“Entre los Siglos XV y XVII, unas 100.000 personas fueron
quemadas vivas en Europa bajo acusaciones de brujería tras ser sometidas a
tortura. De entre ellas, más del 80 % eran mujeres.”
Expuesta en la New Gallery en 1891, la bellísima obra de John William Waterhouse
“Circe ofreciendo la copa a Ulises” es una de mis obras favoritas. El genial
artista inglés-dueño de una sensibilidad admirable- dibuja en el rostro de Circe ese
instante crucial cuando segura, poderosa y triunfante le ofrece a Ulises la copa que contiene la poción que
lo volverá un cerdo como al resto de su tripulación. En el catálogo apareció
ilustrada con la siguiente frase: “Paño de gasa azul. En el suelo, a sus pies,
están esparcidas violetas. Detrás de ella, Ulises avanza y sus galeras se
vislumbran entre los pilares.”
El tema representado por John William Waterhouse se
corresponde al momento en el que Ulises, en su regreso de la Guerra de Troya,
desembarcó a la isla de Eea, habitada por Circe, una bella y poderosa maga.
Según el mito, la isla estaba repleta de cerdos y formas
metamorfoseadas de hombres seducidos por sus potentes bebedizos de hierbas.
Ulises perdió a toda su tripulación por sus encantos, pero armado con hierbas
mágicas que Hermes le dio, consiguió deshacer sus hechizos y la obligó a
liberar a sus hombres de sus formas de bestias.
... Desde la Antigüedad, numerosas han sido las figuras de
mujeres destructoras, malvadas, que han usado sus encantos para seducir y, de
paso, destruir a los hombres y que al final son reivindicadas por una figura
masculina que irrumpe para establecer el orden y la moral.
La dualidad que
identifica al hombre con el bien y a la mujer con el mal, con la astucia, la
monstruosidad, la locura, y con el empleo de artimañas y trampas para llevar al
hombre a la destrucción.
Dualidad que desembocó en masacres innombrables que
persisten como una mancha indeleble: hubo
mujeres injustamente marginadas a lo largo de la historia, torturadas y
asesinadas por hechiceras, por brujas, cuando
en realidad fueron sabias conocedoras de los secretos escondidos en la
naturaleza y de las leyes universales que los rigen. Mujeres que supieron
nutrirse y recibir los saberes populares y ancestrales de su cultura
contribuyendo a mantener viva la transmisión de la Cosmogonía, pues conocían
las analogías que religan los planos del universo, desde los telúricos a los
más elevados del empíreo.
Mujeres que sabían de las propiedades de las plantas, de
los minerales y de los animales y de su sutil consonancia con los ciclos que
describen los astros y las estrellas, y también de otras correspondencias con
esferas invisibles del cosmos.
Mujeres que practicaron la ciencia hermética de la alquimia
con la que elaboraban fármacos, ungüentos, pomadas, filtros y elixires…
Mujeres que fueron
sanadoras, curanderas, comadronas,
chamanas…
Mujeres que fueron transgresoras y que por serlo fueron demonizadas bajo el sello de un estigma que las llevo a la muerte.
Las hechiceras mitológicas de reputación tan odiosa en la
tradición patriarcal, reaparecen como portadoras de una sabiduría oculta, hasta
ahora incomprendida. Vienen a reivindicar a la mujer mística, conectada con la
naturaleza de lo sagrado. A la mujer sabia, diosa rebosante de la sabiduría de Gaia. Que vive en armonía con todo el universo que la
rodea. Que no necesita señor que la dirija ni sistema que la contenga porque conoce la plenitud de su verdadera esencia femenina…y hoy más que nunca tiene
el cielo a su pies para desplegarla.
Muy interesante...
ResponderEliminarMe encanta el cuadro, John William Waterhouse es mi pintor favorito :)
¡Bravo!, ¡Bravo!, ¡Bravo!. Los párrafos finales de la publicación llegan a una conclusión genial, "el cielo a nuestros pies para desplegar nuestra esencia".
ResponderEliminarFelicitaciones defensora de musas. Un gran cariño.