Venida de la Borgoña a París para ser reina.
Con tu muerte
se evaporó la bohemia en los barrios de charlas interminables entre absenta
verde esmeralda y humos maldecidos. Alice, preciosa Alice. Los poetas te echan
en falta y quedan sentados sobre tu tumba llorando una y otra vez, despojando
sus flores secas que nadie cambia a no ser que sople el viento y venga a besar
tu lapida que tan distante queda de otros monarcas…
Hablar de la dorada bohemia de París es hablar de Kiki.
Kiki reinó esplendorosamente por aquellos años locos de
comienzo del Siglo XX. Fue la musa de París…
La sola mención de su nombre evoca el París de entreguerras,
de esos tiempos de bohemia y creatividad sin límite donde las terrazas de La
Closerie des Lilas o del Dôme acogían apasionados debates entre los artistas
del movimiento dadá y los que abrazaban el surrealismo. Años de encantadora
locura que acogerían a una joven recién llegada de provincias para quedar
subyugada por la actividad incesante de la ciudad. Trabajando de modelo para
diferentes artistas, pronto comenzaría a ser la protagonista principal de la
vida del barrio, transformándose a sí misma en un personaje que se convertiría
en el símbolo y espíritu de una época.
Su figura se alza como un eje conector entre dadaístas y
surrealistas, pintores, escultores y fotógrafos. De Tzara a Fujita, de Cocteau
a Man Ray, de Modigliani a Léger. La rabiosa experimentación de esos años,
siempre a la caza de nuevas formas e imágenes que rehusaban la catalogación y
la repetición de esquemas, coincide paradójicamente en la presencia de esta
mujer de arrebatadora personalidad.
Es tal la fuerza de Kiki que abordar su vida, más allá de
las memorias que ella misma escribió en 1929, parece casi una temeridad. ¿Cómo
conseguir plasmar esta personalidad poliédrica y excesiva sin caer en los
tópicos?
Con sólo 17 años, Kiki se vio sola, desamparada y sin
recursos. Con el pelo engominado y los labios pintados de rojo, comenzó a
frecuentar los locales de Montparnasse, punto de encuentro de artistas tan
pobres como ella. En aquella década de 1920, París era la capital del arte y
allí desembarcó, procedente de Estados Unidos, el fotógrafo Man Ray. Kiki posó
ante su cámara y, al día siguiente, al ver los resultados, quedó tan
impresionada que se entregó a él sin vacilaciones. La relación, que duró varios
años, nos ha dejado una estela de imágenes prodigiosas, entre ellas “Le violon
d´Ingres”, donde, además de aludir a “La gran bañista” de Ingres por la postura
y el turbante de la modelo, convierte
las sensuales curvas de Kiki en un instrumento de cuerda, a disposición del
solista.
Pero no sólo su amante Man Ray la usó como modelo, también
posó para el pintor italiano Modigliani, el japonés Fujita, el polaco Kisling o
el ruso Soutine; así como para el escultor americano Calder o el aragonés Pablo
Gargallo. Además, participó en 8 películas y pintó numerosos retratos de sus
amistades.
Todos en Montparnasse decían que era alegre, sensual y
provocativa, pero que, a menudo, caía en la tristeza y cantaba baladas que la
hacían llorar a mares. En 1929 los artistas la
coronaron como “reina de Montparnase” y una multitud la acompaño hasta
el famoso bar La Coupole, donde se celebró un banquete en su honor.
Tal vez se aburguesó un poco cuando se enamoró de un
recaudador de impuestos que tocaba el acordeón. Se pasó a la rive droite, pero
no dejó de ser Kiki: «Todo lo que necesito es una cebolla, un poco de pan y una
botella de vino tinto, y eso siempre habrá alguien dispuesto a ofrecérmelo».
Abrió un cabaré propio en la rue Vavin, pero Montparnasse empezó a languidecer
y los años dorados se despeñaron en la crisis económica. En septiembre de 1939
la guerra dispersó a los montparnos por el mundo. Cuando volvió la paz, Kiki
con los ojos sombreados, una maravillosa belleza marchita y la voz gangosa de
tiempo y alcohol recorría los cafés del barrio cantando sus viejas canciones
que ya nadie quería oír. Luego pasaba un platillo.
En la primavera de 1953 se desplomó en la rue Brea.
Con su muerte se oyeron los últimos estertores de la vida
bohemia en un barrio que fue el centro del mundo desde el Tratado de Versalles
hasta la entrada de la Wehrmacht en París. En el prólogo que Hemingway escribió
para las memorias de Kiki, Les souvenirs retrouvés, dejó este diagnóstico:
«Kiki reinó en esta era de Montparnasse con mucha más fuerza de la que nunca
fue capaz la reina Victoria a lo largo de toda su existencia».
Kiki y El
violín d´Ingres
por
Man Ray
Gracias por el recordatorio a la figura de Kiki, te aseguro que cuando leí el nombre el corazón se me lleno de nostalgia y pensé ¡Uy, Kiki!. Como me había olvidado de su existencia y de lo que significo para una época llena de nostalgia.
ResponderEliminarTe felicito por la publicación.
Saludos.