2/ Silencios...
Cruje
la noche en mis tímpanos. De vez en cuando, una sinfonía de aullidos lejanos se
cuela por la hendija de la ventana, entonces aprieto los párpados y me entrego
al éxtasis que provoca la ambigua adrenalina del miedo; la complicada y
antagónica ley del vacío que anida en las entrañas del sigilo.
El
cielo está gris sobre el manto negro de mi ciudad apestada de amantes de
corazón destrozado.
A
veces la luna juega a que va y viene entre las grietas de su vestido plomizo. Y
cruje la soledad, en el alma de una hoja que está en blanco.
Tengo
los dedos llenos de tinta y el pecho a punto de explotarme en millones de
estalactitas; tengo un poema y su sortilegio atragantado en la garganta; tengo
esa mirada incrustada en cada poro de la piel.
Enciendo
un cigarrillo; impaciente lo aspiro con fuerza queriendo tal vez que la
brea endemoniada del humo empuje para adentro ese nudo, esa lágrima pérfida.
Un
perfume a rosas de otro mundo impregna de repente la lúgubre desidia de mi
habitación desierta y flota y se eleva y levita por cada vértice; por cada rincón
silencioso de mi atalaya (entonces; desciendo por la torre y el verdor
anaranjado de los valles explota en la comisura de mis labios y vuelvo a ver el
mar, y escucho una voz…llamándome. Una voz que es casi un grito, una plegaria
que revoluciona cada fibra de mi ser y me estremece ¿Sos vos?.
Reina
la calma en cada una de las lágrimas que
por fin se escapan de mis pupilas a descansar sobre la tela de esa hoja frente
a mí.
Cuando
mis ojos húmedos encuentran por fin el cuerpo noble de ese lienzo que esperó
hasta el alba la impensada epifanía de mi alma, suspiro muy hondo…sé, con esa
certeza que sólo se tiene cuando se ha resucitado de los abismos de la
melancolía, que acabo de escribir el obituario perfecto para esa mujer…que amo
desde antes.
El
teléfono suena de repente y su chirrido me arrebata el místico fulgor de la
ensoñación.
Camino
despacio hasta la mesa de noche. Me aferro al tubo. Del otro lado, la voz me
enumera los detalles de su encargo. Yo no respondo, no es necesario; ambos
sabemos que no hacen faltas preámbulos ni formalidades. Cuando por fin le pone
punto final a su monólogo, aspiro un sorbo del aire que me rodea intentando quizás,
descontracturar la rigidez de mi cuerpo.
Eva,
era su nombre. Encuentra a quien lo hizo. Quiero su corazón en una bolsa de
plástico- la voz es una daga certera que no vacila un instante-
Millones
de pensamientos se agolpan en mi mente al analizar lo dicho, mientras las venas
me laten agitadas; seducidas ante la devastadora impronta.
….su
corazón en una bolsa de plástico- La frase se queda explotando vivaz autonomía.
Repito
su nombre varias veces al volver a la mesa, primero sin palabras, después con
toda la plenitud de un susurro que se filtra de mis labios secos.
Sé
que es ella.
Lo
sé porque lo siento. Lo sé porque la veo. Lo sé porque me ahogo en ese perfume
de rosas de otro mundo que flota y se eleva y levita venciendo la devastadora
negrura de toda la muerte que reina entre mi corazón y el suyo; encontrándose en
este mar de ojos puntiagudos, en esta maquinaria incesante que no detiene su
marcha, su aceitada peligrosidad.
Encuentra
a quien lo hizo…Eva, era su nombre
Mientras
el amanecer termina de decorar las formas etéreas, decido, antes de recluirme
en mis solitarios paisajes de tinta, abandonarme un instante a la luz de ese Edén
que aún añoran mis huesos.
Afuera,
los amantes de corazón destrozado me regalan una dosis más de su puro silencio….
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