Las Musas son mujeres
Simone de Beauvoir
Elizabeth Lee
Miller fue una más de las tantas artistas olvidadas de la historia. Nació en New York en 1907. Fue una modelo exquisita, una fotógrafa excepcional y la primera mujer corresponsal de guerra.
Nadie amo a Lee
Miller. Ni Man ray, a cuyas fotos más famosas ella les puso rostro; ni Roland
Penrose, pintor y conyugue estable que terminó engañándola, ni el terriblemente
egocéntrico Pablo Picasso a quien retrató con maestría durante muchos años y
con quien se acostó en ocasiones, sin compromisos. El pintor hizo lo propio y
la pintó en numerosos lienzos.
Ni siquiera la
hemos amado nosotros que todavía no hemos hecho justicia a su obra.
Todos cayeron
deslumbrados ante su belleza y su talento, su cuerpo libre, desnudo, sin
prejuicios, sexual, sin ataduras. En
ella todo era extremo. Dentro y fuera.
Fue junto a Man Ray con quien innovó procedimientos
técnicos en la fotografía. A través del artista surrealista conoció a Marx
Ernst, Paul Éluard y Jean Cocteau, éste último, en 1930, solicitó a sus
amistades le recomendaran una mujer que representara el papel de una estatua
femenina para su película: La sangre de un poeta, siendo Lee Miller la elegida.
Víctima de una
infancia terrible, inestable, perseguida por una violación a los siete años
atribuida a un amigo de la familia (aunque probablemente fue un tío o su propio
padre). Su vagina llena de dicloruro de mercurio pues el atacante le había
contagiado la gonorrea. La fatalidad impensada del abuso.
La fama como modelo
llegó en Nueva York con un choque
fortuito, el milagro que cruzó a Conde Nast en su camino, editor de la revista
Vogue. Desde ese día decidió llamarse
Lee y no Elizabeth. El todopoderoso editor la libró de morir atropellada y poco
después aparecía en la portada de Vogue.
Su belleza rompió
su corazón con la obsesiva presencia de su padre, pero también fue su salida.
En su América natal
había sido la primera Chica Kotex (es decir, la imagen del “escandaloso” primer
aviso de compresas femeninas aparecido en una revista “de categoría” –eso sí:
fotografiada por el gran Steichen) pero ni eso
la salvó del rechazo y emprendió la huída hacia Europa.
Un par de años
después estaba ante la puerta del estudio de Man Ray en Montparnasse, a quien pidió
que la adoptara como aprendiz.
Se quedó con ella.
Man Ray no sería
nada sin esa mujer; la alegre Lee que enseñaba sus tetas pequeñas
y firmes por las calles de Paris (de una de ellas tomaron el molde para las
copas de champagne más famosas de la época) y que apoyaba la causa del amor
libre defendida por los surrealistas hasta que Man Ray se puso celoso porque,
en el fondo, se refería a todas las demás mujeres; no a ella. No quería para
Lee el mismo rasero de libertad sino el estatus de musa y ella acabó huyendo,
perseguida por aquel hombre que se tornó posesivo y desquiciado.
Lee, siempre bajo
la mirada de los hombres; cuando la suya fue tan intensa…
Llena, como su vida
y su trabajo, de polos opuestos que se tocan. Los dos lados de la cámara, los
del arte, los del cuerpo, los de la condición humana, paso del glamour de la
vanguardia a los hornos de los campos de concentración con cuerpos calientes
todavía en su interior.
Se desata la
segunda guerra mundial. Inglaterra es intensamente bombardeada. La familia de
Lee le pide regresar a Estados Unidos cuanto antes, pero a Miller se le ocurre
una original idea. Le propone a la revista Vogue hacer fotos de moda con los
escombros de fondo. Vogue acepta la idea, pero no consiguen a ninguna modelo
que quiera posar en esas condiciones, en medio de una guerra mundial. A la
fotógrafa no le queda otro remedio más que posar ella misma para sus fotos.
La combinación no
tuvo mucho éxito. La gente se fijaba más en los escombros, en el desastre de
las bombas más que en la ropa, por esa razón se dedicó enteramente al
fotoperiodismo.
En 1942 es
acreditada oficialmente como corresponsal de prensa para la revista Vogue (algo
impensado, pero nadie podía decirle que no a Lee Miller) y junto a Dave
Scherman- corresponsal de Life - se va de gira por Europa registrando los
horrores de la guerra. Así se transforma en la única mujer foto periodista de
la segunda guerra mundial.
Vogue publicó su
reportaje con sus fotos titulado ¡Créanlo! para que todas las mujeres
acomodadas de su país se hicieran una idea de aquella realidad tan lejana de
sus preocupaciones superficiales: Un guardia esperando ser ejecutado después de
ser apaleado por los moribundos supervivientes; otro ejecutado, flotando en el
agua; la hermosa joven alemana obligada a suicidarse por sus padres antes de
que entraran las tropas aliadas y miles de imágenes más que con maestría
reflejaron el horror insensato de una guerra.
Después
sobrevino la ruptura con Man Ray y
comenzó el acoso, los insultos y el descrédito del genial fotógrafo despechado
(que, por cierto, se quedó la gloria de inventar la solarización cuando en
realidad fue un error de Lee)
Agobiada por la
persecución huye a Alejandría con Lawrence Durrell y se encuentra con un
antiguo amante Aziz Eloui Bey, millonario egipcio, con quien se casa.
A su lado
estuvo hasta que se cansó de las fiestas
y de los hermosos paisajes del desierto. Sobre la arena llega la madurez a sus
fotos libre de la estética surrealista, ejemplo
palpable de esa madurez se encuentra en “El Retrato del espacio” que
inspiró el famoso “El beso, de René Magritte”.
En 1939, ya de
vuelta en París, se une el pintor
surrealista inglés Roland Penrose. Otro pastoso con buenos amigos, Max Ernst y
Picasso entre ellos, con quien acabó instalándose en Londres, y que pese a ser
un pacifista declarado, no pudo ya frenar el interés de Lee por la guerra.
No logró ser
acreditada por ningún medio británico para aproximar su objetivo al campo de
batalla y se quedó trabajando para la edición de Vogue y fotografiando Londres,
imágenes que finalmente se editaron en un libro que lleva por título Grim
glory, pictures of Britain under fire.
Lady
Penrose, como se hizo conocer desde entonces, desencantada por la indiferencia,
se retira-para muchos tocada por el síndrome de estrés postraumático de la
guerra-
Olvidada por el
mundo y por su Estados Unidos natal, eclipsada por su condición de “musa de
genios”, desprestigiada por el odioso resentimiento de Man Ray, muere de cáncer
en 1977, sola, lejos de todos.
Recién después de
su pérdida, el descubrimiento de su
archivo con más de 40.000 negativos restauró la gloria de esta poderosa mujer, toda
una encarnación del siglo XX de la que hoy se conoce, por suerte, un poco más
de su exquisita y gran obra.
Ella no pensaba lo
mismo. Encerrada en un cuarto de hotel en París, rodeada de botellas vacías de
ginebra y frascos vacíos de dexedrina, le escribió a su amigo Scherman: “No hay
retrato posible de mí. Soy un rompecabezas húmedo cuyas piezas hinchadas no
encajan. Por eso voy a dejar la fotografía: para que ella me deje a mí”.
…Las mujeres
ocultas y olvidadas de la historia nos
piden el rescate de su memoria, al fin y al cabo se trata del rescate de nuestra propia identidad silenciada.
Brindemos por esas
que han sido llamadas “Musas”…nunca dejemos de brindar por ellas; el día que
ellas se callen, los artistas ya no hablarán más.
Las mujeres siempre hemos tenido que batallar por nuestro lugar en la historia, por eso nuestros logros son doblemente valiosos.
ResponderEliminarGracias porque con tu blog rindes homenaje y nos recuerdan a quienes armaron el camino para que hoy podamos ocupar un lugar en la sociedad.
Saludos.