(…) Eran
las cortinas de terciopelo carmesí. El carmesí era aún más profundo bajo la luz
tenue. Parecía como si una delgada capa de luz flotara ante las cortinas, y él
se estuviera introduciendo en un fantasma. Había cortinas en las cuatro paredes
y también en la puerta, pero aquí estaban recogidas hacia un lado. Cerró la
puerta con llave, dejó caer la cortina y miró a la muchacha. Ésta no fingía. Su
respiración era la de un sueño profundo. Eguchi contuvo el aliento; era más
hermosa de lo qué había esperado. Y su belleza no constituía la única sorpresa.
También era joven. Estaba acostada sobre el lado izquierdo, con el rostro
vuelto hacia él. No podía ver su cuerpo, pero no debía tener ni veinte años.
Era como si otro corazón batiese sus alas en el pecho del anciano Eguchi. Su
mano derecha y la muñeca estaban al borde de la colcha. El brazo izquierdo
parecía extendido diagonalmente sobre la colcha. El pulgar derecho se ocultaba
a medias bajo la mejilla. Los dedos, sobre la almohada y junto a su rostro, estaban
ligeramente curvados en la suavidad del sueño, aunque no lo suficiente para
esconder los delicados huecos donde se unían a la mano. La cálida rojez se
intensificaba de modo gradual desde la palma a las yemas de los dedos. Era una
mano suave, de una blancura resplandeciente.
-¿Estás
dormida? ¿Vas a despertarte?
Era
como si lo preguntara con objeto de poder tocarle la mano. La tomó en la suya y
la sacudió. Sabía que ella no abriría los ojos. Con su mano todavía en la suya,
contempló su rostro. ¿Qué clase de muchacha sería? Las cejas estaban libres de
cosméticos, las pestañas bajadas, eran regulares. Olió la fragancia del cabello
femenino. Al cabo de unos momentos el sonido de las olas se incrementó, porque
el corazón de Eguchi había sido cautivado….
Yasunari Kawabata, fue el primer japonés en
ganar un premio Nobel de Literatura en 1968 y fue el responsable de haber
escrito, a mi entender, una pieza maestra decorada de una poderosa e inolvidable
belleza que la distingue de toda la obra del genial Kawabata, no solamente por
su abrumadora complejidad, sino por el infrenable cúmulo de extremas y
profundas sensaciones que puede causarnos su lectura.
“La casa de las bellas durmientes” es una
brillante novela corta que nos habla de erotismo, muerte, tragedia, decadencia,
vejez y lo hace de una forma tan hermosa y poética que simplemente nos avienta
de rodillas al insondable paraíso del asombro; a un encuentro con la abrasadora
perplejidad.
Durante cinco noches, descrita cada una en
cinco capítulos, el anciano Eguchi acude a dormir a la que llaman la Casa de
las Bellas Durmientes, una especie de prostíbulo secreto donde ancianos se
confortan durmiendo con bellas jovencitas vírgenes, completamente desnudas y bajo
el efecto de un fuerte narcótico- de esta manera no podrán hacerles sentir la
vergüenza de su decrepitud- los clientes tienen prohibido intentar despertar a
las muchachas o hacer otra cosa más que acariciarlas, besarlas y dormir
abrazados a ellas.
Esas mujeres sin nombre, sin identidad y sin
pasado resultarán ser para el protagonista, el viejo Eguchi, un desconcertante
enigma por develar. Intenta insistentemente comunicarse con ellas, despertarlas
de su letargo narcótico, vulnerar su indefensión, pero todo es inútil, pues el
sueño es una barrera infranqueable, como una acorazada muralla
Todo es silencio y contemplación. La
delicadeza llevada al extremo logrando recrear en la imaginación del lector
episodios de altísimo encanto.
Al describir a una de las bellas durmientes
recostada en la cama con la tenue luz de terciopelo reflejada en su tersa piel,
Kawabata logra un grado de sublimidad
que pocas obras pueden plasmar.
La manera en la que intercala el esplendor de
la juventud y la repugnancia senil es magistral.
Mediante recuerdos de amores pasados, Eguchi
encuentra felicidad al lado de una de esas jóvenes desnudas. El contraste de
juventud y ancianidad es conmovedor, el
anciano recordando amores pasados, épocas felices que alguna vez vivió y
nunca volverán. Al ver a la bella durmiente ve a todas sus amantes en un solo
cuerpo y se da cuenta que no tiene la llama de antaño para enfrentar los retos
del amor.
Hombres que buscan desenredar el mito de la
juventud en los cuerpos de intactas doncellas, mientras el sueño postrero de la
muerte planea sobre sus mentes. Ancianos desconocidos entre sí, ligados por el
hilo invisible de la cercanía del sueño eterno, utilizan la fragancia de
muchachas detenidas en un espacio de limbo, como sagrado elixir para escapar de
las garras de la muerte, aunque sea un instante.
Relato enigmático y misterioso, de imperdible lectura, que transita
entre el sueño y la vigilia, entre el pecado y la virtud, entre la ternura y la
lujuria, la oscuridad y la luz y que no deja de ser un baile de seducción con
la muerte en dónde el autor nos revela una abrumadora visión de la soledad y del
cruel paso del tiempo, sumido en una atmósfera a medio camino entre la realidad
y la fantasía onírica.
Perdidos desde el comienzo del texto en la
líneas de semejante viaje por las geografías del deseo, Yasunari Kawabata, nos transporta hasta una habitación, con
cortinas de terciopelo color carmesí en cuyas paredes se esconden los misterios
insondables del alma humana y la deshumanización del deceso.
Al
final del recorrido no habrá otra cosa más que la muerte, como última invitada,
desnuda y virginal, esperando en el umbral de la puerta de esa casa del placer…
Les dejo un link con la maravillosa obra del genial Kawabata " La casa de las bellas durmientes".
Fotografía de Emil Schildt
- Rara vez, un escritor
asume el deseo de emular a otro gran escritor; Gabriel García Márquez lleva un
cuarto de Siglo emulando a Yasunari Kawabata. Hacia el año 1980, el maestro
colombiano leyó “La casa de las bellas durmientes” y quedó impactado, como
tantos lectores sensibles del planeta, por la despiadada y alucinante belleza
del relato de Kawabata. Hacia el año 2004, decidió rendirle un homenaje al
maestro japonés con su “Memorias de mis putas tristes”; una historia contundente y majestuosamente
narrada que provoca un torbellino de sensaciones encontradas de principio a
fin, dejándonos, tal como en la obra de
Kawabata, con incontables análisis pendientes de revisión pero jamás lejos de
la idea que ambos célebres escribas hicieron de ésta historia, cada uno con su
estilo personal, uno de los relatos
eróticos más perturbadores de la literatura Universal.
Les dejo un link con “Memorias de mis putas tristes” de
Gabriel García Márquez, su homenaje al gran escritor oriental.
Atrapante relato y excelente comentario. Voy a seguir tu consejo y leer "La casa de las bellas durmientes", parece muy interesante y bien demostrativo de la filosofía oriental.
ResponderEliminarUn gran saludo.