Valentine Penrose ha
recopilado documentos y relaciones acerca de un personaje real e insólito: la
condesa Báthory, asesina de 650 muchachas.
Excelente poeta (su
primer libro lleva un fervoroso prefacio de Paul Eduard), no ha separado su don
poético de su minuciosa erudición. Sin alterar los datos reales penosamente
obtenidos, los ha refundido en una suerte de vasto y hermoso poema en prosa.
La perversión sexual
y la demencia de la condesa Báthory son tan evidentes que Valentine Penrose se
desentiende de ellas para concentrarse exclusivamente en la belleza convulsiva
del personaje.
No es fácil mostrar
esta suerte de belleza. Valentine Penrose, sin embargo, lo ha logrado, pues
juega admirablemente con los valores estéticos de esta tenebrosa historia.
Inscribe el reino subterráneo de Erzsébet Báthory en la sala de torturas de su
castillo medieval: allí la siniestra hermosura de las criaturas nocturnas se
resume en una silenciosa palidez legendaria, de ojos dementes, de cabellos del
color suntuoso de los cuervos.
Un conocido filósofo
incluye los gritos en la categoría del silencio. Gritos, jadeos, imprecaciones,
forman una "sustancia silenciosa". La de este subsuelo es maléfica.
Sentada en su trono, la condesa mira torturar y oye gritar. Sus viejas y horribles
sirvientas son figuras silenciosas que traen fuego, cuchillos, agujas,
atizadores; que torturan muchachas, que luego entierran. Como el atizador o los
cuchillos, esas viejas son instrumentos de una posesión. Esta sombría ceremonia
tiene una sola espectadora silenciosa.
Ilustracion: Santiago Caruso
Ilustracion: Santiago Caruso
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