Todo es la imagen de una belleza inaceptable excepto la muerte que habita detrás de la muralla.
¿Qué hay en ella sino la exquisita saturación de un lenguaje propio, único y exclusivo?
Nadie más tiene acceso a semejante epopeya.
Algunos silencios acentúan la fascinación por la imagen indecible que uno tiene de sí mismo.
Matar. Matarse. ¿Acaso no se trata de la misma lujuriosa y exacerbada locura?
“Las fuerzas del lenguaje son las damas solitarias,
desoladas, que cantan a través de mi voz que escucho a lo lejos.
Y lejos, en la
negra arena, yace una niña densa de música ancestral.
¿Dónde la verdadera
muerte?
He querido iluminarme a la luz de mi falta de luz.
Los ramos
se mueren en la memoria.
La yacente anida en mí con su máscara de loba.
La que
no pudo más e imploró llamas y ardimos”
Medidas Severas
Durante seis
años la condesa asesinó impunemente. En el transcurso de esos años, no habían
cesado de correr los más tristes rumores a su respecto. Pero el nombre Báthory,
no sólo ilustre sino activamente protegido por los Habsburgo, atemorizaba a los
probables denunciadores. Hacia 1610 el rey tenía los más siniestros informes --
acompañados de pruebas-- acerca de la condesa. Después de largas vacilaciones,
decidió tomar severas medidas. Encargó al poderoso palatino Thurzó que indagara
los luctuosos hechos de Csejthe y castigase a la culpable. En compañía de sus
hombres armados, Thurzó llegó al castillo sin anunciarse. En el subsuelo,
desordenado por la sangrienta ceremonia de la noche anterior, encontró un bello
cadáver mutilado y dos niñas en agonía. No es esto todo. Aspiró el olor a
cadáver; miró los muros ensangrentados; vio la "Virgen de Hierro", la
jaula, los instrumentos de tortura, las vasijas con sangre reseca, las celdas
--y en una de ellas a un grupo de muchachas que aguardaban su turno para morir
y que le dijeron que después de muchos días de ayuno les habían servido una
cierta carne asada que había pertenecido a los hermosos cuerpos de sus
compañeras muertas... La condesa, sin negar las acusaciones de Thurzó, declaró
que todo aquello era su derecho de mujer noble y de alto rango. A lo que
respondió el palatino:... te condeno a prisión perpetua dentro de tu castillo.
Desde su corazón, Thurzó se diría que había que decapitar a la condesa, pero un
castigo tan ejemplar hubiese podido suscitar la reprobación no sólo respecto a
los Báthory sino a los nobles en general. Mientras tanto, en el aposento de la
condesa, fue hallado un cuadernillo cubierto por su letra con los nombres y las
señas particulares de sus víctimas que allí sumaban 610... En cuanto a los
secuaces de Erzébet, se los procesó, confesaron hechos increíbles, y murieron
en la hoguera. La prisión subía en torno suyo. Se amuraron las puertas y las
ventanas de su aposento. En una pared fue practicada una ínfima ventanilla por
donde poder pasarle los alimentos. Y cuando todo estuvo terminado erigieron
cuatro patíbulos en los ángulos del castillo para señalar que allí vivía una
condenada a muerte. Así vivió más de tres años, casi muerta de frío y de
hambre. Nunca comprendió por qué la condenaron. El 21 de agosto de 1614, un
cronista de la época escribía: Murió hacia el anochecer, abandonada de todos.
Ella no sintió miedo, no tembló nunca. Entonces, ninguna compasión ni
admiración por ella. Sólo un quedar en suspenso en el exceso del horror, una
fascinación por un vestido blanco que se vuelve rojo, por la idea de un
absoluto desgarramiento, por la evocación de un silencio constelado de gritos
en donde todo es la imagen de una belleza inaceptable. Como Sade en sus
escritos, como Gilles de Rais en sus crímenes, la condesa Báthory alcanzó, más
allá de todo límite, el último fondo del desenfreno. Ella es una prueba más de
que la libertad absoluta de la criatura humana es horrible.
Ilustracion: Santiago Caruso
¡¡Hola!!
ResponderEliminarVengo desde Facebook aceptando tu propuesta de visita y por aquí me quedo también como seguidora, te invito que pases por mi blog.
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Besos.
Claro que si Susana, ahora mismo paso a verlo. Gracias por el apoyo. Te mando un abrazo. Saludos
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ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Salvador Pliego