Pienso,
mientras releo "Baños de sangre" con profunda fascinación, que tal vez Alejandra
no pudo intuir cierta trampa del tiempo: Escribir es crear. Y crear es un
laberinto que conduce hacia la inmortalidad.
En la antesala de la muerte llamada vida algo
de nosotros siempre permanece…y ella quería partir, en cuerpo y alma, partir….
Tampoco
lo intuyó La condesa.
Buscar
la vida eterna. Buscar la muerte eterna.
¿ Acaso
no se trata de la misma búsqueda, equivocada y falaz?
Baños de sangre
Corría
este rumor: desde la llegada de Darvulia, la condesa, para preservar su
lozanía, tomaba baños de sangre humana. En efecto, Darvulia, como buena
hechicera, creía en los poderes reconstitutivos del "fluido humano".
Ponderó las excelencias de la sangre de muchachas --en lo posible vírgenes--
para someter al demonio de la decrepitud y la condesa aceptó este remedio como
si se tratara de baños de asiento. De este modo, en la sala de torturas, Dorkó
se aplicaba a cortar venas y arterias; la sangre era recogida en vasijas y,
cuando las dadoras ya estaban exangües, Dorkó vertía el rojo y tibio líquido
sobre el cuerpo de la condesa que esperaba tan tranquila, tan blanca, tan
erguida, tan silenciosa.
A
pesar de su invariable belleza, el tiempo infligió a Erzébet algunos de los
signos vulgares de su transcurrir. Hacia 1610, Darvulia había desaparecido
misteriosamente, y Erzébet, que frisaba la cincuentena, se lamentó ante su
nueva hechicera de la ineficacia de los baños de sangre. En verdad, más que
lamentarse amenazó con matarla si no detenía inmediatamente la propagación de
las execradas señales de la vejez. La hechicera edujo que esa ineficacia era
causada por la utilización de sangre plebeya. Aseguró --o auguró-- que,
trocando la tonalidad, empleando sangre azul en vez de roja, la vejez se
alejaría corrida y avergonzada. Así se inició la caza de hijas de
gentilhombres. Para atraerlas, las secuaces de Erzébet argumentaban que la Dama
de Csejthe, sola en su desolado castillo, no se resignaba a su soledad. ¿Y cómo
abolir la soledad? Llenando los sobrios recintos con niñas de buenas familias a
las que, en pago de su alegre compañía, les daría lecciones de buen tono, les
enseñaría cómo comportarse exquisitamente en sociedad. Dos semanas después, de
las veinticinco "alumnas" que corrieron a aristocratizarse no
quedaban sino dos: una murió poco después, exangüe; la otra logró suicidarse.
Ilustracion: Santiago Caruso
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