Alejandra tenía fascinación por el silencio. No por el
silencio de las palabras sino por su silencio interno; por ese pasaje directo
al velero que podía llevarla desde sí misma hacia otros nuevos silencios.
Que poderosa magia habita en el arte de silenciarse al
escribir. Pienso, mientras me rindo ante el éxtasis de semejante encantamiento.
Los talismanes de Darvulia alimentaron los negros sigilos de
la condesa. Fueron como hechizos que calmaron el ácido de su propio veneno y de su desesperación por mantener
intacta una juventud como en un sueño de piedra.
¿Cuáles habrán sido los hechizos que alimentaron los negros
sigilos de Alejandra? Me pregunto, mientras me transporto, inevitablemente,
hasta la habitación de Buenos Aires y la encuentro desconsolada…rezando una
plegaría extraña que habla de morir
en la noche
un espejo para la pequeña muerta
un espejo de cenizas…
Magia Negra
La mayor obsesión de Erzébet había sido siempre alejar a
cualquier precio la vejez. Su total adhesión a la magia negra tenía que dar por
resultado la intacta y perpetua conservación de su "divino tesoro".
Las hierbas mágicas, los ensalmos, los amuletos, y aún los baños de sangre,
poseían, para la condesa, una función medicinal: inmovilizar su belleza para
que fuera eternamente comme un rêve de pierre. Siempre vivió rodeada de
talismanes. En sus años de crimen se resolvió por un talismán único que
contenía un viejo y sucio pergamino en donde estaba escrita, con tinta
especial, una plegaria destinada a su uso particular. Lo llevaba junto a su
corazón, bajo sus lujosos vestidos, y en medio de alguna fiesta lo tocaba
subrepticiamente. Traduzco la plegaria: Isten, ayúdame; y tú también, nube que
todo lo puede. Protégeme a mí, Erzébet, y dame una larga vida. Oh nube, estoy
en peligro. Envíame noventa gatos, pues tú eres la suprema soberana de los
gatos. Ordénales que se reúnan viniendo de todos los lugares donde moran, de
las montañas, de las aguas, de los ríos, del agua de los techos y del agua de
los océanos. Diles que vengan rápido a morder el corazón de... y también el
corazón de... y el de... Que desgarren y muerdan también el corazón de Megyery
el Rojo. Y guarda a Erzébet de todo mal. Los espacios eran para inscribir los
nombres de los corazones que habrían de ser mordidos. Fue en 1604 que Erzébet
quedó viuda y que conoció a Darvulia. Este personaje era, exactamente, la
hechicera del bosque, la que nos asustaba desde los libros para niños.
Viejísima, colérica, siempre rodeada de gatos negros, Darvulia correspondió a
la fascinación que ejercía en Erzébet pues en los ojos de la bella encontraba
una nueva versión de los poderes maléficos encerrados en los venenos de la
selva y la nefasta insensibilidad de la luna. La magia negra de Darvulia se
inscribió en el negro silencio de la condesa: la inició en los juegos más
crueles; le enseño a mirar morir y el sentido de mirar morir; la animó a buscar
la muerte y la sangre en un sentido literal, esto es: a quererlas por sí
mismas, sin temor.
Ilustración: Santiago Caruso
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