un abismo
la voz que retumba en los vértices
de un colchón gigante.

La soledad es una borracha silenciosa,
una fina voyerista de manías impecables
una loca suicida de elegante corset.

La soledad son mis manos sin la tela
de tu cuerpo,
es este poema,
el inesperado viaje sin retorno
hacia los contornos de grotescas
formas nunca vistas…

es no tener ganas de nada,
es cenar con el espectro del paso de los días,
es desayunar con el fantasma de las horas y su pérfida sinfonía,

es la fábula del tiempo que corre sin riendas,
es la tinta de mi lapicera que se apaga…

La soledad soy yo sin vos.
tan simple como eso.

Fotografía: Johanna Knauer


lunes, 16 de septiembre de 2013

Gritos y silencios


Resuena un bolero absurdo saturado de la exquisita mugre del día y su ajetreo.
Anda enredándose en pasiones y furias, en encuentros y desencuentros,
en muertes y resurrecciones de minutos fundiéndose en la alegoría del tiempo.
Como una golfa desnuda coquetea mi ciudad con la dama oscura y su guadaña, mientras le grita en los labios los últimos acordes de Septiembre.
En el aire levita una magia gótica, casi sepulcral, que escupen sus calles disfrazadas de cemento, entonces, desde lejos, a través de mi ventana, asisto a la eutanasia de las palabras no dichas que aún deambulan en el éter sin destinatario…
Y grita la mujer gigante acobardada en las penumbras de la noche y su sinfonía.
Grita el hombre pequeño ataviado de harapos, susurrando promesas incompletas en el aura de la luna.
Grita el niño sin nombre, sobre los peñascos de la soledad caótica de su infierno a la intemperie.
Gritan los azules a contraluz del reflejo que empastan las estrellas en el suelo, dejando lágrimas transparentes sobre la tierra que duele.
Gritan los amantes sin rostro, abandonados en los caminos del olvido y las madres sin esperanza, atragantadas de paraderos difusos.
Grita la borracha nostalgia, en acordes nocturnos, que se esconden en universos paralelos. 
Grita la lujuria de ninfas sin paga, encarceladas en esquinas sin farolas y el asesino de finos puñales, a salvo, en la gula de sus demonios que dormitan.
Grita y despotrica en feroces alaridos mi ciudad de hielo y almas sin ropa; mientras yo atesoro en la tinta de mis dedos, la mirada moribunda de Septiembre y  el dulce silencio que dibujan sus poetas sin alas…


 Fotografía: Klaus Klambert

lunes, 9 de septiembre de 2013

Delirio


“Hay momentos en los que quiero correr hasta desintegrarme”; escribo sobre la hoja en blanco de mi anotador con tapa dura y tengo la extraña sensación de que antes de empezar a correr, ya estoy desintegrado. Muchas veces me cuesta identificar cuando ya no estoy en un lugar. ¿Será porque aún tengo una fuerte conexión con mi cuerpo físico?
Mi terapeuta me escucha sumido en un profundo silencio cada vez que le relato mis paseos etéricos. A Kilómetros a la distancia se nota que no cree una sola palabra de lo que le digo. Hace tres días me aparecí en su casa; estaba en su estudio escuchando la grabación de una de nuestras sesiones y lo vi escribir la palabra “delirio”. Al principio me molestó no sentirme comprendido, pero nada se puede hacer con la gente que nunca se ha desintegrado: Indefectiblemente cree en delirios.
Ese mismo día, me escabullí y leí un libro que decía: “Entendemos por delirio, cuando por diferentes causas, y casi siempre de forma brusca, el cerebro de una persona deja de funcionar correctamente,  presentando alteraciones de la atención y de la capacidad de alerta. También suele manifestar trastornos  de la conciencia, del pensamiento, la memoria, las emociones, la percepción, o del tono muscular y del ciclo de sueño-vigilia. Es típico que todos estos síntomas ocurran de manera fluctuante, alternando momentos prácticamente conscientes con otros de inconsciencia” Suspiré abatido al releer varias veces semejante definición e incluso pensé hasta en cambiar de terapeuta, pero a ésta altura, hacerlo sería un despropósito; estoy acostumbrado a sus profundos silencios, aunque sí tuve ganas de gritarle a la cara: ¡Doctor, mi cerebro no deja de funcionar de manera brusca presentando alteraciones!
De vez en cuando Clara me besa los labios, lo hace justo cuando yo estoy en medio del océano atlántico despabilándome de una mañana atroz, entonces siento que me ahogo.
Ella y yo nos conocemos desde hace mucho y podría decir que es lo más cercano al amor que he conocido en mi vida. Fue la primera y la única mujer que soñé desnuda entre mis manos.
Cuando era niño, pensaba que estar con una mujer iba a provocarme la muerte; ahora lo creo también.
Durante mi vida anterior, cuando era un pez, jamás hubiera pensado en Clara pero ahora que soy un hombre, pienso en ella todo los días.
Ella me visita los sábados por la mañana, siempre cuando hay sol, nunca cuando llueve. Aparece de repente, envuelta en su vestido con flores celestes, cargando con delicadeza su bolso color caoba y lo ilumina todo. Es como si Clara trajera el sol, en vez de que el sol, trajera a Clara. La extraño cuando llueve. No puedo evitarlo.
Viajar por el éter es sencillo, aunque a simple vista no lo parezca. Sucede de repente, en el momento menos pensado, por lo menos así me sucede a mí, he escuchado que hay gente estudiando técnicas para hacerlo. Yo no conozco de técnicas. Sé un millón de cosas de memoria pero ninguna técnica, mi terapeuta dice que no es necesario aprender  lo mismo que todo el mundo aprende; dice que las diferencias nos hacen únicos e irrepetibles; Cuando lo escucho decir eso me pregunto si verdaderamente sabe de lo que me está hablando, yo no le veo ninguna diferencia con el resto; no es como Clara que es diferente a todas las personas que he conocido en mi vida.
…Primero se produce un estallido pequeño entre las cejas, es algo así como si una lámpara se encendiera de golpe disipando todas las nubes oscuras que todo lo envuelven. Después empieza el cosquilleo en el cuerpo, seguido por un nudo en la garganta, dura unos pocos minutos.
Antes de desmaterializarme por primera vez, yo pensaba que iba a estar por lo menos doce horas o más haciendo desaparecer mis células pero no fue así, para mi suerte.
Después todo se ve trasparente; las cosas, las personas…es como nacer de nuevo.
Clara dice que todo me pasa por alguna razón, dice que soy como un niño pero yo sé que no es así, no soy un niño, ya no.
El océano Atlántico es uno de los lugares más bellos que he visitado en mi vida. Parece un espejo en dónde todo lo hermoso se refleja; a veces nado con delfines y otras veces con peces de colores. Es como un sueño, como vivir sin miedo, sin los recuerdos de días que no debieron haber sido, sin las heridas que nunca sanan. Es como haber encontrado la puerta de salida, la luz al final del camino, hay gente que le llama morir pero yo no estoy de acuerdo.
Cuando caminaba descalzo por un hermoso bosque plateado descubrí a un animal extraño que me miró a los ojos y desde ese entonces comprendí que todos estamos conectados por el alma. Prendidos desde adentro, corazón con corazón. Me resultó  algo difícil al principio,  nunca había sido mirado por un animal extraño en medio de un bosque plateado, nunca había experimentado la mágica sensación de correr hacia el horizonte del viento, salvajemente poseído por el perfume del Universo, por el aroma del cosmos explotando en cada uno de los poros de mi piel, nunca había trotado desparramando destellos de libertad por mis patas y sus huellas, jamás había sido un animal extraño en medio de un bosque plateado….
Clara es hermosa, supongo que un día de éstos voy a decírselo, voy a decirle que ella y yo estamos enamorados.  Voy a decirle que mi terapeuta miente, que mis síntomas no ocurren de manera fluctuante, alternando momentos prácticamente conscientes con otros de inconsciencia, voy a contarle que pronto lograré desintegrarme del todo de ésta cárcel de paredes blancas y gente deambulando en pena, sin rumbo y sin sonrisas: tal vez la lleve a recorrer el bosque plateado, quizás le escriba un poema, la gente solía llamarme poeta…o a lo mejor la invite a desvanecerse conmigo sobre el espejo celeste del océano Atlántico.
El océano Atlántico es uno de los lugares más bellos que he visitado en mi vida. Parece un espejo en dónde todo lo hermoso se refleja; a veces nado con delfines y otras veces con peces de colores. Es como un sueño, como vivir sin miedo, sin los recuerdos de días que no debieron haber sido, sin las heridas que nunca sanan…

Fotografía: Johanna Knauer






Para la mayoría de los hombres la guerra es el fin de la soledad. Para mí es la soledad infinita...
Albert Camus


Reflejo


Eran las doce en punto de la noche cuando lo vi. Llevaba un gamulán azul, largo hasta los tobillos, el pelo enmarañado y barba de unos tres o cuatro días que opacaba aún más su rostro silencioso. Las pupilas rojizas, congeladas en un punto fijo.
No había dormido durante muchas horas, su cuerpo se asemejaba a un tótem a punto de caer y fragmentarse en millones de filosas puntas de hielo- nada se ve más oscuro que el reflejo de un hombre con el corazón destrozado, escribo, con la mano temblorosa-
Tuve la sensación, al continuar observándolo detenidamente, que pocas veces antes se había permitido experimentar y atestiguar semejante lúgubre agonía, esa que conlleva a la tristeza y al vacío. Sentí pena. Hubiera querido trepanarle del pecho la bola dolorosa que palpitaba el veneno del no entendimiento. Hubiera querido beberle el llanto contenido que vomitó de golpe manchando el aire con partículas de palabras no dichas, de cariños no ofrecidos, de momentos que ahora no eran más que hojas sueltas en una bocanada de viento.
 Morir. El irremediablemente acto de morir. Anoté al pie de la página.
 Durante algunos segundos, por las muecas de su rostro, intuí que buscaba respuestas en su mente ajetreada; respuestas que tal vez estuvieran latentes y que aún no descubría, incluso, al verlo esforzarse frunciendo el ceño, pienso que hasta se aventuró a soltar el cordón de la razón pura y divagó entre los parajes del inconsciente colectivo: alguien debía poseer un soplo esclarecedor, una antorcha que súbitamente iluminara el espeso corredor de lo incognoscible.
Después se sentó en el suelo y con las manos apretadas se mordió los labios varias veces, alrededor, el silencio ya había soltado sus demonios y pronto habría de comenzar el dantesco espectáculo que plantea la obligatoria comprensión con sus falsos profetas vestidos de olvido. Y lloró de nuevo. Aún no quería la dosis estimada de antídoto, por lo que sacó del bolsillo de su saco una foto vieja y la repaso hasta el detalle. No era la única vez que lo hacía, lo noté por su destreza al manipularla casi en una especie de ritual repetitivo. En el retrato había una mujer, de fondo se podía ver una casa blanca de ventanales caoba, varios árboles gigantes de frondosas copas verdes y un dejo transparente de nostalgia casi intangible que brotaba del papel gastado. El hombre del gamulán azul, evidentemente había impreso en ella un anhelo tan profundo que había logrado trascender la inerte estupidez del objeto, convirtiéndolo en un papiro que albergaba en sus entrañas un trozo de su tiempo. De no haberlo hecho, de no haber transferido esa esencia amorosa que impregna el aura de algunos anhelos, me atrevo a afirmar que esa mujer se habría desintegrado en el aluvión imparable del incauto devenir.
No bien desperté en ese pensamiento; en el de la mujer con la mirada extasiada en los andenes de la vida aún por venir; en el suspiro tibio de mi amoroso anhelo, levanté la mirada y me contemplé una vez más en el reflejo del espejo solitario de mi desprolija habitación de hotel. Aún era yo, aún seguía siendo el único vocero de ese éxtasis, que ni siquiera el ácido del dolor más intenso tiene el poder de carcomer. Yo había amado y había sido correspondido. Mi corazón había hallado su respuesta, había encontrado la infinita mortalidad desdibujando con lo vivido la levedad minúscula del tiempo.
Al despertar me atreví a reírme un rato, dejándome ahora avasallar por la belleza tangible que ofrecen los buenos recuerdos. La soledad se escapó por la ventana como una bruja exorcizada y entonces me envolví el cuerpo con el fino manto de esa mirada que por años, había yo atesorado en lo más profundo de mi ser.  Aventé el gamulán en el ropero y me afeité el cansancio.           
Justo después de dejarte ir a cabalgar a pelo en el lomo del viento, tengo pensado acurrucarme en tu sillón favorito a escuchar el sonido de tu voz retumbar por el dulce vacío de nuestra casa, al fin y al cabo; escribo; nada esta distante de nosotros, todo vive para siempre, nada muere, todo se transforma, sólo existe el amor que nos hemos profesado para perdurar en las líneas del tiempo y solos estamos los dos, tu renaciendo en otros senderos, yo, perdurando en los que juntamos nos toco pisar. Tu ausencia es un detalle, tu piel transparente es otro aprendizaje, un aprendizaje que ni el acido del dolor más intenso tiene el poder de carcomer, tan simple como eso.

Fotografía: Johanna Knauer